miércoles, diciembre 06, 2006

Reportando

Son dos de la mañana del seis de diciembre de dos mil seis. Es una madrugada fría en Nueva York pero me tibia el corazón un calendario que dibujé ayer para marcar los días que faltan para volver a mi tierra (la del palo fierro, los chiltepines, los Naranjeros y las pitahayas... los que entiendan esto entenderán, los que no igual saben a cuál tierra me refiero) y que señala que en once días me voy a emprender otro viaje. Ya les contaré más adelante los detalles de la Odisea que tengo planeada para regresar.

Son dos de la mañana y sigo sentado en la computadora regurgitando ideas para mis trabajos finales que son muchos. Son dos de la mañana y me acabo de comer como dos kilos de pan y tres de carnes frías porque un compañero de la clase orgulloso de su herencia italiana llevó para celebrar nuestra última sesión una especie de sándwich gigante (un metro de largo por vida de Dios, y treinta centímetros de ancho) cortado en pedacitos (cada pedacito equivaliendo a un y medio sándwich normal) y como no pudimos terminárnoslo en la clase me convidó otros pedazos más, que con singular alegría me tragué mientras leía un artículo sobre los Kurdos, Turquía e Iraq (que como se imaginarán es un tema que no combina con ningún sándwich). Sí, son dos de la mañana (con nueve minutos) y aunque me pesan las pestañas no podré dormirme hasta dentro de un rato porque a) me tomé dos coca-colas y b) porque tengo los pies helados como cuando nieva en la sierra y el viento corre fuerte en Huásabas (y no sé ustedes pero yo nunca me he podido dormir con los pies helados). Y ahora son las dos de la mañana (con diez minutos) y ya veo borroso porque he leído demasiado durante todo el día y ya tengo que despedirme, mandando como siempre un abrazo cálido, porque nada más los pies los tengo helados.

1 comentario:

Yayo Salva dijo...

A mí también me sucede a veces que en esas madrugadas cargadas de cansancio, posos de café y cenicero lleno de colillas, de pronto se abre una ventana luminosa en la bruma y me veo en mi pueblo, entre los naranjos, acariciado por la brisa suave con olor a mar. Ya te queda menos. Un gran abrazo, Rafa.