viernes, septiembre 26, 2008

Conflagraciones cósmicas

Yo, la verdad, me niego a creer que algunos de esos llamados "mal día" sean simplemente obra de la casualidad. No ¡qué va! Es una necedad culpar a la simple casualidad de la malvada reunión de una serie de eventos desafortunados. Voy más por la teoría de que algún ser superior se encuentra muy ocioso y le resulta divertido andar haciendo sufrir a los mortales. No pienso ponerme a describir con lujo de detalles mi último "mal día" porque incluye detalles que no deben ser discutidos en la arena pública, pero, insisto, no puede ser casualidad que cuando más te urge entrar al baño el universo entero parezca conspirar para que no ocurra el feliz momento de la relajación de los músculos adecuados y la respectiva eliminación de los líquidos de los que el cuerpo puede prescindir.

La culpa la empieza teniendo el bombardeo de información sobre el cambio de hábitos para ser saludable. En especial el concerniente al aparente consenso de que hay que tomar mucha agua. Anteriormente a hacer caso a tan desabrida recomendación, no tenía ningún problema logístico, porque mi vejiga tenía la capacidad de almacenamiento suficiente para todo el día, pero después de haberte tragado dos litros de agua no hay manera de sobrevivir sin tener un baño a mínimo un radio de diez metros. El caso es que ayer a la hora de salir de la oficina la naturaleza llamó a mi puerta (metáfora cursi para decir a mi uretra), así que me aguanté un poco para a la hora de la salida (mía no de mis líquidos) pasar por el baño e irme a casa tranquilo. Cuando llegó la hora de la salida (tanto mía como de mis líquidos) me apresuré para pasar al baño y cuál sería mi desagradable sorpresa al leer un maldito e improvisado anuncio que decía "estamos reparando la cisterna, pase a otro baño". Ya con mayor sentido de la urgencia me apresuré para llegar a la planta baja del edificio, donde tenía geográficamente ubicado el único otro baño que se me ocurrió. El diablo seguramente esbozó una sonrisa cuando llegué sólo para descubrir con mucha aflicción que había un letrero idéntico "estamos reparando la cisterna, pase a otro baño". Oh my goodness!!! - pensé - (porque cuando quiero ir al baño me pongo muy bilingüe). Entonces, tomé valor y decidí esperarme al baño de una tienda departamental que está contigua al estacionamiento donde dejo mi carro, como a tres cuadras de la oficina. Pues tres cuadras se oirá muy cerca, pero cuando la naturaleza está llamando desesperadamente a la puerta (¡qué digo llamando! Cuando la naturaleza se ha convertido en un tsunami que quiere llevarse a su paso a tu puerta...) y además está como lloviendito y la tarde ha refrescado bastante en el Valle de México, pues tres cuadras te parecen una eternidad en el noveno círculo del infierno de Dante. Pero eso no era todo, todavía tenía que pasar al cajero automático porque no traía ni un peso para pagar el estacionamiento, así que mi tortura duraría un rato más, porque ahora se les ocurrió a los bancos que cada vez que insertas tu tarjeta eres sometido a una encuesta de filantropía que incluye preguntas como ¿desea ayudar a los niños con problemas de aprendizaje de la sierra negra de fulanito estado con altos índices de marginación? mi vejiga dictó la respuesta: - No -, y continuó inquiriendo el aparatejo ¿está seguro de que no desea apoyar con 20 pesitos a los niños con problemas de aprendizaje de la sierra negra de fulanito estado con altos índices de marginación? Mi vejiga gritaba como loca - Noooo y ya devuélvele la tarjeta a este ingrato que ya no resistoooo. Pero no, el maldito cajero todavía increpó "los niños con problemas de aprendizaje de la sierra negra de [...] se lo agradecerían muchísimo. Ya para entonces unos colores iban y otros venían en mi atribulada cara. No atiné sino a pulsar una y otra vez la tecla "Cancelar" para que me devolvieran mi plástico y sin poder meterlo a la cartera salir corriendo a la tienda donde estaría el baño que habría de convertirse en mi paraíso.

Pero claro, era uno de esos "mal días" y cuando logré averiguar donde estaba el baño que había sido muy estratégicamente ubicado al fondo del departamento de ropa interior femenina - a donde jamás entro - y abro la puerta con una desesperación que ya rayaba en demencia, se me aparece la cara de un viejito que hacía la limpieza y que había clausurado el baño para hacer sus tareas con mayor parsimonia. Estuve a punto de decirle que no me importaba que estuviera presente que lo mío era una urgencia, pero en eso vi su cara - mezcla como del Jorobado de Notre Dame con Chucky el muñeco diabólico - que pudo más el miedo a lo desconocido que el dolor de las vías urinarias. Logré escuchar que masculló algo como "pase al baño del quinto piso", cuando empecé a correr entre la ropa interior de damas - algunas prendas, debo aclarar, no eran muy correctas para una dama, pero ésa es otra historia - y traté de subir las escaleras dando pasos tan largos como permitieran mis piernas sólo para darme cuenta que no era buena idea extender tanto los músculos de la región pélvica. Una vez asumido que eran mejor pasos pequeños y acelerados logré llegar a una velocidad casi olímpica - paralímpica, para ser sincero, dada la reducida movilidad de la que era víctima -. Finalmente el destino me permitía dar rienda suelta a mi fisiología, acompañado por las grandes lágrimas que se asomaban para atestiguar lo que ya me parecía un milagro, mientras escuchaba la deliciosa música de ambiente, que descubrí después que no se oía, sino que mi mente la estaba componiendo como oda a la terminación de las mortificaciones de mi cuerpo.

Entonces, no. Que nadie me diga a mí que tanta mala suerte se la debía yo a la casualidad. En esos días todo el cosmos conspira contra uno y vaya que se esmera en los pequeños detalles.

martes, septiembre 23, 2008

Dudas existenciales... y respuestas que no deberían existir


- ¿Qué le ha hecho más daño a la humanidad?
La competencia está muy cerrada entre las guerras y la década de los ochenta.

- ¿Yo existo?
Para desgracia de los lectores de esta entrada, sí.

- ¿Qué es la felicidad?
La gran mentira del siglo XX (y XXI, al parecer).

- ¿Fue primero el huevo o la gallina?
El gallo Cornelio (dogma de fe, a decretarse por el papa Basilador XVIIIII en el año 2067).

- ¿Existe Dios?
Sí (dogma de fe, también a decretarse por el papa Basilador XVIIIII).

¡Ay ya! Basta...

miércoles, septiembre 17, 2008

Washington, D.C.

No, no se trata este artículo de ninguna opinión no solicitada sobre la política exterior estadounidense, como podría inferirse de su titulo y vale más aclararlo antes de perder a los potenciales lectores no interesados en la materia. Digo que no, el título únicamente refiere a que la pata de perro que obra como brújula de mi vida me llevó esta vez a la capital de los Estados Unidos de América. Fue, curiosamente, la razón de este viaje, el celebrar la independencia de México, justamente ahí en la capital del país del cual ahora somos más dependientes los mexicanos. Pero bueno, tampoco hay que ponerse susceptibles porque no está uno siempre para andarle escarbando a los simbolismos. En realidad, el asunto es que con motivo de los festejos patrios de la independencia nacional - que se celebra el 16 de septiembre - hubo una excelente oportunidad de formar lo que se conoce como puente y así tuve la dicha de poder hacer un viaje relativamente largo - casi cinco horas en avión de ciudad de México hasta allá -. La causa real de la elección de mi destino fue la invitación constante que había venido haciendo mi amigazo del alma, Marcos Moreno, conocido en el mundo angloparlante como Marks Brown, quien estudia nada más y nada menos que en Georgetown University (agréguese tono de orgullo y admiración, jeje).

El caso es que conocí Washington, después de mucho tiempo de haber querido hacerlo y la impresión fue muy buena. Es una ciudad, como todos lo sabemos, capital del imperio de nuestros días, por lo que está llena de íconos que forman parte del imaginario colectivo de una gran parte de la población mundial. Y como ciudad imperial que es resulta muy interesante contemplar los monumentos a sus instituciones más importantes: la Casa Blanca, el Capitolio y la Suprema Corte, sedes de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial estadounidenses, respectivamente. Y no sólo a las instituciones sino también a sus propios héroes, símbolos y valores: el Lincoln Memorial, los Archivos Nacionales que resguardan su Constitución y la Declaración de la Independencia, o el monumento a Washington (también conocido como el Obelisco) que debo haber visto antes en cinco mil películas.

Pero, además de capital de EUA, la ciudad es sede de algunos de los organismos internacionales más importantes en el tramado de las relaciones entre las naciones, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organizacion de Estados Americanos que han, todos ellos, configurado la realidad mundial a partir de la segunda mitad del siglo XX (para bien o para mal, que prometí reservarme mis opiniones no solicitadas sobre política exterior). Sin dejar de mencionar que ahí tienen también su asiento cientos de embajadas de prácticamente cualquier país del mundo (Cuba e Irán, evidentemente excluidos). Todo esto, le da a la ciudad una población muy cosmopolita que puede fácilmente distinguirse en la ciudad.

Washington tiene, además, muchos museos muy importantes, como la National Gallery of Art, el Museo Nacional del Aire y del Espacio, el de Historia Natural, el de Historia Estadounidense y toda una larga lista de museos, galerías y hasta un zoológico que pertenecen a la Smithsonian Institution, la mayoría de los cuales están localizados en un área que se conoce como National Mall, al centro del cual está el Obelisco, y alrededor (en forma de cruz) el Capitolio, el Lincoln Memorial, la Casa Blanca y el Jefferson Memorial. Esto es lo que se refiere a grandes monumentos pero también es lindo contemplar algunos barrios que tienen un encanto particular, como Adams Morgan o el propio Georgetown que son realmente fascinantes. En particular, este último barrio es fascinante, con un aire muy tranquilo, provinciano hasta cierto punto, pero a la vez cargado de restaurantes y tiendas con mucho estilo que le dan un aire muy distinguido.

La mayor sorpresa para mí fue el clima de la ciudad que yo había asumido sería fresco o hasta frío a esta altura del año, porque así me imagino yo todo lo que queda al norte. Sin embargo, resultó todo lo contrario pues la ciudad más bien tiene un clima subtropical y es extremadamente húmedo y caliente durante el verano y, claro, como septiembre todavía es oficialmente verano pues el sudor fue mi compañero inseparable del viaje.

Como todo viaje lindo tuvo experiencias muy satisfactorias, entre ellas convivir con los compañeros de maestría de Marcos, con los que pude sin ningún pudor expresar mis opiniones no solcitidadas sobre política internacional, que es lo que estudian. Además de recorrer los museos, platiqué con algunos locales que viven contentos en su ciudad a la que consideran justamente muy liveable, o sea, muy vivible y con los cuales estuve de acuerdo. También tuve la dignísima ocasión de festejar el grito de Independencia, que dirigió nuestro embajador ante Estados Unidos, Arturo Sarhukán, en la sede de la OEA (Organización de los Estados Americanos), que está ahí casi junto a la Casa Blanca, para que no quede mucha duda de quién manda en el continente. Fue una linda experiencia, porque aparte de que hubo botanitas mecsicanaus gratis y tequila y cerveza Corona y hasta horchata enlatada (faltaron los Jarritos), sigue siendo emocionante gritar ¡Viva México! y que vivan los héroes de la Independencia (que por cierto son todos los que perdieron los que de acuerdo a la costumbre se proclaman esa noche, con excepción de la selección nacional). Es más, hasta tuve la oportunidad de reclamarle su antipatriotismo simbólico a un funcionario de la embajada que nos contó que ya se iba a cenar un gazpacho, porque ¡por vida de Dios! que cenar gazpacho justo el día que celebramos la independencia de España me parece a mí, verdaderamente, una afrenta, jajaja.

Y así puede resumirse mi viaje, si de lo que se trata es de evitar palabras: caminar, sudar, visitar, sudar, platicar, comer, cenar, caminar, sudar, disfutar, sudar, volver, dormir y despertar a las cinco de la mañana del día de hoy para recuperar mi sacrificada rutina para tener ingresos para poder hacer viajes y caminar y sudar y disfrutar.

lunes, septiembre 01, 2008

Diálogo de sordos

- ¿Cuál sería tu peor defecto, Rafael?
- El perfeccionismo
- ¡Jah! ¡Asústame Panteón!
- ¡Oh! ¿ps qué tiene de malo?
- El perfeccionismo es la respuesta cliché a esa pregunta cliché, únicamente para evadir la honestidad de mencionar un defecto de verdad y no una meta-virtud con una ambigua pero suficiente connotación positiva como para que parezca que respondiste la pregunta pero seguir quedando bien. Ya, ca$%#ón, responde honestamente...
- ¡Mta! pero qué necesidad de evidenciarlo a uno, pues.
- Anda, anda... anímate, respira profundo y da a conocer tu peor defecto.
- Bueno, ya puestos a escoger, yo diría que mi peor defecto es la impaciencia.
- What the fuck!!! No, ya ponte las pilas, di uno de verdad.
- ¡Hey! Si supieras las estupideces que me ha hecho cometer durante toda mi existencia, en particular en los últimos tramos, sí me la concederías.
- La impaciencia sí se oye como defecto, pero no creo que sea el peor que tengas, no offense. Tengo la impresión de que hay mucha más tela de donde cortar.
- ¡Ah qué la fregada contigo! Definitivamente, una vez hecho un exhaustivo ejercicio de introspección, no daré marcha atrás esta vez. El peor de todos mis defectos (en cerrada competencia con la arrogancia, la terquedad y tener una piel que no se broncea bien) es la impaciencia.
- Bueno, ¿y estás trabajando para corregirlo?
- Sí, la verdad, estoy impaciente por quitármelo de encima...

(MUTIS)