lunes, octubre 06, 2008

"Mente sana en cuerpo sano"... ¿mente sana? yeah, right!

La célebre máxima que titula esta entrada y que se presentó como oportunidad para el escarnio de la cordura de mi mente, en realidad tenía el propósito de introducir el tema del ejercicio físico.

Con los deportes tengo yo una relación que prácticamente raya en fobia. Al sabio proverbio "De lejos se ven los toros porque de cerca cuernan" yo le he hecho la siguiente adaptación: "De tan lejos se ven los deportes, que apenas si alcances a divisarlos". Pero eso no obsta para que me tire yo a las mieles de la pereza y renuncie al deber - irrenunciable - del ejercicio físico. La única opción digna de realizarlo para un sedentario oficinista deportefóbico y un tanto vanidoso - como yo - que vive en una ciudad con altos índices de contaminación y estrés, es el gimnasio.

Con el gimnasio tengo una relación más compleja y, debo decir, una de las más largas, pues ya hace diez años que me inscribí por vez primera a un gimnasio cercano a mi casa en Hermosillo que se llamaba - tan ochentero él - Pro Body. Es una relación como de intermitente fidelidad y constante amor/odio. Y no me refiero a un lugar en particular, porque ya he pasado por varios: el Ornelas, en Hermosillo; la "salle de musculation"de la escuela en la que vivía en Francia, el gimnasio del CIDE, que estaba siempre solo y abandonado por los nerds que pueblan dicho centro de enseñanza, a pesar de su linda vista a los corporativos de Santa Fe y a los volcanes, en los pocos días claros de la ciudad de México: el súper profesional gimnasio de la Universidad de Columbia - Go Lions! -; y, claro, el gimnasio al que voy ahora - feo pero carito él -.

Como había mencionado en mi entrada anterior, yo presto oídos a cualquier recomendación que pase por saludable y si ahora tomo dos litros de agua, también procuro - en la medida que lo permiten mis deseos y diversificadas ocupaciones - ir al gimnasio dos o tres veces por semana. El asunto con el gimnasio es que se vuelve más rutinario que, incluso, el matrimonio. Y las rutinas te harán más fácil la vida pero también terminan por aburrirlo a uno, hay que decirlo, por el bien de la perpetuación de la familia como núcleo de la sociedad. Aunque, bueno, siempre hay formas de combatir el aburrimiento. Y eso fue justo lo que me puse a pensar un día de la semana pasada cuando llegué al gimnasio y me invadieron las ganas de abandonarlo todo (el gimnasio). Hablé con el instructor y le pedí un cambio de rutina, sólo para constatar que la que me proponía tenía de nuevo lo que yo de físicoculturista. Entonces se me ocurrió voltear al segundo piso, en donde según yo ocurrían cosas absolutamente vedadas para mí: las clases aeróbicas de distintos tipos, que compartían todas una característica: a ellas entraban mujeres de todas las dimensiones para salir, una hora después, con más sudor que un obeso caminando en el Sahara y una cara de aflicción que parecía entre de la Chimoltrufia y de la Chupitos.

Después de meditarlo por unos pocos segundos, tratando de obstaculizar a como diera lugar tan aberrante idea, mi yo espontáneo - que normalmente juega un papel pasivo en mi vida - me dijo "¿Cómo carambas no?". Y así, con ese ímpetu entre folclórico y temerario, entré a mi primera clase aeróbica. Para no sentirme absolutamente fuera de lugar, el destino puso en la clase a otro individuo humano del sexo masculino. Y todo empezó de manera más o menos inocua, estiramientos, calentamiento y, antes de que yo reparara, ya tenía las piernas en el aire, meciendo la cadera y apretando los músculos abdominales - ¡simultáneamente! -.

Yo no sé qué hace el ejército estadounidense y aliados de la OTAN en Afganistán, buscando terroristas en las agrestes montañas, si nada más tendrían que ser alumnos de mi instructora, para darse cuenta que inspira más terror que ningún Osama Bin Laden. ¡Ay qué dolores del cuerpo experimenté, de músculos de cuya existencia nunca me había percatado! ¡Y qué de heridas sufrieron mi orgullo y amor propio cuando la maestra gritaba con régimen militarizado: "levanten las pieeeernaaaaaas"!

No seguiré describiendo los litros que sudé y que las caras de la Chimoltrufia y de la Chupitos eran cual Miss Universos comparadas con las que yo ponía tratando de coordinar los difíciles pasos y ritmos de prima ballerina del Bolshói que tenía que hacer con las dos piernas izquierdas con las que me dotó Dios. Al día siguiente, parecía yo la Bruja del 71 tratando de levantarme de la cama, bajo el doloroso reclamo de los músculos abdominales que nunca se me había ocurrido poner en acción.

Hoy me siento conforme con mi vida pues he descubierto empíricamente que el sadomasoquismo es tan real como este blog, pues al día siguiente llegué a levantar mis pesas y algo en mí me hizo decidir subir al segundo piso de ese gimnasio, de donde bajan las gordas sudadas, las flacas sudadas y uno que otro Rafa sudado, apaleado por seguir otra de las desafortundas recomendaciones para ser una persona saludable y sollozando ¡Mueran el mal gobierno y el maldito ejercicio físico!

5 comentarios:

Cuquita, la Pistolera dijo...

Jajaja, eres adorable. Pero no imaginé que fueras chico de gimnasio. Siempre me parece que no tienen nada en la cabeza y la verdad es que, a juzgar por tu escritura, has roto con todos mis pre-juicios halterofílicos.
Ahora sólo te queda probar Pilates, Spinning, Yoga, Body Pump y Body Atack.
¿O no?

Anónimo dijo...

jajajaja
eres increible! ya me hacia falta entrar a tu blog!
Duro con el segundo piso!
Buen día para ti

CRISTINA dijo...

Aquí había una canción que decía de esos chicos de gimnasio de los que habla Cuquita, "mucho músculo, poco cerebro, y luego lloran como todos..."
Yo tengo un remedio para todo: natación. Es el único deporte en el que no sudas (o no te enteras de que lo haces...¿?), puedes ir a tu aire sin tener que jugar en equipo (nada peor para un torpe que los deportes en equipo), no necesitas competir con nadie, y lo que es mejor, aunque tengas a un "entrenador", entre el gorro y meter la cabeza dentro del agua, no le oyes nada de nada...

Besos.
Divertídisimo tu post.

RBD dijo...

Cuquita:
Pues no me definiría como chico de gimnasio, porque yo también tengo un prejuicio contra los Johnny Bravo, pero bueno visitar el gimnasio con indisciplina y cuidando que la conversación no sea sobre complementos alimenticios y cuántos kilos levantaste, no le hace mal a nadie, jeje.

Mónica:
El segundo piso es el que sigue duro conmigo, jajaja. Buen día para ti también.

Cristina:
Consideraré seriamente tu recomendación: ¡me encantó lo de no oír al entrenador!!!

Saludos a todas y todos,

Rafa Barceló Durazo

Anónimo dijo...

ai no rafa... me enkantooo, oi aproveche para leer todas las entradas ke no había leído, y ai no... mas ganas de vertee para reirnosssssssss agusto! ojala vengas pronto!... y no tengo nada mas ke decir: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!...