jueves, julio 06, 2006

Jornada electoral


No pretendo hacer en este breve espacio un remedo de profundo análisis de las elecciones del domingo 2 de julio. En realidad, con la superficialidad que me caracteriza espero no hablar más que de mi experiencia electoral que, creo, ya es algo. Pues resulta que como todo un buen ciudadano que cree que la participación democrática es el mejor mecanismo para mantener a raya la infinidad de errores que suelen cometer los gobernantes, me fui muuuuy tempranito a votar. Porque estando en la ciudad de México, pero con mi credencial de elector domiciliada en mi "verdadero" domicilio, o sea, Hermosillo, Sonora (sí señor!!!, arriba el norte y si no vea el mapa!!! y todas esas cosas de mi fútil y romántico regionalismo) me tocaba ir a votar en una casilla especial. Como no vivo lejos del Zócalo de la capital y ahí se iban a instalar dos, creí que era mi mejor opción. Bueno, el caso es que llegué y sólo había otra patriota señora de Colima, lo cual me hacía el segundo de la fila. Pero en fin, creí que eso sería ideal para votar y poder utilizar el resto del domingo a mi antojo. Pero no fue así, por mi acostumbrado acomedimiento a meterme donde no me llaman. Bueno, directamente no me llamaron, pero como a las nueve de la mañana la casilla de votación seguía sin abrir porque el presidente no había llegado, preguntaron que si alguien quería entrar de emergente. Y ahí voy yo no muy consciente de lo que implicaría, pero con el corazón henchido de orgullo cívico de poder ayudar en las elecciones, como un ciudadano más que responsable porque yo mismo había decidido ayudar. Claro, había asimetrías de información a favor del destino. No tenía idea en ese momento que estaría hasta las dos treinta de la madrugada desempeñando mi flamante cargo ciudadano. Que no recibiera ninguna remuneración tampoco lo hacía malo, ya la satisfacción y cosas de ésas ocuparían ese espacio de egoísmo individualista. El problema real fue que estuve sin probar bocado todo el día, tooooodo el día. Y sin probar bocado me refiero a "sin probar bocado" tan literal como se escucha; nada, niente, nothing, rien. Ni de llevarnos una coca-cola fueron capaces. Hasta las dos de la madrugada que pude salir a una tienda me compré una botella del vital líquido (para mí esa expresión hace referencia a los refrescos de cola) y una barra de chocolate que son los complementos ideales para un ataque de colitis previsible y merecido, que no se hizo esperar a la mañana siguiente. Bueno, aparte de eso, fue estar parado todo ese tiempo, las dieciocho horas que van desde las seis de la mañana (cuando inicié mi jornada como un simple elector) hasta las 2 de la madrugada que terminamos de contar voto por voto con todo cuidado y sin poder hacer la tan anhelada división de trabajo que hubiera agilizado el conteo (que no me salga AMLO ahora con que ese trabajo no cuenta y que hay que volver a contar todo, aunque no haya irregularidades y aunque hayamos [en esa casilla] hecho el conteo frente a dos representantes del PRD y una observadora electoral, pero bueno, ésa es otra historia). Pero en realidad todo el sacrificio estoico que le representó a mi cuerpo dolores y sufrimientos no se compara con la cantidad de malas vibras con las que me enfrenté. Resulta que para votar, tu credencial debería de aparecer en el padrón electoral y resulta que varias personas no aparecieron. Así que pensaban: 1) que yo era el responsable; 2) o que yo podría arreglar su situación; 3) o que yo estaba haciendo fraude electoral; 4) o ya de plano que yo había matado a Colosio. Y tuve que enfrentarme a los gritos y malos tratos de gente que hacía el coraje del año y me lo refregaba en la cara a pesar de lo mejores términos en los que yo les hablaba para explicarles su situación y el hecho de que no podrían votar en esta elección (sin importar que habían estando parados haciendo fila durante cuatro, cinco o seis horas). Lo peor era que de inicio yo sabía que por más que discutiéramos no había manera de que yo les arreglara su situación y lo único que provocaban era que inútilmente la espera se hiciera más larga para los demás ciudadanos. Además, parece que pocas personas saben que la elección la organizan los ciudadanos, que nadie nos paga nada y que fue sólo la responsabilidad cívica de antender al llamado de las autoridades electorales lo que nos tiene ahí, pero todos los que estuvimos en las casillas somos simples mortales, colaborando en un día importante para el país, con nuestras torpezas, nuestra falta de experiencia y sí, hambre, cansancio y en menor medida (admirablemente) nuestros malos humores. No somos los responsables de la mayoría de los errores logísticos, ni del diseño de las elecciones, ni del mantenimiento del padrón electoral, etcétera. Eso parece no entenderlo bien la mayoría: una señora gritó como cuarenta y cinco minutos consecutivos sin parar. Claro que llegó un momento en el que dejé de hacerle caso porque lo suyo parecía más bien un problema existencial y ahí definitivamente yo no podía arreglar nada, pero mi indiferencia aumentaba más su cólera y se hinchaba aún más de lo que su ya robusta figura parecía permitirle. En fin, mucha anécdotas más me acontecieron en el largo día y la aún más larga noche del 2 de julio. Pero terminé muy contento de ver como a mi lado los otros funcionarios de casilla soportaron también siempre con buena cara el reto que representa realizar esa función, sin más motivación que querer a tu Patria y querer que las cosas se hagan bien. Y también cómo miles de mexicanos soportaron las largas horas de la espera, a veces bajo la lluvia, a veces bajo el sol y como después de eso llegaban todavía gustosos a emitir su voto: jóvenes, en su primera vez; ancianos, en su probable última vez, discapacitados, padres de familia con sus hijos pequeños, en fin todos mexicanos y mexicanas ejerciendo, lo que que no debemos olvidar, es todavía una reciente democracia. Mi generación ya creció con elecciones confiables y, probablemente, no valoramos lo que representa saber que tu voto cuenta y que se hará lo que efectivamente diga la mayoría de los que acuden a votar. El margen fue pequeño pero se expresó la voluntad popular y ahora están las instituciones legalmente constituidas para validar lo que la mayoría expresó con su voto. Un candidato está cuestionando la elección, lo veo normal pues perdió por relativamente pocos votos, pero no creo legítimo descalificar un esfuerzo de tantos mexicanos y no confiar en las integridad de instituciones que nos ha costado tantas décadas construir, sólo porque hay una diferencia pequeña, sin más evidencia de fraude que errores de información en el resultado preliminar, pero que los partidos conocieron y acordaron desde hace meses. La cultura democrática sigue avanzando en México y veo con gusto que la mayoría de los mexicanos confía más en las instituciones del país que en la amenaza vedada de las protestas en las calles que es un cauce menos propicio para la racionalidad de las decisiones importantes para todos.

2 comentarios:

Dalia dijo...

Eso es paciencia y buena voluntad y lo demás tonterias. Aquí te obligan a ir y te pagan una ridiculez sino no iría nadie y menos si se enteran de lo que tuviste que hacer tú, aguantando malos humores, sin comer y tantísimas horas. Al menos no te fuiste de balde y además de la sensación del deber cumplido nos has traido tus entretenidas anécdotas para compartir. Un abrazo.

cxyboi dijo...

jajaja el P-G no gano! toy feliz