martes, mayo 22, 2007

Hábitat

Me encanta trabajar en pleno centro histórico de la ciudad de México, es un estímulo tras otro: negativos - positivos - adictivos. En fin, lo encuentro un hermoso hábitat para el desconcierto constante de mis sentidos. Para los que no conozcan México, Distrito Federal, debo hacerles un muy breve resumen de porqué me resulta tan contrastante el cambio de vecindario diurno.

El CIDE (donde todavía estudio, aunque una parte de mi cerebro quiere pensar que ya me desafané) está ubicado en la zona de Santa Fe, al poniente de la ciudad. Para decirlo así con algo de lírica de Dreamworks, digamos que Sta. Fe es como el lugar de residencia de Shrek: un reino muuuy... muy lejano. Está en la salida a Toluca y cuando digo que está a la salida quiero enfatizar lo periférico de su ubicación. Cuando me va bien, con un tráfico normal (que, en realidad, es bastante anormal) me hago una hora y quince minutos para llegar, en un trayecto que implica cuatro medios de transporte: caminar-Metrobús-Metro-CIDEbús. Santa Fe es el área más moderna de la ciudad, donde están ubicados los corporativos de todas las grandes empresas del país, en enormes rascacielos que me parecen llenos de personal con motivaciones ambiciosas y futiles, así como infinidad de edificios de condominios donde reside una cantidad impresionante de esnobs forzando un estilo de vida "a la gringa" en la ciudad más clasista en la que haya estado. Para mis gustos Santa Fe es horrible: está muy lejos del corazón de la ciudad, el tráfico para llegar o escapar de ahí es infernal pues está conectada con el resto de la ciudad por sólo dos vías importantes, el clima es más frío y lluvioso, tiene opciones de entretenimiento más limitadas que cualquier ciudad provinciana sólo que empeorado con un esnobismo que ni la gracia de ser sofisticado tiene. En fin, estoy completamente de acuerdo con el despectivo mote que se ha ganado de "ghetto de ricos". Aparte de todas esas características, o tienes que pagar muchísimo de renta o vivir en las terribles comunidades aledañas, más montañosas que el Himalaya y tan húmedas y frías que no las deseo más que para hábitat de champiñones. En resumen, ni la enorme distancia que lo separa de la verdadera ciudad de México iba a provocar que viviera por ahí, a mí que a pesar de mi alma rural amo los entornos urbanizados, estar cerca del centro, de poder caminar a cualquier tiendita, panadería, café o restaurante, de salir por la noche sin tener que ponerme de novio con algún taxista para convencerlo de que me lleve hasta mi casa porque por lejos suelen reusarse a llevarte hasta allá. Pero el caso es que aún sin vivir allá pasaba muy buena parte del día en la escuela sin más esperanzas de socializar que con la gente del CIDE y cuya única opción de comida es su propio comedor que guardo para mí que en repetidas ocasiones se ganó el adjetivo de asqueroso y las más de las veces sólo de mediocre. Y ya si querías cambiar tenías una única opción más: el Domino's Pizza que te requería bajar por lo menos unos cien escalones para descender del cerro donde está la escuela y llegar a la desierta calle cuya lobreguedad sólo era turbada por la referida franquicia. Ése era mi anterior hábitat que por más que ahora me quejo era en verdad el más propicio para la nerdez de mi existencia estudiantil.

Y ahora trabajo en el centro histórico, centro histérico me gusta decirlo porque se lo merece. Pero histérico en la más positiva connotación del término. Todo el tiempo lleno de gente, de opciones, de restaurantes, de tiendas de todos tipos cuyos aparadores te enseñan lo mismo la moda que uniformiza a la clase media de casi todo el mundo, hasta trajes de telas corrientes que por muy bajo precio visten a los que no pueden o quieren pagar más por verse "bien" (lo que sea que signifique); turistas nacionales y extranjeros que contemplan la ornamentación de los edificios de los tantos siglos que esta ciudad ha visto transcurrir, aquí mismo sin moverse más que cuando tiembla. Pirámides que fueron descubiertas después de siglos de haber sido enterradas bajo construcciones coloniales cuando se hicieron las excavaciones para el metro, como la del templo mayor que impresionó a los españoles cuando por primera vez llegaron a Tenochtitlan (ahora ciudad de México) o la de Pino Suárez que está en plena estación del metro esperando a ser contemplada por los enajenados pasajeros. Una catedral monumental que sigue en pie a pesar de estar basada en el gelatinoso suelo del centro histórico que antes era un lago y todos los demás edificios coloniales donde habitaban los aristócratas cuyos títulos desaparecieron en aras de consolidad la República Mexicana. O el todo mármol Palacio de Bellas Artes en el hermoso parque de la Alameda Central que entre esculturas y fuentes añora los tiempo en los que todo se hacía "a la francesa". Y cientos de restaurantes de todos tipos de comida que pululan alrededor de mí y que me hacen cada hora de comer una decisión difícil, con un proceso de decisión bastante satisfactorio. Pero también marabuntas de gente que abarrotan sus banquetas y el aroma a frito de la (para mí) desagradable comida callejera chilanga revuelto con olores de alcantarilla en el eje central. Y no poder caminar por la acera porque desde temprano los puestos de comida y algunos vendedores de música y películas piratas inundan el paso que yo tenía entendido le correspondía al peatón, lo que hace que camines entre los carros esquivando a los molestos choferes que se salen de su carril e invaden el siguiente de manera indefinida. En fin... puro caos, folclore, tradiciones centenarias adaptadas a las mercancías "made in China" que entraron al país por contrabando y entre todos, yo, encantado por tanto jolgorio luchando por mi espacio (que al menos debe medir un metro de radio, lo cual difícilmente logro) adaptándome a mi nuevo hábitat que por lo pronto me ha gustado tanto.

4 comentarios:

CRISTINA dijo...

Ha sido leerte y tener muchas, muchas ganas de conocer la ciudad y todo lo que nos cuentas.
Algún día, espero...tan lejos...
Un beso

Anónimo dijo...

muy buena descripción de la ciudad aunke un poco subjetiva al principio =) y ahí en medio de ese hábitat, el tuyo, te imaginé a ti en tu medio metro cuadrado de espacio con tu traje impecable y hasta con mancuernillas jajaja.. no se pk me llamó tanto la atención tu comentario cuando hablamos por teléfono pero bueno, no me sorprende tu exigencia contigo mismo por eso eres kien eres =) pronto nos veremos hermano...
atte: la fan compartiendo su puesto no. 1 =)

Cuquita, la Pistolera dijo...

¡Sí! Yo adoro el centro histórico. Ayer tuve que ir a Santa Fé (a la biblioteca de la Ibero) Moría de hambre y lo único que pude comer fueron unos chocoroles de una máquina de monedad. El lugar es HORRIBLE.

Mariluz Barrera González dijo...

Rafael me ha encantado la forma en que describes el habitat de la ciudad de mèxico, es cierto, el centro històrico es hermoso, me ayudaste a recordar lo bellos de nuestro país...aunque los ciudadanos con nuestras actitudes nos encarguemos muchas veces de opacar esa belleza.

UN ABRAZO DESDE CAMPECHE.