domingo, mayo 07, 2006

The end of my world as I know it

Las horas frías de ese invierno en las montañas se hacían cada vez más largas para H. El latido de su corazón se iba haciendo también más lento y de sus ojos fijos en el fuego de la chimenea rodaban unas lágrimas capaces de destrozar cualquier alegría. Su mente trataba de desentrañar el único misterio que a él le importaba. Si habría dado la vida por amarla indefinidamente, cuál pudo haber sido la razón de su abandono. La cobija de lana que cubría sus pies y piernas no era suficiente para siquiera tibiar sus penas. Sufría con hondo dolor, como no sabía que se podía sufrir a pesar de que la vida le había dado pesares a granel durante los ochenta primaveras que sólo recordaba como inviernos. Sentía en el corazón una punzada como si una fina espada ardiente le atravezara el pecho y entendió entonces que la tristeza es un sentimiento en la connotación más literal de la palabra y que el corazón es el verdadero receptáculo de las emociones más fuertes de la vida. Trataba de aliviar su profunda pena recordando los momentos más felices que había pasado con ella, pero eso sólo hacía más insoportable el sentimiento de pérdida. Tocaron a la puerta pero no tuvo ni la intención ni las energías para ir a abrir. Escuchó los gritos del vecino pero le resultaban del todo indiferentes. Pasó un largo rato de silencio cuando de nueva cuenta tocaron a la puerta. Ahora alcanzó a distinguir la voz del sacerdote del pueblo cuyas homilías le parecían a veces correctas a veces no, pero que le causaban siempre mucha gracia. Tampoco consideró siquiera la posibilidad de levantarse o arrastrarse a abrir. En el fondo temía que pudieran convencerlo de no dejarse morir y eso le daba miedo porque no admitía vida posible sin ella. Pero tampoco podía quitársela de súbito porque en su ingenuidad creía que le haría daño a esa mujer a la que él no soportaría ver derramar una lágrima. Al día siguiente volvieron los toquidos a su puerta pero ahora era el alcalde del lugar acompañado de dos oficiales de la policía. Lo compelieron una y otra vez a que abriera y ante el silencio subieron el tono y amenazaron con tumbar la puerta. Al no obtener respuesta procedieron a forzar la cerradura. Entraron a la cabaña y encontraron su cuerpo sin vida con una carta en la mano que decía: "M, te amé hasta donde pude, te amé hasta donde no lo merecías. Mi sociedad, mi iglesia y mi estado intentaron disuadirme. Pero hay una parte de cada hombre que no pertenece más que a sí mismo. Ni suquiera tú pudiste penetrarla y en ese recóndito subterfugio de mí he decidido partir al lugar en el que todo se detiene, en el que no existen ni el tiempo ni el espacio y ahí viviré inmóvil acompañado sólo de tu recuerdo. H."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

si...por qué H?

RBD dijo...

No debería descifrar mis códigos porque se pierde el encanto, pero sólo para demostrar que en mi blog nunca la tragedia se impone a la comedia estoy obligado a confesar que H. va por Hipotético y M. por mujer. Lo siento, mi imaginación no vuela muy alto.

Rafael B.D.