La familia es, entre muchas cosas, un conjunto de historias, de cuentos, de códigos compartidos. Una sucesión interminable de vivencias que van tejiendo lentamente lazos que no hay posibilidad de romper. Ni mediando la voluntad para hacerlo. Como si esos lazos recubrieran nuestro ADN de algo que podríamos llamar una "genética de los recuerdos", hasta el punto de que no se sabe dónde termina uno y comienza la otra. Esta semana mi familia de muchos recibió el último de los siete sacramentos que le faltaba por recibir: el orden sacerdotal. Es que las familias católicas somos especialmente sacramentales, nos reunimos como obligación moral en bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios y, por así decirlo, para ungir al enfermo en su agonía o despedida.
El sacramento del sacerdocio, claro está, lo recibió únicamente uno y no toda la familia, porque no se ha dado el caso hasta ahora - que yo conozca - que en la Cristiandad se ordene sacerdotal a toda una familia. Los judíos sí lo hicieron, más o menos, con la tribu de Leví, uno de los hijos de Jacob, pero esa es otra historia y no es la de los Barceló Moreno. Fue mi primo Óscar Valentín, quien ahora será el padre Óscar. Fue muy linda experiencia ver cómo su ordenación y los festejos que seguían a tan buena noticia se convirtió en un momento que tíos, primos y sobrinos empezamos a gozar desde meses antes de que ésta tuviera lugar. Se siente como una gran bendición que alguien del clan sea pastor espiritual de otros o, en el mejor de los casos, también nuestro. La emoción que causó la ordenación de Óscar hizo que algunos se desplazaran grandes distancias para estar presentes y que otros tanto empeñaran generosamente sus recursos o su tiempo para organizar esta celebración que reunió nuevamente a una familia de muchos, de muchísimos, de cada vez más.
Pero lo que todos estos días no ha salido de mi mente es imaginarme a la nana Carmela sonriendo con esa mandíbula afilada con la que recuerdo sus últimas sonrisas, sus ojos arrugaditos ya por los años que empezaban a ser muchos, mientras se mecía en la poltrona. La imagino feliz y realizada al ver cumplido su sueño de toda una vida: tener entre su descendencia al menos una vocación consagrada al servicio religioso. Lo intentó de todas las formas que pudo y su anhelo no se desvaneció nunca, permaneció entre sus hijos y sus nietos que aprendimos también a valorar la importancia que ella le concedía a la vocación religiosa, aunque todos sus hijos y la gran mayoría de sus nietos no la tuviéramos como propia. Creo que, de alguna manera, todo el regocijo familiar que a todos nos causó la ordenación de Óscar estuvo muy inspirado en ese anhelo, un anhelo que se hacía ya viejo pero no menos fuerte, hasta que rindió fruto.
Difícil olvidar cómo desde niños mi nana nos hablaba del sacerdocio, o cómo se emocionaba cada vez que alguno de sus nietos hacía una intentona de ingresar al seminario o al convento. O las historias sobre el drama que causó la decisión de mi papá de dejar, largo tiempo atrás, el seminario y, con esto, su camino al sacerdocio. Por demás está decirlo que yo, llámese egoísmo o simple instinto de sobrevivencia, celebro esa decisión paterna que hoy por hoy permite que yo y mis hermanos andemos por acá en esta vida pululando tan contentamente.
Tampoco me será fácil olvidar cómo cuando yo tenía unos escasos ocho años mi nana Carmela me dijo un día, luego de regresar de algún viaje: "Rafaelito, te traje un regalo, uno de estos días te lo doy". Yo pasé grandemente ilusionado todos esos días imaginándome no sé qué juguetón regalo que la expectativa había hecho cada vez parecer más emocionante. No digo que, de alguna manera, el tal regalo no hubiera sido motivo de alguna emoción, porque es cierto y siempre ha sido cierto que a caballo regalado no le revisa uno el colmillo, pero el tal regalo era un libro que hablaba sobre la vocación religiosa que no está de más aclarar que no está en los primeros lugares de los regalos preferidos de los niños. Además de mencionar que cuando me lo dio me dejó muy claro todo el entusiasmo que el tema le causaba. En su momento, en mi tierna infancia y adolescencia, la ilusión de convertirme algún día en sacerdote tuvo mucho que ver con poderle dar a la nana Carmela una felicidad de ese tamaño. Pero antes de que se llegara el día de que yo pudiera empezar a poner en marcha proyecto tan descomunal, mi nana nos dejó y yo me incliné por nuevos proyectos.
Ahora celebro que mi querido primo Óscar Valentín, primo unos años menor y particularmente travieso, se haya sentido llamado a ser sacerdote y que la Iglesia Católica lo cuente entre sus pastores. Celebro que mi familia haya tenido con esa decisión una alegría tan grande que los haya vuelto a reunir y, claro, en el centro de todo esto, celebro constatar que ese anhelo de mi nana Carmela nunca se desvaneció. Ese anhelo siguió vivo en la intensidad de la emoción de tanto Barceló y, sobre todo, en que más tarde que temprano un integrante de su descendencia se dedicará por completo al servicio espiritual desde tan noble misión.
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1 comentario:
GRACIAS RAFA,POR TUS PALABRAS TAN BONITAS..COMPARTO TODO,TODO LO DICHO
ESTAMOS BENDECIDOS POR LOS ABUELOS Q TUVIMOS.... Y PUES....NO CUALQUIERA LOS TIENE,NO? UN BESO PRIMO QUERIDO.!!!
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