viernes, julio 08, 2011

De la insoportable brevedad de ser

Esta es la corta historia de un cuento corto. O, mejor dicho, de un cuentista corto obsesionado con la brevedad. Pensaba el cuentista, con mucha razón, que las palabras terminan ocultando la verdad, por lo que debía usar el mínimo posible para contar lo que sea que fuera. Su vida como escritor se volvió pronto una tortura. Su carrera literaria no era contra el tiempo, como la de muchos; ni contra la falta de talento, como la de la mayoría; sino una carrera contra las palabras. Una paradoja, como cabe imaginar, porque un escritor peleado con las palabras es como un músico peleado con el dorremí. Aunque si queremos hacerle justicia, hay que aclarar que no era la palabra en sí misma lo que abominaba sino su exceso.

Encontró en su momento una editorial interesada en publicar sus obras, pero les pidió un tiempo para revisarlas y dejarlas listas. La tortura de la edición de sus cuentos cortos, que se reservó para hacerla él mismo, fue la más amarga que tuvo que soportar. Era una labor que nunca terminaba. No podía terminar si siempre que creía haber reducido al mínimo su texto, la sensación de que sobraban las palabras era abrumadora. Llegó el momento en que hasta el célebre cuento corto de Augusto Monterroso le pareció larguísimo y tedioso. "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí", enorme. El psiquiatra, cuando lo visitó, le dijo que ese cuento era considerado la obra literaria más breve y que lo suyo parecía más bien un intento de entrar al libro de récords Guiness que ganas de escribir.

El encargado de la editorial empezó a presionarlo durante un tiempo, hasta que perdió completamente el interés en él y se olvidó por completo del cuentista corto. Él continuó el arduo trabajo de acortar sus obras, hasta que las fue eliminando una a una. Al final decidió que su obra sería solamente un cuento corto y que, en obvio de repeticiones, sería también su carta de suicidio. Escribió en una inmaculada hoja de papel "Adiós" y murió pensando que le gustaría haber escrito su obra en italiano, cuya palabra equivalente tenía sólo cuatro letras con una musicalidad más pronunciada, "Ciao". O haber sido argentino y completar mejor su tarea dejando escrita sobre esa misma hoja inmaculada su obra cumbre, de cuatro letras, "Chau".