jueves, julio 22, 2010

De mis prácticas gastronómicas

Mi principal práctica gastronómica es muy sencilla: sentarme en un restaurante y pedir algo de la carta. Es, sin duda, mucho más fácil que hacerlo por mi cuenta y así deja un asunto en manos de los que sí saben. Mi segunda práctica gastronómica es que si tengo que preparar una cena, la pida a un restaurante, dejando el asunto en manos de los que saben, pero vaciando todo en mis sartenes para que mis invitados no se percaten de lo listo que soy y elevando mis plegarias al cielo para que me disculpe andar haciendo caravana con sombrero (de chef) ajeno. La tercera práctica gastronómica cuando cocino para mí se resume en "keep it simple", o lo que en buen cristiano viene a ser prohibirme estrictamente sofisticar mis costumbres en la cocina. Freír un huevo, agregar leche al cereal, hervir el agua y agregársela a una sopa plástica para que los camarones plásticos se medio derritan. Ese tipo de cosas.

A pesar de mis sanos hábitos gastronómicos, hay ocasiones en las que se hace necesario cocinar y hay que echar el cuerpo al agua, o sea, a la estufa. La primera vez que me vi compelido a hacerlo coincidió con la primera vez que salí de mi casa para vivir por mi cuenta en un pueblo remoto de las montañas francesas. Abandoné el cómodo nido y un buen día estaba yo en el supermercado preguntándome para qué servían todos esos productos y llenando mi austera despensa de leche, jugo, yogur, cereal y mis huevos, es decir, no mis huevos, sino los de alguna gallina que los había cedido para mí mediando pago para su dueño explotador. En las primeras semanas de mi llegada a Francia me invitaron a un paseo por el campo, en el que un conocido a quien le caí simpático me regaló un champiñón silvestre que recogió ahí, del suelo, sin más ni más. El gesto me pareció muy generoso, así que me propuse cocinar ese hongo de tamaño tan desproporcionado (para los que yo conocía). Lo partí en rodajas transversales para que tuvieran formas simpáticas de hongo feliz, las freí y perdieron su tamaño y mucha agua, se me hicieron nada y perdieron todo aspecto de hongo feliz. Como no me podía comer solamente los miserables pedacitos que quedaron del ex glamouroso hongo, le agregué lo que había en mi refrigerador: huevos. Así que me preparé unos deliciosos huevos con hongos silvestres, que me parecieron lo más cutting-edge que había comido, por el único mérito de haberlo preparado yo.

Conforme fueron pasando las semanas y habiendo hecho un balance de mis salarios y el costo de los restaurantes, empezó a ser evidente que tenía que empezar a cocinarme algo. Luego entonces me decidí a cruzar el umbral que no conoce retorno: aprender a preparar pasta. Todo mucho decía que era muy fácil, así que supuse que ya sería el momento y seguir las instrucciones de una caja de Barilla. No había resuelto qué agregarle, una vez que descubrí para mi sorpresa que efectivamente no era difícil y que tenía frente a mí un montón de graciosos espaguetis al dente, preparados por mí. Recordé unas pláticas recientes que había tenido sobre el asunto y una chica española había dicho que ella cuando era estudiante empezó a preparar pasta a la pimienta. No suena mal el nombre y menos la receta. Sólo había que agregar pimienta. Era todo lo que había que hacer. Y efectivamente fue lo que hice: pasta a la pimienta. Recuerdo que casi lloré de la emoción cuando la probé. Era una delicia, un exquisito manjar de los dioses de alguna mitología que valorara mucho la sencillez. Además, después de eso, me sentí un consagrado de la buena cocina.

Los capítulos de comida preparada por mí se fueron acumulando, aprendí a usar el puré de tomate y potencié mucho mi gastronomía. Luego me vi, todavía en Francia, obligado a preparar tortillas de harina. Eso sí fue todo un reto. La masa se me hacía seca y cuando le echaba más agua se me hacía aguada. Así seguí hasta que tenía una olla llena de masa como para alimentar un regimiento. No fueron muy redondas al principio, más bien tenían forma como de amebas (lo cual quiere decir, en realidad, que no tenían forma).

Y el último episodio de mi muy fugaz carrera como cocinero ya va en preparar salmón. ¡Al horno! ¿Cuándo en mi vida me iba yo a imaginar a mí mismo prendiendo un horno? ¡Cuándo! O agregándole alcaparras que no hace tanto confundía con las alcachofas. Como la primera vez me salió bien, intenté una segunda vez y ahora voy en la tercera. Aunque debo reconocer que todavía sigo prefiriendo ser yo el que lave los platos.

2 comentarios:

Paco Bernal dijo...

Hola Rafa:

Apúntate para esa copa que tenemos pendiente en Viena o donde se tercie: "Pedirle a Paco que me cuente la historia de cómo estuvo a punto de cometer un asesinato -con un cuchillo jamonero- por culpa de unos Kaiserschmarren" (los Kaiserschmarren son un postre austriaco que todo el mundo dice que están tirados de fáciles pero que de fáciles no tienen nada). Fue una de las cinco o seis veces en mi vida que me he dejado llevar por la cólera (de resultas de lo cual, iré al infierno, claro).

Yo cocino cosas facilitas pero también me gusta mucho más lavar los platos y recoger la cocina (nací para pinche: en el sentido de ayudante de cocina, no en el mexicano).

Por cierto, variante de la pasta a la pimienta es la especialidad "aglio olio". A mí, como español rendido amante del aceite de oliva y del ajo, esta variante me encocora y me fascina, pero no estoy seguro cómo le sentará a un estómago de Sonora.

Abrazos

Dalia dijo...

Hola Rafa,
Muy emocionante y emotivo tu post, lo digo porque en muchas ocasiones me he sentido igual aunque en mi caso mi amor por las artes culinarias no es bien correspondido a pesar de que con el paso del tiempo tengo ya una biblioteca de libros culinarios que me rio de la de Alejandría por lo que me limito a practicar habilidades comestibles que me mantengan con vida que no cosas ricas porque no me ha dotado Dios con ese dón.

Gracias por el saludo, hace tiempo que ni entraba en mi blog, me ha costado horrores entrar, no me acrdaba del password o de mi direccion de gmail y me temo que seguiré sin poder escribir en mucho tiempo, suponiendo que vuelva a tener cierta regularidad porque entre el nene este que no me deja ni respirar y Que Peter está pegado al ordenador haciendo su tesis tengo internet abandonado.

Un beso enorme, trátate bien gastronomicamente hablando, yo que pudiera, que hace 18 meses que no tengo una digestión normal con mi bebé salvaje.
Dalia