lunes, septiembre 06, 2010

Improvisando

Uno de los métodos para divertirme que mejor me ha funcionado, es el que está basado en la improvisación. No digo que la falta de planeación no tenga sus desventajas, pero la espontaneidad tiene un encanto particular, un no sé qué, un qué sé yo. Las fiestas que me traen recuerdos más entrañables son normalmente aquéllas que sé dónde empiezan, pero que no tengo idea de dónde terminaron ni, sobre todo, por qué terminaron ahí.

Cómo olvidar, por ejemplo, aquel cumpleaños que empezó con una paella y terminó a las cinco y media de la madrugada en el mercado municipal de Hermosillo cada quien con un plato de pozole, excepto Rómulo al lado desayunándose (a esa hora, en esas circunstancias) unos chiles rellenos, mientras era aconsejado que en ese lugar no se comiera nada que no estuviera hirviendo mientras se lo servían. O la fiesta al comenzar la universidad que terminó cuando a las siete de la mañana la religión era comparable a una botella de XX Lager y Dios a la cerveza (con mis padres llamando a Locatel después de estar toda la noche en vela por mi no anunciada ausencia). Tampoco es fácil olvidar las noches de farra de aquel año nuevo en Puerto Vallarta que terminaban siempre en la banqueta del hotel a las diez de la mañana, maldiciendo el molesto sol tropical. Ni cuando al caer algunas tardes nos veíamos los compañeros del Servicio en la cantina Covadonga, a esa hora repleta de respetables viejecitos del exilio español jugando dominó, y salíamos en la madrugada, a esa hora repleta de alternativos habitantes de la cultura que venían de ver la lucha libre en la Arena México. Ahí era más fácil saber dónde terminaríamos, porque los tacos son un destino ineludible en las desmañanadas del Distrito Federal.

Ya quisiera yo ser un verdadero bohemio y tener muchos más ejemplos para dar, pero la verdad es que en mí han tenido que convivir el santurrón, el nerd y el riguroso que se obliga a dormir sus buenas horas. Eso, por fortuna, limitó las posibilidades de que me entregara a la vida epicúrea, de la que soy naturalmente afecto. De cualquier manera, cuento con una buena muestra de ocasiones festivas (a razón de una por fin de semana) para saber que la improvisación es una inversión que sí paga en divertimento. Y este viernes fue otra ocasión que tuve para comprobarlo. Todo empezó en el concierto de Lila Downs (¡fabuloso!) y siguió en las cantinas del centro de San José. Cantinas antiguas con un cantinero antiguo, con humo de cigarros, con música de fondo, literalmente como fondo a la conversación, con canciones de José Alfredo y algunas cumbias genéricas de triste memoria. Y cerveza, mucha cerveza, demasiada cerveza, demasiada improvisación.

2 comentarios:

OJ Gonzalez-Cazares dijo...

buenas anecdotas del arte de improvisar...y me place saber que soy parte de al menos una de ellas!! en aquella madrugada en el mercado con chile relleno y serenatas huastecas, o en las vegas...o en el DF ayudandome a cambiar de hotel por haber sido amablemente "caminada" y cenando escamoles...que la improvisacion no siempre ha tenido que acabar amaneciendo, simplemente haciendo lo que no estaba planeado. Un abrazo!!

Rómulo. dijo...

Jajaja. Se agradece que me tengas presente en tus memorias y crónicas de tan buenas y divertidas andanzas. ¿Esa ocasión fue la misma de la "serenata silenciosa"? jaja. Saludos.