lunes, enero 19, 2009

Remigio

Cuando subió al vagón del metro en la estación Constituyentes, me llamaron la atención sus manos callosas y cubiertas de cal. Llevaba baja la mirada y el ceño ligeramente fruncido y cargaba un costal del que sacó una bolsita con un par de taquitos de canasta, ya bastante maltratados. Tardó un par de estaciones en sentarse, aunque había varios asientos disponibles desde que subió. Discretamente se empezó a comer los tacos, masticando lentamente y con los modales de quien nunca ha sido enseñado de urbanidad y esas frivolidades. Cuando hubo terminado, sacó una botella de coca-cola y le dio los últimos tragos que quedaban en el envase. El líquido ya estaba caliente y sin gas, pero pudo empujar el último bocado. Sólo una vez cruzó la mirada conmigo, pero eso fue suficiente para descubrir una especie de conformidad con la vida y consigo mismo.

Remigio había sido el quinto hijo de una madre que los tuvo al pormayor, con distintos padres, en un pueblo de la costa chica de Guerrero. Cuando tenía dos años, lo recogió una familia de un pueblo cercano, tan humilde como su madre, pero con una estabilidad emocional un poco mayor. Así, se convirtió en el "hermano", siempre entre comillas" de otros siete chamacos, con los que tenía que compartir (o competir por) los frijoles con chile en tortillas de maíz, que era lo que habitualmente había en esa mesa. Nunca sintió que le faltara cariño en su nueva casa, pero eso no quiere decir que se sintiera querido. Más bien se sentía admitido de una manera que el fondo de sí agradecía y despreciaba, casi simultáneamente y con la misma intensidad.

No llegó a concluir sus estudios primarios porque su "apá" (el putativo, claro, porque al biológico no había manera de identificarlo) le pidió que le ayudara con las labores de la siembra... y de la cosecha... y de todo lo que va en medio del ciclo agrícola. Algo que meditaba frecuentemente, es que por más esfuerzos que hacía no podía recordar su niñez, es decir, no podía distinguir sus recuerdos de infancia y los de juventud. Esas etapas eran simplemente conceptos que le fueron ajenos en la primera parte de su vida y construyó su madurez no como un proceso, sino como algo que siempre estuvo dado. Pero no es que eso lo hubiera decidido, sino que nunca concibió la idea de tener opciones, Remigio fue siempre un hombre conforme con lo que era y lo que tenía.

Su mirada baja lo era no por la sumisión que suele distinguir a su clase social, sino porque era un hombre de mucha reflexión. Mientras cargaba los pesados sacos de cemento que debía subir a los pisos superiores de los altos edificios en cuya construcción trabajaba como albañil, se perdía recordando a su padrino Jacinto, el amigo anciano de la que vino a ser su familia. Un viejito canoso y de cara morena, curtida por el sol, el trabajo y los años. Ese anciano lo hizo como era, le decía Remigio a su esposa, porque con sus historias inverosímiles de campesino con las que recreaba los años pasados como si hubieran sido mejores lo hizo un soñador. Pero uno que sabe que los sueños no son más que eso y no son ninguna meta a alcanzar, son sólo historias que uno construye sobre sí mismo para evadir la realidad y para hacer la vida más vivible. En los recuerdos de Remigio, Jacinto siempre aparecía sonriendo en medio de los maizales y bajo un cielo claro por el que pasaban bandadas aisladas de garzas.

Y luego vino la hora en la que no tenía nada que hacer en la costa chica de Guerrero y su madre le dijo: "mira, Remigio, tú ya tienes dieciséis años, quince has vivido con nosotros y te hemos agarrado cariño, pero ya es hora de que hagas tu vida y no vuelvas sino a visitarnos de vez en cuando, a traernos algo para ayudarnos a sostenernos en agradecimiento por haberte tenido aquí tanto tiempo y haberte hecho un hombre de bien. Haz como los hijos de la Felipa, que se fueron hace dos años a la capital y ahí consiguieron trabajo. No les va mal. A ti tampoco te va a ir mal, porque eres muy trabajador y siempre he visto que tienes un buen ángel de la guarda". Y así lo hizo Remigio, se fue a la capital, como los hijos de la Felipa, y consiguió trabajo y un día en un baile popular conoció a Perla, la que sería la madre de sus hijos.

Remigio nunca creyó en las decisiones y, por eso, fue su esposa la que le dijo cuando casarse y la que le dijo que estaba embarazada en tres ocasiones, con lo cual Remigio supo que tenía que trabajar más para poder sacar adelante a su familia. Su familia, algo que nunca entendió, porque los adjetivos posesivos escapaban a su forma de ver la vida. De él no podía ser nada, no encontraba en sus entrañas el sentimiento de posesión. Nada era de él: a su esposa la quería a su lado y a sus hijos los mantenía, pero no eran de él. Y, en efecto, nunca fueron de él. Perla terminó dejándolo cuando ya tenía cincuenta años y el trabajo duro de toda una vida lo había convertido en un anciano prematuro, que lo hizo desterrar la idea de buscar a alguien para suplir a su excompñera. Los hijos se fueron yendo de su casa uno a uno y tomaron sus propias vidas, en las cuales él participaba muy marginalmente. Cuando murió la señora de la costa chica de Guerrero que lo había criado y a la cual de manera casi religiosa le enviaba un dinerito cada mes, perdió lo más parecido al sentido de pertenencia que hubiera experimentado durante su vida.

Y lo que siguió fue sereno, sin complicaciones: desplazarse a las distintas construcciones en las que lo contrataban como velador, porque sus molidos huesos ya no daban para más esfuerzo que eso. Y de regreso a su casita en Ciudad Nezahualcóyotl, en la que una tarde lluviosa pero no tanto, se apagó como se apaga una vela que se deja arder en una esquina. Y hubiera sido enternecedor verlo morir (si alguien hubiera estado presente) porque se fue conforme, conforme con la vida y consigo mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE MARAVILLA DE HACER QUE UNO SE TRASLADE A LOS HECHOS CON LA LECTURA QUE NOS PROPORCIONAS.
OJALÁ SEA INEDITO Y PRONTO TENGAMOS UN LIBRO DE TU ACERVO EN NUESTRAS MANOS. PRIMIS EN LAS REGALIAS!
TE ADORO CHATITO BICHICORI LINDOOOO

Monica Hdez dijo...

Es genial la forma como describes hasta el minimo detalle...
tienes la magia!!

Un placer leer tus lineas... gracias por compartirlo

¡Buen inicio de semana!