viernes, mayo 06, 2011

El Quelele

Al señor le decían "El Quelele". La razón la desconozco. No lo conocí yo a El Quelele, pero mi abuelo materno sí que lo conoció. A mi abuelo materno tampoco lo conocí personalmente, sino por medio de las anécdotas que de él se cuentan, que son varias. Dice mi papá que mi familia materna sólo cuenta las anécdotas en las que sale victorioso. Es normal. Si las aventuras de Don Quijote de La Mancha las hubiera escrito un familiar, de muy pocas nos habríamos enterado. Pero Cervantes no tenía ninguna relación consanguínea ni por afinidad con Don Quijote, así que nos contó todos esos episodios en los que además de no salir vencedor, termina haciendo el ridículo. Por eso es normal que mi familia materna cuente las anécdotas más favorecedoras de mi abuelo materno y que mi familia paterna haga lo propio con mi abuelo paterno. Yo no sé cuál sería el resultado si mi familia de un lado empieza a contar historias de los miembros de mi familia del otro lado. No somos los Capuleto y los Montesco, ni mi padre fue Romeo ni mi madre fue Julieta, pero yo creo que cada familia debe ceñire a sus propias historias, para ahorrarse problemas que terminen en tragedias o, peor aún, en comedias.

Mis pensamientos, que no tienen la buena costumbre de ser disciplinados, se paseaban ayer por rincones empolvados de la memoria y recordaron a El Quelele. La imaginación tuvo que entrar a escena porque yo no conocí a El Quelele por lo que me tuve que inventar una imagen de él. Me lo imaginé muy anciano, arrugado, muy arrugado, aunque tal vez tuviera la piel tersa como de bebé. Traía un sombrero, pero no era de muy buena calidad, más bien era de palma y seguro que lo había comprado en ese pueblito cerca de Nácori Chico donde tejen buenos sombreros de palma.

Estaba sentado El Quelele en una banqueta alta, seguramente en una esquina, que es donde los ancianos de los pueblos gustan sentarse para poder observar lo que ocurre no sólo en una calle, sino en dos. O mejor dicho en la intersección de dos calles, duplicando el alcance de su quieta vigilancia. No lo tengo muy claro, pero para mí que El Quelele era un viejo muy observador y un tanto pícaro. Hay que enteder que había vivido mucho y no sólo había conocido Nácori Chico, sino también los pueblos del río Sonora y hasta había estado en Cananea y Agua Prieta. Es más, cuando llevó a cruzar ganado a Estados Unidos no se conformó con quedarse en Agua Prieta, sino que cruzó a Douglas, Arizona, con lo que podíamos aventurarnos a decir que era un hombre internacional. Todo esto también me lo estoy imaginando porque la gente que cuenta anécdotas del pasado suele ser omisa sobre los detalles que le ayudan a uno a contextualizar. Bueno, mi tío Santiago no. Él abundaba en detalles a manera de hacerte pensar que lo que te estaba contando había ocurrido ayer o tal vez anteayer, sólo para enterarte después de un buen rato que era una historia ocurrida en la década de los años cuarenta (circa). Pero en todo caso no fue mi tío Santiago el que me contó la historia de El Quelele, es decir, los pocos detalles de la historia de El Quelele y mi abuelo materno.

Mi abuelo materno se llamaba Rafael, no por casualidad. Digo no por casualidad por dos cosas tal vez sin ninguna relación. La primera es que no es casualidad que se llamara como yo, porque mi nombre me lo pusieron en su memoria. Eso y que nací el día en que antiguamente se celebraba el día de San Rafael y que ahora la Iglesia en política de austeridad decidió unir junto a los otros dos arcángeles para festejarlos en un solo día, el 29 de septiembre. Ni siquiera sabemos si se lleven bien los tres arcángeles, o si se pasen peleando como los tres chiflados, porque es hecho muy conocido que cuando se comparte un gremio sus miembros tienden a celar a los otros y no creo que el gremio de arcángel sea tan diferente a los otros. Pero eso ya lo decidió la Iglesia y no hay mucho que averiguar al respecto, allá ellos si no les gustó la noticia que para eso son arcángeles y tendrán otros asuntos más importantes de qué preocuparse. Pero vuelvo al otro punto por el que no era casualidad que se llamara Rafael mi abuelo materno y es que resulta que su nombre (o sea, nuestro nombre) significa en hebreo "Medicina de Dios" o "Dios cura". Quiero decir que en español eso significa y que originalmente estaba en hebreo, o tal vez arameo o alguna otra lengua muerta de la región medioriental. Y mi abuelo materno, Rafael, conocido de El Quelele, era médico homeópata. No sé si por correspondencia o de manera autodidacta, pero mi abuelo materno recetaba las célebres pildoritas y, quiero creer, curaba a la gente. Seguro no era tan milagroso como San Rafael Arcángel, que al parecer era la mata para la medicina y que por algo le pusieron Rafael, o sea, Dios cura, pero la lucha le hacía.

Sin embargo, a pesar de tener tan bonito nombre mi abuelo materno y que tan bien describía su profesión adicional (porque su verdadero oficio era el de talabartero, es decir, trabajador de la vaqueta para hacer sillas de montar y correajes) llevaba por sobrenombre "El Piquete". Desconozco también las razones por las que tenía dicho apodo y aunque abundan las teorías, tengo para mí que la explicación verdadera de su apelativo nunca la conoceremos. Eso que llaman verdad histórica está complicada en este caso, por carecencia (o sea, carencia) de los registros correspondientes.

Pero volvamos nuevamente a la esquina en la que estaba sentado El Quelele en alguna fecha desconocida de un borroso tiempo pasado. Seguramente estaba volteando primero para un lado y no encontró nada digno de detener su mirada, por lo que decidió voltearse hacia la calle por la que venía aproximándose mi abuelo materno, o sea, El Piquete. Venía montando un caballo, aunque tal vez no fuera caballo sino una mula. Es más, yo creo que ni siquiera era una mula sino tal vez un simple asno, o asna, eso tampoco nunca me lo aclararon. O si lo hicieron no lo recuerdo; no todos tenemos la memoria que tenía para esas cosas mi tío Santiago. Ya habíamos acordado que El Quelele, a pesar de tener un apodo tan discutible, era una persona de picardía probada y ágil ingenio, por lo que no quiso dejar de hacer un juego de palabras cuando pasaba mi abuelo montando una bestia y le dijo: "Péguele un piquete" (golpe para hacerlo andar), aprovechando la ambigüedad de poder estarse refiriendo al caballo, mula o asno... o a mi abuelo materno.

Don Rafael Durazo, es decir, mi abuelo materno al que ahora ya podemos conocer (si pecamos de confianzudos) como El Piquete, optó primero por dejar pasar la broma. Continuó el paso sosegado de la bestia que montaba mientras su mente que también era muy ágil, tal vez más que la del propio Quelele (y esto lo digo con el sesgo de ser parte de su familia) optó por devolverse para volver a pasar frente a El Quelele. Justo cuando pasó frente a él, efectivamente le pegó un piquete a la bestia que le hizo arrancar como los grandes (otra vez, el sesgo familiar). Y mientras pasaba le reviró una sopa de su propio chocolate, preguntándole sobre el arrancón: "¿Qué-le-le parece?".

La conversación entre mi abuelo y El Quelele no es seguramente algo que los anales de la Historia deban recoger como patrimonio del ingenio de la humanidad. Es algo mucho más sencillo. Es la lección familiar de la retribución verbal y de la no violencia. De saber llevar las bromas y usarlas a nuestro favor con un poco de esfuerzo mental. Por la falta de objetividad de mis fuentes (que son familia directa) no tengo constancia de que El Quelele haya contestado algo aún más ingenioso. En todo caso mi imaginación se inventó la imagen en la que El Quelele se quedó serio, mirando fijamente a mi abuelo alejarse montando a paso rápido resultado del "piquete" que acababa de propinarle a la bestia, mientras pensaba lacónicamente: "Con ese Piquete, mejor no meterse".

4 comentarios:

Raquel Barceló Durazo dijo...

Excelentísisisisisimo Hermano!!!!
Me remonté a los años 20's o 30's... que sería?

Anónimo dijo...

Pudo ser entre la mitad de los cincuenta hasta la mitad de los sesenta o un poco más si consideramos el traslape entre las tres generaciones.

Está guapa la hermana de Rafael, ¡cómo que no!

Miguel Beltrán

Anónimo dijo...

Rafael tiene puras hermanas guapas, aha, oye Rafa aprendí tanatas cosas en una historia contada mil veces, ya sabes mi papá no? Tu hermana mayor te manda un beso

Itzel dijo...

Hace unos días me topé con tu blog y he dedicado algunas horas que debí ocupar en mi merecido descanso para leerte. Yo también soy sonorense, de Magdalena de Kino y he tenido una vida, no tan emocionante como la tuya pero si alejada de mi tierra adorada y me son tan familiares tus palabras y me son tan cercanas tus frases, que a veces creo que estás hablando de los míos cuando hablas de los tuyos. Es una de las maravillas de ser sonorense, nos parecemos tanto en los sentires que parecemos una sola familia.

Saludos desde un extraño lugar.