lunes, octubre 08, 2007

De porqué los jueves deben ser el inicio de los fines de semana

No tengo muchas razones de peso (al menos de interés general para la sociedad) para sostener la afirmación que hago en el título de esta entrada, pero tengo para mí que por alguna lúdica/báquica razón, los fines de semana no son suficientes si se empiezan el sábado y se terminan el domingo. Si anduviera más inspirado mandaría senda misiva a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (con copia para la Secretaría de Educación Pública) exponiendo mis razones para impulsar una reforma en este sentido (ahora que las reformas, aunque mutiladas, están saliendo en este país tan rejego a reformarse). Sé que algunas madres y esposas no estarían tan contentas con la noticia por tener que lidiar tanto tiempo a sus críos y soportar a los "amigotes" del cónyuge o concubino (en estas épocas críticas de la familia nuclear). Pero, como pasa siempre con las paradojas del contrato social, a algunos les toca perder para el mayor bienestar colectivo.

Y, para dar el ejemplo de que así debe ser la semana pasada me dispuse a iniciar el elongamiento finsemanero desde el mismísimo jueves, en que se organizó tremenda carne asada, con ingredientes todos (casi) llevados desde la tierra misma que honra a la carne asada con más recalcitrante orgullo: Sonora. Aprovecho el espacio para denostar con el más vil de mis desprecios lo que en cualquier parte en el D.F. te ofrecen como carne asada. Primero, en realidad no está asada, sino que está cocinada a la plancha que ¡por vida de Dios! no es en lo absoluto lo mismo, ni en términos del proceso, ni la tradición, pero sobre todo ¡¡¡del sabor!!! Segundo, todavía de que la cocinan sobre la plancha se atreven a ponerle aceite, oh my goodness!!! en realidad, están sirviendo carne freída, tan distante de la carne asada que el uso del eufemismo resulta ofensivo. Y, tercero, qué carne más espantosa la que se usa por aquí, se puede comer miles de delicias de variadísimos ingredientes, pero no llegues a la carne de res porque como dice la canción... todo se derrumbóooo dentro de míii, dentro de míii. A menos que conozcas lugares bien específicos donde vendan carne o de Sonora, o de Argentina, o cortes estadounidenses, que también son buenos, desaconsejo con toda la severidad de un Consejo de Ancianos la ingesta de carne de res en estos céntricos lares de la República, y los insto a mejor preferir huitlacoche, escamoles, o cualquier otro platillo con nombre en náhuatl, que su paladar se los agradecerá. En fin... una vez desahogadas mis frustraciones gastronómicas procedo a continuar con mi perorata de la conveniencia de los fines de semana largos.

Resulta que en sí haber organizado una carne asada no era razón suficiente para un desvelo en plena semana de trabajo, pero hemos tenido un lamentable desencuentro cercano del tercer tipo con el carbón. Para no hacerles el cuento largo (como dice mi tía Celina después de haber hecho el cuento bastante largo) tardamos literalmente dos horas en prender el carajo carbón, que bien se ganó el mote de cabrón carbón. Y no solamente dos horas fueron suficientes, también se requirió la fuerza bruta de cuatro hombres adultos, el tiraje diario de uno de los periódicos de mayor circulación, una caja completa de fósforos (cerillos) para chimenea y una especie de abanico/fuete que terminó pasando a mejor vida una vez que la lumbre pudo agarrar su vuelo. Lo más terrible de este hecho, es que es innegable que el rol que la sociedad le concede al varón está en buena parte basado en poder prender un asador, cuando es requerido. Así que fue ignominioso para nuestros egos tener que hacer hasta la danza de la lluvia invocando al fregado Dios del fuego que se negaba a concedernos su gracia. Y por si esto fuera poco nuestro propio sonorensez se puso en duda, porque si eres sonorense y no sabes prender el asador pues básicamente estás sumido en el más fétido hoyo. Queda uno deslegitimado como hijo de Sonora si es incapaz de desempeñar la única función que tiene monopolizada el macho sonorense. Pues, fueron dos horas pero después de soplar en total como tres globos aerostáticos logramos encender el dichoso asador. Y el resultado, como era de esperarse fue genial, una maravilla de carne, servida en tortillas de harina (de trigo) y aderezada con chiles verdes tatemados que eran una delicia.

Pues el punto en realidad es que por tanta trifulca se me llegó la madrugada y ya no era prudente regresar a la casa a tan altas horas de la noche y encontrándome a unas cuadras de mi trabajo. Por lo que quedéme a dormir en casa de Roberto, quien tuvo a bien prestarme una camisa, para que nada más fueran mi pelo y mis pantalones los que olieran a humo de asador necio. Afortunadamente, era viernes de business casual así le di un giro a mi indumentaria y casi ni parecía que estaba vistiendo la misma ropa del día anterior. El viernes todavía había actividades planeadas, como comida con los compañeros de trabajo y en la noche... ni más ni menos que... ta-ta-tatán... LUCHA LIBRE!!! Así como lo oyen (ven), en cuanto cayó el velo nocturno nos apersonamos en la mismísima Arena México, en la colonia Doctores, de reputación harto dudosa.

La lucha libre es todo un espectáculo en el más literal de sus sentidos. Solamente comparable con una danza o el teatro. De lucha tiene muy poco, porque todo se hace en una especie de coreografía en la que abundan las piruetas, los colores llamativos en los desafortunados calzones de los luchadores, el brillo de sus máscaras y lo abundante de sus melenas. Los golpes, aunque presentes de vez en vez, creo que son más debidos al azar o a un error en los ensayos, porque en general los combatientes parecieran pelean en esta especie de arreglo de no maltratar sus caritas ni sus casi obesas figuras (en el caso de los más tradicionales, los más jóvenes ya se notan más producto de los esteroides que de doce huevos diarios en el desayuno). Pero hay de todo: enanos, luchas de mujeres, una afición apasionada y muchísimos disfraces del Santo, o de Místico, Averno, Mephisto y una larga serie de nombres espeluznantes. La lucha libre fue seguida por viaje a una cantina en el que la comida se veía riquísima, aunque no pude cerciorarme de que también así supiera porque la colitis estaba haciendo su aparición y me porté muy decente para retrasar su presencia.

El sábado hubo fiesta de mi roomie en el depa, seguido de fugaz visita a apestoso antro (todos sin excepción son apestosos y mientras se siga fumando en su interior lo seguirán siendo, espero que ya pronto entre en vigor la ley que prohibirá fumar en ellos que a tantos asusta, pero que a mí me emociona reteharto). Y el domingo fue ir al bosque a hacer ejercicio (no mucho, eso sí, no se me fueran a bajar las defensas y me atacara otro bicho) y sacar el trabajo que mi mala costumbre me hace llevarme a la casa. Y listo el fin de semana se había acabado y yo ni siquiera tuve tiempo de descansar, lo cual me trae con mucho desasosiego, porque este fin de semana también me voy desde el jueves en la tarde hasta Hermosillo a reunirme con el Consejo Intergaláctico Barceló Durazo y órganos subsidiarios, que seguro tampoco me darán tregua para una anhelada terapia de recuperación con jornadas completas de sueño.

2 comentarios:

Cuquita, la Pistolera dijo...

Yo apoyo totalmente tu propuesta de reforma ante las Cámaras, el poder Judicial y hasta la presidencia itinerante. Es que ¿cómo a nadie se le había ocurrido antes? Yo para descansar ya necesito casi seis días... Deberíamos trabajar sólo los miércloles.

Sí, la carne aquí es una porquería, casi como suela de zapato (nuevo)...

Que disfrutes Hermosillo...

George Hazard dijo...

¡Joder con el asador!
¡Joder con vuestros fines de semana!
Madre de Dios, quiero ser amigo vuestro...
Estoy totalmente de acuerdo, para nada es lo mismo la carne asada que a la plancha.
Abrazos!