Hoy es viernes y no es día para estar triste porque inicia el fin de semana y se prometen cosas espectaculares. Pero ayer fue jueves y en un jueves por la noche sí se puede estar triste sin sentirse culpable. Digo que estar triste produce un sentimiento de culpa, como si algo estuviera mal en nosotros por no poder sostener la dura fachada de la felicidad permanente (con el que terminan los cuentos de hadas, al menos sus versiones más recientes).
Es algo que hay que admitir, la tristeza está muy mal vista en nuestras sociedades contemporáneas. Las ilusiones que nos vende la vida moderna, en particular, la publicidad, son promesas de felicidad constante: sonrisas Colgate (Signal, para los españoles), cuerpos perfectos, familias de fotografía, todos con gestos de rebosante alegría (más falsos que la ropa Guchi, pero esa es otra historia). Ni siquiera los anunciantes de chocolate o de helados nos hacen el favor de sacar caras tristes, a pesar de que, a mi juicio, la tristeza combina mejor con los chocolates y el helado que la sonrisa Colgate. Sobre todo porque el azúcar más bien tiende a manchar los dientes y les quita la prístina blancura de los modelos dentales.
Hablado en serio, creo que la tristeza es tan humana como la alegría y tratar de evitarla a toda costa - o a base de automedicarse Prozac, Diazepan o flores de Bach - no sólo es una estrategia injusta para nosotros mismos, sino tan cansada que termina por derrumbarnos anímicamente. La tristeza, vaya, hasta se puede y debe disfrutar. Aprovechar las tardes grises, las noches lluviosas, la bonita película sentimentaloide, para estar triste y no sentirse culpable por eso. Echar unas lágrimas sentidas es tan reconfortante o más que un día en el spa. No está mal estar triste de vez en cuando, ni está mal la locura temporal, ni siquiera está mal un poquito de mal genio, siempre que tampoco sean permanentes. Creo que es bueno introducirlas en nuestro carrusel de emociones y otorgarles su justo valor, que no es poco, para que nada humano nos sea ajeno. El cartel publicitario tal vez nunca lo reconozca pero nadie nos obliga a hacer retratos de nuestra propia vida como si fuéramos los robots de la felicidad.
La noche de ayer yo estuve triste. Empezó mi tristeza por ver una película llamada Un crimen estadounidense, basada en una historia real de la década de los años cincuenta. Primero me indignó contemplar cómo el sufrimiento ajeno puede ser motivo de placer para personas que son normales y socialmente funcionales. Pero terminó por entristecerme enterarme que hubo alguien que sufrió tanto y pensar que de su sufrimiento tuve conciencia pero no es ni siquiera la punta del iceberg en un universo repleto de criaturas desdichadas. Como también me entristeció recordar el cumpleaños de mi mamá y pensar en su ausencia.
La noche de ayer yo estuve triste y hoy por la tarde ya estoy contento.
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3 comentarios:
Lo bueno de la melancolía es que tras ella suele emerger una especie de alegría agridulce. No, no debemos disculparnos por nuestra tristeza. Ya tampoco por nuestra felicidad.
Saludos!
Me sentí identificada con este post porque me declaro una víctima total de esa publicidad q refleja una ficticia felicidad.
A mí no me gusta estar triste, la vdd, ni siquiera por lo bien que se siente la alegría que le sigue.
No me gusta el miedo, no me gusta el suspenso, no me gusta la paranoia, no me gustan las decepciones (literalmente, no las de películas) porque no me gusta ni sentir ni ver la tristeza!
Cuando llegue el momento de sentirla espero enfrentarla de la mejor manera... sin prozac, sin navajas, sin alcohol.
A los que la vida se las presenta muy seguido les deseo la suerte que yo he tenido. Superarla.
Lil' sis...
es bueno tener tristeza de vez en cuando y sobre todo el recordar a tù mamà ausente es un motivo justificado de tristeza, lo importante que tu mamà sigue viviendo en ti por que continuas recordandola.
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