jueves, octubre 04, 2007

Mole, conventos y plata

El pasado fin de semana la pasé genial, como debe pasarla uno en los fines de semana... al menos... Había venido cuajándose el plan de ir a visitar algunos monasterios de principios del siglo XVI (o sea, rete-antiquísimos, si justamente la conquista de México-Tenochtitlan es en la segunda década del siglo XVI). Todos estos monasterios están regados por pueblos pequeños que están relativamente cerca del volcán Popocatépetl, en los estados de Morelos y Puebla, así como en otros lugares más conocidos como Cuernavaca (capital de Morelos y resort-city de la ciudad de México) o Cholula (que la leyenda urbana dice que tiene 365 templos, a pesar de ser un pueblo pequeño, pero mejor conocida por tener una pirámide que fue enterrada por los propios indígenas antes de que llegaran los españoles, por ser un lugar ceremonial y en la cima de lo que ahora parece una colina se construyó un templo católico, con impresionante vista al volcán Popocatépetl). En fin, todos estos monasterios fueron declarados hace unos años Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Pero, además del evidente atractivo cultural, queríamos agregarle un toque de aventura al road trip. Así que no averiguamos muy bien ni por dónde se iba, ni mapas, ni horarios, ni nada. Todo lo que conociéramos sería resultado de andar preguntando por aquí y por allá. Y si nos perdíamos, pues no problemo. Con ese espíritu emprendedor salimos de la ciudad de México, no sin antes revisar las llantas y los niveles del carro, porque una cosa es ser aventurero y otra es estar estúpido. Además, el portero del edificio tuvo a bien descubrir que la falla que traía mi parabrisas (bueno, en el D.F. le dicen limpiadores o limpiaparabrisas, porque es al vidrio a lo que llaman parabrisas, en fin...) no era mega falla mecánica, como yo asumí, sino que le faltaba apretarle un tornillo y listo, volvió a servir. Y, ¡alabado sea el Señor y también el señor portero! porque aquí nunca se cansa de llover y, obvio, en el camino nos llovió en repetidas ocasiones.Nos acompañaron unos amigos recién hechos de Roberto y Azuvia, ni más ni menos que artistas, divertidísimos. Dos de ellos holandeses, una belga (sin albur) y una española/colombiana, así que el crowd se puso bastante internacional.

Adicionalmente al atractivo cultural y de aventura, se añadió otro que celebro sobremanera: el interés gastronómico. Y es que este país mío no me deja de sorprender con su comida!!! Y nos enteramos que más o menos de camino en un pueblito de la región rural del Distrito Federal que se llama Atocpan, empezaba ni más ni menos que un festival del moooooleeee!!! Como un Oktoberfest pero de diferentes tipos de moles, hechos con todo el procedimiento e ingredientes tradicionales y otros más exóticos, como mole de tamarindo. De verdad que fue un festín de dimensiones epicúreas, estaban los moles de tal manera deliciosos, que con gusto hubiera ido a regurgitar, con tal de poder comer más cuando se rebasó la capacidad de almacenamiento de mi pancita. Y alrededor de los restaurantes, puestos típicos de feria, con un carrusel de ponis de verdad, y puestos de más comida, frutas de temporada, tortillas de diferentes colores, chocolates y mil tragaderas más. Toda una experiencia del México profundo, a unos minutos de la enorme ciudad.

Después de una lluvia que me pareció diluvio por mi previa formación desértica, partimos rumbo a Morelos por una carretera libre (sin casetas de cobro) que por sí misma debería ser un atractivo turístico, la carretera Xochimilco-Oaxtepec. Los paisajes eran grandiosos, con una vegetación de un verde que te llena los ojos, colinas cubiertas de flores amarillas, terrazas plantadas de nopales (cactus aplanado y altamente comestible en estas tierras tenochcas), bosques de pino, de encinos, de todo. Después de menos de una hora llegamos al primer pueblo, que se llama Tlayacapan (ni comiendo kilos de mole puedo recordar con facilidad la intrincada sintaxis de los nombre en náhuatl, así que si me equivoco por sílabas o letras, pido disculpas). En este lugar el convento era de agustinos y fue una verdadera experiencia, un lugar hecho en el pasado, pero que se quedó en el pasado. Esas máquinas del tiempo, en las que sólo hace falta cruzar un umbral para transportarte a otras épocas distantes que se te revelan y un poco te asombran y otro poco te asustan. Tenía el monasterio un pequeño museo con iconografía de los inicios de la época colonial y además una colección de... ta-ta-tátán... de momias!!! muertas y verdaderas. Fueron descubiertas por accidente a los alrededores de la iglesia, que tradicionalmente eran considerados campos santos para enterrar a sus muertos (en Huásabas, al cementerio todavía hay gente que le llama el camposanto). Y fue una experiencia, a la vez de espeluznante, muy vívida (dicho sin ironía). Y lo genial de Tlayacapan, a diferencia de otro pueblo con un convento similar que se llama Tepoztlán es que no había turistas. Sólo la gente del pueblo haciendo sus actividades vespertinas de sábado, en el gran atrio de la Iglesia, poblado de enormes árboles. Alrededor de la placita principal había unos pequeños puentes empedrados encantadores que surcaban canales. De ahí nos fuimos a otro monasterio en un lugar que se llama Oaxtepec (que también es un lugar resort en el que es común que los chilangos tengan su casa con alberca, porque el clima es cálido y casi tropical, con una vegetación padrísima. El monasterio ya estaba cerrado, así que sólo conocimos la iglesia y los exhuberantes jardines, que por sí mismos ameritaban visita.

Y una vez saciado nuestro espíritu cultural y aventurero, se impuso el burgués que todos llevamos dentro (unos más aplacado que otros, por fortuna) y nos fuimos a Cuernavaca a la casa de la mamá de Roberto, a tomar mezcal y tequila en el fabuloso jardín y a dormir en lugar cómodo. Sacamos mesas y sillas y a la luz de la luna y las velas platicamos de ya no me acuerdo qué tantas cosas, muchas, el nuevo sentido de la identidad individual, viajes, China, México, Europa, Estados Unidos, la globalización (tema que ningún altermundista puede evadir, ¡Dios nos libre!). Cenamos quesadillas a la sonorense (o sea, con tortillas de harina y queso asadero, al comal no fritas, porque en el centro de México comen quesadilla de cuanta cosa, mientras que en Sonora la quesadilla puede ser únicamente de queso y nunca frita). La compañía y atención de Piwi son completamente encantadoras, la tentación de llegar a su casa es que nunca quieres salir de ella, menos que para el desayuno nos preparó huevos con carne machaca, también de Sonora. Pero ya habíamos tomado la determinación de irnos temprano el domingo al pueblo de Taxco, en el estado de Guerrero.

Taxco fue un pueblo minero desde la Colonia y está escarpado entre montañas que hacen sus callejones y callejuelas, empedradas y ornamentadas una vista formidable, inolvidable. Lo más tradicional es la venta de cosas de plata, a precios relativamente accesibles. Pero en sí el lugar es increíble y ha sido excelentemente preservado, a pesar de la gran cantidad de turistas que lo inundan y solamente hay casas blancas, con líneas de ocre y techos de teja, colgadas de los cerros de manera, la verdad, muy ingeniosa. Ahí también el apetito hizo de las suyas y nos devoramos un enorme plato de pozole (muy tradicional de ese estado) y chalupas y tostadas. Cuando empezó a caer la tarde, nos cayó también el recordatorio de que los lunes temprano no perdonan, así que teníamos que emprender la ruta rumbo a la ciudad de México. Tomamos la autopista, pero antes de llegar a la última caseta también nos fuimos por carretera libre que resultó ser mucho más rápida, por el terrible tráfico que se hace ese día y hora para entrar a la ciudad, después de las fugas colectivas que se escapan de la urbe, aunque sea el domingo. Y terminó un fin de semana entrañable, lleno de carcajadas, comida mexicana de diferentes regiones, bonita música, lugares harto interesantes y charlas intelectualmente provocadoras.

7 comentarios:

CRISTINA dijo...

Ay, Rafael...¡¡cómo me gustaría poder hacer esos recorridos que tú haces, por esas carreteras, esos pueblos de tu país, comer esos manjares....!!
Uno de tus preciosos relatos.
Un beso

Dalia dijo...

Decidido, tengo que ponerme a ahorrar en serio para irme a visitar tu tierra que si ya se me antojaba misteriosa y tentadora bajo tus teclas es una hechicera de la que no se puede uno zafar.

¿De verdad enterraron una pirámide antes de venir los españoles? Madre mía, con el trabajo que debió dar eso, acabarían agotados los pobres sin gana alguna de pelear ni nada.

Besooooooos

George Hazard dijo...

¡Dios, me has metido en el cuerpo unas ganas increíbles de visitar Mexico! (que por otra parte ya las tenía, porque la madre de una gran amiga es mexicana y además tuve unos vecinos mexicanos en madrid con los que me lo pasé padrísimo)
Se dice así, ¿no?
Estos vecinos hacían fiestas cada dos por tres, y nos preparaban unas comidas riquísimas.
Un gran fin de semana, la verdad.
¡Cómo te lo montas!

Anónimo dijo...

AY RAFA HUBIERAS INVITADO A LA BLANCA DE ALFONSO Y A LA CUCA DE PONCHANO PA ALLA SALUDOTES

RBD dijo...

Cristina,
Ya te dije que la invitación está extendida. Qué bueno que te ha entretenido el relato.

Dalia,
Tú lo dijiste, es cuestión de ahorrar un poco y ¡por Dios! aprovechen la mega ventaja de la paridad actual del euro, que no podrán creer lo barato que se les hará todo. Y, sí, enterraron la pirámide y ahora desenterraron algunos de sus túneles, que son como miles de metros, en las entrañas de la colina artificial. Y sí ya deben haber estado muy maltrechos cuando les tocó pelear.

George Hazard,
Pues no dejes que se te salgan las ganas y échate un viaje que hay lugares que no se pueden dejar de visitar, y México es seguro uno de ellos, y pocos turistas extranjeros tienen la suerte de, además, hablar el lenguaje local, lo cual amplía enormemente el potencial de experiencias fabulosas.

Anónimo,
Me reí a carcajadas con el comentario, porque en realidad me imaginé en el carro, además de con los holandeses, con la Cuca de Ponchano y la Blanca de Alfonso, en estos lugares tan lejanos y tan diferentes. Y, no sé porqué, pero la imagen fue la mar de graciosa. Sé que eres de Huásabas (con el comentario mostraste el pedigree) pero dime quién eres, me gusta saber quién me escribe.

Cuquita, la Pistolera dijo...

Me has hecho recordar algunos de los lugares que visité hace mucho. La feria de Actopan es maravillosa, ¿todos te ofrecen mole con cucharitas todavía? Me acuerdo de haber comido a reventar.

Y Tlayacapan una joyita, las momias son horripilantes, hay varias de niños ¿no? De hecho algún día me late hacer una caminata de Tlayacapan a Tepoztlán. Pero no tengo ni idea de cuánto tiempo se hará. ¿Algún "trekker" por acá?

Yayo Salva dijo...

¡Me estoy relamieeeendo sólo de leer tan suculentos párrafos! Y, además, cultura de la buena, y tertulias interesantes. Nada, que me confabulo con Dalia y nos vamos a echar contigo una temporadita vacacional.
Un abrazo.