miércoles, marzo 22, 2006

Soledad

Ma solitude.
Georges Moustaki

Pour avoir si souvent dormi avec ma solitude,
je m'en suis fait presque une amie, une douce habitude.
Elle ne me quitte pas d'un pas, fidèle comme une ombre.
Elle m'a suivi ça et là, aux quatre coins du monde.

Non, je ne suis jamais seul avec ma solitude.

Quand elle est au creux de mon lit, elle prend toute la place
et nous passons de longues nuits, tous les deux face à face.
Je ne sais vraiment pas jusqu'où ira cette complice.
Faudra-t-il que j'y prenne goût ou que je réagisse.

Par elle, j'ai autant apris que j'ai versé des larmes.
Si parfois je la répudie jamais elle ne désarme
et si je préfère l'amour d'une autre courtisane
elle sera à mon dernier jour, ma dernière compagne.

Cosas que uno rencuentra y que le dicen cosas que había olvidado o que han cambiado de prioridad.

martes, marzo 21, 2006

Numeritos...


No es que me quiera yo poner muy profundo, pero traigo el cerebro medio desarreglado y cuando eso me pasa, me pongo a pensar cosas que suenan así como a clases de filosofía con un profesor malo y medio esotérico cuando está uno en la secundaria. Resulta que la razón de mi desarreglo cerebral es que mañana tengo un examen de econometría (todavía no sé muy bien qué es eso, pero si lo tuviera que resumir así en mis incivilizados términios diría que son muchos numeritos que supuestamente te dicen cosas interesantes para la vida, ajúuuua, sepa Dios si será cierto, pero en la escuela parece que están convencidos que la 'kaballah' científica sí existe). ¿Pues yo qué le voy a hacer? Si no tengo que entender mucho de números para saber que si repruebo este examen casi casi me ponen de patitas en la calle y me quedo sin Juan y sin las gallinas, por culpa de no entender a los fregados numeritos que me ven todo el tiempo con su mirada de 'nosotros sí somos objetivos y tú ni siquiera sabes si existes'. Y es que me da un coraje que están ahí tan ordenaditos y tan creídos en sus hojas de Excel y dando clic en el lugar adecuado quezque te hablan y te dicen cosas bien interesantes. Pero yo con eso de que soy medio miope nomás no veo lo que me dicen. Y pues me acuerdo de esa película, Pí (1998, Darren Aronofsky), como la letra griega (ya saben la del 3.1416 que te enseñan en la primaria) y que en español si mal no recuerdo le pusieron "El orden del caos". Chulo nombre!... se supone que los patrones numéricos le pueden dar orden hasta al caos, pero yo juro que a mi cabeza lo menos que han traído los numeritos es orden, sino que me han llenado de caos una cabeza que solía ser caótica por fuera, a causa de peinados de orden inasequible, pero que ahora está peor de caótica por dentro, lo cual ya es mucho decir, porque hace como 48 horas que no me peino y median una noche y dos siestas desde entonces. Así que tengo dos explicaciones: o traigo fregado el chip que se encarga de los numeritos y, estoy por quedar peor de esquizofrénico que el personaje de la película o ya de plano hay humanos que mejor nos concentramos en el argumento que en las matemáticas nucleares, o sea, que tenemos mejor desarrollado un tipo de racionalidad que otro (o no tenemos desarrollado nada parecido a una racionalidad, vamos, siempre es opción...). Ya les adverti yo desde el principio de este pegoste (traducción huasabeña de post) que me iba a aventar una de esas discusiones sin ton ni son de maestro malo de filosofía. Ahora ya ni entiendo lo que dije, así que si alguien intentó leer este intento de desahogarme de mis numéricas penas y no entendió nada, esté usted muy satisfecho, porque lo más probable es que no quiera decir nada. Lo que sí es que ahora me duele más el cerebro que antes por andar tratando yo, simple mortal, de andar dilucidando cuestiones que solamente las mentes lúcidas deben intentar despejar. Y quede claro que, particularmente en estos momentos, mi mente no puede ser descrita ni con el adjetivo lúcida, ni con ninguno que dé una idea del orden, recuerden que actualmente es puro caos. Así que los mejores apellidos para mi mente en este grandioso puente que me chuté estudiando, serían más bien: (los que me conozcan llenen este espacio en blanco, los que no, háganme el favor y sean generosos al cabo que ni me conocen y, digo, a nadie le sobra que le echen porras, aunque no sean de verdad, ya decía el hígado de Luis Miguel: "miénteme como siempre, por favor, miénteme". Les mando un abrazo apretado como torniquete y si leen esto en las próximas horas ahí les encargo una oracioncita para que no tenga que encontrarme con el verdugo mayor de cualquier estudiante: calificación < ó=5 que son los números que menos ganas tengo de ver....

miércoles, marzo 15, 2006

Mala programación

Son las doce y media de la noche (¿madrugada?) y qué tengo yo qué hacer, ñoño consagrado a las labores académicas de la maestría, agregando un artículo a mi post, que trata sobre la incorrecta agenda que guía mis días últimamente. Mañana (hoy) tengo que levantarme diez para las seis para ir al gimnasio antes de mi clase de Finanzas Públicas, seguro de que ajustarme a la alienante tendencia del culto al cuerpo es lo correcto, en un mundo en que la distinción entre el bien y el mal tiene cada vez más que ver con el conteo de calorías. Yo me pierdo seguido interpretando los nuevos imperativos categóricos de los nutriólogos cuando, como hoy, me atasco con platillos exóticos y grasosos de un restaurante/fonda versión mexicana de comida japonesa. El caso es que irremediablemente mañana madrugaré desvelado a causa de la larga siesta que devoró mi tarde dejándome ese desagradable sabor a tiempo desperdiciado y que ahora me tiene navegando en Internet y escribiendo nimiedades en el último intento desesperado por concebir el sueño (maldito conteo de borregos!!! ¿Quién dijo que sí servía?!!!). Lo que me preocupa es que la mala programación de mis horas de sueño, desvelo y puesta en marcha está echando a perder paso a paso la vida metódica y ordenada que quisiera poder llevar y que tanto añoro aunque nunca la haya tenido.

martes, marzo 07, 2006

Viajes...


La trillada frase de "los viajes ilustran" no está despojada de razón. Aclaro que no me refiero al concepto esnob de "ilustrado", como cuando decimos de alguien que es Culto, con mayúscula, porque nos puede platicar de sus viajes al Tíbet o de su estancia en una villa toscana. No, es que los viajes son siempre una especie de escape de la comodidad que representa la rutina. Por eso cuando los viajes se convierten en algo rutinario dejan de ser interesantes. Lo verdaderamente valioso es salir de la rutina y no porque éstas tengan algo de malo, al contrario facilitan la vida al no requerir de atención especial para desperdiciar en los asuntos cotidianos. Digo que es valioso salir de la rutina, porque siempre es un reto enfrentarse a una situación que no nos resulta familiar. No sabemos qué es lo correcto, cómo debemos reaccionar para que nuestra decisión sea óptima... en fin, cuando no hay un precedente sobre el cual apoyarse lo único que te queda es decidir bajo incertidumbre y justamente ahí es donde parece haber niveles más altos de aprendizaje. Viajar entonces ya no tiene que ver con ir a lugares distantes, más bien se trata de salir de los lugares acostumbrados, de los comportamientos repetitivos. Todo esto viene a mi mente, porque mañana me voy a Hermosillo por un asunto familiar. Y en condiciones normales pocas cosas me serían más rutinario y conocidas que Hermosillo y mi familia. Sin embargo, sé que mañana me espera un verdadero viaje definido en los términos de este artículo. Porque resulta que voy a la boda de mi papá y como se podrán imaginar no estoy acostumbrado a ir a la boda de mi papá. Digo, la vez anterior fue con mi mamá y faltaban 8 años para que yo naciera. Efectivamente, son los momentos en los que no tienes prácticas previas que te ayuden a saber qué decir, cómo comportarte pero sobre todo cómo sentirte. Y en esta marejada de confusiones me reconforta mucho el hecho de saber que los viajes ilustran. Espero regresar un Rafael más ilustrado del que se fue con grandes signos de interrogación y con irrelevantes problemas de la maestría en la cabeza, contento por saber que en medio del semestre podré darme el lujo de emprender un viaje largo (en un sentido metafórico y kilométrico más no cronológico). Y como siempre me pasa estaba a punto de cerrar este artículo sin agregar algo muy importante, consecuencia de mi abigarrado individualismo: ¡Felicidades papá!

miércoles, marzo 01, 2006

Mi vida en Huásabas (capítulo 3)

Ahora estoy en la ciudad de México y seguido cuando estoy atascado en medio del tráfico me entran unas ganas incontenibles de regresar al pueblo. El plan de vida que me he propuesto descarta por completo esa posibilidad pero los recuerdos son una excelente válvula de escape. ¿Qué hacías en un día normal en Huásabas? Es una pregunta que me han hecho con diversos tonos. ¿No te aburrías? Y cuando trato de responder esta pregunta a veces se me dificulta recordar cuáles eran mis actividades, aunque ni siquiera me pasa por la cabeza la idea de que el aburrimiento haya sido moneda corriente durante mi vida en Huásabas. Bueno, con la honrosa excepción de algunas tardes de domingo que parecían alargarse indefinidamente con la amenazadora advertencia de que al día siguiente había que levantarse temprano para ir a la escuela. Probablemente los causantes de ese paso lento del tiempo eran los “bobitos”, esos mosquitos muy pequeños que vuelan alrededor de tus ojos y que sólo despejas momentáneamente con un manotazo, pero que al cabo de dos segundos están de vuelta haciéndote parpadear más de la cuenta para combatir la comezón que te causan cuando se paran en tus párpados y pestañas. No sé porqué razón pero tengo la impresión de “lidear” con los “bobitos” solamente los domingos por la tarde. Aunque no creo que su religión los obligara a desempeñar su molesto trabajo sólo ese día. Debe ser que los domingos por la tarde cuando nos sentábamos en la banqueta con mi nana (mi abuela paterna) y mis tías meciéndonos en una poltrona (mecedora) a esperar que pasara la tarde más larga de la semana, bajo la sombra del mezquite de la casa de enfrente, los sentidos se afinaban y la paciencia se hacía escasa. Cuando el sol empezaba a ceder empezaba a sonar las campanas de la Iglesia la “hermana mayor” (así se le conocía a la sacristana, Mariíta, o “Marillita”, según la adecuada pronunciación huasabeña) para indicar que era la hora del Rosario. Pero ese día la convocatoria era muy poco fructífera. “Ya está la Marillita nalgueando las campanas” decía siempre mi nana, con un tono de admiración a la paciencia de la “hermana mayor” e indicando a su vez que los domingos no se asistía a rezar el Rosario. Ese día ya se había cumplido con ir a oír misa por la mañana. El comentario siempre servía para traer a colación lo que había predicado el sacerdote en la misa matutina. “¡Ay qué bonito habló el padre en la mañana!” o “¿por qué no habrá ido la fulanita a misa?”, en fin comentarios nunca faltaban en la larga tertulia de las tardes, sobre todo cuando mediaba un cafecito “colado”, como debe ser, acompañado de galletas hechas en casa o de unas empanadas de las que hacía la Gloria.
Por alguna extraña razón, los domingos en la tarde nunca íbamos a la “sequia” (así se le llama a los canales de riego, por donde corre el agua que se usa para regar los campos (milpas) sembrados con el forraje que come el ganado en las temporadas más secas del año). Si todas las tardes de verano era maravilloso pasarse las horas tirándose clavados a la sequia no logro explicarme porqué no hacía eso en las largas y aburridas tardes de domingo veraniegas. Aunque ahora que lo pienso ese día “domingueábamos”, es decir, nos poníamos los mejores trapos desde la mañana y pues supongo que había que pasar bien arreglados mínimo hasta la puesta del sol. Yo no tenía dificultades para cumplir con ese ritual porque siempre he gustado de andar bien arreglado (cualquier cosa que eso signifique para mí, que no es cosa clara ni tiene nada que ver con los estándares de GQ). De hecho, en todas las fotos de niño salgo con los botones abrochados hasta el cuello, bien fajado y, por supuesto, con mis correspondientes “choclos”, c’est-à-dire, zapatos de vestir. Mis hermanos se burlaban de mí por andar siempre así, pero yo creía que me veía más bonito, lo cual visto en retrospectiva me resulta completamente falso. Pero ya no importa, mis dogmas infantiles me facilitaban mucho las cosas: yo me sentía soñado y no había manera de que me convencieran que “patético” era un adjetivo que me describía mejor. También se burlaban mis hermanos de mi acostumbrada “pachuca” que era el nombre asignado al copete que me hacía cuando me peinaba, de lado, por supuesto… puesto que para no parecerme a Benito Juárez, alzaba tremenda cresta que de no ser por los escandalosos copetes y peinados que imperaron en la imperdonable década de los ochentas, hubiera sido digno de llamar la atención de alguna revista que retrate el mal gusto. El caso es que yo no podía salir de la casa si no me había alzado la “pachuca” a alturas insospechadas. Pues si mi copete semanal era de llamar la atención, quiero pensar que el dominical era tantito peor, y la opción de irse a bañar en el agua turbia que regaba las milpas justo después de haber sido el paradisíaco hábitat de los niños huasabeños era impensable, incompatible con la inexpugnable lógica de la sofisticación huasabeña. Ahora los recuerdos se agolpan en mi cabeza tratando de responder porqué me resulta absurdo cuando me preguntan si no me aburría en Huásabas. Y no veo mucho caso en responder de manera irrefutable a esa pregunta. Tengo conmigo las memorias que me confirman mi sospecha. “L’enfance, qui peut nous dire quand c’est fini?” – dice una canción de Jacques Brel. Para mí la respuesta es muy sencilla: terminó cuando salí de mi sucursal del paraíso.