viernes, diciembre 18, 2009

Tanta comunicación nos descomunica

El título de esta entrada es demasiado rotundo. Pero últimamente así ando, muy rotundo. Voy por la vida diciendo las cosas con una seguridad y arrogancia monumentales, seguramente desesperantes para mis interlocutores. Internamente yo sé que lo que estoy diciendo puede ser una gran mentira, un error de razonamiento, una postura moral discutible o una posición ante la vida que ni siquiera tengo bien meditada. Pero lo digo como si la humildad se hubiera extinguido de la faz de la tierra, con un propósito muy claro: discutir. Es que discutir es uno de mis deportes favoritos junto con el de platicar (que es casi lo mismo pero no es igual) y el deporte de nunca hacer deportes. Y aunque en México (sobre todo en el centro) la confrontación verbal se ve como una falta grave a la politesse, yo creo que es una práctica muy sana, especialmente cuando no dejamos que se involucren nuestros sentimientos (que normalmente echan todo a perder). Ok, termino mi inútil digresión sobre mi afición por las discusiones y vuelvo al punto.

Estamos demasiado comunicados en estos días, claro, si no eres parte del 80% de la población que está terriblemente incomunicada y alejada de los avances tecnológicos (que no es seguramente el caso de nadie que lea blogs). Así nomás para empezar, tenemos la comunicación tradicional, la oral, que usamos en el día a día con las personas que tuvieron la fortuna (buena o mala) de ser nuestros compañeros de espacio y tiempo. Aquí ya empecé con mis excesos, porque hablo muchas más palabras por día que las que debería tener permitidas cualquier ciudadano. Pero, bueno, es comunicación tradicional y está muy limitada en los medios de transmisión, o sea, por más que hablo tan fuerte como si me hubiera tragado unas bocinas de centro nocturno, nada más me pueden oír a unos cien metros a la redonda, cuando más.

Pero luego vino el teléfono y ya pudimos extender ese espacio y empezaron las conversaciones de hooooras de adolescentes que nos hacían las tareas escolares un desperdicio muy aburrido. Después llegó el aparatejo esclavizador (con efectos irreversibles) que tanto amo y que se llama celular. Ahora sí, como dice Mafalda, sonamos... podemos ir por el mundo hable y hable. Como si eso fuera poco se les ocurrió inventar los mensajitos de texto. Si antes teníamos que estar desocupados para hacer una llamada, con los mensajitos puedes simultáneamente estar en una reunión, pedirte un café, asistir a una clase o conferencia y estar "comunicándote" con mensajes de unos cuantos caracteres.

Y no he hablado de Internet, eso sí vino a descomponer todo: el correo electrónico, el chat, las páginas para conocer a la pareja de tus sueños, la prensa electrónica, los blogs, facebook, youtube, twitter... aaaaaaaahhhhh!!! Todo el día conectados "comunicando" algo. Digo, ¿a quién queremos engañar? Tenemos la cabeza bastante privada de ideas como para estar hablando y escribiendo tanto. En toda esa churrigueresca cantidad de información que compartimos y que recibimos de los demás y a los demás, llega el momento en que terminamos diciendo cualquier cantidad de sandeces. En tantos mensajes, cambios de estado, fotografías de nuestra vida, no cabe ya la profundidad, así que terminamos comunicando pura irrelevancia. Irrelavancias sin las cuales, además, ya no podemos vivir. Cuando salimos y dejamos olvidado el celular o se descompone la red y no podemos acceder a Internet nos sentimos desconectados. Es de la vida real que yo experimento un sentimiento de pérdida como si el mundo se fuera a acabar y yo no iba a poder estar enterado.

Todo se hace más grave cuando tu celular tiene Internet y te permite estar "comunicado" con todo el mundo en tiempo real. O si no es tu celular, puede ser tu iPod touch que también te ofrece esos servicios si estás en un lugar con red inalámbrica.

En fin, que tanto instrumento comunicador me ha hecho llegar a la conclusión de que me estoy descomunicando con mucha gente, porque aunque pudiera transmitir mucha información, rara vez estoy llegando a algún nivel de profundidad digno. Supongo que son las consecuencias de ser de la generación de la transición a la nueva realidad superinformatizada, en la que estamos completamente adentro pero siempre con algunas dudas... y, entonces, pongo cara de :S

Anyways... hoy es viernes y ya casi son vacaciones. Me repondré de mi shock generacional en este mismo momento y dejaré las negras intenciones de convertirme en ermitaño-para-encontrar-la-profundidad-de-la-vida-de-la-que-me-estoy-perdiendo y seguiré estando comunicado como lo he estado, por lo menos hasta que entre en alguna crisis que me haga deshacerme de mis gadgets. Lo cual, por cierto, no creo que pase nunca, porque tengo a mi blog para hacer catarsis (para comunicar y descomunicar) y volver reloaded cada vez que haga falta.

martes, diciembre 15, 2009

Hoy vi mi vida pasar frente a mis ojos

Es bastante feo caer en cuenta súbitamente de conceptos tan poco amigables con el usuario como el de la fragilidad de la vida. Cargar con la conciencia de lo efímera que puede ser nuestra existencia es un peso demasiado duro para llevarlo siempre sobre los hombros. Y esas ideas funestas vienen en una mañana cualquiera por un descuido momentáneo en el que sólo volteas a ver a un lado de la calle y sigues caminando sin pensar que del otro lado - del tuyo - podría venir un autobús de toneladas a alta velocidad y pasar a tu lado, mientras oyes el sonido de su freno y sientes moverse los cabellos.

Nunca he sido de ponerme grave y severo por la inminencia de la muerte. Me cala tanto el sentimiento de pérdida que experimento cuando pienso en la mía o en la de las personas que quiero, que voy por la vida sin recordar el tema. Ahora mismo no estoy cómodo escribiendo al respecto, aunque por alguna razón decidí que tenía que hacerlo. No sé lo que pensar, porque en las cosas que no tienen remedio, el optimismo y el pesimismo sirven para lo mismo, o sea, para nada. Y como ambos no sirven para nada, yo suelo apostar por el primero y navegar con la bandera de la ingenuidad, que normalmente me lleva a mis zonas de confort.

No estoy en posición de pedirle nada a la Parca, ni me siento con ningún derecho, pero siempre he querido que si un día se le ocurre la mala idea de venirme a buscar para ampliar su fúnebre cosecha, me dé algunos días para algunos asuntos que me gustaría dejar bien arreglados. No vaya a ser la mala suerte que, de lo contrario, me vea yo en la necesidad de andar molestando a la gente cada noche, porque lo de los aparecidos no creo que se me dé muy bien. A mí se me da mejor lo de la alta visibilidad y no creo estar nada cómodo con esa tonalidad como desvanecida de los que ya se fueron pero no terminan de irse. Digo, ya tengo suficiente con este color blancuzco tan poco carismático que tengo en vida, para todavía tener que transitar a bronceados menos favorecedores.

Claro, lo de atravesar paredes se me haría divertido al principio, pero con todo, creo que en unos cuantos días estaría aburrido y tendría una cara de pocos amigos que asustaría a los niños. Entonces, le reitero mi petición a la Parca de que no se le vaya a ocurrir tomarme así tan de sorpresa, si yo cuando hago viajes largos soy fanático de la planeación y las fiestas de despedida.

martes, diciembre 08, 2009

Visiones nocturnas

La pareja que se besa en la estación de metro más apasionadamente de lo que recomiendan la moral y las buenas costumbres (al menos lo que por tal entendían la tía Plácida y Marianita Moreno). El mendigo que se postra en el umbral barroco de la que en otros siglos fuera la mansión de un aristócrata y que hoy permanece estática e indiferente a la movilidad social descendente del barrio donde yace abandonada. El faquir en el crucero de dos avenidas importantes que hace piruetas y cae de lomo sobre cristales hartos de sus irrelevantes gotas de sangre. La quinceañera que corre afanosamente con su vestido pastel de tul, disfrazada de princesa soberana de los precarios ahorros de la familia, que se acabarán en la noche de ensueño que es su fiesta. El transexual con minifalda que espera paciente en la esquina de Viaducto a que llegue su anónimo cliente-victimario. El rubio turista del norte de Europa que no ve la hora de estar al lado de una bella mujer morena haciendo humear los cigarros de mariguana que constituyen su experiencia latinoamericana. El adolescente con peinado explosivo armado con kilos de gel y vestido con un iPod y una camiseta negra de un grupo punk que desconozco.

Todos juntos son la ciudad, mis faros, los que me convencen de que sigo aquí, pero sin llegar del todo, en la ciudad de los palacios. Llaman mi atención y condimentan el universo uniforme de la pequeña gran ciudad, para hacerla soportable, para hacerla digna del sacrificio que implica, para gozarla secretamente en el regocijo de mis prejuicios.

domingo, noviembre 29, 2009

En los ángulos agudos y obtusos de una vida como cualquiera

A Mariana le gustaba mucho buscar en los rincones. En ellos encontraba cosas que jamás pudo explicarse cómo llegaban ahí, a las esquinas de aquella casa vieja que olía un poco a humedad. Como le daban cierta tranquilidad, ocasionalmente terminaba sentada ahí por largos ratos, tratando de poner su mente en blanco, perdiendo su mirada en el más cercano de los infinitos para no ver nada al tratar de ver todo. Terminó por darse cuenta de que no era el acto de buscar objetos lo que la atraía a esos lugares, sino un fuerte deseo de estar en ellos.

El suelo de las esquinas era el que le parecía el más fresco de todos, porque ahí daba vuelta el viento. Llegaban las frágiles corrientes de aire que se podían formar en la casona de adobe con grandes arcos rodeando el jardín central y se llevaban lo que ella creía que eran pedazos de malos espíritus y que yo simplemente creo que eran los cabellos y células muertas que perdían ella y su familia. Pero no era el viento ni la temperatura lo que la hacía quererlos, era la sensación de estar lejos de lo demás y de los demás. Eran su trinchera ante un mundo al que no se sentía atraída.

En los rincones insalubres y putrefactos de la despensa que se usaba como bodega se sentía más tranquila que en la amplia biblioteca donde su padre casi ciego le pedía que le leyera por horas las historias de detectives y de crímenes policiacos. Se creía más protegida en la abnegación de un rincón que sentada al piano de la sala en el que su madre la obligaba a practicar al menos dos horas por día.

Hasta que un buen día, cuando todo estaba listo para que se casara con el muchacho que la llamaba en sus cartas "el amor de su vida", se fue a su rincón preferido, el que estaba junto al ropero de la última recámara, la de la esquina, y ahí se puso a llorar. Tenía en sus manos una muñeca de trapo que desde niña la había acompañado en la esquina de su habitación. Peinaba a la muñeca como si la vida le fuera en ello, la peinaba y lloraba amargamente mientras los hombres con batas blancas trataban de levantarla sin lastimarla.

Se encerró Mariana en el más oculto de sus rincones, uno que estaba en su propia mente y al que nadie pudo jamás llegar a levantarla. Locura le llamarán tal vez algunos, pero ella le llamaba rincones, esquinas, guaridas. Los suyos sean tal vez más estrechos que los nuestros, pero tanto ella como nosotros vivimos moviéndonos de un lado a otro entre esos ángulos agudos y obtusos que son nuestros refugios.

domingo, noviembre 22, 2009

De graduaciones anticipadas...

Hace muchos años estudiar en el Instituto Matías Romero de formación diplomática era una ilusión. Tal cual, un sueño con un halo de verosimilitud pero sueño al fin. Pensar que algún día podría estar ahí desencadenaba mi obsesión por construir proyectos y castillos en el aire, costumbre que tengo muy arraigada en mis ratos de ocio. Este viernes que pasó (porque el otro "este viernes", el que viene, no me da todavía nada qué contar) fue el último día del curso que tomamos mis compañeros de generación y yo, como parte de una ambigua tercera etapa del concurso de ingreso al Servicio Exterior Mexicano.

Ya lo sabía yo desde antes que ése era el último día, pero no me había preparado. La nostalgia, como deben de saber los que leen este blog, es una de mis características definitorias. Hace algunos años ya lo había escrito: voy por la vida dejando pedacitos de corazón (y últimamente de hígado, cabe anotar). Volver a la escuelita me hizo una persona muy feliz. No que no tuviera de qué quejarme porque, vamos, la vida es bella pero no justa; pero ha sido una delicia volver a estar en un excelente grupo, compartiendo impresiones, decepciones, alusiones, cansancio y risas informales.

Digo que no me había preparado lo suficiente y lo noté desde que llegué a la primera clase del último día, porque mi atuendo no estaba a la altura de las circunstancias. Los compañeros iban elegantemente ataviados y yo con una camisa rosa-tornasol con la que al moverme me veía brillosito. Había querido aprovechar que se acababan los felices tiempos de vestimenta casual y que desde hoy empieza la formal, el mocasín, la corbata, el traje a rayas. Pero el viernes era un día para celebrar, habíamos ordenado unas tortas de la fonda de la Abuela para acompañar un vino de honor que nos ofrecía el Instituto. La torta no es, sin duda, ningún caviar beluga, pero eran muy especiales porque fueron preparadas por la Abuela, la encantadora señora de la colonia Guerrero que con su hermosa sonrisa de no muchos dientes nos ofrecía sus económicas delicias casi cada día.

Cuando nos tomamos la foto en las escalinatas del Instituto, hasta me pareció que nos veíamos guapos. Claro, era una especie de nostalgia anticipada que suele hacer mella de la severidad de los estándares estéticos tradicionales. Y ahí mismo se gestó el plan de festejar "the end of an era". Hubo por ahí alguna opción adicional a festejarlo en mi casa, pero se impuso el recorte presupuestal y la pertinencia de un esquema de convivencia de colisiones constantes, así que la colectividad decidió en medio del caos que era bueno meter a decenas de personas en el departamento que está enseguida del de mis molestos vecinos, o sea, en el mío.

Fue una fiesta muy divertida por muchas razones, la principal es que los ahí presentes estábamos auténticamente contentos. Otra poderosa razón: es prácticamente imposible que una reunión de más de sesenta personas en un espacio moderado, repleto de bebidas espirituosas y varios iPods con hartos GigaBytes de música, no sea garantía de éxito lúdico. Además, hubo premiaciones en distintas categorías y yo me hice acreedor a la de "mejor anfitrión", en la que era el único nominado. El premio mayor era el Ferrero Rocher de oro -el chocolate de los embajadores- pero no se habían definido con antelación las reglas para conseguirlo, así que se pospuso su entrega para cuando oficialmente tengamos el nombramiento como diplomáticos mexicanos -en unos tres meses, si Dios (y algunos otros nombres que prefiero no mencionar) no disponen otra cosa-.

Se acabó todo en perfectas condiciones, no se quebró ninguna copa, no mataron a ninguna de mis plantas -bueno, eso fue porque yo mismo lo hice hace varios meses- y el portero nunca llamó para callarnos. Un fin de semana tranquilo marcó el puente entre el Instituto Matías Romero de formación diplomática y una vuelta a la burocracia del Estado mexicano, a la cual voy con otras tantas ilusiones, proyectos y castillos en el aire.

sábado, octubre 24, 2009

El primer día del año vigésimo noveno de Nuestro Señor

Tengo yo la desafortunada costumbre de publicar con la mayor resonancia posible el advenimiento de mis aniversarios. Resulta que como hay gente que es buena para las matemáticas, para la oratoria, para las relaciones públicas, también los hay -en abundancia- quienes son malos para estos u otros menesteres. Yo confieso que hay un menester en el que soy malísimo: el de recordar fechas. No es que no pueda memorizar cuándo cumple años alguien, es simplemente que nunca veo el calendario como para recordar "ah, hoy es cumple de fulanito", entonces luego la gente se me siente, pero sólo por desconocer mi handicap. El caso es que hoy es mi cumpleaños y estoy muy contento por recibir felicitaciones y deseoso de recibir más porque, aunque nunca he entendido cuál es el mérito real de cumplir años si lo único que hace falta es seguir viviendo, pues como que se siente bonito.

El ejercicio que haré hoy en el blog será simplemente describir cómo fue el último día del año vigésimo octavo de Nuestro Señor, porque yo no quiero ir por la vida haciendo puntos complejos en mi blog -Dios me guarde- cuando las descripciones son tan simples, tan sencillas.

Sonó el despertador a las seis y media, pero mi mano derecha que está bastante mal conectada con mi cerebro, decidió autónomamente que sería buena idea apagar la alarma antes de que se me despertara el resto del cuerpo. El resto de mi cuerpo sabe mejor que a las siete y media yo debo estar saliendo de la cochera para poder llegar tranquilamente a mi curso de formación en el Instituto. Sabe bien el resto de mi cuerpo que no estoy para tener ninguna falta ni retardo sin inquietar a mi súper ego (que no es que sea un ego que esté muy súper, es sólo por meterle una categoría freudiana). Pues dada la iniciativa de mi mano derecha, eran las siete y media y apenas se estaba despertando mi ojo izquierdo y veo el reloj y tuvo que despertar súbitamente al resto de las partes del cuerpo del monstruo que dormían tranquilamente a horas en las que ya tenía que estar bañadas, perfumadas y vestidas.

Corría de un lado al otro del clóset, tratando de pensar qué debía ponerme para ese día, pero era como una pesadilla porque no había camisa que estuviera siquiera remotamente planchada. ¿Debía ser traje porque tendríamos ese día la visita de un Subsecretario o podría ir con alguna polo, escondida bajo un saco casual porque era viernes? Seguía corriendo y no lograba mi cerebro poner orden en esa madeja de ideas contradictorias. Al final ganó lo del viernes casual que es algo más rápido de vestir y no necesito de plancha. No hubo tiempo ni de bañarse, ni de rasurarse, ni de desayunar, así que tomé corriendo un yogur y otra cosa fermentada que estaba en mi refrigerador y durante el camino, entre gritos, cantos y desesperación por el tráfico que es peor los viernes, me los fui tomando para regocijo de mi pancita.

La razón de mi despertar tardío fue sin duda, haber ido la noche anterior a festejar a un buen amigo que cumplió también años y como púsose la conversación sabrosa, era la una de la madrugada y yo iba llegando a casa a dormir. Para haber estado así de cansado el día transcurrió muy tranquilo y pude escuchar sin mucho problema temas sobre multilateralismo, promoción económica, comercial y turística del país en el extranjero, y hasta para dar un tour por la bóveda de tratados del país, con todas las medidas de seguridad para conservar esos viejos papeles, sellados con elegantes lacres y escritos con unas letras preciosas que yo jamás podré dibujar, porque el teclado de la computadora ya me descompuso los genes que hacen letras bonitas.

Como sabía que a cualquiera de mis festejos de cumpleaños vienen aparejados los excesos, decidí para calmar un poco a mi conciencia que tenía que ir un rato aunque fuera al gimnasio. Hice lo que había de hacerse y salí corriendo a buscar el hielo para los cocteles de más al rato en la casa. Fue una misión mucho más difícil de lo que esperaba, pero al final lo logré. Al rato, empezaron a llegar los más puntuales y durante toda la noche unos fueron, otros vinieron, el portero me llamó varias veces para que nos calláramos, los vecinos seguramente me insultaron calladamente, los invitados departían sin callarse. Pero al final, la cosa terminó sin mayor inconveniente, mi casa oliendo a vicios y yo, tirado en la cama, contestando los mensajes de felicitación de los que sí son buenos para recordar fechas y escribiendo en el blog una entrada en lo que viene a ser el primer día del año vigésimo noveno de Nuestro Señor.

sábado, octubre 17, 2009

Mercedes

Caminaba por ahí Mercedes, por una calle de banquetas irregulares. Arrastraba un poco los pies porque ya no le daban para grandes brincos. Sus piernas regordetas y cortas nunca le habían dado para mucho. Pero la edad le va agregando torpeza a las cosas, como si no alcanzara uno suficientes niveles de torpeza a edades más tempranas. En eso iba pensando Mercedes cuando llegó al parque, al de las bancas oxidadas que le manchaban siempre el vestido y que luego ya no podía volver a usar, pero que sí usaba porque no estaban los tiempos para ponerse tan exigentes y el óxido qué tanto daño le podría causar a la gente que es fijada. A esa gente fijada no se les puede hacer mucho caso, pensaba Mercedes, porque no hay modo de darles gusto y, además, qué necesidad tenían de fijarse en las manchas de la ropa de la gente que pasa frente a ellos.

Se sentó frente a los columpios en los que una niña se balanceaba alzando las piernas lo más alto que podía y Mercedes pensaba que qué peligro era eso de balancearse tan alto y los mareos que le podrían venir, pero sobre todo que no había necesidad de arriesgarse tanto, pudiendo divertirse más tranquilamente sin tener que andar ahí poniéndose en esa situación tan problemática. Y, luego, pensaba Mercedes, si se caía el "problemón" que se le iba a venir encima a ella, porque no veía por ningún lado a nadie que estuviera cuidando a la niña del columpio y capaz que hasta el hospital iba a ir a dar, porque no podía dejar a la niña ahí sola tirada en la arena, cuando seguro algo se le iba a romper cayendo como iba a caer, desde esa altura tan innecesaria.

Sacó de su bolso un libro, de esos no muy grandes, porque pensaba Mercedes que no había ninguna necesidad de pasarse la vida leyendo, cuando hay tantas cosas por hacer, y qué es eso de escribir y escribir como si la gente que lo va a leer a uno no tuviera más cosas que hacer que ponerse a leer un libro de esos gordos, de los que nunca se le antojaba leer porque no le parecía considerado de parte de los escritores para sus lectores. Y lo dejó de leer cuando empezó la heroína de la novela a sufrir demasiado porque se le juntaban las razones y a Mercedes la molestaba mucho eso de ver a la gente sufrir demasiado porque era una persona con mucha empatía y no importa que fuera el personaje de una novela, ella meditaba que no estaba bien que el sufrimiento se le cargara tanto a unos cuantos, cuando se podía distribuir de mejor manera entre todo el gentío que ella veía en los parques y en las calles, y que no se veía que sufrieran para nada.

Tomó el camino de regreso a su casa, porque ya le parecía que se hacía tarde y le daba miedo que le cayera la noche encima y ella con esas rodillas tan defectuosas que no la iban a sacar de ningún apuro si algún truhán se disponía a molestarla por la calle, o, peor aún, a asaltarla, si ella ni dinero traía y el que tenía había sido bien ganado, como para andárselo regalando a esa gente haragana que nada más por traer un arma ya se creían merecedores del dinero ajeno.

Llegó a casa, saludó a su perro, Melquisedec, que le movió dos veces la cola antes de ir a sentarse indiferente como siempre en el tapete de la sala; preparó su té, se puso el camisón, hizo sus oraciones y, sin pensar más nada, fue a dormir.

martes, octubre 13, 2009

Eran los tiempos que corrían

Tratando de innovar en los temas de este monótono blog, se me ha ocurrido recordar una etapa que no me tocó vivir. De niño fantaseaba mucho, como todos en algún momento, supongo, con la idea de viajar en el tiempo. Por alguna razón que no me logro explicar, no me interesaba ni ir al futuro, ni demasiado lejos en el pasado. Lo que quería con ansias era poder vivir - en calidad de testigo, no de residente permanente - en la época de la niñez de mis abuelos en Huásabas. Los albores del siglo XX en ese rincón rural del norte mexicano me parecían una época fascinante . Esa nostalgia había sido alimentada, o debería decir inseminada, por los relatos de mi nana Carmela, mi abuela paterna. Me figuraba aquellas calles de tierra y casas de adobe llenas de historias latentes esperando a ser descubiertas, ocultas en el murmullo del viento al colarse entre las agujas de los enormes pinos salados, en cuyos troncos jugaban niños ataviados con ropas austeras de telas antiguas y aromas particulares de las que ellos no se percataban.

Las imágenes las iba construyendo con las fotografías viejas, ésas en blanco y negro que ya más bien eran amarillo y ocre. Y también con los retratos de mi bisabuela, mamá Amparo, o del padre Luis. Con esa materia prima, en mi mente iban las señoras haciendo sus tareas domésticas, vestidas de blondas, encaje y crinolinas. Los hombres eran todos de un aire muy respetable y aunque no usaban sotana, como el padre Luis, sí tenían todos su cara grave, eclesiástica.

Eran los tiempos de la dictadura de Don Porfirio que fueron seguidos por los años hostiles y larguísimos de la Revolución Mexicana. Esos períodos de transición son difíciles y se llegan a poner harto oscuros. No era de extrañarse que mi bisabuelo Julián fuera atacado por una cuadrilla de los hombres de Villa. Ya no se pudo más ir a llevar el dinero a los bancos de Arizona -los pocos que podían darse el lujo de acumular capital - porque las diligencias se habían hecho demasiado riesgosas. De tal modo que hubo de enterrarse el dinero en las huertas o en las anchas paredes de las viejas casonas de los ricos. Esos famosos entierros se convirtieron en poco tiempo en la obsesión de los descendientes de los antiguos potentados que querían ganarse su lotería, sin tener que comprar boletos. Y luego esa obsesión, tal vez por infructuosa, dio pie a sendas leyendas de aparecidos que cuidaban con la avaricia futil del inframundo, las monedas de oro cuyo dueño original no quiso compartir ni en el lecho de muerte.

Cuando se consolidaron los gobiernos de la Revolución en el período de uno de los generales de Sonora, Plutarco Elías Calles, vinieron tiempos de mayores sobresaltos para los habitantes del pueblo. Se prohibió la celebración de misas y se cerraron las iglesias. Aquello era peor aún que en los tiempos del "indio ése jacobino" de Benito Juárez. Ni el "pata rajada" al que peyorativamente las señoras hacían que sus hijos llamaran Beno Juárez, se había atrevido a ordenar las herejías que Calles estaba implementando a punta de pistolas y federales.

El padre Luis y todos los santos en vida que formaban el clero fueron a refugiarse a Los Ciriales, un rancho en lo más alto de la Sierra Madre Occidental, donde el obispo Navarrete había ordenado la construcción de un seminario para no suspender la formación de los próximos sacerdotes. Los bautismos, los matrimonios y las primeras comuniones debían celebrarse con el mayor sigilo, para no ser descubiertos, porque eran bravos los del gobierno, eran sacrílegos, unos grandes sacrílegos indignos.

No mermó el movimiento político la devoción de ese catolicismo acendrado, traído directamente de Europa y puesto en remojo en una mexicanidad cuyo guadalupanismo era el factor de identidad más consolidado de la República. No cayeron los velos que cubrían las cabezas de las mujeres enlutadas, ni de sus manos los rosarios. Sólo pasó el tiempo que tenía que pasar y todo fue volviendo a la fervorosa cotidianidad que algunos añoraban y otros no tanto.

Eran los tiempos que corrían los de María Auxiliadora, que vio llegar del pueblo vecino al engominado mancebo que la cortejaba. Lo vio venir una tarde calurosa de verano y otra vez a la semana siguiente. Llegó incluso a aceptarle una pieza de baile en las fiestas de la santa patrona, el celebrado quince de agosto, sin tocarle nunca la piel porque en la mano debía el caballero ponerse un pañuelo para no incitar malos pensamientos. Aún así, tuvo María Auxiliadora sensaciones totalmente nuevas, desbordando calladamente la alegría cuando oía acercarse los cascos del elegante caballo que transportaba al buen mozo de buena familia en las tardes más frescas del otoño.

Eran los tiempos que corrían cuando éste le propuso matrimonio y ella le respondió que debía hablarlo primero con el padre Luis. Así lo hizo y al enterarse de que el matrimonio involucraba asuntos tan carnales como le medio explicó el sacerdote, se rehusó a seguir recibiendo la visita del buen mozo, aunque fuera de buena familia, porque a sus dieciséis nunca se imaginó que hubiera que sacrificar la pureza para engendrar los hijos que le hubiera gustado tener. Así pensaba María Auxiliadora, por lo que se consagró al celibato y amó siempre a su engominado mancebo, casi tanto como al recuerdo de las tardes de verano y otoño en que su pecho se estremecía de una manera que jamás volvió a experimentar.

Eran los tiempos que corrían en aquel sereno pueblo de la sierra sonorense, por lo menos así corrían en el imaginario de los que no los vivimos, sino a través de los idealizados relatos de la abuela y sus igualmente ancianas interlocutoras, mientras te pellizcaban la mejilla y te apuraban "anda, ya vámonos al Rosario, que están por dar la última campanada".

martes, octubre 06, 2009

¡Ay qué tan bonito!


El viernes salimos temprano de la escuela. Una tarde de viernes libre había de ser aprovechada, tal y como reza el proverbio chino aquél que dice que los viernes en la tarde deben ser aprovechados. No es que no hubiera opciones en la ciudad: estaba el concierto de Depeche Mode, 451 museos o la permanente opción de perderse en el alcohol. Pero surgió etérea la idea de ir a Morelia, Michoacán, con ocasión del festival internacional de cine que se lleva a cabo en dicha ciudad colonial. Mi tan comentada imposibilidad de decir que no a cualquier plan hizo diligentemente su trabajo y a las dos de la tarde pasé por los otros cuatro valientes que decidimos -hora y media antes- tomar carretera y pasar el fin de semana fuera de la Megalópolis.

No tengo planeado describir los pormenores del viaje, obedeciendo el proverbio chino aquél que reza "nunca describas los pormenores de tus viajes", ni pretendo ser reiterativo sobre lo mucho que gozo los paisajes de las carreteras mexicanas o la belleza casi mágica de sus ciudades antiguas o sus pueblos suspendidos en un tiempo que parece pasado, pero no lo es. Lo cierto es que esas escapadas de fin de semana me reconcilian con la vida, me provocan algo parecido al enamoramiento de un país que está muy mal en los encabezados de todos sus periódicos pero que es hermoso cuando te ahorras la miopía de verlo a través de los borrosos cristales de sus medios de comunicación y te asomas a verlo directamente.

Bueno, y como ya me estaba poniendo más cursi de lo que tengo permitido, termino recomendando las dos películas que vi en el festival: London River y Hace tiempo que te quiero, la primera francoargelina y la segunda nomás francesa, con una impresionante actuación de Kristen Scott-Thomas. Pero, sobre todo, recomendarles que en cuanto puedan agarren la carretera y vayan a algún pueblito que les quede cerca, se tomen un buen café por ahí y, si no es mucha molestia, se acuerden de mí un poquito y yo -en plan new age- reciba sus paseadas y felices "energías", porque necesito seguir paseándome y simultáneamente hacer mis deberes, porque así es la vida de uno y así se va a quedar.

domingo, septiembre 13, 2009

Cada quien tiene sus dinosaurios

Tantas veces soñé que volaba y al despertar, obvio, no volaba, ni tampoco podía saber si soñaba, o pensaba, o creía, o me ilusionaba. Los verbos no me servían para distinguir mis acciones de mis deseos, de mis emociones, o siquiera, de mis planes. El propio concepto de realidad perdía el significado preciso que siempre me ha gustado darle. Internamente y por momentos afortunadamente breves me volvía algo así como un bohemio sin carisma enfrascado en una discusión que no sólo no le importaba a nadie, que tampoco le importaba mucho a él. Un lumpen de las ideas ociosas. Un teólogo bizantino teniendo reflexiones teológicas bizantinas sobre ángeles, y su tamaño, y su sexo, o el tamaño de su sexo, mientras en sus murallas los turcos amenazaban con destruir el Imperio.

Así que dejé de cavilar sobre todas esas cuestiones "notoriamente improcedentes" - como se dice en los juicios - y decidí mejor vivir, aun sin distinguir, dando por sentadas todas las dudas con algún dogma que más o menos me sirva, dejando las cavilaciones para la gente inteligente.

jueves, septiembre 03, 2009

Cuando las cosas no suceden

A veces, siento que el país está descompuesto (los días que estoy más desilusionado). No quiero decir que esté enfermo, arterioescleroso, desahuciado, porque los términos médicos como que no captan la situación. Más bien es un asunto estructural, mecánico. Descompuesto como un aparato que cada vez que la vas a usar está kaput. Sin detener su funcionamiento, claro, pero tronándole la mayoría de los engranajes, con tornillos barridos, tuercas sueltas, tirando aceite incesantemente en una fuga perpetua que chorrea por tantos orificios que no puede ser contenida ni proponiéndoselo.

Y eso que no me gusta ser tan fatalista como todos esos mexicanos que con tanto aplomo declaran que nos encontramos ante un estado fallido (y sonríen con aire de suficiencia, como si no se dieran cuenta de que ellos también serían víctimas de un desenlace así de fatal y, sobre todo, parte del problema). Simplemente no se me da ser tan pesimista cuando, en realidad, suelo pecar del pecado antónimo, de un optimismo ingenuo, un tanto superficial y poco empático con los que sí tienen razones para mandar toda nuestra realidad social por la coladera (revolución mediante).

En este exacerbado optimismo que me aqueja, pienso que para estar el mundo como está, la situación de México no es para llorar tan amargamente. No somos Afganistán, o Irán, o Somalia. Sin embargo, para donde voltees hay cosas que arreglar. La economía en crisis en todo el mundo, pero contrayéndose en México más del 8%, o sea, bastante más que en EE.UU. -donde se originó todo este caos financiero. El Gobierno enfrascado en una guerra contra el narcotráfico que no sólo no ha dado resultados contundentes, sino que ha aumentado la intensidad de la violencia relacionada con el crimen organizado. Pero, además, será un sexenio perdido en todos los demás aspectos, porque la seguridad ha monopolizado la agenda gubernamental de tal modo que el crecimiento, el empleo, la pobreza infame y pornográfica, mejorar la educación y los servicios de salud, son temas todos secundarios si se les compara con la banda de los Zetas, o los Arellano Félix. Por mí que se casen todos con Camelia la Texana, si se pudieran resolver los problemas estructurales del país.

Y, luego, la burocracia... qué va, el símbolo más fiel de la descomposición. Trámites lentos, ineficientes, secretarias con cara de pescado enlatado, con los ojos desorbitados por ver a un ciudadano que les trae más carga de trabajo, pero la mirada vacía porque sus puestos no los entienden como un lugar en el que se deben resolver problemas. Si está el aparato descompuesto, la culpa no puede ser de la pescada enlatada, ni de su falta de criterio y de ganas, la culpa debe de estar allá afuera, en algún otro recóndito rincón al que no puede acceder (todos sabemos que es "no quiere", excepto ella, o él, o eso). Y, a veces, están los que sí quieren, pero que están sometidos a un procedimiento que nadie sabe bien a bien cuál era su razón de ser y que todo lo detiene, paralizando a la razón misma.

Las reglas de civismo y respeto al próximo, por los suelos. Nadie le da el paso a nadie y si lo tomas, aunque te toque, te echan el carro con todo y ensordecedor ruido del claxon, porque, claro, el único derecho que todos reconocemos es el propio. Los vendedores ambulantes se apoderan del espacio que debería ser público - ajeno a cualquier apropiación - y si se puede se toman también la electricidad prestada que "pasaba por ahí", con cargo a todos los que sí pagan su recibo. Las grandes empresas comprometidos a nivel cero con el sostenimiento del erario público, aunque tomen sus ganancias como resultado de que ese estado medio funcione. La televisión, un aparato embrutecedor que es la única que cumple con su objetivo: estupidizar. Las asociaciones sindicales, unas verdaderas entorpecedoras del desarrollo de los sectores que controlan, han destruido el sentido de la protección de los trabajadores y son un estandarte de los privilegios no merecidos, con líderes gordos ostentando relojes que valen más que toda su hipertrófica existencia, o cientos de cirugías que no logran esconder ni la fealdad externa, ni la monstruosidad interna.

Y si le sigo, a todos nos toca, por un lado o por el otro. Pero la maquinaria sigue andando. Rechina como si mañana pudiera venirse abajo, aunque tiene siglos rechinando así o más feo. Quisiera conservar la esperanza de que pronto estaremos mejor, pero pareciera no quedarme otro recurso que voltear al Medio Oriente o al África Subsahariana para alimentar mi autocomplacencia. Hasta que de nueva cuenta me convenzo de que mi único recurso válido es voltear a ver mis manos y buscar en ellas soluciones, aunque sea para un solo tornillo barrido, aunque sea para una sola tuerca.

sábado, agosto 29, 2009

Una entrada sin punto...

Como su título lo indica, he aquí una entrada sin punto, dedicada a hacer operativo mi más reciente -y antiguo- propósito de no dejar abandonado mi blog por periodos tan largos:

Mi vida es un desastre, hay que admitirlo. El orden ha dejado de ser no digamos una prioridad, ni siquiera un criterio. Me encantaría poder regirme por un programa sereno que me permita realizar todas las actividades que considero importantes para no terminar con la frustrante sensación de incompletitud. Varias veces me lo he planteado y he tratado de cambiar (como Lupita D'Alessio, pero menos intenso) siempre para encontrarme con que hay un gran obstáculo para ello: la vida social. Eso es lo que viene a poner el desorden en el ya preexistente conato de caos.

Les adelanto que la causa de que la vida social cause esos desajustes tan desproporcionados es mi imposibilidad genética a decir que no. Tan sano que es un simple no, tan oportuno, tan prudente. Pero resulta que, al parecer, yo nací físicamente impedido para negarme a cualquier invitación, solicitud, requerimiento que tenga como fin el inicio o la obstinada continuación de la convivencia. Soy, en términos vulgares, un "facilote" de la vida social (he dicho social, no se confundan, que tengo un prestigio que cuidar).

Este rasgo de mi personalidad, debo decir, me ha granjeado muchas satisfacciones a ritmos muy constantes y ha llenado mi memoria de momentos agradables, de manera que no puedo quejarme; sin embargo, mis horas de sueño -que deberían ser sagradas- son las principales víctimas y suelen absorber los daños colaterales (publicados a través de las ojeras, que me hacen parecer uno de los locos Adams). La vida social desenfrenada también me obliga a desaparecer mis ya de por sí esporádicas visitas al gimnasio, mis entradas en el blog e, incluso, mis ratos de lectura. Cuando la cosa se pone intensa, ni siquiera me da la oportunidad de ver películas o series tirado en la comodidad de mi cama. No exagero cuando digo que hasta las visitas al baño las reduzco en las épocas en que ando del "tingo al tango" (lo que sea que signifique esta expresión callejera; literal no se la vayan a tomar ya que no he ido ni al tingo -que no sé dónde quede- ni al tango, porque mis caderas y la danza no combinan nada bien).

Todo lo anterior da cuenta de cómo desaparecen uno a uno todos los remansos de serenidad que tengo. Por eso es que el día de hoy dije: ya basta (lo dije con un tono grave como de noticiario alarmista, para ver si así servía de algo). Y para pasar del dicho al hecho (aunque sabemos que hay mucho trecho), decidí irme a mi casa en pleno sábado a las diez y media de la noche. Y heme aquí en un fin de semana cualquiera, tirado en la cama escribiendo una entrada en el blog, mientras las gotas de lluvia golpean mi ventana (no es recurso literario, realmente llueve). Tanta tranquilidad, de hecho, hasta ganas me provocó de ir al baño - ¿lo dije o lo pensé? - lo cual no pienso hacer hasta concluir esta entrada sin punto.

Supongo, en realidad, que mi vida seguirá siendo un desastre y que la vida social no se reducirá sino algún eventual sábado en la noche, pero no está mal esto de decir a veces "ya basta" y tirarse en la cama a escribir una entrada sin punto, boca abajo y recargando la barbilla en la almohada, esperando que el celular no vaya a sonar porque tengo una enfermedad terrible en la voluntad que se llama flaqueza y cuyo principal síntoma es no saber decir que no.

sábado, agosto 15, 2009

I am back como Terminator... versión sin músculos ni cables

Siempre es bueno regresar, aunque sea con la cara cubierta de vergüenza por saberme un desobligado con mi blog que tantos placeres me ha procurado a lo largo de estos últimos cuatro años y medio. No es por presumir (bueno, sí) pero esta entrada la escribo desde mi brand new computadora de Apple, que compré casi exclusivamente para sentir que volvía de nueva cuenta a la escuela. El caso es que como siempre había usado Windows, acostumbrarse al sistema de Mac es algo que toma tiempo y, por ejemplo, aún no sé como usar el invento más útil del siglo XX: el ctrl. C y el ctrl. V.

Ahora bien, qué es lo que ha pasado en la vida de Rafa durante este mes de desaparición de la blogósfera. No es que piense que les interese a ninguno de los cuatro lectores, pero considero mi obligación moral darle a esto algo de coherencia cronológica y que mi vida vista a través del cristal de mi blog no parezca una cosa llena de huecos y misterios que ningún Sherlock Holmes se daría a la tarea de atender (básicamente por falta de interés).













La principal causa de mi desaparición es que salí de vacaciones, primero a Miami, luego a Chiapas, luego a Acapulco, luego volví a mi última semana de trabajo en la Suprema Corte y ahora acabo de terminar mi primera semana de formación en el Servicio Exterior Mexicano (SEM para los cuates). En ese tiempo recibí la visita de mi hermana y también de mi sobrino de catorce años, el cual me hizo hacer cosas como subirme a la Montaña Rusa de la Feria de Chapultepec, en el cual oí a mis vértebras decirme insultos que no puedo repetir en este lugar tan decente.

Como siempre ha sido mi costumbre emitiré algunas opiniones no solicitadas sobre los lugares que visité, empezando con Miami que es una extraña mezcla de lo estadounidense con el mundo latinoamericano que realmente hay que visitar. El primer mundo pero tropical. Una ciudad completamente plástica en el que la mayoría de la gente no es que le tengan culto al cuerpo, eso sería decir poco, sino que viven para parecer salidos de las secciones de publicidad de las revistas. Además, playa al fin, todo mundo está completamente bronceado y si yo me siento Gasparín, el fantasma amigable, en cualquier cuidad, ya se podrán imaginar el escarnio colectivo del que podía ser objeto en una playa de arenas blancas en el que me podía camuflajear en la arena con mi color de archivista cautivo. Claro que esta vez fui radical y pasé ocho días tirado al sol tratando de ponerme a nivel de los miamitas (lo cual era imposible) y me enorgullece mucho al final poder decir que estaba "aceptablemente" bronceado y que si se fijan bien todavía conservo algo de ese bronceado (aunque nadie más lo nota que yo, pero no importa para eso tengo el egocentrismo que me resulta tan útil.

No diría que Miami es una ciudad muy interesante, porque es más bien un enorme resort, en el que se disfruta de la playa, las tiendas y la gente guapa en ambiente de fiesta. Sin embargo, fue un viaje muy divertido, con enormes cantidades de mar tibio, de arena, de compras (buena parte de las cuales perdí en el avión de regreso, tema en el que prefiero no abundar por razones de equilibrio mental), de fiesta y de dispendio de dólares en una semana en el que la tasa de cambio se comportó completamente en mi contra, como si me hiciera falta que el mercado internacional de divisas fortaleciera la tendencia de mi movilidad social descendente.

El mismo día que llegué a Ciudad de México de Miami me fui a Chiapas, con parada obligada a mi departamento a cambiar de maleta. Se supone que había un tremendo brote de influenza en ese Estado de la República en esos días, pero bueno me fui acostumbrando a que ni las tasas de cambio ni los comportamientos epidemiológicos se sincronizaran con mis vacaciones. En realidad, nunca vi nada relativo a la influenza y ni esa ni ninguna otra gripa me ha atacado desde entonces. Chiapas es un verdadero paraíso. No se me ocurre otra expresión menos corny para describirlo, pero es que es un lugar genial. Mientras gozaba cada uno de los hermosísimos lugares que pude disfrutar, me recriminaba no haberlos visitado antes, porque no está bien que haya lugares tan bonitos, tan cerca, y que uno vaya por la vida distraído sin conocerlos. Visité primero el Cañón del Sumidero que es una maravilla de la naturaleza que escapa la descripción de mis torpes comentarios. El recorrido duró dos horas en una lancha que iba a una velocidad no recomendada para mis riñones, porque aquello botaba que daba gusto, sobre todo hasta al frente que era donde mi curiosidad me había llevado a sentarme. Pero esas incomodidades no eran nada comparadas con la experiencia de entender que somos unos minúsculos mamíferos en medio de algo mucho más grande y majestuoso, que normalmente no contemplamos porque estamos obnubilados por nuestra egolatría.

Después fuimos a San Cristóbal de las Casas que, hasta donde conozco, es el pueblo más bonito de México. Una mágica combinación de un pueblo colonial, en las altas montañas húmedas de las sierras del sur, con un elemento indígena casi omnipresente, conviviendo armónicamente con restaurantes de alta cocina, o pequeñas y auténticas trattorias italianas, cafeterías con el mejor café de México, misiones dominicas del siglo XVI y explosiones de color a cada paso.

También conocimos las cascadas de Agua Azul y Misol Ha, ambas son espectaculares, te llenan los ojos, pero fue esta última la que más me emocionó. Parece una fantasía montada para una película con ese enorme salto de agua que cae a una alberca de agua cristalina, con paredes folladas de musgo, líquenes y enredaderas y adornada con una hermosa gruta ahogada con un agua serena.

Para terminar el viaje fuimos en carro hasta Palenque, una de las ruinas mayas más famosas de esta civilización. Es impresionante porque es una ciudad que fue cubierta por la jungla exuberante que la rodea y que había escondido estos vestigios impresionantes, en los que se supone sólo se puede contemplar el 2%, ya que el resto sigue cubierto por la selva, con árboles de raíces poderosas. La belleza geométrica de sus construcciones civiles, religiosas y militares asomándose entre árboles exóticos de maderas duras y alturas impresionantes es también una experiencia que hay que vivir.

Yo aquí ya noté que me excedí, por lo cual pienso suspender este recuento para otra entrada porque no se trata de agobiar a nadie solo porque yo la pasé increíble y mejor me hago a mí mismo la promesa de no andar desapareciendo así como así de manera tan malagradecida de este mi rincón público de ceros y unos donde van constando mis fortunas y desdichas.

viernes, julio 10, 2009

Come away with me...

Las vacaciones se presentan como oportunidades ideales para redescubrirnos. Claro que podemos darle usos más frívolos y hedonistas, pero lo cierto es que uno es resultado de sus circunstancias y que nunca es lo mismo un escritorio circunstancial a una playa o a una ciudad hermosa circunstanciales. Entonces, la hipótesis que avanzo en esta entrada es que durante las vacaciones uno es otra persona, distinta a la de la cotidianidad que, a base de ser rigurosa, estrecha nuestras posibilidades de comunicación y reduce el horizonte de nuestras ideas. Dicho de manera más silvestre: nos creemos el rol autoimpuesto y actuamos en consecuencia, aumentando la lista de lo que pudo ser y que nunca fue.

Tal vez por esta razón, el ocio ya había sido concebido casi como una obligación moral del hombre. Thomas More en su más célebre libro, Utopia, imaginó un mundo ideal en el que las personas no dedicaban más de seis horas a su trabajo, porque la realización del humano es el conjunto de muchas cosas, siendo el trabajo sólo una de ellas. Sin embargo, tengo la impresión de que en épocas más recientes y materialistas, el ocio es solo el remanente de la prioridad principal, que es construir una imagen de éxito que implica (absorbe) mucho tiempo. Así que queda uno en medio de dos conceptos muy atractivos, en los que hay que ir distinguiendo lo importante de lo no tanto, por más trabajos que cueste.

Las vacaciones son en nuestro sistema de vida una oportunidad de oro para descubrir a esa otra persona que está latente y que únicamente puede emerger cuando no hay un reloj doblando incesantemente sus agujas como señales irrenunciables de que hay otra cosa por hacer. Pero, claro, como recurso escasísimo que son, fácilmente podemos convertirlas en otro maratón de nuestra vida: córrele a tomarle fotos a la Torre Eiffel, se nos va el batomouche, ya va a cerrar el Louvre, apúrate a tomarle fotos a la maldita Mona Lisa porque ya se está llenando esto de japoneses y luego será imposible, ¡el Lido, el Lido! Se nos van a agotar los boletos...

Tengo la firme intención de disfrutar mucho mis próximas vacaciones, de creerme absolutamente que me las merezco y no dejar descuidada ni la actitud contemplativa. Hay varios destinos ya confirmados que sin duda aparecerán en su momento en este blog que es mi muro de las dichas y las desdichas. Habrá playas y montañas, ciudades modernas y muy antiguas, amigos y familia. Pero sobre todo, habrá mucho de mí para mí mismo y yo - por egocéntrico - traigo muchas ganas de eso. Ya desde ahora estoy disfrutando el escape mental de pensar en esos días, en inventarme las "memorias" de cosas que no han pasado y descubrirme sonriendo sin motivo aparente, sólo por Ser, sólo por Estar... ¡cómo si fuera poca cosa!

martes, julio 07, 2009

Elecciones 2009

El pasado domingo 5 de julio tuvieron lugar las elecciones intermedias en México. Intermedias quiere decir que no se elige Presidente de la República (ni a los Senadores, cuyo período es también de seis años en el puesto). A nivel federal, pues, lo único que se renueva es la Cámara de Diputados (de quinientos integrantes, o sea, la mitad de los habitantes de mi querido Huásabas). Pero, adicionalmente, hay elecciones a Gobernador en seis estados de la República: Campeche, Colima, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí y, muy importante para mí, Sonora.

Los resultados dan como ganador al Partido Revolucionario Institucional (PRI), el mismo que gobernó a México en una dictadura de partido por 71 años (1929-2000). En el año 2000 el PRI perdió la Presidencia de la República a favor del PAN (derecha), con Vicente Fox, en un histórico paso hacia delante en la transición hacia la democracia (material, porque formalmente México ya era un sistema democrático, aunque no funcionara como tal). Desde 1997 los resultados del PRI habían venido mermando, llegándose a convertir en la tercera fuerza electoral en 2006, con una fracción parlamentaria en la Cámara de Diputados que era la tercera en número, pero que se convirtió en la más determinante por la radicalización inicial de la segunda fuerza, el PRD (izquierda), al no reconocer la elección de Felipe Calderón (PAN) como Presidente.

Doce años después, el PRI vuelve a repuntar en las elecciones y se convierte con mucha holgura en la primera fuerza en la Cámara Baja y la segunda en el Senado (desde 2006). Este hecho transforma el rostro del sistema político mexicano de muchas maneras. Primero, porque después de estos resultados el regreso del PRI a la Presidencia de la República se anuncia como muy probable para 2012. Esto, junto con haber ganado al PAN dos estados que se consideraban bastiones de la derecha, vuelve a darle gran parte del poder político nacional a este partido, cuyo dominio en México fue repudiado por la ciudadanía hace apenas unos años. Es decir, la acumulación de poder político en el PRI se vuelve a presentar como una posibilidad real, a menos de una década que se logró "desarmar" esa súper estructura de poder que gobernó y desgobernó a México, prácticamente durante todo el siglo XX.

Segundo, porque aunque México cuenta con un sistema de gobierno presidencialista, el Poder Legislativo dependerá prácticamente del PRI. Esto implica que la responsabilidad política de los destinos de la Nación ya no le pueden ser imputados únicamente al PAN (partido en la Presidencia), ya que una parte importante de las políticas públicas, así como el presupuesto de la Federación son decididos en el legislativo. Además de que las nuevas leyes y reformas legales son responsabilidad completa de este poder, que ahora estará regido por un partido distinto al de la presidencia. Por si esto fuera poco, tampoco se puede omitir que el PRI gobierna la gran mayoría de los Estados de la República y también la mayoría de sus municipios, por lo que el nivel local de gobierno también estará conducido mayoritariamente por este "nuevo" viejo partido.

Y, tercero, porque el principal partido de izquierda (PRD) redujo su nivel de influencia al obtener únicamente el 12% (aprox.) de la votación nacional, después de que hace tres años obtuvo casi un tercio. Adicionalmente, el Partido Social Demócrata (izquierda) que era el partido con la postura más clara a favor de temas de izquierda social y moral perdió su registro como partido político, al no obtener ni siquiera el 2% de la votación.

Los resultados de la elección deberían implicar conclusiones importantes para nuestra clase gobernante, si se toman en serio el compromiso democrático, en el que el voto no es una cheque en blanco de confianza a las ocurrencias de los elegidos, sino que representa la voz de apoyo o repudio a las cuestiones públicas más importantes. Siendo así, si consideramos que la mayoría de los votantes no apoyó al partido del Presidente, tendríamos que entender que el monopolio temático que éste le ha dado a la seguridad y a la guerra contra el narco, no está siendo bien recibida por la sociedad. Evidentemente, hay un buen nivel de apoyo al PAN (28% de la votación) por lo que se entiende que una buena parte de la población está de acuerdo con las acciones principales del gobierno panista, pero todos los demás claman porque se incorporen de manera más seria los demás temas importantísimos de la agenda. Las medidas contra la crisis económica, el aumento de los niveles de pobreza en el país, la terrible calidad de nuestro sistema educativo, las deficiencias en los servicios públicos de salud, la alta tasa de migración hacia EE.UU. son todos temas que han sido opacados por una mediatizada lucha contra el crimen organizados, que no ha tenido un impacto muy significativo y ha causado la muerte de más de doce mil personas (buenas o malas, inocentes o culpables).

Otro segundo gran golpe que deberían sentir los gobernantes es el aumento impresionante que obtuvo el llamado voto nulo. A nivel nacional, fue de más del 5%. El voto nulo lo emitió gente que fue a las urnas a votar (no es la gente que se abstuvo de votar), es decir, de ciudadanos que hicieron el esfuerzo de votar para hacer saber un mensaje muy claro: están inconformes con todo el sistema de partidos del país. Esto no es trivial, no debe ser trivial. Es un número enorme de electores que dicen ya basta al espectáculo político de tan bajo nivel que los partidos montan todo el tiempo. Cambia el tema controvertido, pero las actitudes son todas las mismas: falta del sentido ético de lo público, de inteligencia y capacidad para enfrentar los principales problemas públicos y, sobre todo, el mantenimiento de privilegios a sectores de la población que han venido estancando a este país, desde su fundación como colonia (ya existían situaciones de privilegios en el México Prehispánico, pero yo entiendo la formación de la Nación mexicana, a partir de la creación de la colonia española llamada Nueva España y no antes) y que nunca hemos logrado cambiar a partir de nuestra independencia.

El abtencionismo aunque alto (entre 55% y 60%) es relativamente normal para una elección intermedia, inclusive comparándolo con otras democracias consolidadas. Sin embargo, es siempre un motivo de reflexión si la gente se abstiene por inconformidad, por imposibilidad de ir a votar o, simplemente, porque son ciudadanos anodinos con poco interés en los asuntos públicos y que usan el excelente pretexto del espantoso desempeño de nuestros gobernantes para eludir el hecho de que tampoco ellos son ciudadanos responsables o interesados en hacer un esfuerzo por cambiar a este país.

Dentro de las buenas noticias que deja esta jornada electoral, es que existe la capacidad en el país de organizar elecciones en las que se confíe en el resultado de los votos (aunque siempre habrá incrédulos que no puedan tener dicha confianza, porque la religión de muchos es justamente la desconfianza). Y que se sigue dando la alternancia de partidos en el poder, lo cual es, sin duda, necesario para mantener el sistema de pesos y contrapesos del diseño institucional de nuestro país.

jueves, julio 02, 2009

¿Se puede estar más contento?

Fui aceptado en el Servicio Exterior Mexicano. Es una noticia que me llena de alegría y revuelve mis emociones porque implica una larga serie de cambios y decisiones que serán parteaguas para lo que me queda de vida (que Dios, los avances en las ciencias médicas y mis antepasados quieran que sea mucho). El tortuoso proceso para este concurso que ya describí en una entrada previa me había dejado al final del camino con un mal sabor de boca porque consideré que mi desempeño no estuvo a la altura de las circunstancias. Sin embargo, a pesar de mis pesimistas predicciones, decidieron que yo era uno de los que había aprobado la segunda eliminatoria y pasé a la tercera, en la cual únicamente hace falta no regarla feo, para el ingreso definitivo al SEM.

Me cuesta mucho trabajo expresar esta noticia en términos mesurados y con pretensiones de objetividad, porque es un tema que trasciende mis intentos de conducir mi vida racionalmente. La carrera diplomática que voy a empezar ha sido no sólo un curso de acción decidido por motivos de cálculo laboral, sino que ha representado un sueño de vida desde hace muchos años. Tener como mi principal aliciente el servicio público a mi país y a mis conciudadanos es una idea que he construido a lo largo de mi vida y se ha convertido en el faro que quiero seguir desde todos los puertos en los que tenga que navegar. Bajo esta premisa, que mi modus vivendi sea representar los intereses de México y de los mexicanos en el extranjero es la consagración de una vocación que integra muchos elementos reunidos en una mezcla sensacional.

Ahora me siento en la mitad de un largo camino, un trayecto que he venido transitando con pequeños pero muchísimos pasos y que a base de ser tantos lograron traerme al lugar en el que pude ver mi nombre en una lista que me honra profundamente. Pero a la mitad, porque llegar a este lugar no es sino el inicio de una carrera -que no la entiendo de velocidad sino de resistencia- y que también la habré de realizar con base en metódicos pequeños pasos, tal vez intrascendentes si se juzgan individualmente, pero que intentaré sean significativos en sus consecuencias. De tal manera que en conjunto me conduzcan a nuevos lares, en este planeta que por ser redondo tiene horizontes inagotables.

El blog nuevamente será testigo de otra transformación y seguro estoy de que soportará con el mismo resignado estoicismo las palabras de otro Rafa (¿del mismo Rafa?) que publica sus historias con altas dosis de egocentrismo, con la certeza de que cuando escribe todo se vuelve un poco más claro y experimenta una serenidad que no es exactamente lo que le sobra a su alma. Serenidad a la que le tiene que dar muy buenos usos, porque se asoman cambios y decisiones que la volverán un recurso escaso. Pero, bueno, para eso tengo al blog que me la consigue a muy buen precio.

Un abrazo afectuoso a todos (sí, a los cuatro)

Rafa Barceló Durazo

viernes, junio 26, 2009

Así nomás porque sí

"¿Qué necesidad hay, Rafael, de ponerte a escribir en el blog cuando tienes la cabeza en blanco?"
Mi subsconsciente

No, pues, la verdad, ninguna necesidad, pero así hago muchas veces. Empiezo con la mente absolutamente vacía y conforme mis dedos empiezan a teclear palabras (que no ideas) las neuronas empiezan a trabajar con los siguientes posibles resultados: 1) traer a colación alguna memoria o anécdota enterrada en el baúl de los recuerdos, 2) encontrar algún tema de actualidad sobre el cual expresar mi opinión, 3) hallar algún tema de interés que no le interese a nadie más que a mí, 4) acordarme de lo que hice en días recientes que pudiera ser de interés para el apreciable (y que pase los más altos estándares de censura familiar).

Habiendo esto dicho, figúrense ustedes que ahora mis neuronas están trabajando en los cuatro sectores productivos pero no logran hilar nada coherente. Entonces, haré un metanálisis de la situación y explicaré a qué creo que se deba tal circunstancia tan abyecta. Ya lo encontré. Pasa que las vacaciones de mi trabajo se acercan peligrosamente y una parte de mí (exagerada ella) opina que ya me urgen. "Ya me urgen" resuena en mi mente, y la mayor parte de mis neuronas se manifiestan de acuerdo.

No es por presumir (bueno, sí, un poco) ya tengo decidido el primer destino, para el cual ya tengo mi boleto de avión comprado. Se trata de Miami (léase con acento latino Mí-a-mi). Voy con el decidido plan de regresar bronceado, tirándole a prietito-color-de-llanta y de arrasar con las ofertas en los centros comerciales, como si tuviera dinero para hacerlo. Ya llegará el momento en el que publique mi retrato (palabra antigua) con palmeras a mis espaldas y el refulgente Océano Atlántico del Norte (que para mí es sólo una continuación del Caribe, así nada más porque me da la gana).

Como la duración de este viaje no agota mi periodo vacacional, pienso decidir algún otro whereabout para ir a cambiar de aire (no que no me guste el aire contaminado de la ciudad de México, pero siempre es un descanso respirar menos sulfatos, nitratos y virus de gripa de muy diversas cepas). Se aceptan opciones, siempre y cuando sean económicas para estos tiempos de crisis y descapitalización que afectan sinvergüenzamente al mundo (en general) y a mí (en lo particular). De esta manera, mis neuronas están como sin inspiración porque dedican muchas horas de su ocio, consagradas a encontrarme un destino vacacional con mejores aires y que esté bueno, bonito y barato (difícil combinación). Además, por ahí oí que se me quieren declarar en huelga (las neuronas), o ya de perdida en paro técnico, por algunas violaciones a sus Condiciones Generales de Trabajo, pero no estoy yo para células revoltosas, así que no pienso atender ese asunto any time soon.

Y, bueno, con vacaciones en puerta, ambigüedades sobre mi destino (turístico) y cerebro en paro, espero que comprendan que la inteligencia será una característica que no deben buscar en este escrito, pero que lo sepan que yo, sólo por escribir estas sandeces, ya me puse de mejor humor y como hoy es viernes, pienso darle muy buenos usos.

lunes, junio 22, 2009

Los pequeños detalles que hacen la vida grande

Sólo la semana pasada:

1. Volver a ver Billy Eliot. ¡Qué película! Es hermoso y emocionante contemplar esta historia sobre lo poderosa que es la vocación individual, alimentada por ese impulso interno de creer que uno puede ser y hacer muchas cosas que el universo pareciera decirte que no son para ti. Una artística descripción de las etiquetas sociales, de lo que socialmente está bien y lo que está mal, aunque falten razones para hacer esa maniquea clasificación. Todo esto aderezado con una fotografía exquisita, actuaciones cuidadas y bellísimas coreografías, que uno que es tieso debe siempre evitar en aras de mantener el frágil equilibrio estético del mundo (lo digo sólo por mí).

2. Ver la película Into the Wild (Sean Penn, 2007). Una magnífica historia sobre el individualismo, la anarquía, Alaska, la familia y los demás. Basada en la vida (real) de Christopher McCandless. Y no cuento nada porque la única manera de entender su argumento es leer el libro o ver la película detenidamente.

3. Presidir la ceremonia de celebración del matrimonio de dos de mis mejores amigos, Roberto y Azuvia. Fue no sólo un honor (y un enorme reto que me trajo nervioso como tres semanas) sino también una fuente enorme de satisfacción. Una celebración hermosa, sui generis y, sobre todo, muy gozada por todos los que asistimos a conmemorar tan importante acontecimiento.

4. Desayunar el domingo un bagel de paté de aceitunas negras en una terraza del barrio antiguo de Coyoacán, platicando todo lo a gusto que se puede con una de mis mejores amigas.

5. Dormirme temprano después de un fin de semana agitado, festivo, alocado... y despertar contento de que inicia otra semana y que la vida no se agota fácilmente, porque la literatura es abundante, el mundo inmenso, el arte profundísimo, el cine es un recurso renovable; y los afectos son cercanos, muchos en cantidad pero mucho más en calidad.

martes, junio 16, 2009

Senderos que nunca se bifurcan...

Es curioso cómo uno puede hacerse visitante de la propia ciudad en la que vive. Somos tan afectos a las rutinas que aunque no vivamos en un lugar muy grande pueden pasar años sin acudir a un lugar que nos gusta, pero cuya visita posponemos por la extraña razón de que siempre ahí, cerquita pero distante.

Antier, el domingo, fui con unos amigos a una exposición internacional que estaba instalada sobre el Paseo de la Reforma. Esta calle, que es la más emblemática de la ciudad de México, me hizo recordar cuánto me gusta caminar e inspiró esta lista, sobre algunas calles de la ciudad de México. Esta lista pretende homenajear los senderos que tienen un toque especial y que hacen que queramos recorrerlos una y otra vez, por una razón o por la otra. Más o menos están en el orden de cuánto me gustan, pero en realidad se equivocan los economistas neoclásicos cuando asumen que podemos ordenar de manera exhaustiva nuestras preferencias (hacer caso omiso a este comentario, es de una ñoñez extrema...). Aquí va, pues, la lista:

1. Calle Francisco Sosa. Ubicada en el centro de Coyoacán, esta calle empedrada y angosta, rodeada de árboles inmensos que, en ambos lados del sendero, rompen las banquetas con sus imponentes raices, uniendo sus ramas en el cielo, formando un hermoso techo para un pueblo antiguo que más temprano que tarde terminó siendo absorbido por la gran Ciudad de México. Sobre Farncisco Sosa se pueden encontrar muchas construcciones coloniales, entre ellas, una pequeña capilla junto a un canal, una placita con iglesia incluida y un convento en el que los franciscanos plantaron los primeros árboles de naranja en el continente americano. Lo que más me gusta de esta calle es la serenidad pueblerina que se refleja en sus anchas bardas, sobre las que se asoman jardines de antaño, o los barrotes de las alargadas ventanas. Conduce de Avenida Universidad hasta la placita de Coyoacán (la de los coyotes), frente a la cual venden unos bagels de paté de aceituna negra, que son mi perdición.

2. El Paseo de la Reforma. En particular el área de monumentos ubicada entre las colonias Juárez y Cuauhtémoc, barrios en los que vivían las familias bien de la dictadura porfirista. Es una calle con amplios andadores a cada lado del camellón central, los cuales tienen muy cuidados jardines que se adornan con las flores de la temporada. Este Paseo tiene los monumentos más simbólicos de la ciudad, como el Ángel de la Independencia, la Diana Cazadora, el Cuauhtémoc y el monumento a la Palma (supongo que es monumento) frente a la Bolsa de Valores. Me gusta mucho de esta calle que refleja la historia de la ciudad y sus intentos de grandeur, desde que fue concebida por el emperador Maximiliano, emulando Champs Elysées de París, para conectar el Castillo de Chapultepec con el Palacio Nacional, en el Zócalo. Tiene un aire cosmopolita por los altos edificios y los turistas extranjeros que siempre la recorren. Ha sido ampliada en varias ocasiones, por lo que ahora conecta el área de Santa Fe (poniente) con la Basílica de Gudalupe (norte).

3. Calle Ámsterdam. En el barrio de La Condesa, es una calle completamente circular que fue originalmente la pista de un hipódromo, propiedad de una condesa, jeje. Tiene un andador central completamente rodeado de árboles, en los cuales los residentes de esta colonia pasean a sus perros de razas exóticas. Se trata de la calle más emblemática del barrio más trendy de la ciudad, por lo que está lleno de cafés y restaurantes con terrazas, así como boutiques de diseño, y está llena de bellas construcciones estilo Art Decó. La calle encierra con su circunferencia al Parque México, por lo que le sobra vegetación (y perros de razas exóticas). Me gusta mucho el ambiente contemporáneo y dinámico a la vez que relajado, de esta calle que no conduce a ningún lado por su forma curiosametne circular, en la que siempre es agradable irse a echar un cafecito o una copa.

4. Calle Presidente Masaryk. En la colonia Polanco es la tradicional calle para hacer windows shopping, porque ahí se concentra la mayor cantidad de tiendas de diseñador y joyerías de precios prohibitivos de la ciudad. Tiene también un camellón central arbolado y está rodeada a ambos lados por las boutiques más prestigiosas del mundo y elegantes restaurantes. Es muy agradable ir a ver lo que no puedes comprar, o meterte a Zara a quitarte esa mala impresión. Siendo el área más chic de la ciudad, me gusta por ser el símbolo vibrante del lado más bonito del capitalismo y la injusta distribución de la riqueza de nuestro país.

5. Calle Álvaro Obregón. Atravieza la Colonia Roma, con un amplio andador central adornado con fuentes y estatuas de estilo renacentista. La calle está rodeada de casonas de la época posrevolucionario (primera mitad del siglo XX) y su nombre lo obtuvo por encontrarse ahí la casa de este prócer de la Revolución Mexicana. Cuenta con varios restaurantes y bares a sus costados, destacando la Casa Lamm que es un centro cultural y galería, que es un espacio infaltable para cualquier esnob intelectual. Es muy agradable también perderse en las calles subyacentes para contemplar las hermosas casonas que las pueblan.

6. Avenida 5 de mayo. En pleno Centro Histórico esta calle conecta el hermoso parque de la Alameda Central y el Palacio de Bellas Artes con la Catedral Metropolitana que preside el Zócalo capitalino. Los hermosos edificios coloniales y del siglo XIX que abundan sobre esta calle, son una excelente muestra de la parte más antigua de la ciudad y a partir de la cual se concibió su expansión. Me gusta mucho por contemplar el folklor mexicano y recorrer las calles peatonales que la atraviezan, escuchando a los organilleros tocar las canciones más tradicionales de la música mexicana, acercándome a muchos de los museos más importantes del país.

7. Calle Virreyes. En las Lomas de Chapultepec esta calle es muy bonita por las enormes mansiones que se pueden contemplar (o imaginar detrás de sus imponentes bardas), que reflejan estilos arquitectónicos de muy distintas épocas, pero que sobresalen las casonas estilo California (Spanish Colonial es el término en inglés) muy representativas de Beverly Hills.

8. Plaza de San Jacinto. En el barrio de San Ángel, al sur de la ciudad, que también era un pueblito que fue absorbido posteriormente por la ciudad. El tranquilo ambiente de sus calles empedradas, con construcciones coloniales alternadas con casonas de estilo mexicano contemporáneo, son un deleite para todos los sentidos. Me gusta porque si las recorres, especialmente en la noche, pareciera transportarte en el tiempo a alguna noche fresca del período colonial en el que se podría escuchar a un dolido enamorado una serenata para alguna señorita Epinoza de los Monteros, comprometida en matrimonio con un hombre rico y feo, al que ella detesta. Bueno, eso o el bazar de artesanías y pintura de los sábados que es menos intenso que la serenata del dolido enamorado.

9. Avenida de los Insurgentes, a la altura del área del Pedregal, donde se pueden ver construcción icónicas de la ciudad, como la Biblioteca Central, la Rectoría de la UNAM y el Estadio Olímpico, estado de Los Pumas, con los bajorrelieves de Diego Rivera. Insurgentes es una de las avenidas más largas del mundo y atravieza a la ciudad de México de sur a norte, conectando las salidas a Cuernavaca y a Pachuca, resepectivamente. Cruza la Ciudad Universitaria, por lo que está rodeada de bosques sembrados de facultades, laboratorios y centros culturales y deportivos. Me gusta porque se siente una atmósfera muy pura y porque atravieza un recinto que fue decarado recientemente Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

10. Avenida Miraflores. En la colonia del Valle. Esta calle de cortísima duración es bellísima por las casas de los años cuarenta y cincuenta de una colonia tradicional de clase media alta de la ciudad. Me gusta porque es parte del camino para ir a mi casa y en un pequeño rato en el que me puedo solazar del tráfico infernal y distraer mi mirada en paredes que no pueden contar las innumerables historias familiares de las que les habrá tocado ser testigos, para fortuna del concepto tradicional de familia mexicana, de las que se ven en las fotos, sonrientes todos frente a elaboradas portales labrados en cantera, independientemente de lo que tuviera que ocultarse bajo la sonrisa perfecta y una irrenunciable apariencia de familia decente.

Pensando y contemplando esas cosas me entretengo en esta ciudad de calles hermosas.

miércoles, junio 10, 2009

La tragedia

Hay acontecimientos que me resulta muy difícil procesar. El fallecimiento súbito de 44 niños en el incendio en una guardería de mi ciudad me tiene inquieto desde que ocurrió. Casualmente, este fin de semana estuve en Sonora para celebrar con mucha alegría la graduación de mi hermano, culmen de una carrera realizada con un número honroso de sacrificios. La alegría de estar con mi familia y con mis amigos se vio, sin embargo, afectada por el pensamiento recurrente en el dolor que padecieron los fallecidos y el que seguirán soportando los que están recuperándose de las quemaduras. Y, de manera muy especial, el dolor impotente de las familias que han perdido a sus hijos, y con ellos todas las ilusiones de una vida truncada desde el inicio. La ausencia de los seres que amamos es uno de los sentimientos que más profundamente nos calan y ahí radica, junto con el dolor físico de la recuperación, la intensidad de la tragedia humana que conlleva el incendio de la guardería ABC.

Un evento de esta naturaleza hace colapsar a las familias de los afectados pero, además, desmoraliza a toda la sociedad. En nuestra indignación queremos buscar culpables y para sentir que algo se ha hecho, queremos verlos en la cárcel. Sin embargo, la asignación de culpas es muy complicada en este caso, tanto desde el punto de vista legal como desde el político. Además de los dueños del establecimiento, hay autoridades de los tres gobiernos a los que podemos voltear y exigirles cuentas, pero en los tres casos son culpas por omisión, por lo que debieron haber hecho y que no hicieron.

Las guarderías del Seguro Social que son concesionadas a particulares y que no cumplen con estándares estrictos de seguridad (lo cual parece un mal juego de palabras) es imputable a la autoridad federal. La protección civil preventiva, que debe garantizar que en todos los lugares de amplio acceso y uso público existan las condiciones mínimas de seguridad en instalaciones, sistemas de alarma, capacitación y rutas de evacuación apropiadas, etcétera, son cuestiones que atienden tanto la autoridad estatal como la municipal. Las inspecciones que dicta la normativa habían sido hechas con toda oportunidad, por lo que debemos preguntarnos si no hace falta ser más estrictos, tomarse más en serio la prevención, especialmente en lugares en los que se atienden a niños muy pequeños, muchos de ellos bebés, que no tuvieron la posibilidad de responder por sí mismos para salvarse del accidente.

Si seguimos buscando culpas, las podemos encontrar hasta en ese rasgo cultural de nuestra sociedad llamado "mexicanada", que refiere a arreglar las cosas de manera provisional y sin muchos requisitos mientras "saque del apuro". Porque muchos accidentes ocurren justamente porque estamos acostumbrados a "salir del paso" sin preocuparnos mucho por las posibles consecuencias de nuestro "valemadrismo". Tantas palabras entrecomilladas que dan cuenta de una falta de formalidad en nuestras acciones y que terminan desencadenando problemas que podrían haber sido evitados si todos fuéramos más cuidadosos.

Lo mejor que podría salir de este desafortunado accidente es una reflexión social sobre la importancia de la prevención y una respuesta gubernamental seria para elevar las normas de calidad y seguridad no sólo de las guarderías, sino también de las escuelas y lugares de esparcimiento (en los que ya ha habido accidentes fatídicos). Es también el momento para revisar con un ojo estricto la laxitud con la que el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ha subrogado guarderías para que sean manejadas por particulares, pero que tienen instalaciones completamente inapropiadas para ese uso, como la bodega (una bodega compartida, ¡por Dios!)en la que se encuentra la guardería ABC, crítica que ya se había hecho desde 2005 al IMSS. Y, aún más, la Secretaría de Desarrollo Social implementó recientemente un programa parecido para ayudar a las mamás que trabajan provenientes de sectores marginales de la sociedad, pero que ha generado guarderías aún más deficientes que las del IMSS. Se trata de la vida, salud e integridad de los hijos de los que tienen o quieren trabajar, por lo que no es un asunto menor.

La red de influencias que se ha puesto de manifiesto entre los dueños de la guardería en cuestión y las autoridades locales y municipales, así como con el PRI - partido que gobierna Sonora - y, de manera más indirecta, con la esposa del Presidente de la República no es algo que nos extrañe. No he escuchado de ninguna conexión directa entre esa red de influencias y las causas del accidente; sin embargo, preocupa la posibilidad de una asignación justa de las responsabilidades cuando los actores del Estado están involucrados con los que podrían ser juzgados responsables. Pero, sobre todo, molesta que la laxitud en las normas de seguridad podría haberse debido a no molestar al cuñado, al hermano, a la esposa, o a la tía de no sé quién con apellido que suena a poder. Ese es el México del que queremos deshacernos; no queremos un Sonora en el que el apodo -bastante justificado por la acumulación de poder que ha logrado- del Gobernador es "el Rey"; ni un Hermosillo en el que haya niños quemándose por otra cosa que no sea el sol ardiente que nos hace quejarnos cada verano, pero del que, en el fondo, estamos muy orgullosos porque nos ayuda a definir nuestra identidad.

Hagamos todos lo que podamos para cambiar esas realidades inconcebibles, pensando en todos esos niños que fallecieron por esa larga y compleja red de omisiones y de culpas. Para que no se repita, en cada uno de nuestros actos responsables desde la trinchera en la que nos encontremos escuchemos calladamente la voz de nuestra conciencia diciendo "para que no se repita". Actuando así podremos finalmente lograr una sociedad mejor construida, sobre la base de nuestros pequeños actos, de nuestros pequeños actos bien hechos, para que nunca se repita una causa de dolor tan grande.

In memoriam.

martes, junio 02, 2009

Wolverine...

Entre mis personajes de historieta favoritos se encuentran en un lugar muy especial los X-Men. Los hombres X, los incatalogables, los mutantes, los diferentes. En particular, me han gustado las películas que han hecho sobre estos personajes, con excelentes efectos visuales, muy buenas historias qué contar e, inclusive, temas de reflexión que van más allá del disfrute de una película ligera mientras comes palomitas de maíz (o, bueno, si nada más te quieres quedar con eso, también te lo permiten).

Los X-Men son, como algunos sabrán, mutantes (con mutaciones muy estéticas y bien logradas, hay que decir, pero ya habíamos podido ver otras mutaciones menos agraciadas en el Jorobado de Notre Dame). Y, de acuerdo a mi interpretación, el punto central de las historias es la reacción que genera en la sociedad todo aquello que es diferente. La amenaza que representa contemplar lo que se sale de lo socialmente aceptado como normal. Y la manera en la que pueden convivir armoniosamente grupos de humanos con características diferentes. No es necesariamente una analogía de todas las minorías - porque son seres más poderosos que el promedio - sino la asimilación en el agregado de nuestra sociedad de diferentes maneras de evolucionar que tienen que seguir coexistiendo. Todo esto, no hace falta aclarar, con fines de entretenimiento y entre maravillosas secuencias de acción y escenas de fantasía.

El rechazo que siente la humanidad contra los mutantes genera, a su vez, diferentes reacciones entre éstos. Mientras uno trata de cortar sus alas de ángel para que su papá no se avergüence de él, otros tratan de formar ejércitos de resistencia o con fines de dominación mundial, usando armas tan sui generis como la telequinesis (mover objetos con la mente), o escamas en la piel que te permiten tomar la forma de cualquier persona (con el provecho que se le podría sacar a este poder), hasta tener fuerza descomunal y garras de un metal extraterrestre en un cuerpo que sana casi de inmediato de cualquier herida (ideal para hipoconodriacos). Pero la respuesta de casi todos está motivada justamente por el rechazo que sintieron al ser considerados fenómenos de la naturaleza (y no con la mejor de las intenciones).

Este punto de los X-Men me parece muy valioso: aunque las condiciones en las que vivimos determinan una parte de nuestro comportamiento, siempre hay un espacio en el que cada persona decide actuar de una u otra manera ante esos estímulos sociales. Aunque es mayor la posibilidad de que un delincuente haya salido de familias desintegradas, con violencia doméstica, en barrios marginales de la ciudad, de esos mismos lugares sale gente honesta, trabajadora, dedicada a su familia y, en algunos casos, se convierten en los mejores exponentes de su tipo, superando a competidores que vivieron bajo condiciones sociales mucho menos adversas.

Siempre queda, entonces, ese espacio sagrado en el que cada quien es forjador de su destino. Ni el sistema social, ni el llamado "destino", ni ninguna fuerza sobrenatural manejan nuestro comportamiento, porque al final la Persona conserva un margen de decisión. Debe de ser que he visto muchas películas, pero me encanta la idea de que el lado oscuro de la fuerza no es la única opción que tenemos los súperheroes (¡Uy, me perdí! Jeje).

Wolverine no me gustó tanto como las películas anteriores; me parece, de hecho, que debe de ser otro equipo de producción porque no hay continuidad ni homogeneidad con el estilo de los filmes previos. Los efectos visuales tienen también mucho menor calidad y la historia es bastante deficiente. Así que ayer por la noche que fui a verla, me tuve que dedicar sólo a comer las palomitas y la soda, dejando para hoy la reflexión de porqué las otras películas me dejaban emocionado. El resultado es esta entrada al blog, que bien podría hacer pensar erróneamente a algunos que llevaba encima sustancias psicotrópicas para poder volar a esas alturas, en vez de quedarme cómodamente sentado en el sillón del cine, comiendo palomitas, como hago normalmente.

viernes, mayo 29, 2009

El proceso....

Uno, la verdad, es que es muy egocentrista. Piensa que todo lo que le pasa, o es lo mejor, o es lo peor, o lo más intenso que hay en la vida. Yo, por ejemplo, ahora creo haber pasado por un proceso peor que el descrito en el libro de Franz Kafka, del mismo nombre (no del mismo nombre de Kafka, sino el mismo nombre del último sustantivo, o sea, el libro se llama El Proceso... auch... ya me hice bolas). Y tal vez ni se compare.

Creo que ya había comentado antes que apliqué para el concurso de ingreso al servicio exterior. Mi blog es, de hecho, tanto testigo como víctima de este proceso. Uno, porque he escrito menos que de costumbre (y eso que la costumbre es que escriba poco) y, dos, porque las últimas entradas fueron mis regurgitaciones mentales llamadas, para no ponerles tan feo, "opiniones no solicitadas", las cuales tenían la intención de irme preparando para una de las pruebas que iba a tener que pasar.

No entraré en detalles sobre lo que implica dicho concurso, pero hoy hice la octava prueba (novena, si contamos como prueba la integración del expediente para aplicar, que termina siendo tan laborioso que pareciera que examina tu tenacidad). Fue la última prueba de la segunda eliminatoria (la tercera eliminatoria es más un asunto de resistencia) y se supone que es la más determinante para el ingreso. Y me fue mal. Lo digo así con toda la poca modestia que aún me quedaba (debería darle mejores usos, considerando que me quedaba tan poquita, jeje). Me quedó muy claro que mi desempeño en la entrevista de hoy fue muy deficiente. Como dije que ya no me quedaba modestia, estoy asignándole la culpa no a mi falta de preparación, o de habilidades, God forbids!, sino a la mala fortuna.

Les decía que modestia ya no me queda, pero sí entiendo que debo explicar mejor este último punto para que no vayan a creer los cuatro lectores que soy sólo un arrogante sin razones (porque me gusta más pensar en mí mismo como un arrogante con razones). La mala fortuna se refiere a que me hayan hecho preguntas con una especificidad que requería que hubiera estudiado en particular ese tema. Y son tantos los temas posibles, que realmente nunca estuvo entre mis opciones ese nivel de especificidad. Otra mala pasada que me hizo la fortuna es que leyeran mi Currículum y de ahí desprendieran que mis intereses en la vida son los de un abogado internacionalista; en vez de haber visto el primer punto del CV, que dice que soy Analista de Políticas y que todos mis intereses profesionales van por ese lado. En fin, yo tan guapo que me veía con mi corbata nueva, comprada para la ocasión, pero me parece que no logré convencer a ninguno de los tres sinodales de que mi perfil puede aportar brillo, esperanza y caridad al servicio exterior.

La respuesta que seguro muchos me darán es que no me preocupe, que tal vez me fue mejor de lo que pienso. Dicha respuesta me sería reconfortante si no fuera porque uno de los sinodales de manera muy transparente me hizo saber que mejor fuera pensando qué iba a hacer de mi vida, pero que al servicio yo no entraba (agregue aquí un sonido onomatopéyico así como de golpe, tipo toinnnnng). Así que yo pensé "¿pues qué le vamos a hacer?" y sin quitar mi cara digna seguí pensando "ni que no tuviera yo mi plan B más que armado desde muy enantes -así con todo y palabra en desuso, para que me entiendan los espíritus de mis antepasados hispanoparlantes -".

Cuando salí de la entrevista, aliviado por haber concluido lo que estaba de mi parte en el proceso, todavía tuvo la vida el buen tino de informarme que me habían convocado a una entrevista para ampliar mi perfil psicológico. Al parecer después de cinco horas de exámenes psicométricos y psicológicos escritos, no les alcanzó la información para declararme clínicamente loco. Ya les podría ir ahorrando yo el trabajo, para empezar porque después de esa entrevista ni un estado de salud mental excelente creo que me salve. Pero, además, qué tanto es tantito, yo mismo me diagnostico en este momento como un obsesivo-compulsivo, con tedencia a lo hipocondriaco, católico pero posmoderno, panista pero liberal, preocupado por los derechos humanos y por las últimas tendencias de la moda masculina (aunque no lo parezca). En fin, una mente contrariada, tal vez, pero chistosona; buena onda a pesar del color vampiresco; simpaticón las más de las veces, aunque en otras ponga la abominable cara de what???.

Así que mi parte digna dice que hay que enfocarse en que hay plan B y, sobre todo, que lo traía yo trabajado desde enantes. Mi parte digna (lo que va quedando de ella) también dice que con la ayuda de los espíritus de mis antepasados hispanoparlantes algo se me irá ocurriendo para que, al final de mi vida, pueda ver con satisfacción que resultó mejor de lo esperado, con todo y mis desequilibrios mentales. Porque yo creo que todos esperamos algo así, unos desde el plan A, otros desde el B, y no faltarán los que lo logren hasta el plan Z, ¡pues faltaba más!

martes, mayo 19, 2009

Opinión no solicitada no. 3

El punto central con el que trata esta entrada es la viabilidad de incrementar considerablemente el nivel de integración regional de América del Norte. No se abordará de manera exhaustiva la argumentación a favor de consolidar la integración, sino que se asumirá que los beneficios para el subcontinente son mayores que los costos potenciales.

Sin entrar más a detalle, esta mayor integración supone un plan integral de apoyo a la economía mexicana, para llevarla a un estadio de desarrollo que sea compatible con Estados Unidos y Canadá. Visto fuera de contexto, ese plan de apoyo parece una idea descabellada, puesto que se trata de un país rico destinando el dinero de sus contribuyentes para beneficiar a su vecino pobre. Sin embargo, no hace falta más que un breve repaso a la historia del siglo XX para observar que hay, al menos, dos casos muy sobresalientes que lograron profundos beneficios para los países donantes. El primer caso es el llamado Plan Marshall que EE.UU. implementó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial para rescatar las economías destrozadas de las ex-potencias de Europa Occidental, entre ellas Francia, Reino Unido y Alemania. Este plan convirtió a Estados Unidos en la mayor autoridad moral del mundo libre, pero además le permitió exportarle sus bienes a estos países, que muy pronto se convirtieron en prósperas economías, perfectamente integradas con la estadounidense, pero con mejores estados de bienestar.

Un segundo caso muy relevante es el que aplicaron en el viejo continente con el fin de integrar a la actual Unión Europea, los países más ricos para apoyar a sus vecinos más pobres del sur: España, Portugal, Italia y Grecia. Bastaron un par de décadas para llevar a estas últimas naciones a niveles de desarrollo completamente aceptables y comparables con los más ricos del norte. Actualmente, esos fondos de apoyo se están canalizando a las antiguas economías socialistas de Europa Oriental, con un nivel de desarrollo muy por debajo de sus hermanos del Centro y de Occidente, tal vez con resultados menos contundentes, pero que sí han permitido un sólido nivel de integración en casi la totalidad de ese continente (descontando a Ucrania, Rusia, Georgia y otras repúblicas caucásicas y eslavas). Esto ha consolidado a Europa como una economía enorme y le ha permitido conservar un coto de influencia que les hubiera sido imposible conservar a sus decadentes naciones más poderosas por separado.

La única diferencia con el Plan Marshall o los apoyos a las economías menos desarrolladas de Europa es un sentido de fraternidad casi inexistente entre los norteamericanos ricos y su hermano pobre, que más bien es considerado sólo su vecino pobre.

De cualquier manera, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) dio la pauta principal para consolidar la integración. Dicho tratado comercial, firmado en 1994 convirtió a América del Norte en la economía regional más grande del planeta, considerando el valor de su producción. Sin embargo, el casi libre intercambio de mercancías entre Canadá, EE UU y Mëxico no se ha reflejado formalmente en la integración de su mercado laboral, como ha pasado en buena medida en Europa, a pesar de que la migración sí ha aumentado exponencialmente no sólo de mexicanos a EE UU, sino también de estadounidenses y canadienses retirados a comunidades ubicadas en las playas mexicanas, o en algunos de sus pueblos más tranquilos.

Desde el punto de vista formal, sin embargo, la política migratoria estadounidense se ha endurecido en contra del tráfico de mexicanos y este tema es una de las principales causas del ascenso de un nacionalismo en la Unión Americana.

No obstante, la hora cada vez está más cerca de que EE UU pierda su preeminencia en la comunidad internacional, frente al ascenso de las economías china e india. México es reconocido como una de las economías emergentes más prometedoras del mundo y un mayor nivel de desarrollo en nuestro país, reduciría la presión migratoria sobre las comunidades estadounidenses. Además, aumentaría considerablemente un atractivo mercado para los productos de consumo que produce aquél país, incrementando hacia nuestro país sus defictarias exportaciones. La población de México y su sano crecimiento (bono demográfico) es otra atractiva ventaja de integrar toda la región para fortalecer la decadente esfera de influencia de EE UU.

Para México los beneficios de esta integración son evidentes, pues lograr un apoyo estratégico para su mayor desarrollo será un factor clave para fortalecer su democracia e integrarse como un actor clave de la comunidad internacional. Pero si el país no logra esta integración estratégica, si la integración no le ofrece más ventajas que la unión comercial que inició hace ya quince años, tendrá que voltear a las otras economías emergentes (China, India, Rusia, Brasil o Sudáfrica) y separarse del clan norteamericano, caminando hacia rumbos que le resulten más prometedores.