viernes, enero 20, 2006

Mi vida en Huásabas (capítulo 1)

Alguna vez prometí en este mismo blog que escribiría sobre mi identidad huasabeña. Probablemente por haber vuelto a Huásabas después de meses de ausencia mi deseo de hacerlo se reactivó. Sólo como cápsula cultural quede dicho que Huásabas es un municipio de mil habitantes de la sierra de Sonora. Queda a doscientos diez kilómetros de Hermosillo por una carretera que promete mareos seguros y devoluciones del contenido estomacal en repetidas ocasiones, debidos a la infinidad de curvas que son la única realidad de prácticamente todo el camino. Pero los paisajes valen la pena: cañones, voladeros, ríos perdidos en el fondo de enormes montañas que se ofrecen como inexpugnables murallas de no sé qué tesoro perdido en el interior de la Sierra Madre Occidental. Después de unas maravillosas tres horas y media de placer y tortura, comienzas a ‘divisar’ (como dicen los sabios miembros de la generación de pelo blanco) el imponente cerro de Huásabas. No me queda muy claro si sea por lo que significa para mí haberlo visto diariamente durante los primeros diecisiete años de mi vida o si de verdad es un cerro que impone. En cambio, sí me queda más o menos claro que si se me pone la piel de gallina cada vez que lo veo al llegar, es por el amor que le tengo a ese pueblo, mi pueblo, capital del mundo, de mi mundo. Pero no he podido determinar si todas las demás sensaciones que experimento cuando al acercarme reconozco sus señoriales formas se deban a la majestuosidad del perpetuo abrazo que el cerro le impone a todo el oriente de mi pueblo o a que es el símbolo de una etapa que fue la fundadora y que orienta mi vida como si se tratara de una brújula que intenta ubicarme en un mundo que resultó ser mucho más grande de lo que había yo supuesto. El caso es que esa montaña, con todas las interpretaciones que le proporciono no es mucho más que el inerte símbolo que me avisa que he llegado al pueblo de casas de colores donde viví la integridad de mi infancia, pubertad y adolescencia.
Largos ratos de reflexión he acumulado cavilando sobre los impactos que ha tenido sobre mí la vida en Huásabas. Y son tan largas las cavilaciones que he decidido dividir en capítulos este relato. Pero con la peor de las técnicas literarias planeo dar mi conclusión desde el inicio. Desde ya. Mi vida en Huásabas no ha tenido impactos sobre mí… silencio dubitativo… mi vida fuera está teniendo impactos distorsionadores en el extraño ente que se formó como resultado de sus circunstancias… Bueno, no estoy convencido de esa conclusión, intentaré otra: yo, como todos los seres humanos, soy en una parte muy importante el resultado de mis propias circunstancias… sí, ya sé que no estoy descubriendo el hilo negro de la vida sobre la tierra, pero quiero decir que lo que somos está directamente relacionado con las circunstancias especiales que nos ha tocado vivir, circunstancias que están debidas al macabro azar, o a las decisiones de otras personas y que inciden sobre nosotros o a las circunstancias causadas por nuestras propias decisiones que, a su vez, pudieron haber sido previstas o no. En este orden de ideas (para decirlo así muy académicamente), lo que yo soy: mi manera de pensar, de actuar, de reaccionar, de ver y vivir la vida está muy influenciado por haber vivido en Huásabas, en un pueblo pequeño y apartado de la sierra de Sonora, tierra casi indómita poblada de silentes vaqueros y almas profundamente católicas. Por alguna extraña razón que no he logrado determinar estoy muy orgulloso de ser de Huásabas. En realidad no sé si los nacionalismos y regionalismos sean susceptibles de ser racionalizados. Probablemente sean sólo fútiles mecanismos de defensa contra los peligros que parece tener todo lo diferente. En fin, no importa, porque hace ya tiempo que dejé de intentar hacer racional mi vida. Me conformo con tratar de reconocer lo que siento y lo que pienso. Me parece ya un reto bastante difícil.
Una vez desarrollada la justificación de mi investigación introspectiva sobre los efectos de mi orgullosa pertenencia a la también llamada (por mí) “sucursal del paraíso”, pretendo iniciar la torpe descripción de mi vida en Huásabas. Y digo torpe no sólo porque mis cualidades de escritor sean aún menores que las de cualquier autor de libros de superación personal, sino también porque cualquier descripción, aunque sea genial, sólo trasmite parcialmente el objeto descrito. Nunca podría siquiera acercarme a transmitir todos los olores que se revolvían en el aire de una tarde justo después de ponerse el sol oponiéndose a ser distinguidos unos de otros, ni los colores en el cielo antes de que Venus y Selene, la luna, se convirtieran en las flamantes luminarias que competían ventajosas contra las luciérnagas (copechis, en lenguaje local) por alumbrar las piedras en el fondo del río. O cómo atreverme siquiera a intentar explicar lo que se siente al escuchar el sonido del silencio que sólo he podido apreciar en los callejones que atraviesan las milpas que rodean el pueblo, flanqueados por lucidos álamos, mientras mis pies descalzos tocan las piedras que la sombra ha logrado enfriar o qué se siente saborear el jamoncillo en tortillas recién hechas (de harina, por supuesto) al lado de la estufa de leña, refugiado en el calor de una familia paradójicamente armoniosa en el escándalo de siete hijos que gritan sin que nadie se los impida.
Y con esto concluyo mi primer capítulo de una serie que no tengo idea de cuánto durará ni de a dónde me va a conducir.

3 comentarios:

Talya dijo...

Amén.

Y también me consta. Quisiera poder ir, pero en Helicóptero, nomás para evitarme el tramo Moctezuma-Huásabas. :*)

Anónimo dijo...

Quien podra olvidar el aroma del pajon y tierra humeda promesa de fecundidad! cuando el arado al barvechar va formando la vezana,o en la quietud de la noche el adormilado murmullo de aguas viajeras del rio sercano.o el amanecer matizado por el canto alegre del ave tempranera mietras el sol se dilata, regalandonos las claridades eternas para finalmente acatando el mandato supremo asoma el sol y primero se echa a rodar por la pendiente antes de eleverse por el espasio infinito.

Anónimo dijo...

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