domingo, mayo 02, 2010

De franquicias y cosas peores

Después de pasar una tranquila mañana dominical habiendo visto una película y leído una buena parte de un libro sobre derechos humanos, llegó la hora de ponerse en acción y seguir recorriendo la ciudad con el excelente pretexto de ir a comer. Me bañé, me encremé y justo cuando estaba poniéndome mi dominical atuendo, se puso todo a llover. Con todo solamente me refiero al cielo, pero es más que suficiente para desarmar mi recreativo plan. Lo único que no se desarmó fue mi apetito - que representa, sin duda, la más intransigente de mis necesidades.

Cuando se llega la hora de comer, debo hacerlo llueva o truene (literalmente). Así que había que cambiar un poco el plan de pasearse y encontrar un restaurante lo más cercano posible. Tuvo mi memoria la ocurrencia de recordarme que a sólo una cuadra tenía un flamante Pizza Hut. Yo puedo comer pizza o pastas todos los días de mi existencia, así que el plan no parecía nada malo. Además, las franquicias tienen esa parte de seguridad de que ya sabes a lo que vas, tal vez no te sorprenda ninguna de sus delicias, pero you get what you expect.

Me dieron mi mesa y confirmé visualmente la primera impresión auditiva: aquello estaba que pululaba de niños. No soy ningún Grinch, quiero aclarar, pero no es difícil llegar a la conclusión de que si hay chamacos no habrá tranquilidad para el alma sedienta de paz. En fin, me senté a explorar los paquetes alimenticios del lugar y a tratar de obtener una decisión racional dado el eterno conflicto que media entre el placer y la cuenta bancaria. En eso estaba cuando se escucha en el altavoz que en Pizza Hut les gusta consentir a los clientes especiales y que uno de ellos cumplía años hoy así que una turba de meseros con ruidosas panderetas hacían ruidos mientras se escuchaba una canción de felicitación.

Cuando acabó el espectáculo para consentir a su cliente especial, sin pasar siquiera treinta segundos, se vuelve a escuchar el altavoz con la misma historia y la misma cantidad abrumadora de ruido. En fin - pensé yo - estoy en un Pizza Hut y esa mercadotecnia barata es lo que uno sabe que puede esperar. Seguí concentrado en decidir si quería sopa o ensalada en lo que pasaba el ruido. Cuando acabó el segundo show y pasaron aproximadamente cuarenta segundos, empieza otra vez a escucharse la nefasta grabación del festejo a otro más de sus clientes especiales.

Un espontáneo y bastante alto "¡Ay, no, por Dios!" salió de mis entrañas. No que se oyera en todo el lugar, pero sí en las dos mesas contiguas a la mía que voltearon a verme un poco compartiendo mi impaciencia y otro poco no compartiendo mis modos. Ordeno mi comida en lo que termina el tercer show, mientras sigo pensando en la paradoja de que ofrezcan exactamente la misma ridícula y acartonada felicitación para hacer sentir especiales a sus clientes una y otra vez. Estando es esas profundas cavilaciones, escucho la cuarta - y consecutiva - felicitación especial para gente especial. Era ni más ni menos que para mi vecina de mesa, la misma que había sido partícipe de mi exasperación.

Yo espero que ella y sus acompañantes hayan sido premiadas con el invaluable regalo de la indiferencia porque si no, la situación resultaba bastante incómoda y yo apenas estaba recibiendo mis sagrados alimentos. Claro, hay un Dios que todo lo ve y a veces no es misericordioso. Había pedido una pizza "personal" y me recala el mesero con lo que parecía una muestra de laboratorio. Sé que en palabras como "personal" hay mucha subjetividad; que sin duda la Madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi, en su infinita sabiduría y falta de concupiscencia, habrían quedado más que satisfechos. Pero para mí aquello era del tamaño de una galleta, aceptable como entrada para una comida mayor no como plato principal.

Tuve que conformarme y dejar para el postre la encomiable misión de alimentarme, mientras analizaba con la mejor de las actitudes mi siempre presente falta de prudencia y mi firme compromiso de no volver a Pizza Hut o cualquier otra franquicia en mucho, mucho tiempo.

2 comentarios:

OJ Gonzalez-Cazares dijo...

ay Rafa.. tanto que te dije que comieras gallo pinto, o ya si te urgia una franquicia, te hubieras ido a Pollo Campero y sus deliciosos enyucados (mismos que SOLO hay en las franquicias de Costa Rica). Un abrazo!

Anónimo dijo...

hola Rafa estoy riendome de imaginarte como te habras puesto, como si Luis Daniel estuviera como toboso o tobozo o tovoso no sé... encima de ti, paciencia hermano paciencia Besos