miércoles, julio 23, 2008

Estar en Huásabas

Después de haber disfrutado algunos días de vacaciones en la ciudad de México con mis sobrinos tomamos el vuelo que nos habría de traer a esta tierra que tan generosamente se esparce en un verano con temperaturas superiores a los 40°C. Afortunadamente, el cambio no fue tan brusco porque nos recibió una "agradable" mañana nublada que en algo matizaba el calor hermosillense. Al día siguiente, no sin antes haber gozado de la compañía y la plática de dos amigos entrañables, acompañada de vino tinto y un juego de video que se llama Rock Band, nos fuimos en viaje familiar a Bahía de Kino, la playa más cercana a Hermosillo. Ahí, recordé con cariño meterte al mar y que el agua no esté fresca, sino caliente, lo cual puede sonar un poco abochornante, pero que es ideal para no hacer aspavientos ni contener la respiración cuando el agua llega a salvas sean las partes. Además, del baño marino y del molesto contacto con las algas que te rozan el tobillo, el viaje incluyó carne asada por la noche y cantar junto al mar acompañados de una guitarra que fue convenientemente razgada por dos de mis cuñados, pero que tuvo que sufrir que los cantantes nos negáramos a acompañarla con el tono.

Pero la cereza del pastel de este viaje formidable ha sido venir a mi pueblo. Visitar el único lugar en el que puedo escuchar el sonido del silencio e interpretar sus voces. Ha sido especial porque estamos en una etapa en la que el pueblo vive su serena cotidianidad. No es ni Semana Santa ni las fiestas decembrinas (que son las fechas en las que he regresado con asiduidad). Es simplemente finales de julio y la única novedad es que las tardes que he pasado aquí ha llovido con firmeza y el calor ha menguado un poco. El cerro está verde, como pocas veces lo recuerdo, y el cielo se empieza a poblar por las tardes de unos nubarrones inmensos y claros, de esos de los que parece que saldrá la virgen (si tuviéramos en Huásabas la misma suerte que en Fátima, Portugal).

Por la noche, nos sentamos a mecernos en sendas poltronas mi papá, mi hermano Luis y yo en el porche de la casa y contemplamos la lluvia caer. Contemplar en el sentido literal. Nuestras vistas se perdían en las gotas que incesantemente se encargaban de refrescar aquella noche y la plática encontraba sus hilos en ese mismo ejercicio de contemplación. Y nos contábamos las mismas anécdotas de personajes del pueblo que nos resultan célebres y renovábamos la comicidad de los mismos dichos y refranes de los huasabeños, que en la sobria y austera existencia de vaqueros de miradas ocultas bajo el sombrero, develan también unos cuantos siglos de la sabiduría propia de la supervivencia. Todo esto fue presenciado por un sapo que aunque fue cambiando de posición siempre dirigió su horripilante cara hacia nosotros, como pendiente de la conversación. Y todavía para nutrir mi ya inflamada nostalgia, pasó frente a nosotros un compañero de la secundaria y la preparatoria con el que tuve a bien hacer un repaso de varias historias de esos tiempos de divertidas mocedades y un recuento de los probables destinos de los que en aquellos tiempos eran mis compañeros inseparables de vida.

Hoy fui también al río por el callejón que, rodeado de milpas y flanqueado por álamos, conduce al "Pango", lugar donde está el puente colgante que atravieza el río. Aunque la mañana estaba sofocada por la humedad de la lluvia que disfrutamos la noche anterior, ese paseo con los sobrinos me transportó a las dulces épocas de infancia en las que "ir al río" era un viaje siempre ansiado. Me quité las sandalias que tan cómodo me han tenido, renegando de la esclavizante formalidad del zapato cerrado, y caminé descalzo por el callejón. Descubrí que para disfrutar esa acción, la planta del pie debe estar bien acostumbrada y que yo, desafortunadamente, he perdido esa requerida condición. Pero el símbolo bien valía el dolor que me provocaba la áspera arcilla. Y también me mojé los pies en la fría agua del río, un agua turbia a causa de la lluvia que olía a lodo y a árbol.

Definitivamente la serenidad de las tardes de este pueblo se han convertido en mi santuario por excelencia. Aquí me renuevo de una manera casi religiosa. Huásabas no es solamente mi tierra, ese ombligo que me conecta físicamente al mundo, sino también mi lugar de peregrinaje: mi Meca, mi Roma, mi Jerusalén.

martes, julio 15, 2008

Interrumpimos nuestra programación para...

Hay que admitir que hay días que son buenos y otros que son peores. Hoy es uno de los buenos por varias razones intrascendentes pero, principalmente, por una fundamental: hoy salgo de vacaciones!!! (se escucha la porra extasiada de los marcianitos de Toy Story diciendo "ooohhhh").

Las vacaciones no tendrán destinos lejanos, pero sí serán destinos profundos: la familia, el pueblo di'uno... y también se espera que sean intensas por el surrealista calor sonorense (Weather Channel dixit). De hecho, lo único que importa es que son vacaciones y las rutinas se tendrán que resignar a que no las voltearé a ver, o si lo hago será con una mirada de desdén que les echará en cara que ya no fue por obligación sino por voluntad propia que me digné a repetirlas.

Probablemente el blog sufrirá mi ausencia (dijo el modesto egocentrista) o tal vez la inspiración corra a raudales en este espacio digital, cambiando la hamaca y el cocktail servido dentro de un coco tropical por horas sin descanso frente a la pantalla de la computadora. De cualquier manera, procuraré con harto entusiasmo renovar energías, cambiar el mood de la vida cotidiana para darle un twist más "excitante" y volver de mi período vacacional sin malas noticias que reportar y nuevas historias de sol, playa y bronceadores efectivos (I really wish).

jueves, julio 10, 2008

¿La ciudad de la esperanza?

Vivo en una ciudad ambigua, en la que convive la felicidad con la desgracia. Tal vez todos vivamos así, en medio de estridentes carcajadas que opacan el llanto desconsolado de los que han perdido lo que más querían y entre caras mayoritariamente grises que ocultan a las que tenazmente conservan sus sonrisas. En estas ciudades parecería ridículo abrumarse por el sufrimiento ajeno, cuando uno tiene la oportunidad de pasarla bien. Así ha sido que he recibido la gozosa visita de dos sobrinos con los cuales he disfrutado de la amplia variedad de opciones de entretenimiento que ofrece la ciudad, aun bajo la incesante lluvia veraniega, en la misma ciudad ensombrecida por la desgracia del fallecimiento de doce personas en un centro nocturno a causa de un operativo policiaco. Como se oye: fallecidos no a causa de un desastre natural o un accidente, sino por la irresponsable y perversa manera de operar de la policía de la ciudad de México, ésa misma que debería procurarnos el valioso sentimiento de seguridad que cada vez se recuerda más bien como una nostalgia del pasado.

Y van pasando las semanas y de manera errática las autoridades del Distrito Federal, la entidad federativa que alberga la capital de la República, dan tumbos y declaraciones, conferencias de prensa y "renuncias" del Secretario de Seguridad Pública y del Procurador de Justicia, o sea, hacen rodar cabezas. Nada de eso me hace sentir confiado en que el cuerpo de policía de esta ciudad mejorará, porque lo que en realidad pasa es que "algo está podrido" y no precisamente en Dinamarca. Yo sigo sintiendo una especie de desconfianza revuelta con temor cuando advierto las sirenas de una patrulla en alguna calle por la que transito. No es ni tranquilidad ni sosiego lo que experimento cuando veo a alguno de esos guardianes de la sociedad, sino una fuerte desesperanza por contemplar el desperdicio de recursos públicos mal invertidos en cuerpos policiacos convertidos en madrigueras de gente con un inexistente sentido ético del servicio público.

En esta misma ciudad plagada de policías corruptos y cuya estulticia es del tamaño de sus abultados vientres (que seguro les serán invaluables para perseguir delincuentes), digo que en esta misma ciudad, paseo felizmente con mis sobrinos, entre la Lucha Libre en la Colonia Doctores y los centros comerciales de Santa Fe o Perisur, entre los monumentos del Paseo de la Reforma o el Zócalo perpetuamente invadido por los eventos mediáticos de Marcelo Ebrard, Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Y no sé si regodearme por esto de mi capacidad de adaptación o simplemente dejar de pensar y seguir nadando en las aguas de la ambigüedad, esperando seguir saliendo incólume de la experiencia cotidiana de vivir en una jungla urbana tan espesa.

jueves, julio 03, 2008

Persépolis









El cine me ha tenido muy desilusionado últimamente. Hace rato espero con impaciencia la llegada de Batman, el caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008) pero se resiste a llegar, pero fuera de eso la cartelera tiene tiempo que no me entusiasma. Con ese contexto de desgano, ayer fui al cine sin consultar nada, a ver qué pasaba. Excepto por las ganas de comer palomitas de maíz y tomar mucha soda, no llevaba grandes expectativas. Mis opciones se reducían a Hulk, al Agente 086 y una casi desconocida (que por lo tanto me daba buena espina) de nombre Persépolis (Marjana Satrapi, 2007). Además, era francesa, estaba a buena hora y tenía menos clientes potenciales (que es un criterio importante cuando vas al cine en miércoles de casi 2x1). Me entró la curiosidad y me decidí por ella. La primera noticia para el despistado que soy es que era una animación y no una película actuada (si acaso vale la distinción, porque la misma Satrapi ha declarado que es desafortunado que se considera la animación como un género, como lo sería la comedia, cuando es solamente un medio). La segunda noticia es que me encantó. Y me encantó en la manera paradójica en la que el sufrimiento y el arte se conjuntan y producen cosas bellas.

Persépolis es una película adaptada de la autobiografía de Marjane Satrapi (quien la co-dirigió junto a Vincent Paronnaud) que cuenta la manera en la que ella misma vivió las sucesivas desgracias de ser originaria de Irán, un país en el que las libertades individuales se fueron extinguiendo, en aras de las guerras y cambios de régimen político. Algo muy lindo de la película es que va narrando episodios muy severos de acuerdo al enfoque que le podía dar la escritora por la edad que tenía. Así, los recuentos del régimen del último Sah (comúnmente llamado Shah por el término en inglés) y del proceso que provocó su caída son vistos a través de los ojos de una niña pequeña que, aunque despierta intelectualmente, no era más que una infante con el mismo tipo de delirios que pude haber yo tenido en Huásabas en un contexto social y político menos extremo. Y después las experiencias desilusionantes de vivir su paso a la adolescencia en la República Islámica que vino después de la caída del último Sah y que terminó restringiendo aún más las libertades de las personas en aras de la imposición de un estado teocrático islámico, empapado de un sentimiento nacionalista y religioso-intolerante. Y, finalmente, abordar la transición a la vida de adulta en la fangosa estabilidad de un gobierno postrevolucionario que la disgustaba enormemente pero que no tenía una oposición importante como para que hiciera posible luchar por cambiarlo.

Satrapi tuvo la suerte de tener unos padres y una abuela que fueron muy tenaces en su deseo de proteger sus márgenes de libertad, aunque todo les jugara en contra. Por esta misma razón, en dos ocasiones la instaron a salir del país rumbo a Europa, primero a Viena y después a París, en donde experimentó la ambigua sensación de ser extranjera en un continente en el que por tu origen "te consideran todos una salvaje" con los conflictos de identidad que vienen como consecuencia entre sus orgullos y afectos de la patria de origen y las luchas por ser aceptada en una nueva sociedad como la europea (que no se caracteriza precisamente por su tolerancia a lo diferente).

Esta serie de desgracias que se acumulan a las experiencias dolorosas que tenemos todos como la sensación de soledad, los rompimientos sentimentales, las etapas de depresión, la incomprensión y las desdichas que implica crecer, son narradas gráficamente de una manera absolutamente hermosa y creativa. Esta manera de asumir una vida más complicada que la del promedio y presentársela a los demás de una manera honesta es bien resumida en otra declaración de Satrapi con la que cierro esta entrada: "Yo no soy una política. No sé cómo resolver los problemas del mundo. Pero como artista tengo un deber: hacer preguntas"

martes, julio 01, 2008

Coming back to mother Blog

No, pos ya estuvo bueno de esta ausencia dolorosa, de esta separación ingrata entre este blog y el autor de sus días (¡oh, soy 'autor de sus días' de algo! ¡yu-jú! Con eso ya no necesito ni tener un hijo, ni plantar un árbol, ni escribir un libro, fiuuu ¡qué relax!). Quisiera explicar alguna razón convincente y arcana de porqué no me había yo puesto a escribir algo en este rinconcito apacible que es el refugio de la vanalidad y el cómodo resort all inclusive de las ideas sensatas, pero la verdad es que no la hay. No es que mi vida se haya convertido de pronto en Misión: Imposible, en versión más realista y, obviamente, con menos presupuesto, ¡no, qué va! Pero es que no hace falta ser un agente encubierto tratando de evitar la próxima pandemia humana para tener una anécdota digna de ser contada.

Fácilmente podría haber redactado una entrada sobre cómo ayer me hice hora y media para llegar a la universidad, en un trayecto que normalmente toma 22 minutos (cronometrados con reloj suizo), por culpa de un carro-carcacha modelo 1980 o anterior que se quedó tirado en Avenida Constituyentes, obstruyendo de milagrosa manera tres carriles. Esa anécdota vende, por lo menos por empatía entre los habitantes de las ciudades-víctimas del tráfico pesado, sobre todo si la acompañaba de un acucioso análisis (que no he hecho) sobre las ineficiencias que le han impuesto a la humanidad las aglomeraciones urbanas (o el monstruo del Lago Ness, aunque ahí hubiera perdido un poco el quid del asunto).

O hubiera podido escribir casi un tratado sobre el fin de cursos de la materia que di (como consagración de la adultez que estoy festejando con oscuras ojeras que adornan los balcones de mi alma - metáfora cursi para decir 'mis ojos'). Ooots, esa anécdota hubiera sido capaz de sacarme hasta un diagnóstico de la educación superior en este planeta y hasta en otros sistemas solares (para el segundo semestre les prometo los análisis intergalácticos). Pero tampoco lo hice.


Y todavía me quedaban varias opciones: 1) viaje a Cuernavaca, 2) ver Blackjack 21, una de las peores películas que la cinematografía moderna ha sido capaz de elaborar (que para lo malo, yo digo, también hay que tener talento, lo que pasa es que el mal cine ha sido sub-valorado), 3) comer en un restaurante en el último piso de la decadente Torre Latinoamericana, que fue durante mucho tiempo el edificio más alto de Latinoamérica y que resistió los embates del terrible terremoto de 1985 (agrego foto - de la comida no del terremoto, que lo despeinado yo en particular no se lo debo a los movimientos telúricos), 4) encontrarme a Ana Gabriela Guevara y sentarme a un lado de ella en un Starbucks (sí, fui a un Starbucks ¡shame on me!), o ver a un actor de novelas que nadie conoce, pero que ya averigué y se llama Eugenio Siller. 5) O, simplemente, que es gracioso que cuando le pides a un mesero que te tome una foto, todo el equipo del restaurante considere oportuno posar alegremente para la misma.


En fin, que pretextos para soltar mi choro mareador he tenido y varios. Pero la inspiración para escribir cuando no llega, pues nada más no llega (y, bueno, esta tautología no creo que nadie me la pueda rebatir). Sin embargo, como ya me ardía el amor propio por el síndrome de abstinencia de mi blog, tenía que escribir aunque fuera esto... sí, aunque fuera esto...