miércoles, abril 27, 2011

La tierra prometida (porque todos tenemos alguna)

En la última entrada escrita en este blog había prometido que al día siguiente comenzaría a hablar de mis vacaciones. Yo sé que no es un tema de interés público y que nadie se vería afectado si reservo mis historias para un fuero más privado. Pero los blogueros somos así, una especie rara (o común, en realidad) de exhibicionistas, que gustan de pensar que no faltará el individuo que quiera malgastar su ocio en enterarse de nuestras vidas. El caso es que incumplí mi promesa y una semana después vine a cumplirla porque, como reza el adagio, la palabra obliga.

Quiero comenzar confesando que volé rumbo a México vestido de traje. No diré que impecable, porque en Costa Rica los boleadores escasean y mis zapatos así lo muestran con frecuencia. Tampoco diré que elegantísimo porque entre que mi peinado no ayuda mucho a mi buena presencia y que ese día vestía un traje de los que en mi clóset reciben la categoría "para el diario", pues no parecía yo ningún maniquí de Bergdorf Goodman. Pero aun así llamó la atención entre los demás pasajeros y otros conocidos que se enteraron. No fue casual que volara yo de traje y varias razones convergieron para que así lo hiciera. Primero, que uno es muy listillo y vuela el último día de trabajo, así que tuve que salir corriendo de la Embajada al aeropuerto y cambiarme de ropa era un retraso al que no quería enfrentarme. Segundo, que yo soy nostálgico del pasado (así nomás porque sí) y sé que en otras épocas las señoras iban peinadas de salón cuando tocaba tomar un avión y los caballeros vestían también sus galas. Sé también que en el presente sería absurdo intentar un lucimiento de esa naturaleza, dada la relativa democratización del transporte aéreo, pero tampoco estorba de vez en vez ponerse guapetón para volar. Tercero (y más importante) ir vestido de traje en el avión era un political statement, una protesta silenciosa, digámoslo así, contra el abuso del criterio-de-la-comodidad-al-vestir: llámense Crocs, sweating pants, sandalias para tomar el baño o pantunflas son prendas estéticamente reprobables para lucirlas en público y la estética no es cosa que haya que tomarse a la ligera. La comodidad es prioritaria a las horas de dormir, pero a las horas de ver gente conviene tomarse la atención de no lucir espantoso para los demás. Es, pongámoslo así, una obra de caridad del siglo XXI. (Aclaración: yo cuando me pongo de purista soy, lo reconozco, una persona insoportable)

Llegué a la ciudad de México y empecé con abundancia lo que tanto disfruto: comer y ver amigos. Sólo estaría por la noche en la capital del país y por la mañana temprano saldría a mi tierra natal, el desierto sonorense, donde una familia grande, más amigos geniales y más comida deliciosa me esperaban. Pero esa noche fue suficiente para comer dos veces. Y en obvio de repeticiones (como dicen algunos abogados cuyo barroquismo no aprecio) decidí sí repetir y en ambas ocasiones deglutí número indeterminado de tacos, que el nacionalismo gastronónimo es de los únicos en México que en vez de debilitarse se han fortalecido.

Para mí llegar a Sonora es como llegar a un edén. No se me acuse de falta de criterio, sé perfectamente que si Adán y Eva hubieran escogido su edén, es muy poco probable que se decidieran por un lugar con temperaturas a la sombra de 50°C e inviernos también severos, pero la tierra de uno es siempre encantadora. Hermosillo es mi edén metafórico, pues, que nace de la seguridad de lo conocido, de la belleza de lo querido, de experimentar la sensación de volver sin haberme ido nunca. Salir del aeropuerto y ver las caras expectantes de mi padre, hermanos y sobrinos; respirar el aire seco del desierto impregnado de sutiles tonos de carne asada; y reconocer todo lo que siempre ha estado ahí, es una delicia de vacación. Llegar a la casa paterna, armónica en el caos de una familia que se expande a ritmos de big bang y abrazar a los sobrinos que crecen como si tuvieran una dieta basada en aceite de bacalao, me convence inmediatamente de que los demás lugares del mundo que no conozco deberán esperar, porque yo tengo que volver tan seguido como sea posible al lugar al que pertenezco. Al sitio físico y emocional donde nací, donde me formé y donde están enraizados mis más profundos afectos.

Continuará...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuñado... cuando continuara?? :) ya quiero saber que sigue. un abrazo
Raquel

Anónimo dijo...

Rafa de verdad, más grande que tu inteligencia es tu belleza interior siempre te estaremos esperado con los brazos abiertos