viernes, mayo 30, 2008

Pescadito malo y cruel

¿Se acuerdan de lo orgulloso que estaba por lo ricos que me salieron los tacos fish? Ah, pues una buena mayoría de los que lo comieron se enfermaron del estómago. Ooots. Yo no me enfermé y eso que soy de panza delicada. Además, los síntomas fueron muy variables que si unos náuseas, que si otros llegaban al lamentable estado del vómito y, al que peor le fue (sólo a uno) tuvo que hacer viajes relámpagos y repetidos al baño a altas horas de la noche. Sin embargo, uno podría decir "algo está podrido en Dinamarca" (y espero que lo podrido no haya sido el pescado) y preguntarse qué fue lo que pasó que unos se enfermaron hasta el día siguiente y otros tantos dos días después. Nada qué ver con aquel banquete de Como agua para chocolate, en el que el drama colectivo empezó pronto y simultáneamente. En mi caso (si es que fueron mis tacos los causantes de la epidemia de vecinos), tuve a bien procurar el efecto cuenta-gotas, para no provocar escasez en las farmacias del barrio del jarabe ése color rosa que se usa para todo y no sirve para nada.

Bueno, eso y el hecho de que ahora recorro diariamente en carro la desproporcioada distancia de 43.5 kilómetros en tres trayectos: casa-universidad-trabajo-casa, a horas de tráfico que no me simpatizan, son los dos datos duros que tenía la obligación moral de reportar, como buen pretexto para mandar un saludo al universo paralelo en el que no vivo.

lunes, mayo 26, 2008

Como les decía yo...

Hoy hice otra cosa más que es de adultos. Puse un gesto duro, grave, entre autosuficiente y convencido de que soy realmente un adulto. Pero, debo advertir, no fue fácil. Primero, porque me tuve que levantar a las cinco de la madrugada, mientras el resto de la ciudad lucía apacible bajo un cielo que se ha olvidado de mostrar las estrellas. Ni siquiera cantaba el gallo del vecino exhuberante que tuvo la grandiosa idea de criar un animal de granja en una colonia central de la ciudad de México. Ni siquiera había emitido su primer ki-ki-rikí cuando yo yacía tirado en la cama con los ojos abiertos y extendido en forma de X, mientras maldecía al despertador por su desagradable melodía (todas las melodías de despertador son por naturaleza desagradables). Había que levantarse porque las cosas de adulto se hacen temprano. Y había que crear una rutina, porque sin ellas se desorienta uno fácilmente, como le pasó al pobre gallo del vecino que está sumido en una terrible crisis existencial porque no se entera bien qué pasa con el día y con la noche, así que ya canta a las horas más insospechadas para el desasiego de la comunidad de vecinos que están haciendo su mejor esfuerzo para construir su estilo de vida pequeño burgués, cmoo para que un maldito gallo les haga pensar que si mucho apenas llegan a una aristocracia rural de la que quisieran olvidarse. Segundo, porque estaba muy cansado porque ayer con ocasión del cumpleaños de mi comadre se me ocurrió que sería buena idea comer lo que se conoce como taco fish y que son tiritas de pescado capeadas y con ensalada de zanahoria y repollo. Lo que no se me ocurrió cuando sugerí esa magnífica idea es que sería yo quien me encargaría de cocinarlos. Y, lo peor es que mi experiencia previa en la cocina, en general, y en ese platillo, en particular, es nuuuula. Además, no encontré en el super lo que se llama "capeador" que es la mezcla que se usa para capear, así que tuve que prepararla yo (nivel gran maestre de gastronomía). Lo bueno de todo fue que me salieron requete-recontra-ricos y se produjo un consenso muy favorable sobre mi platillo, con lo cual mi ego culinario (se oye horrible eso de culinario, demasiado cerca de una región anatómica que no debería ventilarse mucho en la cocina), digo que mi ego "cocinario" compensó los efectos en el cansancio que tuvo la friega de preparar dos kilos y medio de pescado, que ni nuestro señor Jesucristo hubiera podido multiplicar como parecía hacerlo yo, porque del recipiente parecían salir cada vez más y no me dejaban sentarme a comer.

El caso es que les decía yo que tenía que construir una rutina, que empezará a las cinco de la mañana, porque entre las ocurrencias que he tenido recientemente se me puso que sería buena idea dar clases en una universidad. Queda la universidad en lo que sutilmente denominaremos la Quinta China, que es muy lejos, en el mismo barrio donde estudié la maestría y del cual yo quería olvidarme. Resulta que el destino es como muy bromista así que me puso un cuatro del tipo "¿quieres dar clases? ok, pues yo pongo las condiciones". Y yo tiendo a contestar a ese tipo de bromitas con un sí incondicional y a priori, sin matices, sin la menor previsión de las consecuencias de mis palabras. Entonces la clase resultó ser de lunes a viernes, de siete a nueve de la mañana, en casa de la fregada (en la hermana república de la Quinta China) y en un tema que me tiene estudiando de maneras que ya había tratado de poner en el olvido.

Con todo y la larga diatriba que acabo de aventarme, en realidad estoy muy contento porque además de que ahora sé que el taco fish me queda delicioso, la aventura de dar clases promete darme muchas satisfacciones (espero opinar lo mismo cuando acabe el curso).

miércoles, mayo 21, 2008

De colores...

Yo no sé si tener un blog crea un compromiso moral con los demás de estar publicando cosas, pero yo siento una especie de remordimiento cuando han pasado varios días (o semanas) y no me he propuesto a sentarme frente a una computadora y escribir el tipo de boberías que escribo con singular facilidad.

Dicho lo anterior, confieso que me he sentido últimamente en deuda moral con mi blog (que es como un personaje independiente en mi vida) por haberme ausentado. Lo que pasa (y aquí empieza la justificación) es que traigo la cabeza algo puzzled (o sea, hecha bolas) con algunos temas que han requerido mucha atención racional y emocional de mi parte. No sé si ustedes compartan mi idea, pero yo creo que cuando se somete uno a ejercicios de exhaustivo análisis, siempre se termina igual o más desorientado de como empezó.

Pero lo que sí quiero manifestar con harto entusiasmo es que ya soy moreno, casi prietito diría yo. Resulta que descubrí que hay un método bastante saludable para agarrar color sin exponerse a los malignos rayos del sol y no me refiero aquí al maldito jugo de zanahoria, que a mí nunca me hizo el más mínimo efecto por más que mi paladar tuvo que sufrir por semanas por tomar un jugo que no disfruta. No, resulta que hay una crema (bueno, varias) que te broncean de manera automática con el siguiente mecanismo: cuando entran en contacto con las células muertas que tiene naturalmetne la piel, se encargan alevosamente de oxidarlas, lo cual hace que se pongan oscuras y éstas se convierten en pigmentos naturales que se van en unos días y vuelves a quedar como estabas, pero es sólo cuestion de volverla a aplicar y vuelves a agarrar color.

Así que ya no anda uno por la vida con aspecto de Gasparín, el fantasma amigable, o con el color de talco de María Antonieta, que pudo haber estado de moda en el siglo XVIII (tal vez) pero que en pleno siglo XXI sólo te hace parecer hijo/nieto del monstruo de Amstetten (o sea, el loco ése de Austria que tenía a su hija y los hijos que tuvo con su hija en un sótano... si no sabían de esta noticia, les recomiendo con extrema urgencia que ustedes también salgan del sótano, porque esa nota te la encontrabas hasta en la sopa). Ok, pues yo me siento como recién regresado de Cancún, aunque últimamente no he salido ni a Iztapalapa.

jueves, mayo 15, 2008

Y tú, nene, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?

A veces juego a hacer cosas de adulto. Pero cada vez juego más seguido. Y a veces da emoción, pero otras, nomás da "meyo", como que reclaman más seriedad de lo que hacía cuando el acné poblaba soberanamente mi rostro.

lunes, mayo 12, 2008

En resumidas cuentas

Cada fin de semana tiene su peculiaridad. El que acaba de pasar tuvo la peculiaridad de no tener mucha peculiaridad. La verdad es que ya traía muchas ganas de uno así. Excepto la reunión mensual con los amigos de la maestría de la que volví a ser anfitrión y en la que tuve a bien optar por pedir la cena a domicilio, para no tener que forzar a los invitados a que emitieran buenos comentarios sobre los improvisados y discutibles alimentos de mi creación. Extrañaba mucho desvelarme platicando en el lenguaje compartido de temas que le gustan al 0.000001% de la población mundial y que en la maestría nos apasionaban, sin prescindir de temas como el despojo del que está siendo víctima Christian Castro, por parte de una tal Lieberman. Pero, digo, terminar hablando hasta del sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988) o de los sentimientos irracionalmente antiyanquis que acarrea para algunos mexicanos la pérdida de los territorios del ahora suroeste estadounidense hace siglo y medio, seguro que no forma parte de las conversaciones más populares en reuniones donde hay alcohol.

Sábado y domingo me entregué a las mieles de la "fodonguería", que es el movimiento contracultural que consiste en: 1) no quitarse la pijama; 2) pasar en la cama al menos el 60% del día; 3) ver varias series y/o películas; y 4) comer palomitas de maíz y bebidas azucaradas y gaseosas.

No vayan a quedarse, eso sí, con la falsa impresión de que sucumbí de manera absoluta a la pereza mental y espiritual. No, qué va, la película que vi era sobre el tráfico de infantes con fines de explotación sexual (odio al mundo!!!) y, en cuanto a series, aparte de terminar la segunda temporada de Héroes que se desarrolla mejor que la primera porque dura la mitad de episodios y no tuvieron que mega-alargar el guión para efectos estrictamente lucrativos. Decía que, aparte de Héroes, estuve viendo hartos capítulos de Roma. Es otra serie de HBO ambientada en épocas de Julio César, cuando la República Romana fue convertida en Imperio Romano. Las intrigas se ponen rete-buenas, creo que hasta mejor que los chismes de la vida sentimental de Niurka, sólo que con menos silicón.

viernes, mayo 09, 2008

Ahora va en gráfico

Debe ser una desviación mental el exhibicionismo. Porque qué necesidad de andar publicando fotos en el blog, como si no se evidenciara uno con todas sus limitantes a través de la palabra escrita, para todavía documentarse gráficamente. Pero, como dijo una gran pensadora: "aaaanyway...". Aquí van algunas fotos del puente pasado, ubicadas todas ellas ni más ni menos que en Hermosillo.

Es relevante comentar al calce en esta foto que yo no fumo y estoy muy de acuerdo con la ley de protección a los no fumadores, con la que salir a divertirse se ha hecho mucho más placentero y para mi lavadora ha sido un descanso no tener que sacarle a la ropa el aroma terrible a tabaco que se impregnaba en mis vestiduras.

Ir a Hermosillo y no comer carne asada es una infracción más terrible que ir a Pisa y no tomarse una foto como sosteniendo la torre inclinada. Ahora bien, no estar dispuesto a cerrar la boca ni siquiera para la foto, raya en un acto de glotonería que no debe aprobarse ni para los sonorenses radicales. Ahora bien, los compañeros que tampoco quisieron desprenderse de la cerveza michelada ya están como para presentar su candidatura a AA.

La carne asada fue de los compañeros de generación de la Universidad de Hermosillo que, cosa rara, ya somos más bien simplemente amigos que classmates, aunque las evocaciones nostálgicas y graciosas de los tiempos de la universidad siempre estarán presentes.

Y si de consagrar lugares para salir se trata, siempre terminamos en una bar para el "pre-copeo" que termina siendo más que apto para "copear" y hasta para "post-copear". El lugar se llama Zagros y la foto que aquí pongo nos fue tomada por una de esas páginas de Internet para socializar, muy populares en Hermosillo, aunque si se fijan en el nombre se podrán dar cuenta de que no combina muy bien que digamos con mi perfil, pero, como diría aquella pensadora brillante: "aaaanyway".

Esta foto me hace recordar que si me preguntaran mis actividades favoritas, no tendría ningún empacho en contestar que son comer y platicar.

martes, mayo 06, 2008

Las sonorenses tierras

Había yo dicho con toda imprecisión que lo mejor que había eran los fines de semana. Mentí, mentí escandalosamente. Hay algo mejor que los fines de semana: los puentes. Obviamente no me refiero aquí al Golden Gate o al puente de Brooklyn que para fetiches arquitectónicos ya tengo con las iglesias. Hablo ahora de los fines de semana que convenientemente acomodados con los días inhábiles que están regados por el calendario escolar y laboral, crean una cosa híbrida entre vida normal y vacaciones que es una monada. Acabamos los mexicanos (no todos, en realidad) de chutarnos (aventarnos) un puente de dimensiones magnánimas. Siendo el jueves primero de mayo día del trabajo, había que celebrarlo de la manera más obvia: no yendo a trabajar, por vida de Dios!!! que las conquistas sindicales todavía no son suficientes. Pero además tenemos los mexicanitos un día festivo muy singular: se llama 5 de mayo. Este día se festeja lo que popularmente se conoce como "la batalla de Puebla". Bien a bien nadie sabe porqué, pero es un día de gloria para la Patria, porque hace como siglo y medio (creo que en 1862) el ejército mexicano logró derrotar a los franceses, el ejército más poderoso de la época. Así leído suena bastante honorable, sobre todo para un país que, viéndolo bien, ha perdido todas las guerras en las que ha tenido que meterse con potencias extranjeras (que son muy pocas porque somos retebuena gente y muy pacifistas, hagan cuenta un Mahatma Gandhi hecho nación). Pero lo feíto es que aunque esa batalla sin duda fue ganada, resulta que ni siquiera era todo el ejército sino una especie de batallón de reconocimiento que había oído que en Puebla hacían un pan dulce riquísimo y se les ocurrió que sería buena idea ir a la ciudad a tomar uno acompañado de chocolate caliente, con una vista envidiable al volcán Popocatépetl (jajaja, no, eso lo acabo de inventar pero suena reteplausible para como nos la gastamos con la Historia de México).

Como quieran ustedes verlo, esa batalla la ganaron los mexicanitos de aquel tiempo y fue ocasión bastante para que el general Ignacio Zaragoza (que estaba en turno) acuñara una frase muy mona, muy llegadora: "las armas nacionales se han cubierto de Gloria" (con mayúscula porque creo que Gloria se llamaba la panadera del célebre pan dulce mata franceses) y aprovechó el dichoso general para bañarse y tomarse una foto para el billete de 500 pesos que lo saca tan galante. Y así diciendo, se convirtió en otro de los ambiguos próceres de la Patria (porque no tenemos de otros).

Pero con todo y que me da vergüencita que tengamos una efeméride nacional de tan poca envergadura, me da mucho gusto que nos den el día libre en el trabajo. Y como un fin de semana quedó entre el día del trabajo y el 5 de mayo, pues se hizo un puente muy largo, lo cual me permitió irme volando a las sonorenses tierras.

No puedo hablar de Sonora como hablo de los demás lugares a los que viajo (suena lindo, como si me la pasara en el avión, de Katmandú a la Patagonia), porque Sonora es, cómo decirlo, mi tierra. Habrá gente que puede ser objetiva cuando habla de sus lares pero yo sólo conozco a los que todo les gusta y a los que todo les disgusta de su paese. Digo que no puedo pretender objetividad al describir al objeto de mis profundos afectos, pero eso lo salva el que este blog nunca se ha caracterizado ni por su objetividad ni por su prudencia.

Sonora está en el extremo noroeste de México y digo extremo no porque efectivamente esté hasta la esquina (todavía falta la Baja California), sino porque está lejísimos del llamado "centro de la República" que, geográficamente, no está para nada en el centro del país, sino bastante cargado al sureste. Y digo extremo también por el clima, que es muy caluroso en verano (hasta 50°C a la sombra) y bastante frío en invierno. Aunque el territorio del estado es enorme y tiene muchos ecosistemas, partes semitropicales y otras de bosques siempre verdes, lo característico de Sonora es el desierto y el semidesierto. Imaginen dunas interminables de arena y las podrán encontrar en el Desierto de Altar y también imaginen ese arbusto seco, espinoso y casi esférico que el viento hace rodar mientras se escucha la musiquita de fondo del western El bueno, el malo y el feo y también lo pueden encontrar en casi toda la geografía del Estado.

Ok, pues de ahí soy yo. Y, sin duda, de ahí seré siempre por más que vaya y venga. Y es formidable regresar y escuchar el acento que me parece natural por todas partes, en vez del cantadito de los chilangos. Y que si se me antoja una Coca para mitigar la sed pueda llegar a la tiendita y decir "¿me da una soda helada?" y que me entiendan perfecto. Y que en cada esquina huela a carne asada y que de verdad sea carne (de res) y que de verdad esté asada (al carbón, porque no hay otra manera decente de asar). Y que sepa perfectamente dónde viven todos mis amigos y dónde está mi familia y que recuerdo siempre los números de teléfono clave, aunque los deje de usar por meses, o a veces hasta años.

Decía José Vasconcelos (secretario de Educación de principios de siglo, uno de los sabios mexicanos y amante de una sofocracia que nunca jamás pudo instalar en el país) que donde terminaba la sopa y empezaba la carne asada, empezaba también la barbarie. Básicamente se refería a Sonora, donde le tocó vivir durante algún tiempo y que era la tierra de los hombres políticos más fuertes de su tiempo: Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (fundador del PRI). Así que de Sonora puede decirse también que es barbárica y, por alguna extraña razón, me llena de orgullo decir que soy de una tierra barbárica. Seguramente Vasconcelos tenía en mente un concepto distinto del mío de lo que es ser bárbaro (y, obviamente, era menos favorecedor), pero yo entiendo esa barbarie como un lugar con aspectos culturales distintos de los que se habían formado en lugares más al sur de la República, que eran aspectos culturales heredados de la Colonia.

La cultura de Sonora es bastante distinta del resto del país, aunque tiene muchas características comunes con otras regiones del norte del mismo. Tanto que es muy especial la distinción que el sonorense hace entre sí mismo y los "guachos". Los guachos, en general, son las personas del sur del país y que configuran a "el otro", porque el orgullo por ser mexicano en Sonora tiene un matiz distinto, ya que hay cierta preminencia del yo regional sobre el yo nacional. Sin tratar de hacer un análisis sociológico que me supera, trataré de mencionar algunas de sus causas. Sonora es una tierra bastante más joven, porque se empezó a poblar muy tardíamente. Aunque tiene varias naciones indígenas, el porcentaje de población de origen indígena es bastante menor respecto al promedio nacional, porque se trataba de tribus muy pequeñas, la mayoría de ellas aún nomádicas a la llegada de los colonizadores y se pobló mayormente con inmigrantes más recientes no sólo del sur de España (Andalucía), sino también del norte de España, Italia, Francia y, en menor medida, Estados Unidos, Alemania y otros países de Europa del Este. Fue evangelizada de manera directa por misioneros jesuitas no por órdenes religiosas mendicantes, o sea, franciscanos, dominicos y agustinos, quienes se encargaron de la evangelización del resto del país, excepto del noroeste, y que habían avanzado una religiosidad más tradicional.

Se dice que las duras condiciones climáticas y la importante influencia de los jesuitas favoreció la cultura de la laboriosidad entre sus pobladores. Además, la forma de explotación de la tierra tendió más a la propiedad privada (muy grandes extensiones de tierra eran requeridas para alimentar a muy poco ganado), en vez de la propiedad colectiva de la tierra que fue un modelo más popular en el centro y sur del país. La relación constante con Arizona (que fue incorporada a los Estados Unidos a mediados del siglo XIX pero con la cual, hasta la fecha, forma una región económica) también distanció a los sonorenses del resto del país y hasta cierto punto nos aisló culturalmente. Todo lo anterior, sin mencionar el hecho de que por las grandes dimensiones del Estado, cualquier ciudad importante fuera del Estado queda, al menos, a seis horas de la capital (con los medios de comunicación actuales), o sea, todo lo mexicano-no-sonorense es lejano y bastante inaccesible.

El caso es que cada vez que vuelvo a Sonora, encuentro que somos muy diferentes, sobre todo de los habitantes de la ciudad de México, que es con quienes convivo diariamente. Pero no únicamente por el uso de diferentes palabras y un acento más golpeado, sino que la manera de relacionarse, los modos e, inclusive, la cosmovisión y los valores son distintos. Y me encanta regocijarme en esas diferencias, no para satisfacer a mi regionalismo (que es sólo una extensión de dimensiones estatales de mi egocentrismo), no por dar ínfulas a las fáciles expresiones populares sonorenses que claman por la secesión, sino porque cuando voy a Sonora me siento en mi casa de una manera que nunca he logrado sentir en otro lugar del país, como si mi background sonorense me impidiera ver una pirámide prehispánica o el propio Zócalo y sentirlos míos, como siento mío el Cerro de la Campana, el Tetakawi o el cerro de Huásabas, como siento mío un taco de carne asada con tortillas de harina o un trago de bacanora.