martes, junio 06, 2006

Mi vida en Huásabas (capítulo 5)


Mi senda trazada, mi meta infinita...

Un buen amigo de la universidad me acaba de preguntar si ése era el lema de Huásabas, porque lo vio en el escudo de mi pueblo y le había gustado la frase. Fue como devolver el tiempo y sacar del baúl de los recuerdos una frase que leía continuamente cuando pasaba por la Biblioteca Municipal donde estaba pintado el escudo que contiene tan melodiosa frase. O en la pared de los bebederos de la escuela primaria en la que estuve 8 años. Antes de que echen a volar la imaginación los que saben que en México la primaria dura 6 años y que hagan teorías sobre un intelecto poco desarrollado durante la niñez del que esto escribe, debo contarles bien la historia. Resulta que en Huásabas durante los tiernos años de mi infancia no había escuela secundaria o preparatoria del gobierno. La secundaria era una escuela particular que se mantenía sobre todo a través de la cooperación de la comunidad huasabeña y un poco con las colegiaturas de los alumnos. El caso es que estando yo en sexto año aprobaron la apertura de una secundaria estatal (Técnica - Agropecuaria #7). De manera tal que mi grupo fue la primera generación de esta secundaria y ocupamos las instalaciones de la escuela primaria por dos años en lo que se terminaba la construcción del edificio propio. Esos dos años el turno fue vespertino, para mi solaz y esparcimiento, porque nunca me ha agradado mucho la idea de madrugar para hacer nada. Además, salíamos hasta la noche, lo cual era más propicio para las actividades de las que gusta un púber con sobreactividad hormonal. Pero no me malentiendan, en Huásabas somos muy decentes y seguimos a cabalidad las reglas morales de la Iglesia Católica. Así, esas actividades a las que me refieron eran básicamente agarrarse de la mano y caminar con tu remedo de noviazgo como si fueras pisando nubes, con la cabeza volando y el corazón latiendo más rápido. Bueno, continúo con el recuerdo de esos tiempos primaverales. Como primera generación nos tocó hacer cosas bastante originales: fuimos la escolta oficial durante los tres años, cuando antes ese "privilegio" sólo era reservado para los de tercero, o sea, lo más grandes; también nos tocó "deshierbar" el terreno en donde iban a construir la escuela. Con deshierbar no se imaginen quitar esas hierbas verdes que aparecen por ahí, no... en el terreno de la secundaria que antes hospedaba un vivero, deshierbar significaba enfrentarse con cactus, arbustos y matorrales, todos con una característica común: espinaban hasta el alma!!! Había una planta que me resultaba muy interesante: cuando le cortabas una rama sangraba. Sí, sangraba, su savia era de un rojo intenso así que era muy particular. Su nombre no me viene a la memoria, pero tenía algo que ver con sangrar, algo como sangría o algo. Bueno, el caso es que´pasábamos largos ratos de nuestras horas de "Tecnología" utilizando el machete y las tijeras podadoras para desenmarañar los matorrales donde irían los nuevos cercos de nuestra flamante secundaria nueva (wow!!! no puedo ver el avance tecnológico que eso representaba, pero el maestro Chuyaco (era su apodo) consideraba que la mano de obra gratis que representábamos podía ser consistente con el contenido de su materia, jeje). Otra cosa divertida es que en el terreno donde construian la secundaria vivía una pareja de viejitos: Tarazón y María. Según lo que he oído eran seguramente descendientes de los ópatas, que era la tribu indígena más grande de lo que ahora es Sonora y que desapareció casi sin dejar vestigios, adquiriendo las costumbres y religión de los recién llegados europeos. Aparentemente, están muy relacionados con la tribu que habitaba el sitio arqueológico más famoso del norte del país: Paquimé, en la sierra de Chihuahua, muy cerca de la frontera con Sonora.Ahora sólo se conservan los nombres ópatas de lugares (como Huásabas), plantas y animales de la región que son de origen ópata. Bueno, hay unas cuantas pinturas rupestres y es muy común encontrar hachas de piedra, o partes de vacijas al arar en las milpas, cerca del río. Vuelvo al tema: Tarazón era el apellido (que se reputa ser uno muy común entre los ópatas), pero no recuerdo su nombre de pila. Era una pareja que nunca tuvo hijos y que vivían a las orillas del pueblo en una casa mal armada con algunos bloques y distintos materiales bastante heterodoxos en la industria de la construcción. También habitaban con ellos una gran cantidad de perros y de gallinas, no recuerdo si había otras especies. El caso es que obviamente el terreno no era "legalmente" de Tarazón, pero en su concepto de propiedad que, obviamente, nada tenía que ver con el derecho romano o con el liberalismo económico, no podían sacarlo de su casa, que él había construido. El caso fue que ya que nos mudamos al nuevo edificio compartíamos la residencia de Tarazón, con todos los animales que sí eran de su propiedad. Sobra decir que el proceso de negociación entre el ayuntamiento, las autoridades de la escuela y Tarazón fue largo y no mediaron razones suficientes hasta que el Ayuntamiento decidió construir una casa para Tarazón y su familia, es decir, María de Tarazón y todos los perros y las gallinas, excepto una que fue encontrada muerta en los bebederos nuevecitos de la escuela y que fue, de hecho, una razón importante que motivó la mudanza de Tarazón, un poco antes de que su nueva casa estuviera terminada. A propósito de tan singular pareja, es oportuno comentar para que los que no conocieron a María (RIP, al igual que Tarazón) que era una viejita de ésas muy lindas que aparecen en revistas o en la publicidad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Ya estaba encorvadita, su cara marcada de arrugas acumuladas en no sé cuantos años e ires y venires que la vida en la sierra sonorense no era fácil y menos para los menos afortunados como ella. A mí me recordaba mucho a la madre Teresa de Calcula. Bueno, creo que eso fue lo suficientemente gráfico. El caso es que un día que hubo elecciones María acompañó a su esposo a votar, como ya no le resultaba fácil caminar un patriota funcionario de la casilla acudió en auxilio de la senil pareja, tomando a María del codo. Tarazón, que resultó ser un hombre púdico y celoso, le dijo: "María, no andes provocando". A lo que el acomedido respondió para sus adentros: "No andes provocando náuseas", jejeje, cápsula cómico-cultural. Pero ésa no es la única gracia que conozco de la original pareja. Un día rumbo a su rancho pasaba un ganadero importante del pueblo cerca del rancho en el que Tarazón era vaquero, acompañado de su siempre fiel María. Resultó que el carro del ganadero se descompuso por lo que emprendió el regreso al pueblo caminando. De camino a Huásabas, se encontraba la casa donde vivía Tarazón, por lo que llegó el ganadero para hacer una parada técnica y recuperarse del ardiente sol sonorense. Ofrecióle María una tasa de café, el cual no pudo rechazar a pesar de que tenía sus reservas sobre la higiene de la tasa de peltre. Por tanto, decidió el ganadero no arriesgarse y tomar de la tasa por el lado del asa, es decir, por la parte que según él garantizaba el menor contacto con la saliva de sus anfitriones. ¡Oh decepción! María le comenta a Tarazón: "¿Ya ves? Te lo dije, yo no soy la única que toma el café por el lado del asa!". jeje. No tenía idea de que terminaría contando sobre María y Tarazón, pero creo que valió la pena, porque eran parte de esos personajes del pueblo auténticos, dueños de sí mismos, independientes de todo excepto de la caridad en sus últimos años de vida. Y no era porque fueran locos, al contrario, sólo tenían razones diferentes para ser y hacer lo que eran y lo que hacían. Ellos a su modo y yo al mío tratamos de seguir a cabalidad el lema que se lee en el escudo de Huásabas: "mi senda trazada, mi meta infinita"

1 comentario:

Marussy dijo...

Rafael, es un enorme placer visitar tu blogger y encontrarme con tan interesantes relatos. Disculpa el elogio eres buenísimo para escribir, tienes magia en el pensamiento.