jueves, junio 24, 2010

Mi vida en Huásabas, capítulo 14

Hoy es 24 de junio y eso lo convierte en el día de San Juan, el solsticio de verano en el hemisferio norte. Una fiesta muy popular en el mundo católico y celebrada de distintas maneras en algunos países y regiones. Queda exactamente en las antípodas calendáricas de la navidad. Si ésta es fría, San Juan es caluroso. Si ésta es la noche más larga del año (o casi), la fiesta de San Juan es el día más extenso del calendario (o casi). Pero yo no me ocupo tanto de estas cosas cuanto de mis propios recuerdos. ¿Cómo era vivir en Huásabas si el día de San Juan se celebraba andando todo el día a caballo por las calles del pueblo y los callejones circunvecinos? Porque no están todos para saberlo, pero en el pueblo así se celebraba el día de San Juan, tan ardiente, tan caluroso y con promesas tan exiguas de que se vinieran las lluvias. No me queda muy claro que el pobre de San Juan Bautista, decapitado el pobre al final de sus días, haya andado a caballo para celebrar su nacimiento. La pura verdad, no creo que lo haya hecho, pero "haiga sido como haiga sido" los huasabeños celebraban a San Juan paseando a caballo.

Para ser sincero, no me queda claro que la tradición aún subsista. Es un horror el que me causa hablar de tradiciones que tal vez desaparecieron, me hace sentir que un torrente de años ha caído de repente sobre mí y que ya estoy tan viejo como para considerarme depositario de la tradición. El caso es que no sé si todavía los muchachos se paseen a caballo en este día, sobre todo teniendo en cuenta eventos internacionales de gran envergadura como el calentamiento global o la pérdida de las tradiciones, pero prometo averiguarlo pronto. Lo que me hace dudarlo es que las calles de Huásabas fueron pavimentadas por allá en mi niñez (otro torrente de años se acaba de cernir sobre mí) con concreto hidráulico y resultó que los cascos de los caballos, o sus herraduras, no se llevaron bien con él. Mi hermano menor, justo al inicio de su descomunal crecimiento, tuvo la mala fortuna de ser víctima de la desazón entre el concreto y los equinos. Se resbaló este último y le cayó encima a Cristóbal, llevándose consigo un fémur fracturado. No tengo cuenta precisa de si era un día de San Juan o simplemente un domingo cualquiera en el que le dio por pasear, porque sí recuerdo perfectamente que no andaba montando, de ninguna manera, por razones laborales.

Yo, por mi parte, aburguesado y falazmente urbano, sólo cumplí con la tradición una vez en mi vida. Por más que haya salido de lo más granado de la familia ganadera sonorense, mi trato con los caballos (con los animales en general) fue distante, digamos que una relación de mutuo respeto, pero como de lejitos. Recuerdo perfectamente que la Florecita del Junior fue la que me acompañó en la intrépida aventura, accidentada en algunos momentos como cuando el caballo (o yegua) se empecinó en no avanzar y agachar su largo cuello para degustar los verdes pastos que crecían en una milpa contigua al pueblo. Dicen que el hambre es canija y debe de serlo, sin lugar a dudas, porque al animal aquel no había quien lo moviera, por más que intenté métodos aprendidos por la tradición oral. Le pegaba con los talones en la parte donde debe golpearse al animal y no se movía. Le hacía un sonido que no puedo reproducir fielmente por escrito, pero que era algo así como tt tt tt tt tt tt o nq nq nq nq nq - bueno, algo así - y no se movía. A uno como hombrecito la verdad es que esas cosas terminan por darle vergüenza, que una bestia no lo obedezca frente a una dama demerita cualquier prestigio que uno trate de hacerse. Y lo realmente molesto no era que el caballo no avanzara, sino que al estar comiendo pasto, su hocico por tierra hacía que el cuello formara una pendiente descendente muy pronunciada. El caballo traía su montura (silla) y demás aditamentos, pero la pendiente descendente terminó por ponerme nervioso de caer y, en el trayecto de la caída, ocasionarle al caballo una fractura de vértebras cervicales que podría ser fatal (sin contar la merma al patrimonio de la familia o la burla de los amigos de la escuela al día siguiente).

No me caí, eso lo recuerdo bien, y en algún momento el caballo decidió moverse y nos dirigimos rumbo a casa para terminar con toda posibilidad de escarnio en un día de San Juan. Qué hicimos después no lo recuerdo, pero seguramente fue algo más tranquilo como sentarnos a la sombra de algún porche y ver pasar a los jinetes sudorosos bajo aquel ardiente sol del inicio del verano, que es tan inclemente como el de mediados el verano o el de finales del verano.

Otra posibilidad era dormir una buena siesta, costumbre que nunca pude adquirir durante mi infancia. Lo más prudente era, sin duda, estar en algún lugar con buena sombra y esperar a que el sol empezara a caer (esto es claramente sólo una manera de decirlo, que no respeta los más avanzados conocimientos astronómicos pero es una buena alegoría). El problema era que en Huásabas había la creencia de que el día de San Juan tenía que empezar a llover, la cual cada año era más difícil de sostener. Las lluvias de verano, llamadas aguas, caían por la tarde cuando menguaban las temperaturas y venían en formas muy tormentosas. Provocaban muchísimo viento, lo cual en Sonora quiere decir muchísimo polvo y si se llegaban a presentar lo hacían con un chubasco que te remojaba antes de darte tiempo de encontrar un refugio, lo cual a caballo es aún más difícil. Además, un ventarrón es insostenible para alguien que monte con sombrero, porque solo eso ya te ocupa la totalidad de una mano para detenerlo sobre la cabeza y es un espanto andar correteando un sombrero por la calle cuando hay ventarrones, son muy ligeros y terminan muy dañados.

Pasaron todos los días de San Juan que viví en Huásabas y nunca me tocó ver una gota de agua cayendo del cielo. Al final del día los mayores decían "bueno, seguramente lloverá entonces para el día de San Pedro y San Pablo (29 de junio)". Pero tampoco llovía, a pesar de que yo lo esperaba con muchas ansías, porque siempre me ha gustado la certidumbre y no estaba mal que pudiéramos contar con la sagrada lluvia en fechas definidas y poder planear mejor las actividades de mi vida en Huásabas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay Rafa, una vez mas me has hecho llorar no sólo de risa sino tambien de una mezcla de sentimientos, de cuando todos vivíamos juntos con mis papás. Ayer fue día de San Juan y nada de caballos sólo unas gotas de lluvia ya por no dejar diría mi mamá. Ya en la noche vi dos jinetes que me pareció que montaban por orgullo y dignidad más que por gusto por la tradición. Besos hermano