martes, mayo 22, 2012

Speedy González

En la abundantísima cantidad de información que uno lee cada día, nunca faltan las notas curiosas. De hecho, creo que son toda una especialidad que han debido desarrollar los medios de comunicación para atraer lectores a sus páginas, espectadores a sus pantallas o audiencia a sus frecuencias de radio. Ante la sobreoferta de información que provocó Internet, el titular redactado en forma llamativa ya no es suficiente. Hay que captar la atención que se está volviendo el recurso más escaso de todos por exceso de competencia. Las notas curiosas se hicieron, pues, porque ya ni los deportes, ni los espectáculos, ni los cuerpos medio desnudos o medio ensagrentados eran suficientes para atraer suficiente público. Al final es que a golpe de repeticiones todo termina cansando: desde la interesantísima vida privada de Britney Spears o Paris Hilton (que nunca he entendido, porqué debería importar, si ni canta, ni actúa, ni hace nada conocido de provecho); también cansa (por lo menos a mí, mucho) el interminable número de campeonatos de futbol (no hay semana de año que no haya un "clásico" o un partido "importantísimo" jugándose). La nota curiosa, entonces, tiene la intención de aportar el factor sorpresa, lo que no se espera, que es al final lo que la realidad tiene de chusco. Y todos sabemos que la realidad siempre supera a la ficción, con esta loca humanidad de la que nos tocó formar parte.

Ayer me encontré con la nota curiosa de que la caricatura de Speedy González había sido sacada del aire en 1999 por la empresa Cartoon Network a causa de los estereotipos étnicos que mostraba. Como seguramente todo saben, Speedy González (Gonzales en la versión en inglés) era un ratoncito mexicano que tenía que soportar la constante persecución del malvado Gato Silvestre, recurriendo a su poderoso ingenio, indiscutible velocidad (speedy, de hecho, significa veloz) y, cómo olvidarlo, a su infalible grito de ¡Yupa, yupa, arriba, arriba y ándele, ándele! El tema del estereotipo étnico fue lo que más me llamó la atención de la nota curiosa, pues por compartir etnia con Speedy me tenía que sentir identificado.

Creo que no es difícil entender porqué se consideraba que esta caricatura reproducía un estereotipo. El nombre completo de su protagonista era Espiridión González González, el ratoncito era moreno, pequeñito, vestía un gran sombrero de palma y su traje de manta blanca con el pañuelo rojo al cuello, hacía pensar en la indumentaria de un indígena jornalero o de un campesino mexicano. Me refiero a la indumentaria encontrada frecuentemente en aquellos tiempos de la Revolución mexicana (1910-1929... por ponerle fecha de caducidad). No es sin duda el tipo de vestimenta que usaría un pobre jornalero mexicano en estas fechas o en 1999, que con toda seguridad consistiría en pantalones de mezclilla, camisetas deportivas o de imitación de ciertas marcas, pero fabricadas en algún taller de China, gorras deportivas y mochila al hombro de materiales sintéticos. No, no, nuestro Speedy se vestía como si después de la Revolución hubiera decidido que ya estaba bueno de vivir en ese país ingobernable que había sido México por tantas décadas y se hubiera ido a buscar fortuna a los "esteits", a los "iunaited", aunque tuviera que lidiar cotidianamente con las implacables fauces del Gato Silvestre, como tiempo después tuvieron que hacer con la "Migra" (la Border Patrol) sus compatriotas que le imitaron en el camino de la migración al norte.

En 1999, cuando se decide sacar del aire la caricatura de Speedy, por ser racista, apenas empezaba a notarse públicamente lo profundo del incremento de migrantes mexicanos y de otros países latinoamericanos a Estados Unidos. Aunque ya había estados de la Unión Americana que tenían importantes comunidades hispanas tradicionales, como California, Texas, Nuevo México, Florida e Illinois, al acercarse el fin del segundo milenio se hacía evidente que la minoría mexicana o "latina" dejaba de ser algo marginal y empezaría a ocupar el centro del debate migratorio, con una fuerte polarización en el asunto. De hecho, el apellido González se había convertido en el año 2000 en el número 23 del ránking de apellidos más comunes de los Estados Unidos, con casi 600 mil estadounidenses (sin contar a Speedy) que lo llevaban, es decir, al menos 2 de cada mil residentes en ese país se apellidaban González. Todo esto sin contar a los García, Rodríguez, Martínez, Hernández y López, que eran apellidos todavía más populares en 2000 que los parientes de Speedy. Unos años después, los latinos se convirtieron en la minoría más grande, rebasando el número de afrodescendientes.  El ingenioso ratoncito ya no estaba tan solo y la expresión de "¡ándele, ándele!" se escuchaba con mayor frecuencia en las calles sin tener que ver el Cartoon Network.

Si yo tuviera que definirme en el espectro que forman los hipersensibles a los esterotipos, en un extremo, y los que piensan que el uso de éstos es indiferente, en el otro extremo, según yo quedaría a la mitad. Creo firmemente que el uso de estereotipos sobresimplifica lo que es complejo y, por tanto, nos conduce a error, a etiquetar injustamente a las personas en lo individual por lo que creemos conocer del grupo al que pertenece. Ni siquiera el humor es justificación para infligir sufrimiento a otras personas al momento de discriminarlas por medio del lenguaje (que no es neutro o inocuo, que tiene la capacidad de alterar la realidad). Pero al mismo tiempo, nuestra mente usa estereotipos que le son útiles para conocer su medio, por lo cual no son intrínsecamente negativos. Que los mexicanos suelen ser más morenos o chaparritos que el típico anglosajón, me parece que es bastante obvio y, de ninguna manera, serlo implica un insulto. Que suelen ser de carácter más alegre y decir "¡ándele, ándele!" tampoco me parece que sea una falsedad. El estereotipo, pues, que implicaba Speedy González (que no es mexicano, como mucha gente fuera de México cree, sino de factura estadounidense con inspiración de sus ignotos vecinos del sur) no me parece ni ofensivo ni irritante (insisto, siendo yo mexicano). Era muy ingenioso el ratoncillo y, además, muy divertido. Siempre dejaba al Gato Silvestre anonadado, lo superaba intelectualmente por así decirlo y salió siempre ileso de los innumerables episodios en los que su vida corrió peligro, pues podía salir corriendo velozmente al baño a causa de unos frijoles que le cayeron mal por haber sido cocinados con agua de Xochimilco. No, si la verdad era muy gracioso.

Los dejo ahora con una biografía en video de Espiridión "Speedy" González, por aquello de que, saturados por noticias y sobreinformación, decidan refugiarse un rato en la frivolidad de los dibujos animados. (Dar click en el siguiente enlace:)

http://www.youtube.com/watch?v=1ip4Rgc8ELU

martes, mayo 15, 2012

En contra de la brevedad

Hoy murió Carlos Fuentes, uno de los escritores mexicanos más prolíficos desde que México es México, o tal vez desde antes. Se murió así nomás, sin avisar con mucha antelación, dejándonos con  cara de sorpresa a los que su vida (o su muerte) nos interesa. A sus 83 años, claro, ya estaba muy por encima del promedio, de lo que a cada quien le toca según el dato conocido como esperanza de vida (que para un hombre en México es de 73 años, según el INEGI, lo que quiere decir que ya llevaba 10 años de superávit estadístico). Pero esa vida que con toda seguridad podemos afirmar que fue larga no hizo más que mantener su coherencia: lo de él, lo de él no era ser breve.

Varias de las noticias periodísticas que informaron de su muerte, se refirieron a que Fuentes usó Twitter un solo día de su vida, hace ya más de un año. No volvió a hacerlo. Insisto, lo de él nunca fue la brevedad y, como toda persona medianamente informada sabe, ese popular medio de comunicación masiva no permite más que 140 caracteres por "tuit". ¿A quién se le podría ocurrir que Fuentes iba a empezar, a sus ochenta y tantos, a tratar de escribir en esas estrecheces literarias? Me alegra que lo haya intentado, al final de cuentas era un hombre de su tiempo y en 2011 parecía muy difícil ser un hombre de su tiempo y no usar Twitter. Pero también me alegra que lo dejara y que lo hiciera tan pronto. Por qué iba a limitarse a escribir en tan poco espacio si tenía una mente lúcida, muchas ideas, buena pluma y muchas ganas de escribir, cosa que no dejó de hacer nunca y de hacerlo de manera abundantísima.

Twitter y la brevedad, en general, tienen grandes ventajas: la rapidez, la inmediatez, la facilidad para retransmitir una idea. Pero no son para todo ni para todos. Yo mismo me he excluido de usar Twitter para escribir, únicamente lo uso para leer lo que otros escriben. Si tengo ganas de escribir, uso el blog y me extiendo si quiero y cuanto quiero, agrego disquisiciones (innecesarias, como son la mayoría), circunloquios (para qué decir algo directamente si le podemos sacar la vuelta) y no me preocupo nunca por expresar en breve mis desordenadas ideas (que el desparpajo ocupa mucho espacio).

Carlos Fuentes escribió una lista interminable de libros y ensayos, lo que le valió la crítica de que su obra no tenía ningún filtro de calidad. Medida por la cantidad de páginas que publicó, su obra fue magna (también por su contenido). A mí, humilde lector suyo y eventual escritor mío, sólo me queda esperar que al compartir con Fuentes su aversión por la brevedad, me espere también una vida larga. Tal vez 83 años ya sea exagerar, retar a la estadística, pero una cosa discretamente longeva sí que se me antoja.

¡Que en paz descanse Carlos Fuentes, pero que sus ideas no lo hagan, que sigan revoloteando por larga data en el mundo de las ideas latinoamericanas!

viernes, mayo 11, 2012

De sonrisas injustificadas

¿Les ha pasado a veces que están sonriendo y no saben ni por qué? A mí sí, por supuesto, porque si no, no lo estaría preguntando (como una engañosa manera para introducir el tema, sabiendo, como lo sé, que es muy poco probable que alguien me responda por este medio que mis escasos lectores mantienen tan unidireccional). Ahora estoy en uno de esos estados de sonrisa latente, de sonrisa injustificada. Estoy sonriendo, pero no tengo motivo alguno aparente, al menos no uno en especial, al que acreditarle mi reacción facial. Aclaro desde el inicio que no es que me la pase yo sonriendo solo, porque sé que lo primero que se les ocurriría es recomendarme algún psiquiátrico. No, es un evento más bien aislado, tal vez motivado porque es viernes y el fin de semana está cerca, o tal vez no.

Lo que sí les puedo decir es que el fenómeno de la sonrisa injustificada (que, hay que agregar, es muy agradable) si bien no es cotidiano ha estado presente en mi vida desde que era yo un niño. Me pasaba en ocasiones que de súbito me ponía a sonreír, y en realidad me sentía muy contento, pero no podía establecer la causa. Lo primero que hacía (que todavía hago) es repasar las posibles razones del tan-buen-ánimo, para concluir siempre que aunque uno pueda hacer un listado de buenas noticias, ninguna es el motivo real de la sonrisa. La conclusión puede ser, me aventuro, que las sonrisas tienen vida propia. Existen y sienten, independientemente del sujeto al que pertenecen. Y por sujeto-al-que-pertenecen me refiero sólo a mí mismo, porque todavía no sé si esto de las sonrisas autodeterminadas sea un fenómeno universal, latinoamericano, huasabeño o una particularidad mía (espero que no, porque ya me sonaría a padecimiento y esto me preocuparía, dada mi natural inclinación hipocondriaca).

No es lo mismo que la risa incontrolable, otra reacción facial autodeterminada, esos ataques de risa que se vienen en los momentos más inoportunos. Como cuando allá de niño en mi niñez, mi hermano y yo éramos acólitos en misa y se oyó un ruido sospechoso-parecido-al-de-una-flatulencia (mi blog cada día va alcanzando nuevas profundidades en la falta de decoro). No era buen momento para reírse, el padre Concho nos hubiera visto con cara reprensiva, pero no podíamos controlarlo, como tampoco pudimos nunca determinar al causante de tan bochornoso estruendo. O tal vez sí y para efectos de salvaguardar la dignidad de las personas, decidí modificar la versión. Pero no, la risa incontrolable, la que da en misa, en los funerales, en medio de un discurso es otra historia. Es otra histeria.

El poco estudiado estado de la sonrisa injustificada no es patológico, es más sutil, más agradable a la vista. Son destellos de optimismo que vienen gratis, una de esas promociones de la vida, como encontrarse un billete de 100 pesos en el abrigo que se guardó el invierno pasado. Hay que sentarse y disfrutarlo, voltear a la ventana y ver todo más bonito que hace unas horas, cuando volteaste a la misma ventana y lo viste todo cotidiano, normal. Y si te pones metafisico, hacer un repaso de tus querencias, de tus placeres sencillos. Agradecer a ________ (llene el espacio... ¡Qué complicado el posmodernismo!) y disfrútalo otra vez porque el buen humor es un recurso escaso y no están los tiempos para andar desperdiciando.

¡Buen fin de semana a todos!

miércoles, mayo 09, 2012

De termómetros sociales

Hace tiempo me hice la mala costumbre de leer los comentarios que la gente publica en las versiones electrónicas de los diarios. No lo hago para todas las noticias, pero sí para las que por alguna razón o por otra me interesan más. Mala costumbre digo, y lo sostengo, porque en primer lugar me representan un sacrificio agotador porque la mala escritura, la pésima argumentación y la obscena exhibición de los prejuicios parecen ser la religión oficial de la gente que comenta. Me da gusto que existan los espacios en los que las personas pueden expresar sus puntos de vista, pero me llena de desesperanza lo que de la sociedad dice el escaparate que representan dichos puntos de vista. Me explico.

Vamos primero con el tema de la mala escritura y empiezo disculpándome por tener esa obsesión que muchos encontrarán como un rasgo criticable de mi carácter. Es cierto, la escritura es sólo la forma en que se expresan las ideas, que son el fondo. Sin embargo, una correcta escritura puede expresar mejores ideas, de manera más precisa y sin causar los distractores o hasta malos entendidos que implican los errores ortográficos. Además, la mala escritura suele ser indicativa de la poca afición por la lectura (porque también lo bueno se pega) y entre más leamos seremos capaces de conocer más, de entender más cosas y, con suerte, de pensar mejor. No parece ser el caso para los comentaristas de la prensa en versión electrónica, por lo menos no en español y, particularmente, no en México. Hay gente a la que pareciera que nunca le presentaron al punto y seguido o a la coma. Gente que declara haber terminado la universidad y cuyo nivel de escritura hace parecer que hubiera aprendido a escribir de manera autodidacta adentro de una cueva en los confines de la tierra. Escriben como si hablaran, sólo que peor. Pero eso, podrían decir algunos (yo de ninguna manera), es lo de menos. Pero no, nuestra manera de dominar el lenguaje es uno de los principales indicativos (aunque no el único) de nuestra inteligencia, porque es por medio de éste que nos comunicamos. Si escribimos y hablamos bien seremos capaces de transmitir nuestros pensamientos, sentimientos, propuestas de mejor manera. Y eso sí es el punto.

Luego veamos la argumentación de los susodichos. Para verla, claro está, tendría que existir. Pero da pena ver que muy poca gente (poquísima en estos foros) tiene cierto manejo de la idea de argumentar. De presentar opiniones y fundamentarlas ya sea con cierta evidencia, o con la concatenación de otras ideas. La repetición de "lugares comunes" (con esto no me refiero a Disneylandia o Las Vegas, sino a nociones generalizadas que se han oído tanto que todo el mundo los da por verdades, aunque a veces no lo sean o, si lo son, carecen tanto de originalidad que son irrelevantes) es también desastrosa. Todos tenemos la capacidad de razonar, pero hay gente que se resiste a utilizarla como si la vendieran muy cara en las tiendas, como si se gastara. Y no, la capacidad de razonar es gratis y tiene un montón de beneficios para la salud individual y para la colectiva. No es que uno espere un tratado de filosofía, de ética o de política en cada comentario; pero si lo básico, retrógrada, simplón o, directamente, estúpido de la mayor parte de los comentarios es indicativo del nivel cultural (de la gente con acceso a Internet y que lee diarios, que debería ser mejor que el nivel general) ya va siendo hora de soltarse llorando.

Para terminar, me quiero referir al tema de la exhibición (obscena, repito) de prejuicios. De todos tipos. En todo el espectro ideológico.  Aunque aquí hay muchos más para ejemplificar, destaco solo cinco que se me vienen a la mente:
1. Los machistas que siguen expresándose sobre el papel de la mujer como objeto sexual predominantemente.
2. Los antirreligiosos que equiparan ministro de culto con pederasta, como si las religiones y sus ministros se limitaran a eso, negando las contribuciones de muchísimos de ellos en casi cada aspecto de la humanidad y recurriendo al insulto de los que sí tienen una creencia religiosa, cayendo en el mismo y craso error de los fundamentalistas religiosos.
3. Los homófobos que no pueden expresar su posición moral (individual) contra la homosexualidad  sin recurrir al insulto, a la imposición de pensamientos religiosos (individuales) o al odio, sin ser capaces de entender que su posición moral en contra no puede imponerse más que a sí mismos y, sobre todo, que la ofensa y el odio no son justificables.
4. Los dogmáticos de la izquierda o los dogmáticos de la derecha cuyas ideologías los han cegado de tal modo que buscan en modelos político-económicos únicos y simplones (que de ambos lados han probado ser rotundos fracasos) la panacea a todos los males y en las ideas que huelen un poco a la ideología contraria la suma de todos los males. Los temas sociales, políticos y económicos son complejos, las ideologías a ultranza intentan reducirlos, pero no se puede simplificar lo que es por naturaleza complejo.
5. Los xenófobos de todos lados que atribuyen siempre a los "otros" (cada quien tiene sus "otros") la causa de sus propios males sociales.

A pesar de todo lo anterior, insisto, agradezco que existan estos espacios. Lo que se conoce como Web 2.0, que consistió en hacer de Internet un medio interactivo en que los usuarios finales puedan interactuar, expresar sus reacciones, sus puntos de vista y compartir su propia información, es grandioso. Tan grandioso que nos permite hacernos nociones más precisas de lo que somos como sociedad, como colectividad, como humanidad, pues podemos conocer lo que viene de muchas más personas (con acceso a Internet, repito, porque todavía hay millones que no lo tienen) y no sólo de los grandes medios de comunicación masivos. Lo que a veces no me resulta tan grandioso es saber que como sociedad estamo mucho más atrasados que la idea que uno se hace cuando convive con su grupo más directo y se engaña pensando que todo es mejor de lo que realmente es. Tal vez esta interacción con todos los puntos de vista (aun los que uno considera retrógrados) sea el primer paso para avanzar hacia una sociedad, donde la gente sea más libre, viva mejor y sufra menos. Pero quizá sea más de lo mismo. De lo que estoy cierto es de que falta mucho más que la Web 2.0 para que se impongan la bondad humana, la inteligencia, la creatividad para ser y para hacer mejores personas.