sábado, diciembre 22, 2012

De otros fines de año

Aquella vez tomé un camino que no había tomado antes. De hecho, nunca había ido a Cananea aunque sentía que sí, porque desde pequeño había escuchado "La cárcel de Cananea" (que, según la canción, está situada en una mesa) y el nombre de la ciudad estaba en mis libros de Historia, en los capítulos que explicaban cómo había iniciado la Revolución Mexicana. Era raro encontrar en los libros de Historia referencias sobre Sonora, ajeno como estuvo mi estado al devenir de lo que pasaba en el resto de México. Cananea tenía, entonces, un lugar especial en mi vida pues era lo que parecía ligar el destino de Sonora con la historia del país.

Hacía frío, era invierno en la sierra de Sonora como era normal a finales de diciembre. No había tomado nunca una parte de ese camino y sí muchas veces la otra. Desde Huásabas hay que llegar a Mazocahui y al topar en ese pequeño pueblo si tomas a la izquierda llegas a Hermosillo y si lo haces a la derecha, rumbo al norte, pasas por todos los pueblos de la ribera del río Sonora. Mazocahui significa en lengua ópata algo así como 'cerro del venado', pero el cerro que hay ahí sólo un borracho en desvaríos podría verle forma de venado. Para mí Mazocahui había sido desde mi muy temprana infancia, una etapa en la ruta hacia Hermosillo donde nos bajábamos del carro a alguna desprovista tienda a comprar sodas y comida chatarra diversa o chiltepines, que parece ser el principal producto del lugar. Un lugar que me recordaba las náuseas que provoca una carretera tan plagada de curvas como la que va de Huásabas a la capital. Pero esa vez era algo más importante, ahí necesitaba empezar a improvisar, solo como iba, hasta llegar a Cananea. No parecía ser algo muy fácil, tampoco muy difícil.

Eran tiempos en los que casi nada me daba miedo, disfrutaba mucho la espontaneidad. De Huásabas me fui a la carretera a pedir "aventón" a Moctezuma. Ahí tomé un autobús a Mazocahui, donde como les decía, no estaba muy orientado (aunque sabía que yo venía del oriente y tenía que tomar al norte). Pregunté en una llantera a qué horas pasaría el siguiente camión que me llevara por la ruta del río Sonora, me dijeron que faltaban muchas horas. El río Sonora para los que no lo sepan, no es tanto un río cuanto un arroyo, corre normalmente con un hilo de agua que a veces se pierde en los arenales y vuelve a salir, siempre como un hilo, río abajo. Pero aún así fue el pretexto para que en su ribera se establecieran numerosos pueblos de nombres bonitos, antiguos caseríos ópatas, misiones jesuitas y luego pueblos de españoles que ya para entonces eran casi mexicanos (aunque no lo supieran): Baviácora, Aconchi, Huépac, Banámichi, San Felipe.

Como la paciencia nunca ha sido una de mis características definitorias, empecé a buscar nuevamente aventón hasta el siguiente pueblo,  esperando que fuera algo un poco más divertido que Mazocahui donde el sonido del silencio era escandaloso. Así fue, una familia muy simpática muy pronto me subió a su carro y además de platicarle sobre mis planes para pasar año nuevo, les pedí su retroalimentación sobre la mejor manera de ir a Cananea. Si bien no lo tenían muy claro, su plática me orientó un poco sobre lo que debía hacer: en Baviácora debía esperar frente a la plaza el camión para ir a Arizpe. Baviácora ya tenía esa estructura de pueblo de la sierra de Sonora a la que estaba acostumbrado, que si bien no es ni remotamente carnavalesca o festiva, tiene su sobrio y escondido encanto. Caminé por las calles sin rumbo (como me gusta caminar) hasta que se hizo hora de que pasara el autobús a Arizpe, desde donde no tenía ni idea cómo iba a llegar a Cananea. Pero de eso se trataba en buena parte el viaje, luchar contra los elementos sin la menor planeación hasta llegar al destino.

Arizpe fue la capital de Sonora en tiempos inmemoriales. No que fuera ninguna capital imperial, pero sí conservaba la huella de haber sido la sede de los poderes, al menos. Desde ahí salió la expedición que llevó a la fundación de la ahora célebre ciudad de San Francisco, en la Alta California. Ahí tuve más tiempo de caminar y perderme por calles que recuerdo solitarias, asoleadas y ventosas, con frecuentes caserones de adobe que habían tenido buenas épocas y que aún las conservaban. La plaza principal de Arizpe tenía de original una torre de ladrillos con un reloj que tal vez no daba bien la hora, pero que era bastante lucidora. También llamaba la atención un conjunto de altísimas palmas que adornaban la plaza, cosa poco frecuente en la sierra. Un par de preguntas a los locales y me dijeron la hora en que un camión me llevaba hasta Cananea. Había que estar temprano porque esas fechas mucha gente viaja y no vendían boletos por anticipado (no es costumbre en los pueblos de Sonora, o no lo era entonces, al menos).

Llegué a Cananea, casi a la hora del atardecer. Había nevado hacía un par de días por lo que los cerros que circundan a la ciudad minera seguían recubiertos de blanco, había en las calles algunos pedazos de hielo y un viento frío que todo lo atravesaba me provocó una agradable sensación de desamparo. Sensación motivada sobre todo porque hasta ahí caí en cuenta de que ni siquiera llevaba el teléfono de Carlos, el amigo que nos había convocado. No eran tiempos en los que el celular fuera moneda corriente y, por lo menos yo, no tenía uno. Recordaba que su mamá trabajaba en una mueblería y recordaba el nombre. Pregunté por ella y una vez que caminé unas veinte cuadras llegué. La mamá ya no trabajaba ahí, pero pude conseguir el teléfono de Carlos. Llamé de un teléfono público (la gente usaba teléfonos públicos back then, ¡denunciable!). Al frío que calaba los huesos mientras esperaba a mi amigo, pude restar la sensación de desamparo: ya tenía con quién y dónde pasar el año nuevo.

Al día siguiente llegaron otros dos amigos: Ceci y Roberto. El grupo estaba completo, pudimos ir a ver la cárcel de Cananea viva y verdadera, aunque no pude ver por qué estaba situada en una mesa, mi geometría espacial no es tan buena, además de que todo Cananea es un subir y bajar todo el tiempo. Fuimos de paseo a un arroyo precioso, a un bosque de magníficos alisos que estaban botando sus últimas hojas, como corresponde a la temporada. Las demás anécdotas corresponden a sus usuarios. Extraño tener mucho frío, también viajar sin planes, sin la preocupación de demorarme, sin vergüenza de pedir un aventón a desconocidos. Tan desprendido de todo que no hace falta ni un número de teléfono para encontrar lo que voy a hacer, sabiendo que cuando todo ocurra, lo que sea que ocurra, valdrá la pena.

miércoles, octubre 17, 2012

XX Aniversario

Cuando uno empieza a recordar cosas que pasaron hace décadas, es hora de largar el llanto y asumir con la debida dignidad que ya no es uno un chamaco, un mozuelo. El proceso de madurez que tan inevitablemente empieza a notarse en el cuerpo, no siempre hace la misma mella en la mente. A mí me ha pasado de noche el tema de la edad, pero al enterarme hoy de que la escuela Secundaria donde estudié cumplirá 20 años de existencia, durante unos instantes no lo pude creer.

Resulta que esos 20 años coinciden con mi ingreso a la Secundaria, porque fui parte de su primera generacion. Tenía yo 11 añitos en aquella época pero por haber terminado la Primaria me sentía una cosa muy adulta. Corrían los tiempos en los que era Gobernador de Sonora el Lic. Manlio Fabio Beltrones, podríamos decir una "celebridad" de la política mexicana actual. Llegó a la sierra sonorense rauda y veloz la noticia de que en Huásabas, finalmente y en justicia, se abriría una escuela Secundaria sostenida por el Estado. Habían pasado ya varias generaciones en que la Secundaria y la Preparatoria (esta última era una sola para Huásabas y el municipio vecino de Granados) eran sostenidas financieramente por la comunidad y los padres de familia.

Al más puro estilo del "priísmo" dominante que vivía el país todavía en 1992, se organizó un evento para agradecer al Gobernador la deferencia. Realmente, no había nada que agradecer, el Estado finalmente cumplía con una de sus obligaciones básicas y constitucionales: dar acceso a la educación media superior que, vaya usté a creer, debe ser gratuita y obligatoria. Aunque la meritoria y admirable acción comunitaria había suplido esa deficiencia para que los jóvenes tuvieran educación, la falla estatal era flagrante (como lo siguió siendo durante mucho tiempo en áreas rurales y urbanas del país). Por alguna razón que desconozco -pero que intuyo tenía que ver con mi extrovertida manía de hablar en público sin mayor complejo-, me designaron a mí para dar el discurso de agradecimiento al Gobernador Beltrones. Digo que la razón fue rara, porque por más extrovertido que yo fuera a mis once años, no dejaba de ser el hijo de uno de los más conocidos opositores al sistema priísta en esa región de Sonora. Un militante del Partido Acción Nacional (oposición), que en aquellos tiempos y en Huásabas era casi tan grave como no ser católico. Además, me dejaron ser yo quien compusiera el discurso y no fui objeto de ninguna censura, excepto la que yo mismo me impuse, porque tampoco se trataba de hacer pasar un mal rato a nadie en tan gozosa ocasión.

Durante el discurso agradecí, por supuesto, el gesto gubernamental y, ya que andábamos en ésas, le pedí al distinguido Manlio Fabio algunas cositas que quedaban pendientes como, pequeño detalle, el edificio donde se iba a alojar la Secundaria. Por año y medio debió ser de turno vespertino porque usaba las instalaciones de la escuela Primaria. Recuerdo que en su respuesta, el Gobernador se refirió a mí como "amigo Rafael", aunque debo aclarar que no he frecuentado lo que debería su "amistad" (énfasis añadido en las comillas). Entre otras palabras que no recuerdo, porque seguramente eran paja, nos pidió a los alumnos que cobráramos el impuesto predial municipal que estaba pendiente y que todos esos recursos serían directamente para la Secundaria.

Yo no había crecido a la estatura que tengo ahora, ni me había engrosado la voz. Era más bien un chiquillo un tanto pálido en aras de ponerse horrible por causa de la pubertad. Pero si algo me caracterizaba en ese tiempo era ser muy decidido. Puesto que el Gobernador nos había dado tan alta función, había que cumplirla. Y así lo hicimos otra compañera y yo: fuimos al Ayuntamiento y pedimos la lista de los deudores del impuesto predial. De un cajón empolvado salieron cientos de planillas con el nombre del deudor y el monto. Nos dirigimos a las casas de todos ellos (en Huásabas es muy fácil dar con las direcciones: domicilio conocido que le llaman). Resultado de la misión: cero pesos, con cero centavos recaudados. Apenas puedo creer ahora que me tragara ese cuento y que nadie se diera cuenta de que estaba mal, muy mal, que nos pidieran hacer eso. Por un lado, recaudar impuestos es una función del Gobierno, no de los ciudadanos (sin contar con que me faltaban, en ese entonces, siete años para convertirme en ciudadano de la República); a los ciudadanos lo que les toca es pagarlos. Por otra lado, el Jefe del Ejecutivo del estado no tenía nada qué hacer disponiendo de cómo se gastarían los recursos de un Gobierno municipal. Pero, claro, en los tiempos del priísmo dominante, que se nos olvidan fácilmente como fueron, invadir funciones entre niveles de Gobierno sería peccata minuta. Finalmente, volvemos a lo ya discutido, había una obligación gubernamental que no se estaba cumpliendo y se volvía a dejar en manos de la acción comunitaria.

Tal vez la diatriba que acabo de echarme dé la impresión de que la situación me fue enojosa. En realidad, la disfruté mucho y sólo ahora retrospectivamente caigo en cuenta de sus muchos defectos conceptuales. No cobramos un centavo y seguramente nos ganamos las risas de los contribuyentes morosos del impuesto predial que vieron a un par de imberbes cobrarles impuestos, experimentando sentimientos que irían de la incredulidad a la ternura.

Hace 20 años ya que pasó aquello. Con el tiempo pasaron varias cosas: yo crecí a una estatura que me permitiría cobrar impuestos sin dar lástima; me engrosó la voz, de manera que ahora tal vez sea más convincente en esa misma labor tributaria; mucho tiempo después me salió barba, aunque sigue dispareja. La Secundaria Técnica No. 7 construyó unas instalaciones muy bonitas, donde todavía la primera generación de estudiantes pudimos pasar la segunda mitad de los tres años que duró. Ha tenido unos resultados excelentes en la prueba Enlace que evalúa la calidad educativa, quedando en la mejor categoría disponible. Por sus aulas ya pasaron cuatro de mis sobrinos y cientos de alumnos que no son mis sobrinos. Manlio Fabio Beltrones ahora es Coordinador de los Diputados de la fracción que va a ser la oficialista y casi mayoritaria, luego de 12 años de que el PRI, su partido, fue opositor en el Gobierno de la República. No me ha vuelto a decir "amigo" (aunque no pierdo la esperanza). Sólo me lo he vuelto a topar en una ocasión: estaba justo en el asiento de atrás del mío en la Plaza de Toros de Ciudad de México...

Dos décadas pasaron ya desde aquello.

miércoles, octubre 10, 2012

Recompensa

He dejado de buscar la felicidad en la realización plena de mis grandes proyectos de vida. Ahora la busco fragmentada, paulatina, intermitente. La he encontrado caprichosa y normalmente gratuita. Bastante básica, poco sofisticada, muy arbitraria. Ha aparecido en la amargura casi dulce de la espuma de un café con leche, en la tosca idea reveladora de un párrafo perdido escrito por autor desconocido o en la calidez de un momento aleatorio, el cuerpo tirado al sol y la mente tirada al blanco. Más cursi de lo que hubiera querido pensar, tan cliché que es placer culposo.

Pero, a veces, ha sido revolucionaria y en contravención a mis prejuicios: una felicidad de izquierda. Mientras que en otras ocasiones se ha lucido llegando puntualita a la cita de mis objetivos cumplidos; es patria, trabajo y familia: una felicidad de derecha.

En etapas previas de mi vida la felicidad la concebí, insisto, como el resultado previsible, calculable, de mis acciones, de mis logros. Pero ha sido más esquiva, más cuántica, menos euclidiana. Los proyectos de vida siguen ahí - algunos en construcción, algunos ya resueltos, otros desechados - como poderosos motivos que guían mi conducta. Me son indispensables para saber lo que quiero, o para pensar que sé lo que quiero - que aunque no es igual me produce la misma calma -. Pero la felicidad, como la vida, ha resultado ser más bien el trayecto y sus escollos que la propia meta.

miércoles, agosto 08, 2012

La novena

Son las 4:15 de la mañana. El silencio cubre fastuoso esa madrugada de agosto. Estoy en Huásabas, profundamente dormido, cubierto únicamente por una delgada sábana porque en esos días, en esas latitudes, el calor no cede fácilmente ni con la brisa de la mañana. Son vacaciones de verano, pero más importante que todo es que son los días de la novena, de La Novena. Los nueve días de rezos mañaneros previos al día grande, el día de la Virgen María en su advocación de la Asunción. Es probablemente la fecha de más importancia en el calendario de Huásabas, porque es la Santa Patrona y su celebración se conmemora religiosa y socialmente por todo lo alto. Pero antes, nueve días antes, hay que acudir a rezar la novena. En la madrugada, en la cruel madrugada de nueve días de vacaciones.

Recuerdo todavía la voz acelerada de mi mamá indicándonos, cortésmente pero no tanto, que era hora de levantarnos. Lo peor de todo era que me levantaba porque yo en la noche así se lo pedía y ya en la madrugada no me podía arrepentir. Evidentemente a esas horas, en esas condiciones y en Huásabas no podía pedir que me despertaran con violines como lo hacían con Michel de Montaigne. Apenas logro escuchar entre sueños la segunda llamada de las campanas de la iglesia que anuncian que faltan 15 minutos para comenzar el rezo correspondiente de una serie de oraciones que tal vez fueron compuestas por allá en el siglo XIX o tal vez antes pero que rebosan de palabras poco comunes en la jerga sonorense, como "excelsa", "postrarse", "magnificat". En algún momento me levanto, me pongo la ropa y salgo somnoliento a sentarme en la banca acostumbrada del templo. O, mejor dicho, no me doy cuenta de que nada de eso sucede y cuando finalmente despierto estoy sentado en la iglesia tratando de decodificar las palabras antiguas y preguntándome cómo llegué hasta allí.

"El quince", en referencia al 15 de agosto de cada año, el pueblo pierde su tradicional tranquilidad y, si cabe la expresión para la sobria sierra sonorense, se echa la casa por la ventana. La iglesia se llena de flores, las misas se llenan de sacerdotes y, si se puede, se adorna con el obispo. Las casas se llenan de visitantes, las noches ya no son para dormir temprano, sino que se arman los bailes en la plaza; las tardes son para los jaripeos o las carreras de caballos y, en general, durante 4 días todo está patas arriba con las mentadas "fiestas de agosto", para el gusto de los fiesteros y la general zozobra de los que prefieren la tranquilidad. Pero antes de que todo esto ocurra, los buenos católicos deben cumplir con nueve desmañanadas que empiezan el 6 de agosto y terminan el 14, en las vísperas.

En esas andan en estas semanas los actuales residentes de la sucursal del paraíso. Yo desde la distancia pienso en ellos y aunque en mis ratos de nostalgia más radical los envidio, cuando son las cinco de la mañana y sigo cómodamente dormido, los compadezco desde mis dulces sueños. Todos estos días he traído en la mente el zumbido del canto que inmisericordemente se repite, no recuerdo cuántas veces, durante la novena y que dice más o menos así (sólo los que sean de Huásabas sabrán cantarla) "Flores son [se escucha "floresóóóóón"] de devoción, las que estaaaaaaaaa novenaaaaaaa envíaaaaaaaaaa, aaaaaaaaal cieeeeeeelooooooooo que es deeeeee Marííííaaaaaa el jaaaaardíííííííín de suAaaaaaaaa-suuuuuncióóóóóón" (lagrimitas de melancolía de un huasabeño que nunca se cansa de serlo).

jueves, julio 26, 2012

In-side-out

Cuando empiezo a escribir en el blog, la pregunta inicial suele ser en qué categoría escribiré. No es que tenga muchas: normalmente son anécdotas, reflexiones, comentarios al azar, alguna noticia de actualidad que me haya llamado la atención o que considere digna de atención popular. Tampoco es que este blog sea tan público, pero dada su propia naturaleza divulgadora no se puede decir que sea privado. De ahí que hay que responsabilizarse de lo escrito, como hay que responsabilizarse de lo que uno lleva puesto cuando sale de su casa o del peinado (o falta de) que uno vaya a cargar frente a los demás. Por esta razón, en muchas ocasiones la segunda pregunta ha sido qué tan íntimo me puedo permitir ser al escribir. No es que mis sentimientos sean una cosa muy elaborada o interesante, pero cada quien tiene su corazoncito y no parece mala idea tener una serie de asuntos, emociones, desazones que uno se reserve para el fuero interno. No por falta de interés ajeno, claro, porque la curiosidad humana (el chisme, que le llaman, el cotilleo) no conoce de límites. Sin embargo, no parece mala idea tratar de ponérselos.

Desnudarse el alma a cada rato sería, si se me permite la expresión, una suerte de pornografía metafísica de la cual podríamos prescindir porque su utilidad rima con futilidad (y ya tenemos de la otra que, entre otras ventajas, tiene la de ser más previsible). Además, para qué andar luciendo las miserias si uno puede cubrirlas con ropa (ojalá de diseñador, siguiendo con la metáfora, claro está). Ya me puse aquí esotérico, cuando lo único que estoy tratando de hacer es un elogio a la hipocresía. Pero es que es mal visto ser hipócrita: este calificativo - virtud tan humana - tiene muy mala reputación, una carga muy negativa. Ahora lo que está en boga, lo contemporáneo son ideas del tipo: hay que ser como somos, ser sinceros, directos, yo no tengo pelos en la lengua, no me andaré con rodeos... mmmhhh... ¡bullshit! (Maldigo en inglés porque en español me suena muy feo).

Nada en exceso es bueno y uso este lugar común para defender lo indefendible: demasiada honestidad también cansa. Me gustaba más cuando en aras del recato cada quien se callaba un rato sus sentimientos y se hacía oír únicamente por medio de sus acciones. En una escena de La dama de hierro alguien le pregunta a Margareth Thatcher qué sintió cuando hizo no sé qué cosa mientras era gobernante. Con la poca simpatía que me causa Thatcher y los oxidados efectos de su modelo económico de hierro, que estamos padeciendo en buena parte del mundo, rescato su respuesta a esa pregunta. Palabras más, palabras menos, era que no recordaba, porque en esos momentos importaba más lo que hacía que lo que sentía, que era la principal preocupación de las nuevas generaciones. No sólo lo que sentimos es central en nuestras vidas, sino decir-lo-que-sentimos. De modo, que va uno por la vida permanentemente recostado en un diván imaginario del psiquiatra imaginario, que son todos los que nos rodean.

Tampoco estoy yo aquí por la labor de que nos callemos todos los sentimientos, que no darían abasto los cardiólogos para tanto infarto (y sigo con las metáforas). La comunicación fluida e introspectiva puede ser un elemento positivo en las relaciones, pero no tanto como los gestos o las acciones que en efecto tegamos con las personas. Los sentimientos van por dentro, las acciones van por fuera. No porque yo así lo diga, sino porque así venían cuando abrimos el paquete. Ahora todo sucede un poco al revés, no importa tanto lo que hayamos hecho u omitido, mientras sepamos justificarlo sobre la base de cómo nos hizo sentir. Los celulares modernos no podrían entenderse sin los "emot-icons" porque antes que la idea debe quedar claro cuál es la emoción que nos embarga; o sea, esto o lo otro pero así :) o mucho más feliz, mira, así :D o así :( o así ;) o así :s o así :P

Me resulta difícil dejar claro porqué la importancia desmedida que le hemos dado a la expresión de nuestras emociones ha nublado nuestros pensamientos y eclipsado otras características igualmente humanas, pero lo intentaré con el concepto de trascendencia. Se supone que uno de los grandes motores del comportamiento humano es su necesidad de trascender. La propia reproducción es una forma de trascendencia (además de que se siente rico, para no pecar de abstracto) en el que permanecemos por medio de nuestra descendencia. Las emociones nos acompañan en el recorrido de nuestra vida, pero se acaban junto con nosotros cuando la terminamos. Lo que hicimos, en cambio, lo bueno y lo malo, permanece en sus efectos después de nuestra muerte; lo que hacemos transforma el mundo, lo que sentimos se queda en nosotros.

Tal vez la explicación sea larga, pero si de algo vale me sirve para explicar por qué en este blog la pornografía metafísica seguirá siendo poco frecuente. Espero. Si eso es lo que busca, no me queda duda que la podrá encontrar fácilmente. Si no, para todo lo demás existe MasterCard.

martes, mayo 22, 2012

Speedy González

En la abundantísima cantidad de información que uno lee cada día, nunca faltan las notas curiosas. De hecho, creo que son toda una especialidad que han debido desarrollar los medios de comunicación para atraer lectores a sus páginas, espectadores a sus pantallas o audiencia a sus frecuencias de radio. Ante la sobreoferta de información que provocó Internet, el titular redactado en forma llamativa ya no es suficiente. Hay que captar la atención que se está volviendo el recurso más escaso de todos por exceso de competencia. Las notas curiosas se hicieron, pues, porque ya ni los deportes, ni los espectáculos, ni los cuerpos medio desnudos o medio ensagrentados eran suficientes para atraer suficiente público. Al final es que a golpe de repeticiones todo termina cansando: desde la interesantísima vida privada de Britney Spears o Paris Hilton (que nunca he entendido, porqué debería importar, si ni canta, ni actúa, ni hace nada conocido de provecho); también cansa (por lo menos a mí, mucho) el interminable número de campeonatos de futbol (no hay semana de año que no haya un "clásico" o un partido "importantísimo" jugándose). La nota curiosa, entonces, tiene la intención de aportar el factor sorpresa, lo que no se espera, que es al final lo que la realidad tiene de chusco. Y todos sabemos que la realidad siempre supera a la ficción, con esta loca humanidad de la que nos tocó formar parte.

Ayer me encontré con la nota curiosa de que la caricatura de Speedy González había sido sacada del aire en 1999 por la empresa Cartoon Network a causa de los estereotipos étnicos que mostraba. Como seguramente todo saben, Speedy González (Gonzales en la versión en inglés) era un ratoncito mexicano que tenía que soportar la constante persecución del malvado Gato Silvestre, recurriendo a su poderoso ingenio, indiscutible velocidad (speedy, de hecho, significa veloz) y, cómo olvidarlo, a su infalible grito de ¡Yupa, yupa, arriba, arriba y ándele, ándele! El tema del estereotipo étnico fue lo que más me llamó la atención de la nota curiosa, pues por compartir etnia con Speedy me tenía que sentir identificado.

Creo que no es difícil entender porqué se consideraba que esta caricatura reproducía un estereotipo. El nombre completo de su protagonista era Espiridión González González, el ratoncito era moreno, pequeñito, vestía un gran sombrero de palma y su traje de manta blanca con el pañuelo rojo al cuello, hacía pensar en la indumentaria de un indígena jornalero o de un campesino mexicano. Me refiero a la indumentaria encontrada frecuentemente en aquellos tiempos de la Revolución mexicana (1910-1929... por ponerle fecha de caducidad). No es sin duda el tipo de vestimenta que usaría un pobre jornalero mexicano en estas fechas o en 1999, que con toda seguridad consistiría en pantalones de mezclilla, camisetas deportivas o de imitación de ciertas marcas, pero fabricadas en algún taller de China, gorras deportivas y mochila al hombro de materiales sintéticos. No, no, nuestro Speedy se vestía como si después de la Revolución hubiera decidido que ya estaba bueno de vivir en ese país ingobernable que había sido México por tantas décadas y se hubiera ido a buscar fortuna a los "esteits", a los "iunaited", aunque tuviera que lidiar cotidianamente con las implacables fauces del Gato Silvestre, como tiempo después tuvieron que hacer con la "Migra" (la Border Patrol) sus compatriotas que le imitaron en el camino de la migración al norte.

En 1999, cuando se decide sacar del aire la caricatura de Speedy, por ser racista, apenas empezaba a notarse públicamente lo profundo del incremento de migrantes mexicanos y de otros países latinoamericanos a Estados Unidos. Aunque ya había estados de la Unión Americana que tenían importantes comunidades hispanas tradicionales, como California, Texas, Nuevo México, Florida e Illinois, al acercarse el fin del segundo milenio se hacía evidente que la minoría mexicana o "latina" dejaba de ser algo marginal y empezaría a ocupar el centro del debate migratorio, con una fuerte polarización en el asunto. De hecho, el apellido González se había convertido en el año 2000 en el número 23 del ránking de apellidos más comunes de los Estados Unidos, con casi 600 mil estadounidenses (sin contar a Speedy) que lo llevaban, es decir, al menos 2 de cada mil residentes en ese país se apellidaban González. Todo esto sin contar a los García, Rodríguez, Martínez, Hernández y López, que eran apellidos todavía más populares en 2000 que los parientes de Speedy. Unos años después, los latinos se convirtieron en la minoría más grande, rebasando el número de afrodescendientes.  El ingenioso ratoncito ya no estaba tan solo y la expresión de "¡ándele, ándele!" se escuchaba con mayor frecuencia en las calles sin tener que ver el Cartoon Network.

Si yo tuviera que definirme en el espectro que forman los hipersensibles a los esterotipos, en un extremo, y los que piensan que el uso de éstos es indiferente, en el otro extremo, según yo quedaría a la mitad. Creo firmemente que el uso de estereotipos sobresimplifica lo que es complejo y, por tanto, nos conduce a error, a etiquetar injustamente a las personas en lo individual por lo que creemos conocer del grupo al que pertenece. Ni siquiera el humor es justificación para infligir sufrimiento a otras personas al momento de discriminarlas por medio del lenguaje (que no es neutro o inocuo, que tiene la capacidad de alterar la realidad). Pero al mismo tiempo, nuestra mente usa estereotipos que le son útiles para conocer su medio, por lo cual no son intrínsecamente negativos. Que los mexicanos suelen ser más morenos o chaparritos que el típico anglosajón, me parece que es bastante obvio y, de ninguna manera, serlo implica un insulto. Que suelen ser de carácter más alegre y decir "¡ándele, ándele!" tampoco me parece que sea una falsedad. El estereotipo, pues, que implicaba Speedy González (que no es mexicano, como mucha gente fuera de México cree, sino de factura estadounidense con inspiración de sus ignotos vecinos del sur) no me parece ni ofensivo ni irritante (insisto, siendo yo mexicano). Era muy ingenioso el ratoncillo y, además, muy divertido. Siempre dejaba al Gato Silvestre anonadado, lo superaba intelectualmente por así decirlo y salió siempre ileso de los innumerables episodios en los que su vida corrió peligro, pues podía salir corriendo velozmente al baño a causa de unos frijoles que le cayeron mal por haber sido cocinados con agua de Xochimilco. No, si la verdad era muy gracioso.

Los dejo ahora con una biografía en video de Espiridión "Speedy" González, por aquello de que, saturados por noticias y sobreinformación, decidan refugiarse un rato en la frivolidad de los dibujos animados. (Dar click en el siguiente enlace:)

http://www.youtube.com/watch?v=1ip4Rgc8ELU

martes, mayo 15, 2012

En contra de la brevedad

Hoy murió Carlos Fuentes, uno de los escritores mexicanos más prolíficos desde que México es México, o tal vez desde antes. Se murió así nomás, sin avisar con mucha antelación, dejándonos con  cara de sorpresa a los que su vida (o su muerte) nos interesa. A sus 83 años, claro, ya estaba muy por encima del promedio, de lo que a cada quien le toca según el dato conocido como esperanza de vida (que para un hombre en México es de 73 años, según el INEGI, lo que quiere decir que ya llevaba 10 años de superávit estadístico). Pero esa vida que con toda seguridad podemos afirmar que fue larga no hizo más que mantener su coherencia: lo de él, lo de él no era ser breve.

Varias de las noticias periodísticas que informaron de su muerte, se refirieron a que Fuentes usó Twitter un solo día de su vida, hace ya más de un año. No volvió a hacerlo. Insisto, lo de él nunca fue la brevedad y, como toda persona medianamente informada sabe, ese popular medio de comunicación masiva no permite más que 140 caracteres por "tuit". ¿A quién se le podría ocurrir que Fuentes iba a empezar, a sus ochenta y tantos, a tratar de escribir en esas estrecheces literarias? Me alegra que lo haya intentado, al final de cuentas era un hombre de su tiempo y en 2011 parecía muy difícil ser un hombre de su tiempo y no usar Twitter. Pero también me alegra que lo dejara y que lo hiciera tan pronto. Por qué iba a limitarse a escribir en tan poco espacio si tenía una mente lúcida, muchas ideas, buena pluma y muchas ganas de escribir, cosa que no dejó de hacer nunca y de hacerlo de manera abundantísima.

Twitter y la brevedad, en general, tienen grandes ventajas: la rapidez, la inmediatez, la facilidad para retransmitir una idea. Pero no son para todo ni para todos. Yo mismo me he excluido de usar Twitter para escribir, únicamente lo uso para leer lo que otros escriben. Si tengo ganas de escribir, uso el blog y me extiendo si quiero y cuanto quiero, agrego disquisiciones (innecesarias, como son la mayoría), circunloquios (para qué decir algo directamente si le podemos sacar la vuelta) y no me preocupo nunca por expresar en breve mis desordenadas ideas (que el desparpajo ocupa mucho espacio).

Carlos Fuentes escribió una lista interminable de libros y ensayos, lo que le valió la crítica de que su obra no tenía ningún filtro de calidad. Medida por la cantidad de páginas que publicó, su obra fue magna (también por su contenido). A mí, humilde lector suyo y eventual escritor mío, sólo me queda esperar que al compartir con Fuentes su aversión por la brevedad, me espere también una vida larga. Tal vez 83 años ya sea exagerar, retar a la estadística, pero una cosa discretamente longeva sí que se me antoja.

¡Que en paz descanse Carlos Fuentes, pero que sus ideas no lo hagan, que sigan revoloteando por larga data en el mundo de las ideas latinoamericanas!

viernes, mayo 11, 2012

De sonrisas injustificadas

¿Les ha pasado a veces que están sonriendo y no saben ni por qué? A mí sí, por supuesto, porque si no, no lo estaría preguntando (como una engañosa manera para introducir el tema, sabiendo, como lo sé, que es muy poco probable que alguien me responda por este medio que mis escasos lectores mantienen tan unidireccional). Ahora estoy en uno de esos estados de sonrisa latente, de sonrisa injustificada. Estoy sonriendo, pero no tengo motivo alguno aparente, al menos no uno en especial, al que acreditarle mi reacción facial. Aclaro desde el inicio que no es que me la pase yo sonriendo solo, porque sé que lo primero que se les ocurriría es recomendarme algún psiquiátrico. No, es un evento más bien aislado, tal vez motivado porque es viernes y el fin de semana está cerca, o tal vez no.

Lo que sí les puedo decir es que el fenómeno de la sonrisa injustificada (que, hay que agregar, es muy agradable) si bien no es cotidiano ha estado presente en mi vida desde que era yo un niño. Me pasaba en ocasiones que de súbito me ponía a sonreír, y en realidad me sentía muy contento, pero no podía establecer la causa. Lo primero que hacía (que todavía hago) es repasar las posibles razones del tan-buen-ánimo, para concluir siempre que aunque uno pueda hacer un listado de buenas noticias, ninguna es el motivo real de la sonrisa. La conclusión puede ser, me aventuro, que las sonrisas tienen vida propia. Existen y sienten, independientemente del sujeto al que pertenecen. Y por sujeto-al-que-pertenecen me refiero sólo a mí mismo, porque todavía no sé si esto de las sonrisas autodeterminadas sea un fenómeno universal, latinoamericano, huasabeño o una particularidad mía (espero que no, porque ya me sonaría a padecimiento y esto me preocuparía, dada mi natural inclinación hipocondriaca).

No es lo mismo que la risa incontrolable, otra reacción facial autodeterminada, esos ataques de risa que se vienen en los momentos más inoportunos. Como cuando allá de niño en mi niñez, mi hermano y yo éramos acólitos en misa y se oyó un ruido sospechoso-parecido-al-de-una-flatulencia (mi blog cada día va alcanzando nuevas profundidades en la falta de decoro). No era buen momento para reírse, el padre Concho nos hubiera visto con cara reprensiva, pero no podíamos controlarlo, como tampoco pudimos nunca determinar al causante de tan bochornoso estruendo. O tal vez sí y para efectos de salvaguardar la dignidad de las personas, decidí modificar la versión. Pero no, la risa incontrolable, la que da en misa, en los funerales, en medio de un discurso es otra historia. Es otra histeria.

El poco estudiado estado de la sonrisa injustificada no es patológico, es más sutil, más agradable a la vista. Son destellos de optimismo que vienen gratis, una de esas promociones de la vida, como encontrarse un billete de 100 pesos en el abrigo que se guardó el invierno pasado. Hay que sentarse y disfrutarlo, voltear a la ventana y ver todo más bonito que hace unas horas, cuando volteaste a la misma ventana y lo viste todo cotidiano, normal. Y si te pones metafisico, hacer un repaso de tus querencias, de tus placeres sencillos. Agradecer a ________ (llene el espacio... ¡Qué complicado el posmodernismo!) y disfrútalo otra vez porque el buen humor es un recurso escaso y no están los tiempos para andar desperdiciando.

¡Buen fin de semana a todos!

miércoles, mayo 09, 2012

De termómetros sociales

Hace tiempo me hice la mala costumbre de leer los comentarios que la gente publica en las versiones electrónicas de los diarios. No lo hago para todas las noticias, pero sí para las que por alguna razón o por otra me interesan más. Mala costumbre digo, y lo sostengo, porque en primer lugar me representan un sacrificio agotador porque la mala escritura, la pésima argumentación y la obscena exhibición de los prejuicios parecen ser la religión oficial de la gente que comenta. Me da gusto que existan los espacios en los que las personas pueden expresar sus puntos de vista, pero me llena de desesperanza lo que de la sociedad dice el escaparate que representan dichos puntos de vista. Me explico.

Vamos primero con el tema de la mala escritura y empiezo disculpándome por tener esa obsesión que muchos encontrarán como un rasgo criticable de mi carácter. Es cierto, la escritura es sólo la forma en que se expresan las ideas, que son el fondo. Sin embargo, una correcta escritura puede expresar mejores ideas, de manera más precisa y sin causar los distractores o hasta malos entendidos que implican los errores ortográficos. Además, la mala escritura suele ser indicativa de la poca afición por la lectura (porque también lo bueno se pega) y entre más leamos seremos capaces de conocer más, de entender más cosas y, con suerte, de pensar mejor. No parece ser el caso para los comentaristas de la prensa en versión electrónica, por lo menos no en español y, particularmente, no en México. Hay gente a la que pareciera que nunca le presentaron al punto y seguido o a la coma. Gente que declara haber terminado la universidad y cuyo nivel de escritura hace parecer que hubiera aprendido a escribir de manera autodidacta adentro de una cueva en los confines de la tierra. Escriben como si hablaran, sólo que peor. Pero eso, podrían decir algunos (yo de ninguna manera), es lo de menos. Pero no, nuestra manera de dominar el lenguaje es uno de los principales indicativos (aunque no el único) de nuestra inteligencia, porque es por medio de éste que nos comunicamos. Si escribimos y hablamos bien seremos capaces de transmitir nuestros pensamientos, sentimientos, propuestas de mejor manera. Y eso sí es el punto.

Luego veamos la argumentación de los susodichos. Para verla, claro está, tendría que existir. Pero da pena ver que muy poca gente (poquísima en estos foros) tiene cierto manejo de la idea de argumentar. De presentar opiniones y fundamentarlas ya sea con cierta evidencia, o con la concatenación de otras ideas. La repetición de "lugares comunes" (con esto no me refiero a Disneylandia o Las Vegas, sino a nociones generalizadas que se han oído tanto que todo el mundo los da por verdades, aunque a veces no lo sean o, si lo son, carecen tanto de originalidad que son irrelevantes) es también desastrosa. Todos tenemos la capacidad de razonar, pero hay gente que se resiste a utilizarla como si la vendieran muy cara en las tiendas, como si se gastara. Y no, la capacidad de razonar es gratis y tiene un montón de beneficios para la salud individual y para la colectiva. No es que uno espere un tratado de filosofía, de ética o de política en cada comentario; pero si lo básico, retrógrada, simplón o, directamente, estúpido de la mayor parte de los comentarios es indicativo del nivel cultural (de la gente con acceso a Internet y que lee diarios, que debería ser mejor que el nivel general) ya va siendo hora de soltarse llorando.

Para terminar, me quiero referir al tema de la exhibición (obscena, repito) de prejuicios. De todos tipos. En todo el espectro ideológico.  Aunque aquí hay muchos más para ejemplificar, destaco solo cinco que se me vienen a la mente:
1. Los machistas que siguen expresándose sobre el papel de la mujer como objeto sexual predominantemente.
2. Los antirreligiosos que equiparan ministro de culto con pederasta, como si las religiones y sus ministros se limitaran a eso, negando las contribuciones de muchísimos de ellos en casi cada aspecto de la humanidad y recurriendo al insulto de los que sí tienen una creencia religiosa, cayendo en el mismo y craso error de los fundamentalistas religiosos.
3. Los homófobos que no pueden expresar su posición moral (individual) contra la homosexualidad  sin recurrir al insulto, a la imposición de pensamientos religiosos (individuales) o al odio, sin ser capaces de entender que su posición moral en contra no puede imponerse más que a sí mismos y, sobre todo, que la ofensa y el odio no son justificables.
4. Los dogmáticos de la izquierda o los dogmáticos de la derecha cuyas ideologías los han cegado de tal modo que buscan en modelos político-económicos únicos y simplones (que de ambos lados han probado ser rotundos fracasos) la panacea a todos los males y en las ideas que huelen un poco a la ideología contraria la suma de todos los males. Los temas sociales, políticos y económicos son complejos, las ideologías a ultranza intentan reducirlos, pero no se puede simplificar lo que es por naturaleza complejo.
5. Los xenófobos de todos lados que atribuyen siempre a los "otros" (cada quien tiene sus "otros") la causa de sus propios males sociales.

A pesar de todo lo anterior, insisto, agradezco que existan estos espacios. Lo que se conoce como Web 2.0, que consistió en hacer de Internet un medio interactivo en que los usuarios finales puedan interactuar, expresar sus reacciones, sus puntos de vista y compartir su propia información, es grandioso. Tan grandioso que nos permite hacernos nociones más precisas de lo que somos como sociedad, como colectividad, como humanidad, pues podemos conocer lo que viene de muchas más personas (con acceso a Internet, repito, porque todavía hay millones que no lo tienen) y no sólo de los grandes medios de comunicación masivos. Lo que a veces no me resulta tan grandioso es saber que como sociedad estamo mucho más atrasados que la idea que uno se hace cuando convive con su grupo más directo y se engaña pensando que todo es mejor de lo que realmente es. Tal vez esta interacción con todos los puntos de vista (aun los que uno considera retrógrados) sea el primer paso para avanzar hacia una sociedad, donde la gente sea más libre, viva mejor y sufra menos. Pero quizá sea más de lo mismo. De lo que estoy cierto es de que falta mucho más que la Web 2.0 para que se impongan la bondad humana, la inteligencia, la creatividad para ser y para hacer mejores personas.

martes, abril 17, 2012

Las bocas del toro

Este blog ya está tomando la costumbre de llegar un poco tarde a los acontecimientos. La culpa no es del blog, cabe anotar aunque ya es obvio, sino de su autor, o sea, el que esto escribe. Venir a contar de mis vacaciones casi dos semanas después de que ocurrieron no sólo hace que el artículo pierda relevancia, sino también acuciosidad, porque se olvidan los detalles al desdibujarse los recuerdos con el paso del tiempo. Aunque sólo sean unos días, sepa el querido lector o el lector a secas porque al desconocer de quién se trate no puedo saber a priori si es querido o no, que la memoria es muy escurridiza y va desechando con demasiada presteza los pormenores de lo vivido. Me quedé con remordimiento de conciencia de haber hecho la aclaración de que puede haber lectores no queridos, en general debo advertir que yo soy de corazón querendón por lo que esa posibilidad es remota y espero que no sea causa de una ofensa no intentada. Es sólo que a mí me da por tratar de abarcar casos hipotéticos, costumbre adquirida por una exposición temprana y erradas interpretaciones de los códigos civiles de corte napoleónico. Dispénseme pues el lector y dése a la tarea de considerarse querido por mí y por media humanidad, si así conviene a su tranquilidad mental.

Entrando en materia, que no es realmente materia sino que pertenece al mundo de las ideas, procederé a relatar unos cuantos detalles de un viaje que hice con motivo de los días de descanso laboral que acarrea la Semana Santa. Claro, así que ustedes digan la "semana" "santa" pues conviene ir desde el principio aclarando que en lo que respecta a mis vacaciones no fueron toda la semana, sino únicamente jueves y viernes, y lo de "santa" pues lo sería para algunos, pero no es difícil concluir que santa, santa, lo que se dice santa, no creo que aplique para todos.

El destino elegido en esta ocasión por mí y por un amigo, Mauricio, fue Bocas del Toro, Panamá. Se trata de un archipiélago ubicado en el Caribe en la parte septentrional de Panamá (adviértase y reconózcase el estilo de redacción de Wikipedia, aunque no es de ahí que he tomado la información, sino como quien dice de mi propia experiencia empírica y de mi afición por siempre estar viendo mapas). Ya ustedes con leer Caribe se podrán ir imaginando que el lugar es precioso, el clima privilegiado, las aguas azul turquesa, la vegetación abundante y lujuriosa. Y tendrán razón si así se lo imaginan, porque así es la realidad. Lo que no van a saber, porque aún no se los he contado y porque la verdad carece de mucha importancia, es que me fui manejando mi carro desde San José, la capital costarricense, hasta la fontera con Panamá. Los paisajes del camino ya hacían valer la pena el viaje: hubo que cruzar un parque nacional ubicado en un bosque húmedo y nuboso donde llueve todo el año, descender de una altitud de 1200 msnmm hasta el nivel del mar, pasar de un altiplano habitado por mestizos a una costa habitada por afrocaribeños, en un lapso de tres horas. Después bordear las costas del Caribe costarricense por una hora más hasta llegar a la frontera con Panamá. Aquí debo suspender el relato temporalmente para hacer dos disquisiciones:

1.- La provincia de Bocas del Toro formó en aquellos inmemoriales tiempos de la Colonia Española parte de la provincia de Costa Rica. La provincia de Costa Rica a su vez era parte de la Capitanía General de Guatemala que tenía algunos vínculos administrativos con la Nueva España (cuyo nucleo es ahora lo que llamamos México). En un breve tiempo posterior a la independencia de España de la Nueva España, que como debería resultar obvio dejó de inmediato de tener ese nombre tan colonialista para tener uno más aborigen (México), existió lo que vamos a llamar (ya muchos lo han hecho antes que yo) el primer imperio mexicano. Agustín de Iturbide se llamaba el efímero emperador de unos territorios que empezaban al norte en la alta California (que ahora es simplemente California) y terminaban al sur, adivinen, en el área que ahora conocemos como Bocas del Toro y que constituye el centro de este relato, de este relato que en realidad es policéntrico por mi manía de no concentrarme en una sola cosa. Ergo, yo me anduve paseando en lo que por muy breve tiempo y con muy pocas consecuencias palpables fueron los confines meridionales del efímero primer imperio mexicano. Luego ya nuestros próceres entraron rápidamente en razón y declararon a México una república, los centroamericanos crearon una República Centroamericana que también en lo que canta un gallo se convirtió en cinco naciones independientes que sobreviven hasta nuestros días. Bocas del Toro por razones que desconozco terminó perteneciendo a la Gran Colombia, que después perdió lo de Gran y también se fraccionó en varias naciones, una de las cuales terminó siendo Panamá y ahí fue donde quedó Bocas. Fin de la primera disquisición, ahora viene la segunda.

2. La frontera terrestre Costa Rica - Panamá. Esto debería ser un relato independiente pero dado que sería pura diatriba, nada más que quejas, mejor lo trataré de resumir al máximo. Cuatro horas y media haciendo fila en el rayo del inclemente sol caribeño esperando a que un funcionario de migración costarricense nos sellara el pasaporte de salida. Ese fue el muy resumido recuento de una experiencia que ya en los hechos no me pareció nada resumida. En otra ocasión me había ya quejado de lo discursiva que termina siendo esa bonita noción de la hermandad latinoamericana. De esto se da uno cuenta de inmediato cuando trata de atravezar una frontera entre dos países, tan amigos en este caso, como lo son Costa Rica y Panamá. En mi corta carrera diplomática he asistido ya a demasiados eventos en los que uno escucha a cada rato "facilitación del tránsito de personas", "simplificación aduanera", "integración regional o subregional", etcétera. Uno lo da por un hecho, pero la verdad es que no lo es. La única frase que resulta cierta en los discursos políticos termina siendo la de "aún falta mucho por hacer". Pues sí, porque no es de Dios que sólo haya una ventanilla de migración abierta, tanto para entrar como para salir del país, cuando la demanda de gente excede cuánticamente la capacidad de un funcionario para atenderlos. Todo esto sin contar que el respeto por hacer fila decentemente no es una virtud tan latinoamericana. Esa fue la única queja del viaje.

Lo demás fue eso, Caribe, contemplar arrecifes con miles de peces que parecen los compañeritos de escuela de Nemo paseando entre corales de diferentes colores y pepinos de mar. Tal vez no estaban paseando los pecesitos sino buscando comida, pero para el incauto snorkeler así lo parecía. Playas de arena clara perturbadas por el verdor de una vegetación que no cede un palmo (excepto a la construcción de hoteles, claro, pero para efectos descriptivos estas aclaraciones sólo estorban), apoyada por lluvias tormentosas durante la mayor parte del año. Hordas de turistas de un número incontable de nacionalidades. En este nuevo mundo multipolar y de potencias emergentes, ya no únicamente los estadounidenses, canadienses y europeos pueblan estos centros recreativos, ahora tienen que compartir lugar con muchos latinoamericanos, asiáticos, australianos y demás que han decidido que cuando hay oportunidad y American Express para soportarlo, hay que dejar el rancho e irse a pasear por el mundo.

Entre las muchas cosas que disfruté tremendamente fue pasear en bicicleta por la principal isla del archipiélago, isla Colón, para llegar a montón de playas casi vírgenes (dicen que se puede ser casi virgen) o al menos que así lo aparentan. Asolearse aunque mi bronceado nunca lo presuma, pasear por un pueblito con casas de vívidos colores de inconfundible arquitectura y manufactura caribeña. Y no pensar en el trabajo, en la oficina, en los pendientes. Autoengañarse sobre la facilidad de la vida y aprovechar el momento para recargar baterías, porque siempre hace falta, abstraerse y sustraerse de lo continuo, de lo cotidiano, de lo rutinario. Hacer la debida pausa, respirar profundo, contemplar lo que es bello y luego, el lunes próximo, volver a la vida que se ha elegido para vivirla también como es debido.

martes, marzo 27, 2012

Irregular y agradecido

Siempre se ha sabido que el humano es el animal que tropieza más de una vez con la misma piedra. Aunque yo lo pongo en duda. También habrá caballos medio torpes, topos más ciegos que otros, jabalíes poco prudentes. En fin, que hasta que Animal Planet no haga un documental sobre el punto, yo no puedo jurar que no sea el caso. Tampoco creo que Animal Planet haga nunca un documental sobre el tema, me parece que por cuestiones de rating. Ok, yo ya me desvié del tema antes de haber siquiera empezado. Esta entrada a mi blog se refiere a la valoración física que te hacen en el gimnasio y sobre cuyos desastrosos resultados ya me había referido yo en otra ocasión. En esa otra ocasión, el problema mayor resultó ser que tenía las rodillas una apuntando para cada frontera. Pero me lo dijeron de una manera que me sobrecogió el ánimo. A los días me repuse, año y medio después ya hasta lo había olvidado y volví a acudir a una evaluación física.

Esta vez no todo estuvo tan mal, a decir verdad, me dijeron que mi nivel de grasa era adecuado. La vez anterior me habían dicho que tenía "demasiado poca" grasa ("demasiado poca", para empezar, me suena a pecado gramatical) y, además, que eso podía ir en contra de mi hígado. Yo sufrí casi que un cuadro de depresión con ese diagnóstico tan severo y me puse a comer cuanto postre me salía en el camino, lo cual como era de suponerse no era necesario.

Lo que sigue igual desde mi última revisión son mis rodillas chuecas. No se han corregido y al parecer nunca se corregirán. Siempre mirará una hacia Chihuahua y la otra hacia El Paso, Texas. Pero la instructora fue muy clara, me dijo que de eso no me iba a morir. Menos mal, porque morir a causa de unas rodillas chuecas debe de ser una de las formas más absurdas de llegar al panteón. Lo que sí me advirtió es que mi delicada condición sí tiene un efecto negativo en las suelas de mis zapatos: los desgasto de la parte de afuera. Tenía razón. Ahora bien, encontró un defecto más a mi ya de por sí desvencijada figura. Tengo los talones chuecos. Y eso no es todo, las rodillas apuntan hacia afuera, pero mis talones apuntan hacia adentro. De lo cual tampoco me voy a morir, pero adivinen qué. Mis zapatos se desgastarán por la parte de adentro. Tenía razón. Las suelas de mis zapatos se desgastan por dentro y por fuera, lo cual seguramente tendrá muy contento a los accionistas de Adidas pero a mí no me hace ninguna gracia.

Después pasamos a otros descubrimientos que, en conjunto, demuestran que soy una cosa parecida a las pinturas de Picasso. Un hombro más abajo que el otro, el pecho más ejercitado que la espalda, contracturas musculares del lado derecho, pero no del izquierdo. Es decir, que mi cuerpo y la simetría, resulta ser, no se llevan muy bien. Pero, insisto, de ninguno de esos defectos me voy a morir.

Ya estábamos yo y la instructora haciendo migas, porque yo podré ser de fisionomía irregular pero también soy algo simpaticón, cuando vino el momento nazi. Sí, nazi, que esta cosa es seria. Me preguntó si yo tenía ascendientes de raza aria. ¡Jesús bendito! - pensé yo - a no ser que me deje el bigotito a la Adolfo Hitler, no me encuentro ni remotamente ario. Le dije que no, que hasta donde yo tenía conocimiento tenía ancestros del sur de Europa pero no del norte (en esto de los ancestros nunca se sabe, eso sí), porque en mi cabeza "ario" suena a supremacismo germánico y me da como escalofríos. En realidad, ario se usó originalmente casi como sinónimo de lo que hoy diríamos caucásico o europeo. El pueblo ario parece ser una noción sobre la que no hay nada de claridad, pero sí es claro que durante el nazismo se empleó el término con efectos moralmente devastadores: eugenesia, segregación racial y un tremendo holocausto de judíos y gitanos que da cuenta de las peores bajezas a las que puede llegar la civilización (o, mejor dicho, la falta de ella). En fin, que la instructora lo que quería decir es que los arios tienen huesos largos y cuerpos "agradecidos" (que no acumulan mucha grasa y se ejercitan con poca actividad); además, que son proclives a pocas enfermedades. Dado lo anterior, ella remató "no, si Hitler tenía su punto, tienen muchas ventajas". Mi cara se puso así :o y sólo alcancé a agregar algo como "aunque moralmente ningún punto, ¿verdad?". Digo, sólo para quedar claros, aunque era obvio que la instructora no tenía ninguna simpatía ni por Hitler, ni por ninguna clase de supremacismo y para ella la palabra "ario" era neutra (porque hay gente que cree que las palabras pueden ser neutras y otros, como yo, que creemos que hay palabras que llevan trampa). La conversación se estaba tornando incómoda por lo que decidí volver al tema de mis rodillas chuecas que, mal que bien, forma parte de mi zona de confort. Como era viernes en la noche, tomé mi cuerpo irregular y agradecido para llevármelo a otro lado e iniciar el fin de semana. Y así lo hice.

martes, marzo 13, 2012

De hipocondrias y mis otros demonios

Si buscara alguna característica que me definiera sin márgenes de duda, probablemente tendría que ir eliminando uno a uno los adjetivos tajantes de una larga lista de adjetivos tajantes que seguramente me propondría. Soy tolerante, pero no tanto; decente pero sin exagerar; inteligente pero no como para que llame demasiado la atención; no soy muy guapo pero tampoco llego a ser feo; se me da el optimismo pero me lo modero yo mismo. En fin, que de muchas cosas soy solo un poco, sin decidirme radicalmente a ser ni a hacer nada. Pero de la característica de mi persona sobre la que no cabe ningún género de duda es que soy hipocondriaco. Generalmente sano, ¡a Dios gracias!, pero sin duda un completo y ruin hipocondriaco.

Digo que afortunadamente soy muy sano, porque mi mente macabra urde el peor diagnóstico cuando siento el primer síntoma y me empiezo a poner de un nervioso que da miedo (bueno, a mí me doy mucho miedo). Ante el dolor de la más mínima importancia ya me estoy declarando arterioesclerótico, frente a la más leve roncha ya me hallo la lepra más devoradora, o si me empieza a doler la garganta me pienso a un paso de la neumonía congénita, crónica y terminal.

La semana pasada fue una de ésas semanas. El lunes amanecí como cualquier otro, o sea, un poco atarantado del fin de semana pero amodorradamente listo para iniciar la siguiente. El martes, en cambio, parecía yo el pájaro de las cuatrocientas voces con la garganta hecha un nido de bichos. Como además de hipocondriaco soy también muy necio, decidí que aun sintiéndome como si me hubieran dado un mazazo en plena nunca, me iría a la oficina y que seguramente ahí se me quitaría. Error. Obviamente error. Me empezó a subir la fiebre, me dolían hasta los vellos y no encontraba posición que me hiciera sentir menos miserable. Dando tumbos tuve a bien pedir ayuda y buscar un médico, aterrado ante lo que yo asumí era un dolor de riñones (y, obvio, yo ya me sentía en una cámara de hemodiálisis, seguro de que padecía deficiencias renales severas... y tal vez también hepáticas, que ya dentro de las entrañas todo está muy pegadito).

Lo que yo creía dolor de riñones, terminó siendo una simple contractura muscular, que sentí por la fiebre que me causó una infección de garganta y amígdalas. Ya saben, una común y corriente infección de las vías respiratorias, que nada tenía que ver con la enfermedad rara que yo estaba casi seguro de tener, porque acaba de pasar el Día Internacional de las Enfermedades Raras (no estoy bromeando, existe ese día y juro que acaba de pasar). Los medicamentos y mi terrorista dedicación a los cuidados médicos funcionaron de inmediato y en dos días estaba sintiéndome mejor. No sin antes, claro, porque esto no se acaba así como así... no sin antes haber tenido un fiebrón que me dejó a punto de ebullición por algún rato y que me causó una erupción masiva de fuegos labiales. En ésas estoy ahora. Ya se me secaron las erupciones - la destrucción de Pompeya por el Vesubio fue un detalle comparado - pero ahora toca traer la cara como la del actor principal de la Pasión de Cristo en las últimas escenas (que si fuera de las primeras escenas no me quejara yo tanto). Entonces, claro, ahora toca tratar de hablar con las personas mirándote a los ojos sólo para darte cuenta de que no hay manera, de que la vista de los demás caerá invariablememente a tus costras labiales. Ahora sé lo que deben de sentir las mujeres de poitrine abundante y escote generoso, con eso de que no las vean a los ojos. Pero, bueno, que le vean a uno la poitrine de vez en cuando tendrá por ahí su punto, pero que le vean fijamente las costras pues nomás es que no hace gracia. Y es que ya tengo yo suficiente con lidiar con mi hipocondria como para, además, tener que andar lidiando con las costras...

miércoles, febrero 29, 2012

La membranosa aduana

¡Qué bonito es sudar! Es igual a vivir. Es saber que por dentro estamos llenos de algo. Que los poros del cuerpo son la membranosa aduana que comparte nuestra materia con el espacio que nos es adyacente. Es bonito sentir, disfrutar un olor, reposar la mirada en lo que encontramos bello. Oír una canción que estimule la nostalgia, que nos haga bailar, sonreír o llorar.

Porque aun a la prosa cursi y mal lograda de estos párrafos, no le escapa la idea de que somos materia entretejida con alma.