Podría dar muchos detalles, pero no hay manera de compartir lo que uno siente estando ahí o, mejor dicho, sí lo hay pero yo no me siento capaz en este momento. Otra opción es que hiciera una reseña de guías de viaje, pero como yo soy un tanto espontáneo para viajar, siento que a nadie le sirven, como no me sirven tampoco a mí, que tengo la costumbre de tomar camino sin mucha preparación, ni mapas, confiando en que la señalización será la adecuada y que la vida será precisa y su sonrisa constante y me hará topar con lo mejor que tenga, o al menos lo mejor que yo merezca. Cabe aclarar que en esta ocasión la señalización no fue muy buena, terminé no tomando la salida correcta y 45 minutos después estaba en el punto donde debí haberme salido la primera vez.
Con este fin de semana pasó lo que pasa con muchos fines de semana: se acaban. Se acaban y nos dejan con una sensación de insatisfacción muy agridulce, contentos por lo que nos dieron, pero extrañándolos en cuanto se marchan. El lunes yo creí que en la oficina iba a ser como en los ranchos, en los que ni las gallinas ponen, por la misma razón de añoranza del fin de semana, por no haberse recuperado de la fiesta, por no haberse recuperado del descanso mismo, que también requiere recuperación. Pero este lunes las gallinas amanecieron con ganas de poner y yo tuve que seguirles la huella ponedora y recomenzar como si nada hubiera pasado y ya para estas hora ni de las palmeras me acuerdo. Menos de las hamacas o de la fauna exótica.
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