viernes, septiembre 03, 2010

Para la casa de piedra y flores

Uno sabe que ya se le está juntando la Historia (es decir, los años) cuando se le empiezan a morir los escritores favoritos. Este año, en ese sentido, me ha caído fatal. Tal vez no sea casualidad que en menos de dos meses estaré abandonando la década de los veinte y cumpliré treinta años, en el mismo 2010 que se llevó a Saramago, a Monsivás y, ayer, como si esas pérdidas hubieran sido pocas, a Germán Dehesa.

Yo ni en el gimnasio ni en la lectura me he caracterizado por el rigor o la disciplina, por lo que no puedo decir, como muchos, que leía diariamente a Dehesa. Pero cuando leía las columnas de los periódicos, la suya era, de lejos, mi favorita. En honor a la verdad, debo confesar que lo único de él que me aburría era cuando hablaba de futbol, que era muy seguido, básicamente porque no entendía sus comentarios por falta de información estratégica. Ahora bien, estoy seguro que en ese tema debe también de haber sido divertidísimo y que de haber sido yo un iniciado en la materia, me hubiera arrebatado carcajadas similares a, por ejemplo, cuando hablaba de Elba Esther Gordillo, de Montiel, de Beatriz Paredes, o de Jimmy Neutrón (Peña Nieto).

Lo que más me gustaba de Dehesa era su humor como herramienta para analizar los problemas de la vida real. Es una mezcla difícil combinar el humor con el compromiso social. Sin embargo, lo divertido de sus crónicas políticas o urbanas no le quitaba ni un ápice de profundidad a la seriedad con la que tomaba sus causas.

Había algo muy particular de él que admiraba: era un activista motivado por el amor a las cosas, no por el desprecio a lo que no le gustaba. Esta distinción que puede parecer sólo una sutileza, no lo es tanto, porque el amor por la gente, por tu ciudad, por la naturaleza te llevan a construir para que todo esto sea mejor, mientras que el desprecio por el sistema, por los políticos, por los cerdos capitalistas o por los sucios comunistas, implican revoluciones cuyos resultados nunca se saben si serán contraproducentes.

Desde ya estoy extrañando su columna. Después de leer en las noticias que a su funeral irá el presidente Calderón, el secretario de Educación, la directora del organismo encargado de la cultura y una larga lista de celebridades de distintos medios, me encantaría poder leer cómo hubiera relatado su propio funeral, con esa chispa que hacia parecer divertido hasta un encuentro interministerial para evitar la evasión fiscal (intentando una reducción al absurdo). Tal vez hablaría del suyo como el funeral Bicentenario, o quizás se autonombraría Dulcísimo Padre de la Patria y del Bucles. Ya no podremos leerlo, ahora sólo nos quedará imaginar sobre tantos temas qué hubiera dicho... pero, sobre todo, cómo lo hubiera dicho.

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