jueves, marzo 10, 2005

Ergo...

No sé si haya alguien que me conozca y no sepa que soy originario de Huâsabas. Digamos que es una parte fundamental de mi identidad que no comparto mâs que con las mil personas que lo habitan, bueno y sus "hijos ausentes", expresiôn que se usa para describir a los que como yo a pesar de que no vivimos ahî nos sentimos huasabeños, gentilicio que aunque no estâ aceptado por la Real Academia es usado por los oriundos de la también llamada (por mî) sucursal del paraîso. Y no digo que forma parte de mi identidad porque me haga sentir especial y mâs especîfico que decir mexicano o sonorense, sino porque siento que una gran parte de lo qué soy y cômo soy, lo debo a haberme criado ahî durante los primeros diecisiete años de mi vida; época que, por cierto, recuerdo con muchîsimo cariño, porque era tan sencilla y a la vez tan llena de ilusiones cuyo grado de realidad no les quitaba el disfrute de sentirlas. Me encantaba ser el niño ingenuo que caminaba descalzo por las calles de mi pueblo, sin grandes complejos, antes de convertirme en esta masa de ideas y creencias informes y globalizadas que soy.

Quisiera poder decir que es mi pueblo natal, pero si me atengo a la literalidad de la palabra me veo forzado a desistir porque nacî en Hermosillo. Pero, bueno, ya escribiré después sobre mi identidad huasabeña que es un tema que me interesa y, afortunadamente me interesa, porque si no a quién mâs podrîa importarle. Lo que quiero de verdad comentar en este artîculo, fue una especie de argumento silogîstico que mi hermana Miriam me hizo cuando tenîa aproximadamente tres años, no mucho tiempo después de que aprendiô a hablar. Y si bien pasô hace mucho tiempo vino a mi memoria mientras platicaba con una amiga (Carolina) que vino a visitarme a este pueblo francés en el que vivo. El destino me ha negado las grandes capitales hasta este momento y, a cambio me ha llevado a recônditos lugares de los dos lados del Atlântico. A mi amiga le pareciô cômico el comentario y me sugiriô que lo publicara en mi blog, idea que me pareciô una buena reivindicaciôn del largo tiempo que lo tuve abandonado por andar extremamente ocupado en actividades lûdicas con ocasiôn de mis vacaciones y exâmenes de admisiôn que hay que aprovechar tiempos buenos y malos.

Volviendo al punto que nos ocupa y del cual me distraigo frecuentemente, resulta que en una de esas tardes tranquilas de Huâsabas que tienen un caracterîstico olor a hierba y a tierra mojada (no es lîrica, asî lo recuerdo), justo después de que el ardiente sol de verano da la tregua para poder salir del fresco refugio que te hubieres procurado, estaba jugando con Miriam, mi hermanita, que siempre ha demostrado un intelecto bastante avezado. Entre los juegos, me pregunta: - Rafael ¿para dônde estâ el norte? Yo le respondî ostentativamente apuntando con el dedo hacia el norte. En Huâsabas es el ûnico lugar en el que puedo distinguir los puntos cardinales. Lo anterior, no porque mi brûjula funcione con imanes que sôlo se activan en mi pueblo, sino porque justo en el este estâ un cerro muy imponente que puedes ver de cualquier punto del lugar y mucho antes de llegar inclusive y que te sirve excelentemente como referencia. Cosa que no me pasa con el cerro de la Campana en Hermosillo, que si estâs en el sur de la ciudad te queda en el norte y si estâs en el norte, el cerro estâ en el sur. Sigo desvariando. Después me preguntô: Y el sur ¿dônde estâ? Como era de esperarse le respondî señalando a la direcciôn contraria. Creyendo que el arduo interrogatorio habîa terminado volviô a preguntar: ¿Para dônde queda el oeste? Utilizando mi referencia geogrâfica obligada, apunté en la direciôn opuesta a la montaña. Y, finalmente, me preguntô para dônde estaba el este. - El este estâ hacia allâ, donde estâ el cerro. Cuando hubo terminado las cuatro preguntas que inquietaban su joven mentecita se hizo un silencio que armonizaba perfectamente con Huâsabas y con la hora que era. Al cabo del cual, interrumpiô para decirme una frase que ha quedado grabada en mi memoria y que me acompañarâ mientras la vida me alcance y la amnesia no me alcance. Me dijo: "entonces, Huâsabas estâ en el centro del mundo".

Ergo, Huâsabas estâ en el centro del mundo. Si Huâsabas no estaba ni en el norte, ni en el sur, ni en el oeste ni en el este, entonces, estaba en el centro del mundo y a partir de ahî êstos empezaban. A su elaborado razonamiento le habîa faltado la premisa de que los puntos cardinales son relativos. Pero porqué habrîamos de juzgarla, la humanidad pensô que el tiempo y espacio eran absolutos hasta que apareciô el greñudo de Einstein a decir que no era asî.

Añoro la niñez, añoro pensar que después de Granados (pueblo que estâ a 5 kilômetros al sur de Huâsabas) habîa una pared tan alta que nadie la podîa atravezar porque ahî se acababa el mundo. Me parece, contrario a lo que antes pensaba, que el conocimiento y la felicidad llevan relaciones aparte y que aquêl no te lleva a êsta, y que en ocasiones puede, inclusive, alejarte de ella. Claro, pensar que vivîamos en el centro del mundo era una posiciôn completamente egocentrista. Pero no era nuestra culpa, sino de los puntos cardinales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola! me gusta tu blog, no se como llegué a el, pero aquí estoy.. lo acabo de empezar a leer y me entretiene mucho, me gustan mucho las fotos que pones .. =) Bueno, espero que estes bien y te seguiré leyendo.