lunes, febrero 16, 2009

De comienzos...

Es una cuestión de estabilidad o, mejor dicho, de inestabilidad. Pero también es cierto que no hay derecho de manejar los trenes del metro como si fueran microbuses de la Ruta 100. Yo hoy me levanté, como todos los lunes, con un agridulce y ambiguo ánimo, pero dispuesto a ir suavizando mi actitud a lo largo de la mañana para que la semana - que parece iniciar este día (pero que inicia desde el domingo) - fuera una cosa placentera.

Por supuesto que el fin de semana le mete mucho ruido a la vida de uno, así que por más que me lo propuse no pude salir de mi casa a la hora justa para llegar al trabajo a tiempo por la ruta que más me gusta (que es más larga). Entonces, tuve que escoger la ruta que no me gusta (que es más corta) y tomarme un taxi a la estación de metro más cercana. El trayecto en taxi es corto, justo el suficiente para prender mi iPod, acomodarlo en la canción que quiero escuchar y abrir el libro en turno en la página que lo había dejado. Pero hoy no, hoy era un día diferente, era uno de esos días que se anunciaba como que seguro iba a apestar.

Y así fue. Entre el ruido de la canción - mala, noventera - que había escogido, escucho al chofer del taxi como gruñir, muy molesto por algo que no quise preguntar, porque ya saben ustedes que las conversaciones que suelo tener yo con los taxistas terminan siempre muy mal: escatológicas, obscenas o maníaco-depresivas. Entonces, volteé mis ojos a la página del libro que traigo entre manos (Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm) pero el chofer seguía expresando corporalmente su molestia con algo. En ese momento eché una mirada hacia adelante, para saber si en el tráfico podría yo encontrar la respuesta y no encontré la respuesta, pero sí mucho tráfico.

En esta ciudad a mucha gente le parece buena idea que cuando tienen un problema laboral, político, económico o, ya a estas alturas, hasta psicológico, es necesario cerrar alguna vialidad. Porque, claro, deben pensar que en esta vida hay que compartir y si uno está molesto, pues es bueno compartir la molestia con todos. Yo no tendría mayor problema si su concepto de compartir su molestia se limitara a hacer del conocimiento público la razón por la que protestan. Pero no, se trata de compartir la molestia causándole molestias al prójimo, sobre todo cuando está próximo. Así fue hoy, no juntaban ni media docena de "protestantes", pero eso fue suficiente para que cerraran la calle que me lleva al metro, causando un atasco de esos que a esta ciudad le sobran.

La ruta para sacarle la vuelta a la toma de la calle fue suficiente como para que perdiera mi margen de puntualidad y se hiciera materialmente imposible llegar a tiempo a la oficina. Llegué al metro y me subí al vagón tan rápido como se abrieron las puertas, cerciorándome de que no hubiera ningún asiento disponible -nunca los hay- en el cual pudiera consagrarme a la lectura con mayor confort. Pues no lo hubo y, de hecho, ni siquiera había algún espacio en el que pudiera sostenerme de manera segura, por lo que permanecí parado, abrí un poco las piernas para mejorar mi posición equilibrista y ocupé mis manos en sostener el libro. Yo ya me sentía en mi elemento, cuando el conductor del metro seguramente vio que se le atravesaban una manada de búfalos o algún otro animal silvestre de la fauna de esta ciudad, porque ha frenado como si la vida le fuera en ello.

¡Y yo con las manos en el libro! Hubiera podido volar por los aires, cual película de acción, de una punta a la otra del vagón, pero en mi camino se interpuso un frágil viejecito que fue a estrellarse contra el tubo del cual venía detenido. No le he quebrado tres costillas porque el Señor es muy grande (aquí me refiero a Jesucristo, porque el señor en cuestión, como ya dije, era muy pequeñito y frágil). Pero eso no fue todo el paquete de mi rídículo matutino de lunes, ya que también incluyó una reacción espontánea de mis reflejos que ocuparon agarrarse de lo que tuvieran más cerca. Y lo que tuvieron más cerca fue una chamarra - nada ajustada - del tipo que venía a mi lado. Me agarré de la chamarra -sin querer- a manera de casi trozarla y sin ningún resultado positivo, porque digo que le quedaba tan grande la chamarra que no sirvió de ninguna manera como sostén o nada parecido. Y a mí sólo me sirvió para granjearme una mirada de recriminación - ya rayando en odio - del tipo que la traía puesta.

Al principio yo no supe cómo reaccionar: si todos debíamos estar enojados con el conductor o si el único culpable era yo, por querer saber más de la historia del siglo XX. De cualquier manera, tratando de ser decente, les ofrecí una disculpa a los dos directamente involucrados por mi súbito desplazamiento, en el que las manos no pudieron en nada amortiguar el golpe. Mas debo decir que dichas disculpas no fueron aceptadas, porque me han mirado con una cara como de "yo a éste lo mato" y no me han pegado, yo creo, porque ambos eran muy pequeños y yo no tanto. Además de que el libro de Hobsbawm está muy grueso y seguro les ha parecido que lo podía usar como arma blanca en mi defensa.

Con esos dos acontecimientos se me ha venido a presentar la semana, como convenciéndome de que esto se va a seguir poniendo feo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Rafa, pero lo que ha ti te ha parecido desastrozo a mi me ha hecho llorar de la risa perdón feliz semana

*V* dijo...

Nada, los martes son el peor día de la semana, sin duda, el lunes es una prolongación del domingo y acabas de empezar pero ¿el martes?? está en mitad de la nada!..ups...dar ánimos no es lo mio, no ;D
Suerte lo que te quede de semana!

Monica Hdez dijo...

ya MIERCOLES!!
seguramente has sobrevivido... ANIMO para lo que falta!!
buena vibra desde aqui :0)