viernes, agosto 22, 2008

La agenda pública

Un tema muy interesante en las políticas públicas es entender cómo y porqué ciertos temas (de todos los miles de preocupaciones e intereses que existen en la sociedad) tienen la posibilidad de captar la atención de todos (o casi) y "subir a la agenda", lo cual les da mayores probabilidades de ser atendidos (que no resueltos) por los actores involucrados (gobierno, iglesias, sociedad civil organizada, sociedad en general, etc.).

No cabe duda que la seguridad pública (o mejor dicho la inseguridad pública) es el tema del momento en México. Si bien este es un tema de interés general que siempre tiene su nivel de relevancia hay eventos que detonan que a la gente le preocupe más en unos tiempos que en otros (independientemente de que en lo particular o entre su familia o amigos no hayan tenido un disgusto relacionado con la criminalidad). Una de las razones por las que la inseguridad se ha convertido en la preocupación central de gobierno y sociedad (desplazando a otros temas como la pobreza o el deterioro del medio ambiente) ha sido el aumento desproporcionado de ejecuciones con alto nivel de violencia y visibilidad social relacionadas con el narcotráfico y la delincuencia organizada, en general, desde el último año de gobierno de Vicente Fox. Y, más recientemente, el secuestro y homicidio (a pesar de que se pagó el rescate) de un joven de 14 años, hijo de un empresario relativamente conocido, el cual, a raíz de su lamentable pérdida ha emprendido una cruzada muy necesaria con organizaciones civiles para reclamar a las autoridades mejores resultados en el combate al crimen. Pero, además, enfatizando la corresponsabilidad de la sociedad en este combate.

El enfoque que ha tomado este señor de apellido Martí me parece muy correcto, ya que en México la tendencia es a considerar que la sociedad es siempre la víctima del gobierno (y de oscuros intereses de extranjeros), sin tomar conciencia de que muchos de nuestros problemas tienen todo qué ver con asuntos culturales de los que todos somos responsables, como el escasísimo respeto a las leyes y a las normas de convivencia social, así como la poca participación ciudadana en las tareas públicas. Es evidente la enorme responsabilidad que tiene el gobierno de proporcionar más seguridad a sus ciudadanos, ya que es una de las principales razones de ser del Estado, desde cualquier perspectiva ideológica. Sin embargo, me parece que la importancia apabullante que tiene el tema actualmente en México, se abre como un área de oportunidad para la toma de conciencia ciudadana de la importancia que tiene un cambio de nosotros mismos y nuestras actitudes para mejorar el problema.

Estos criminales que nos tienen en zozobra son también ciudadanos mexicanos, tal vez algunos de ellos puedan ser nuestros parientes o conocidos. No estamos lidiando con un enemigo extraño, el enemigo es parte de nuestro tejido social. Sin afán de sonar moralino, tenemos que admitir que esta falta de respeto a las leyes y a las normas de convivencia es resultado de una pérdida generalizada de algunos valores necesarios para la armonía social, y esta pérdida de valores no nos es ajena. Y que difícilmente la autoridad resolverá un problema que ya está enraizado en la sociedad y que en muchos lugares se ha hecho ya estructural (asumiendo que se tuviera toda la voluntad y la capacidad para hacerlo), sin que los ciudadanos cooperen denunciando los delitos de los que son víctima o de los que son testigos.

Desafortunadamente, es raro hablar con alguien que no diga que es completamente inútil y riesgoso denunciar un delito. Es claro que esto es producto de una desconfianza absoluta en las autoridades, pero no dejemos de reconocer (por más incómodo que resulte) que es también resultado de una cultura anodina y mediocre que, en general, decide permanecer inactiva ante los problemas que le afectan directamente, porque es más cómodo ser la víctima y quedarse en casa lamentándose y lamiéndose las heridas, que preguntarse cómo podemos individualmente ser parte de la solución. Reclamar a las autoridades un mejor desempeño es, sin duda, un primer paso y una obligación ciudadana, pero nuestra responsabilidad no puede terminar ahí, porque eso practicamente garantiza que no lograremos ni siquiera ese propósito. El respeto a todas las normas (desde dar el paso a los peatones, no tirar basura en la calle, pagar los impuestos debidosn o respetar los lugares especiales de los discapacitados) es un segundo paso que ya muchos mexicanos no estarían dispuestos a dar. Y aún más, la obligación moral y ciudadana de denunciar los delitos tiene que permear en la sociedad o no habrá manera de volver a tiempos mejores en los que el miedo provocado por el crimen era prácticamente irrelevante (y no olvidemos que en México esos tiempos existieron).

Entre los compromisos que se firmaron el día de ayer en Palacio Nacional por parte de los tres poderes de la Unión, los gobernadores de los 31 estados, el Jefe de Gobierno del D.F. y los presidentes municipales, así como varios actores sociales, los que más me generan esperanza de cambio no son el fortalecimiento de las policías ni las reformas legislativas (para nada), sino el compromiso de las asociaciones religiosas, las organizaciones de la sociedad civil y los medios de comunicación de promover entre sus grupos de influencia la cultura de la legalidad, la denuncia y la participación ciudadana. Tendremos un México mejor cuando sus integrantes seamos buenos ciudadanos, pero admitamos que la gran mayoría actualmente no lo es. Si no operamos un cambio cultural para serlo este país seguirá en la espiral descendente de la decadencia. ¿Qué me tocará a mí? ¿Qué te tocará a ti?

lunes, agosto 18, 2008

Visitas...

"¡Qué gusto me da cuando llegan! Pero más gusto me da cuando se van"
Algún viejito de mi pueblo a sus hijos que llegaban acompañados de sus familias a visitarlo.

No vayan ni por un momento a creer quienes me visitaron que comparto la cínica postura del adusto creador de esta frase. No, ¡qué va! Que me caiga un rayo si no es cierto que disfruto con harto entusiasmo recibir visitas y que el rol de anfitrión me sienta muy bien, sobre todo en mi chilanga vida.

Así ha sido que desde que regresé de vacaciones mi cabeza no ha conocido la paz, porque he tenido la suerte de recibir, primero, a una amiga francesa que enseña español en Francia y a un amigo español que enseña francés en España (aunque pareciera un juego de palabras todas ellas son semántica y sintácticamente pertinentes), junto con un amigo michoacano que, como yo, fue asistente de la clase de español en Francia. Vinieron los tres de diferentes puntos para encontrarse en la ciudad de México y emprender un viaje por distintas partes del país (que mucho envidio) mientras yo, trabajando como si el progreso de la Patria dependiera de ello, sólo los veo llegar de Chiapas para irse a Michoacán y luego de ahí para irse a la Riviera Maya y de regreso para volverse a sus respectivas tierras. Pero ha sido de lo más agradable recibirlos en casa como Nicole (la amiga francesa que enseña español en Francia) nos recibió a nosotros en la suya, que está en la Provenza francesa y que es una monada. O rememorar las largas y divertidas conversaciones que sostuvimos Juan Luis, el otro Rafa y yo, mientras paséabamos por las calles de Lyon o mientras nos tomábamos un cargado café nocturno en aquel salón de fumadores de puro con cortinas rojas de terciopelo y atmósfera vaporosa. Compartir la ciudad de México con ellos y que ellos compartan conmigo cómo San Juan Chamula, Chiapas, les ha parecido como salido de una película de horror, ha compensado con creces las pocas horas de sueño recientes (que dormir a veces es desperdiciar).

Y el mismo día que ellos se fueron a Chiapas, llegó mi hermana Miriam con otras tres amigas sonorenses, que decidieron darse un tour por el sur mexicano y que lo han disfrutado, a mi juicio, hartamente. Además de la alegría de tener a mi hermana en mi casa y de las horas de risas y bromas que hemos disfrutado con sus amigas, me ha fascinado contemplar el choque cultural de cuatro encantadoras sonorenses paseando en la ciudad de México, que es la capital de una República que congrega realidades muy diferentes. Tanto que a muchos de mis paisanos (y yo me incluyo) nos es difícil en el contacto inicial captar la idea de que somos la misma nación y no sentirnos extranjeros en nuestra propia tierra (exacerbada la idea por el hecho de los locales también les preguntaban que si de dónde eran, como si tampoco ellos las reconocieran).

A mí me resulta difícil quitarme el personaje de ser hermano mayor (de mis hermanas menores, claro...), por lo cual su viaje no estuvo ausente de nerviosismo para mí. Una especie de instinto protector me hacía desconfiar de quienes se les quedaran viendo (porque noté con cierto desasosiego que muchos hombres en esta ciudad se quedan viendo a las chicas de una manera tan libidinosa y tan descarada que realmente incomoda y que, creo, puede ser equiparada a una violación del espacio vital y que intimida y causa miedo). Pensar en que cuatro jóvenes atractivas andarían solas en medio de la jungla de esos libidinosos más cercanos al eslabón perdido que al homo sapiens me tuvo algo intranquilo. Pero, al final, excepto un incidente muy desagradable con un bastardo que alevosamente aprovechó los apretujamientos del transporte público para sobrepasarse con una de ellas, no hubo nada qué lamentar.

De hecho, creo que el único que estaba nervioso era yo, porque yo las veía encantadas haciendo pláticas con extraños que luego volvían a aparecer convenientemente a la hora de la fiesta (unos por casualidad y otros, supongo, debidamente avisados sobre nuestros paraderos). Anduvieron, eso sí, con un mood bastante internacional, entre estadounidenses, israelitas y venezolanos, tanto que yo ya no podía ni seguirles la pista de sus conquistas. Para mí fue suficiente compensación festejar el intento legítimo de comunicarse con graciosas mezclas inglés-español que al parecer a todos dejaban contentos. Que si estar bajo la lluvia era "to be DOWN the rain", o que si estar en el metro era "We are in the METER" o bien, para decir nos vemos luego (y que quedara muy claro) la despedida era "see you MORE LATER".

Además de la agradable compañía, todavía me hacían el gran favor de prepararme el desayuno en lo yo que me arreglaba para ir al trabajo (un lujo en toda la extensión de la palabra para un hombre soltero y tenaz para conservar su "independencia"). Definitivamente recibir visitas sí paga, y no me refiero sólo a la satisfacción del anfitrión sino a lo valioso de la experiencia y a lo divertido de esos días en los que ni te acuerdas de la palabra rutina.

Lo demás fueron paseos por la ciudad, el obligado viaje a Cuernavaca y visitas a bares y hasta un "antro" (al que sólo entré para cerciorarme de que todo estuviera bajo control y volví sólo para llevarlas de regreso a casa, a altas horas de la madrugada, cabe señalar). Y al despacharlas el día de hoy de regreso a su tierra (que tambíén es mía), la certeza de que las memorias siempre estarán ahí para provocarnos una sonrisa o sacarnos una carcajada cuando recordemos estos días que acaban de pasar.

miércoles, agosto 13, 2008

Top ten

A falta de mejores argumentos y de la tranquilidad de espíritu que yo necesito para relatar las patoaventuras que me van aconteciendo de vez en vez (que últimamente han sido muchas: VIDA ¡YA SUÉLTAME!), me propongo hacer una de esas listas completamente irrelevantes (y por lo tanto entretenidas) para tranquilizar a la voz de mi conciencia que a diario me reclama que únicamente me asome a mi blog a ver si alguna alma caritativa me ha dejado un comentario.

La lista consistirá, esta vez, en enumerar cosas qua, así de plano, no quiero hacer en la vida. Sí, ya sé qué conformista, qué cerrado, qué horizontes tan estrechos, lo que ustedes gusten y manden, pero simplemente no se me antoja hacer nada de esta lista cuya existencia nadie ha solicitado, pero que yo, aprovechando la absoluta libertad de expresión y mi derecho a la locura temporal (que tan bien elogió Erasmo), ahora les presento y, además, me atrevo a conminar a otros blogueros a repetirla (si ya de plano están muuuuy ociosos).

1. Ir a Wichita, Kansas.

2. Tirarme del bongie (o como se escriba... Oh Dios, ¿cómo se escribe? Bueno, su ortografía se vuelve irrelevante ahora que he decidido que nunca pienso tirarme de uno).

3. Asistir a un partido de box.

4. Ir a una manifestación del, así llamado, Peje.

5. Comerme el cerebro de un chango (mono) a medio morir (dicen que eso hacen en -poner aquí país genérico del sureste asiático-).

6. Trabajar en la Secretaría de la Reforma Agraria.

7. Leer un libro de Miguel Ángel Cornejo.

8. Estudiar el comportamiento reproductivo de las arañas en Costa Rica (si a alguien le interesa este tópico, dígamelo por favor que tengo un buen psiquiatra que puedo recomendarle).

9. Encontrar un punto 10 para esta lista tan sin sentido.

Sirva pues de pretexto, para mandar un saludo y "las seguridades de mi más atenta consideración" (guác!!! hay gente que usa esa expresión como despedida en oficios y otras comunicaciones formales, !ay Felipe II qué daño le has hecho a la humanidad!).