sábado, agosto 29, 2009

Una entrada sin punto...

Como su título lo indica, he aquí una entrada sin punto, dedicada a hacer operativo mi más reciente -y antiguo- propósito de no dejar abandonado mi blog por periodos tan largos:

Mi vida es un desastre, hay que admitirlo. El orden ha dejado de ser no digamos una prioridad, ni siquiera un criterio. Me encantaría poder regirme por un programa sereno que me permita realizar todas las actividades que considero importantes para no terminar con la frustrante sensación de incompletitud. Varias veces me lo he planteado y he tratado de cambiar (como Lupita D'Alessio, pero menos intenso) siempre para encontrarme con que hay un gran obstáculo para ello: la vida social. Eso es lo que viene a poner el desorden en el ya preexistente conato de caos.

Les adelanto que la causa de que la vida social cause esos desajustes tan desproporcionados es mi imposibilidad genética a decir que no. Tan sano que es un simple no, tan oportuno, tan prudente. Pero resulta que, al parecer, yo nací físicamente impedido para negarme a cualquier invitación, solicitud, requerimiento que tenga como fin el inicio o la obstinada continuación de la convivencia. Soy, en términos vulgares, un "facilote" de la vida social (he dicho social, no se confundan, que tengo un prestigio que cuidar).

Este rasgo de mi personalidad, debo decir, me ha granjeado muchas satisfacciones a ritmos muy constantes y ha llenado mi memoria de momentos agradables, de manera que no puedo quejarme; sin embargo, mis horas de sueño -que deberían ser sagradas- son las principales víctimas y suelen absorber los daños colaterales (publicados a través de las ojeras, que me hacen parecer uno de los locos Adams). La vida social desenfrenada también me obliga a desaparecer mis ya de por sí esporádicas visitas al gimnasio, mis entradas en el blog e, incluso, mis ratos de lectura. Cuando la cosa se pone intensa, ni siquiera me da la oportunidad de ver películas o series tirado en la comodidad de mi cama. No exagero cuando digo que hasta las visitas al baño las reduzco en las épocas en que ando del "tingo al tango" (lo que sea que signifique esta expresión callejera; literal no se la vayan a tomar ya que no he ido ni al tingo -que no sé dónde quede- ni al tango, porque mis caderas y la danza no combinan nada bien).

Todo lo anterior da cuenta de cómo desaparecen uno a uno todos los remansos de serenidad que tengo. Por eso es que el día de hoy dije: ya basta (lo dije con un tono grave como de noticiario alarmista, para ver si así servía de algo). Y para pasar del dicho al hecho (aunque sabemos que hay mucho trecho), decidí irme a mi casa en pleno sábado a las diez y media de la noche. Y heme aquí en un fin de semana cualquiera, tirado en la cama escribiendo una entrada en el blog, mientras las gotas de lluvia golpean mi ventana (no es recurso literario, realmente llueve). Tanta tranquilidad, de hecho, hasta ganas me provocó de ir al baño - ¿lo dije o lo pensé? - lo cual no pienso hacer hasta concluir esta entrada sin punto.

Supongo, en realidad, que mi vida seguirá siendo un desastre y que la vida social no se reducirá sino algún eventual sábado en la noche, pero no está mal esto de decir a veces "ya basta" y tirarse en la cama a escribir una entrada sin punto, boca abajo y recargando la barbilla en la almohada, esperando que el celular no vaya a sonar porque tengo una enfermedad terrible en la voluntad que se llama flaqueza y cuyo principal síntoma es no saber decir que no.

sábado, agosto 15, 2009

I am back como Terminator... versión sin músculos ni cables

Siempre es bueno regresar, aunque sea con la cara cubierta de vergüenza por saberme un desobligado con mi blog que tantos placeres me ha procurado a lo largo de estos últimos cuatro años y medio. No es por presumir (bueno, sí) pero esta entrada la escribo desde mi brand new computadora de Apple, que compré casi exclusivamente para sentir que volvía de nueva cuenta a la escuela. El caso es que como siempre había usado Windows, acostumbrarse al sistema de Mac es algo que toma tiempo y, por ejemplo, aún no sé como usar el invento más útil del siglo XX: el ctrl. C y el ctrl. V.

Ahora bien, qué es lo que ha pasado en la vida de Rafa durante este mes de desaparición de la blogósfera. No es que piense que les interese a ninguno de los cuatro lectores, pero considero mi obligación moral darle a esto algo de coherencia cronológica y que mi vida vista a través del cristal de mi blog no parezca una cosa llena de huecos y misterios que ningún Sherlock Holmes se daría a la tarea de atender (básicamente por falta de interés).













La principal causa de mi desaparición es que salí de vacaciones, primero a Miami, luego a Chiapas, luego a Acapulco, luego volví a mi última semana de trabajo en la Suprema Corte y ahora acabo de terminar mi primera semana de formación en el Servicio Exterior Mexicano (SEM para los cuates). En ese tiempo recibí la visita de mi hermana y también de mi sobrino de catorce años, el cual me hizo hacer cosas como subirme a la Montaña Rusa de la Feria de Chapultepec, en el cual oí a mis vértebras decirme insultos que no puedo repetir en este lugar tan decente.

Como siempre ha sido mi costumbre emitiré algunas opiniones no solicitadas sobre los lugares que visité, empezando con Miami que es una extraña mezcla de lo estadounidense con el mundo latinoamericano que realmente hay que visitar. El primer mundo pero tropical. Una ciudad completamente plástica en el que la mayoría de la gente no es que le tengan culto al cuerpo, eso sería decir poco, sino que viven para parecer salidos de las secciones de publicidad de las revistas. Además, playa al fin, todo mundo está completamente bronceado y si yo me siento Gasparín, el fantasma amigable, en cualquier cuidad, ya se podrán imaginar el escarnio colectivo del que podía ser objeto en una playa de arenas blancas en el que me podía camuflajear en la arena con mi color de archivista cautivo. Claro que esta vez fui radical y pasé ocho días tirado al sol tratando de ponerme a nivel de los miamitas (lo cual era imposible) y me enorgullece mucho al final poder decir que estaba "aceptablemente" bronceado y que si se fijan bien todavía conservo algo de ese bronceado (aunque nadie más lo nota que yo, pero no importa para eso tengo el egocentrismo que me resulta tan útil.

No diría que Miami es una ciudad muy interesante, porque es más bien un enorme resort, en el que se disfruta de la playa, las tiendas y la gente guapa en ambiente de fiesta. Sin embargo, fue un viaje muy divertido, con enormes cantidades de mar tibio, de arena, de compras (buena parte de las cuales perdí en el avión de regreso, tema en el que prefiero no abundar por razones de equilibrio mental), de fiesta y de dispendio de dólares en una semana en el que la tasa de cambio se comportó completamente en mi contra, como si me hiciera falta que el mercado internacional de divisas fortaleciera la tendencia de mi movilidad social descendente.

El mismo día que llegué a Ciudad de México de Miami me fui a Chiapas, con parada obligada a mi departamento a cambiar de maleta. Se supone que había un tremendo brote de influenza en ese Estado de la República en esos días, pero bueno me fui acostumbrando a que ni las tasas de cambio ni los comportamientos epidemiológicos se sincronizaran con mis vacaciones. En realidad, nunca vi nada relativo a la influenza y ni esa ni ninguna otra gripa me ha atacado desde entonces. Chiapas es un verdadero paraíso. No se me ocurre otra expresión menos corny para describirlo, pero es que es un lugar genial. Mientras gozaba cada uno de los hermosísimos lugares que pude disfrutar, me recriminaba no haberlos visitado antes, porque no está bien que haya lugares tan bonitos, tan cerca, y que uno vaya por la vida distraído sin conocerlos. Visité primero el Cañón del Sumidero que es una maravilla de la naturaleza que escapa la descripción de mis torpes comentarios. El recorrido duró dos horas en una lancha que iba a una velocidad no recomendada para mis riñones, porque aquello botaba que daba gusto, sobre todo hasta al frente que era donde mi curiosidad me había llevado a sentarme. Pero esas incomodidades no eran nada comparadas con la experiencia de entender que somos unos minúsculos mamíferos en medio de algo mucho más grande y majestuoso, que normalmente no contemplamos porque estamos obnubilados por nuestra egolatría.

Después fuimos a San Cristóbal de las Casas que, hasta donde conozco, es el pueblo más bonito de México. Una mágica combinación de un pueblo colonial, en las altas montañas húmedas de las sierras del sur, con un elemento indígena casi omnipresente, conviviendo armónicamente con restaurantes de alta cocina, o pequeñas y auténticas trattorias italianas, cafeterías con el mejor café de México, misiones dominicas del siglo XVI y explosiones de color a cada paso.

También conocimos las cascadas de Agua Azul y Misol Ha, ambas son espectaculares, te llenan los ojos, pero fue esta última la que más me emocionó. Parece una fantasía montada para una película con ese enorme salto de agua que cae a una alberca de agua cristalina, con paredes folladas de musgo, líquenes y enredaderas y adornada con una hermosa gruta ahogada con un agua serena.

Para terminar el viaje fuimos en carro hasta Palenque, una de las ruinas mayas más famosas de esta civilización. Es impresionante porque es una ciudad que fue cubierta por la jungla exuberante que la rodea y que había escondido estos vestigios impresionantes, en los que se supone sólo se puede contemplar el 2%, ya que el resto sigue cubierto por la selva, con árboles de raíces poderosas. La belleza geométrica de sus construcciones civiles, religiosas y militares asomándose entre árboles exóticos de maderas duras y alturas impresionantes es también una experiencia que hay que vivir.

Yo aquí ya noté que me excedí, por lo cual pienso suspender este recuento para otra entrada porque no se trata de agobiar a nadie solo porque yo la pasé increíble y mejor me hago a mí mismo la promesa de no andar desapareciendo así como así de manera tan malagradecida de este mi rincón público de ceros y unos donde van constando mis fortunas y desdichas.