No es que yo quisiera ir hoy a comprar cacahuates japoneses con el marchante parlanchín, si aún no se ha curado mi vanidad ni he olvidado el nefasto diagnóstico que me sentenció por mi involuntaria palidez. Pero tenía que redactar un largo informe y traía la cabeza tan llena de cosas (irrelevantes todas) que tuve que acudir al último recurso para invocar a la inspiración... y, sí, ese recurso es comer cacahuates japoneses a media mañana acompañados de un refresco gaseoso tan malintencionadamente denominados "aguas negras del imperialismo yanqui". Tenía la esperanza de esta vez salir ileso de la sencilla transacción comercial, deseo que albergué hasta que antes de irme me ve y me dice: "Una pregunta...".
En ese momento supe que todo estaba perdido, que los malditos cacahuates me acarrearían más ruina y destrucción. Con tono resignado e inclinando un poco la cabeza hacia la izquierda (que es la postura que tomo cuando me resigno) le dije "venga", como si le dijera dispara, que sé por experiencia que es la especialidad del manicero. Y me dijo: - Pues no sé, es que usted siendo un diplomático tan grande... [aquí ya tuve la certeza de que todo iba a ir muy mal] me llama la atención que lleve coletilla.
No están todos para saberlo pero uno de los remedios con los que di para aplacar los malévolos efectos de la humedad en mi desordenada cabeza de cabellos largos, fue amarrármelos con una pequeña y discreta (yo creía) coletilla de caballo, de pony, para ser exacto. Ahora sé que tan discreta no es porque fue descubierta fácilmente por los rapaces ojos del cacahuatero parlanchín, a los que nada escapa. Sabía que no importaba lo que yo dijera, él ya había dictado sentencia y con lo de "gran diplomático" estaba queriendo decir que mi peinado lo podía imaginar para algún artista, o promotor cultural, pero que era absolutamente inadmisible para el oficio que yo tenía.
De cualquier manera, le pregunté qué era lo que llamaba su atención. Me dijo que no es que estuviera mal, pues, (con cierta actitud, claro) sino que "no era típico, no era normal verlo". Yo estuve de acuerdo y le dije que entre todos los adjetivos que tratara de darme ,"normal" era uno que de ninguna manera me correspondía. Pero ya para este punto, todos sabemos que el tipo no ceja nunca en sus propósitos, así que continuó: "sí, claro, pero es que en las reuniones de cancilleres a las que usted va seguramente le preguntan que si de qué va esa coletilla".
Mi cara estaba nuevamente pasmada pensando de dónde carajos había sacado la idea de que yo era un gran diplomático o que voy a reuniones con cancilleres, si lo único que me ha visto hacer es pedirle cacahuates y coca cola. Mientras trataba de pensar en una respuesta convincente a sus planteamientos, o bien, desmentirlo sobre la grandilocuencia de mis ocupaciones, la vida se apiadó de mí y le llegaron tres o cuatro clientes, con lo cual pude zafarme de su rudo escrutinio estético y seguir pensando por mi cuenta en la lógica de lo apropiado.
Manicero 2 - Rafael 0
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