viernes, abril 01, 2005

La diferencia entre vulgar y Bvlgari...

Estimadîsimo blog, a ti no te puedo ocultar nada. Ni los momentos de peor vergüenza te pueden ser ajenos. Eres mi indiscreto confidente. Y hace tiempo quiero contarte una de las aventuras que vivî por incursionar momentâneamente y sin la menor preparaciôn en un mundo al cual no pertenezco.

Todo pasô en Zurich. Estaba yo solo paseando por la ciudad aprovechando algunas horas de espera para tomar el tren que me llevarîa de regreso a Parîs. En la oficina de informaciôn turîstica me dijeron que para el tiempo del que disponîa me recomendaban hacer un circuito que empezaba con la parte antigua de la ciudad, continuaba con sus dos principales iglesias y terminaba con la calle de compras, windows shopping para ser exacto que se llama BahnhofStrasse ,que viene a ser, segûn su nombre lo indica, la calle de la estaciôn de trenes. Es decir, que no habîa pierde, por ahî llegaba yo a tomar mi trenecito a Parîs, que por cierto fue magnîfico porque lo tomé en un andén que estâ prâcticamente en la calle, de hecho, es la banqueta, ni siquiera tienes que entrar a la estaciôn, tû vas caminando por la calle y te subes al tren sin mayores complicaciônes, con la vista de uno de los museos mâs importantes de Zurich y de impresionante arquitectura. Pero ésa es otra historia.

El problema empezô cuando olvidé el significado de windows shopping y dejé los escaparates para internarme en una. Para darte una idea estaban las tiendas de Hermès, Armani, Louis Vuitton, Gucci, Cartier, Mont Blanc, en fin, todas de precios prohibitivos. Y, para mi mala suerte, también estaba ahî la tienda de Bvlgari, mi marca de relojes favorita. Fue cuando vi algunos de los relojes que me dije a mî mismo: "oye, mimismo, pues entra a ver qué hay adentro" (con un acento entre tepiteño y de la ladrillera). Y asî lo hice. Bueno, asî intenté hacerlo. Pero la puerta estaba cerrada. Mi incultura y falta de sofisticaciôn me hicieron pensar que estarîa cerrado porque la dependiente se hubiera ido a comer la torta del medio dîa, para volver mâs tarde con un profundo aliento a cebolla y a cochinita pibil. Entonces, desistî, de cualquier manera no iba a comprar nada y sôlo iba a henchir (o inchar) mis ilusiones en falso. Pero justo cuando estaba continuando mi camino y ya iba a cruzar la calle, sale un tipo de traje entero con apariencia de guardaespaldas de Madonna mascullândome algo incomprensible en alemân, que gracias a sus señas entendî que era que entrara, que la tienda estaba abierta. No era la hora de la torta sino que estaba entrando en una tienda que abre su puerta desde dentro por razones de seguridad. Desde que me di cuenta de ese hecho me dije: "pero, ¿qué estoy haciendo?", o sea, ¿qué caso tiene?

Cuando estuve dentro confirmé que lo que estaba pensando, no era la tîpica tienda a la que estoy acostumbrado en la que ves el producto y si no te gusta te das la vuelta y sales por donde entraste sin tener que pronunciar palabra alguna. No, en esta tienda tenîas a una finîsima chica que con los mejores modales te mostraba sobre un terciopelo los nunca igualados relojes Bvlgari, de precios que oscilaban entre 70 y 100 mil pesos, los normales, los mâs econômicos. Cuando me abordô sentî que me quedaba sin palabras y estuve a punto de decir la verdad: "muchas gracias, pero salgo de esta tienda porque ni en el mejor de mis sueños me podrîa comprar su producto mâs barato". Pero mi orgullo me venciô y mascullé algo como: vi un reloj que me interesô en el escaparate y comencé a describir un reloj que ni siquiera existîa con ambiguos adjetivos como redondo, dorado y no recuerdo cuâles otros. Inmediatamente, la vendedora materializô el inexistente reloj y me dijo, debe ser éste, lo tenemos también con extensible de caucho para que sea mâs ligero, o este que es en oro, porque el de la ventana es de platino... (yo sôlo hice mutis)

Obviamente, ya que estaba dentro de esta incômoda situaciôn tuve que fingir que habîa al menos la mînima posibilidad de que yo correspondîa con el nicho de mercado al que esos relojes estân dirigidos. Asî, fingî modales burgueses y arañé de mi cerebro el francés mâs rebuscado del que fui capaz. Mis movimientos se hicieron mâs lentos y controlados y puse una cara entre interesante y desinteresado, como que nada me impresionaba, a pesar de que estaba babeando interiormente por los relojes que me estaban enseñando. Después de algunos minutos de incomodidad interior en la que por dentro me preguntaba cuâl serîa la manera menos vergonzoza de salir de ahî para que la chica dejara de esforzarse en realizar una venta imposible, pero sin que se hiciera evidente el sinsentido de mi visita en su tienda, le dije: "je vous remercie, mademoiselle, bonne journée". Di media vuelta, todavîa con mis improvisados movimientos lentos y controlados de esnob, me despedî del guardaespaldas de Madonna y salî a la calle. Y me sentî mâs libre que nunca, ya podîa comportarme como el huasabeño que soy, comer en McDonald's o, peor aûn, en el primer kebab (que no hay ningûn otro tipo de restaurante en Europa mâs amigable con el bolsillo...)

Pero, el hombre es el ûnico animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y, entonces, en el escaparate siguiente veo un reloj Omega que me encantô. Debo aclarar que yo sôlo estaba paseando, ver relojes sôlo era una mera curiosidad de turista perdido en las calles de Suiza. Bueno, pues vi este reloj Omega y antes de intentar nada me asomé a la puerta para cerciorarme de no cometer el mismo error de entrar a una tienda como la anterior. La puerta decîa automatic door, asî que yo pensé que eso era suficiente. Cuando me acerco a la puerta, efectivamente, se abre de manera automâtica, pero no accionada por ningûn mecanismo, sino por un colega del guardaespaldas de Madonna del que acababa de despedirme hacîa 30 segundos, con la esperanza de no volver a verlo ni a él ni a sus ecuaces en mucho tiempo. Sî, estaba otra vez en el mismo tipo de tienda!!! No sabîa si reîr o llorar. Mi performance de la tienda anterior me habîa dejado muy fatigado como para repetirlo. Pero tampoco me alcanzô el valor para tomar la decisiôn de decir gracias y esfumarme. Y en esta ocasiôn sentî que me atacô como planta carnîvora una señora bastante entrada en años cuya ûnica fuente de color era el rojo de sus minûsculos labios, que estirados forzando una sonrisa la hacîan verse algo patética. Me saluda en alemân. Le contesto en francés. Cambia de frecuencia y ahora me pregunta en francés que si en qué puede ayudarme. Yo vuelvo a inventar otro reloj visto en el escaparate y ella, como la otra, cual poderosîsima maga convierte en realidad algo que realmente no existîa. Y me invita a pasar a un cômodo sillôn y saca también su estuche de terciopelo y comienza a mostrarme algunos modelos, todos Omega, de precios similares a los Bvlgari. Pero una vez sentado en el sillôn me doy cuenta de lo tonto que fui en caer otra vez en la misma incômoda situaciôn y me dan unas incontrolables ganas de reîrme, que no pude disimular tan bien como para que la señora no se diera cuenta.

La situaciôn se agravô cuando debajo de la manga de mi abrigo saliô una bolsita para las monedas que se amarra a la muñeca que me habîan regalado un dîa antes en una librerîa y que mâs por necedad que por necesidad decidî ponerme para guardar los pocos francos suizos que me habîan quedado del viaje. Bueno, pues la dichosa bolsita era de un color amarillo-pollo-lastîmame-los-ojos-y-descubre-cuân-naco-eres que la pobre dama que me atendîa no podîa quitarle la vista, desfigurando la cara en un gesto de decepciôn por ver a un potencial cliente reducido a un potencial turista que, por error o por ignorancia, habîa ido a dar a su tienda. Mi risa cada vez se hacîa mâs incontrolable pero por tenerla contenida creo que daba la impresiôn de que me estaba burlando. Entonces, con un aire de resignaciôn la vendedora me dice: "tenemos relojes para todos los presupuestos". Fue entonces cuando no pude contenerme y tuve que salir casi corriendo, no sin antes agradecer a la ilusa señora de los labios delgados y decirle que probablemente en otra ocasiôn, en una versiôn un poco menos obvia que la tradicional "a la vuelta, doñita".

El resto del dîa me dediqué a reîrme de las recreaciones que hacîa de mî mismo en las situaciones en las que ese dîa habîa estado, con mis cabellos mal cortados, mis pantalones de mezclilla y un abrigo que tapaba el resto de mi indumentaria caminando sobre millones de francos suizos guardados en las famosas bôvedas bancarias que, supuestamente, estân cavadas a todo lo largo de la BahnhofStrasse, debajo de las tiendas mâs lujosas del mundo y contemplando con sentimientos ambiguos el lado mâs bonito del capitalismo y de la injusta distribuciôn del ingreso en el mundo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

aiii rafaaeeeel!! jajaja
bueniiiisimo! y que paso despues? saludooos!

claudia

Anónimo dijo...

Que padre escribes. Muy interesante tu experiencia, siempre me habia preguntado que se sentiria el entrar a una tienda de ese calibre. Felicidades.

Adriana Mendoza dijo...

Jajjajaajjajajajj!!

Estas cosas son las que hacen que valga la pena la vida cierto??

Todavía conservas la bolsita amarilla pollo??

Saludos desde Hermosillo!