Después de más de una semana de ausencia, provocada por el exilio forzado que me impuso una carga descomunal de trabajo de las actividades recreativas y conexas, he regresado. Lo curioso es que, a pesar de mediar varios días en los que no reporté de qué iba mi vida, no hay muchas cosas que se me ocurran platicarles. Por ejemplo, prefiero evitarme ahondar en la manera vergonzosa en la que hoy al momento de llegar al restaurante para comer olvidé que había dejado en el carro el libro con el que pensaba acompañar el café y al momento de súbitamente dar vuelta para recuperarlo, la humedad y las lisas suelas de los zapatos me hicieron la mala pasada de ponerme a esquiar estrepitósamente en la banqueta llena de lama, moviendo los brazos con bruscos y casi groseros aspavientos para intentar recuperar un equilibrio que ya era imposible volver a encontrar, hasta que varios segundos después estaba metiendo las manos para no romperme todo lo que se llama jeta en la empedrada.
Pero no les platicaré nada de eso, porque ya tuve bastante con la mirada absorta de los comensales que contemplaron el nada estético espectáculo, a los cuales ni siquiera tuve el valor de voltear a ver como para decirles que no se preocuparan, que después de todo yo estaba bien, porque lo muy poquito que me quedaba de autoestima la llevaba cargando en las manos y la tuve que tirar para usarlas en la urgente tarea de no rodar por la cuesta abajo.
Tampoco me puedo detener a contarles cómo vive la vida loca un diplomático/burócrata mexicano en Costa Rica un viernes por la noche, porque después de una semana que me dejó exhausto, me recosté en cuanto llegué a casa, a eso de las ocho, para recuperar fuerzas y salir a buscar la fiesta y la depravación, pero me quedé tan profundamente dormido que desperté hasta el día siguiente. ¡Como un abuelo! ¡Dormido el viernes a las ocho de la noche!
Y menos les voy a platicar las cosas que hice en mi trabajo, porque si lo hiciera tendría que matarlos para preservar los peligrosos secretos de Estado que obran en mi poder. Mmmhhh... o, para ser sincero, no deseo aburrirlos con esos temas. Después de todo el tiempo y el esfuerzo que me ha costado asimilarlo, ahora sé que lo que a mí me divierte o entretiene, puede ser soporíferamente aburrido para los interlocutores y es un delito de lesa humanidad obligar al prójimo a escuchar o leer de los trabajos ajenos, a menos que uno fuera actor de Jólivud, o patinador artístico, o el australiano éste que azuzaba cocodrilos y que fue muerto por algo tan soso como una mantarraya.
O sea que recapitulando he vuelto pero no tengo nada interesante que contar. ¡Jolines!
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3 comentarios:
Pura vida, Rafa. Será para el próximo viernes.
Abrazos.
welcome back my dear Bambi! (por aquello de la resbalada en pavimento)
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