Una parte fundamental del egocentrismo es darle una importancia casi sagrada a nuestro nombre. Si el yo es el centro de uno mismo, la manera en la que se nombra al yo no puede ser considerada algo trivial o sin importancia. Ya les había compartido cómo a mí, de buenas a primeras, en mi lugar de trabajo me convirtieron en Rafael Marcelo Valenzuela y ahora muchos de mis amigos me dicen simplemente Marcelo (que mal suena a la versión masculina de la telenovela Simplemente María).
El día de hoy mi nombre sufrió otro severo descalabro. En los papeles de registro de mi automóvil acabo de descubir que ahora ya no soy Marcelo, ahora soy Rafael Barceló DuraZNo. ¡Durazno! ¡Durazno, por vida de Dios! ¡Como si fuera una vil fruta peluda! ¿qué egocentrismo va a ser posible con ese apellido?
Tratando de consolarme a mí mismo, me dije que menos mal que lo escribieron con Z porque hubiera sido mucho peor que me dijeran DurASNO. Y ahora más tranquilo sólo me queda esperar que, además de las crisis de identidad que me causan mis súbitos cambios de nombre, no me provoque dolores de cabeza burocráticos interminables cuando quiera vender el carro, o cobrar un seguro, y una señora con voz molesta se niegue a recibirme el trámite porque yo no soy quien digo ser, porque en mis documentos oficiales ni soy Marcelo, ni soy Durazno. ¡Grrrr!
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2 comentarios:
Rafa:
Considero que no has sido tandesafortunado como imaginas. Tus nombres, en términos generales, han sido respetado y tu ego, que imagino NO es tan grande todavía, tampoco ha sido lastimado.
En cambio, mi nombre ha sudrido horrorosas transformaciones, tales como José María Barcelona, Barceloqui, Barcelata, Marcelo, Marcelón, etc. etc. Estamos?
awwwww Durazno... que ternurita!!! mira, velo por el lado amable: mejor durazno que guanabana o alguna otra fruta tropical Tica de esas que nomas se ven bonitas pero que no sirven para nada ;)
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