Es curioso cómo uno va por la vida pensando que las telenovelas o culebrones, como le llaman en otros países, son una cosa irreal o poco verosímil. Es claro que, por fortuna, no existen close ups que duran veinte segundos retratando la forzada expresión (una sola expresión durante los veinte segundos) de algún actor o actriz que de actuación sabe lo que yo de futbol. Eso no lo hay, ni tampoco abundan galanes con nombres como Eusebio Roderico, o cuando los hay, sus allegados normalmente prefieren ahorrárselos y los llaman con apodos más cortos como el pollo, el güero, el chanfles, etc. Sin embargo, los grandes dramas de las telenovelas sí existen y no dan tregua, como bien puede documentarse con una visita al archivo de los juzgados familiares, o simplemente a la oficina de cualquier ministerio público.
El día de hoy a las seis de la mañana, por ejemplo, en mi edificio se vivió lo que parecía una grabación de la peor telenovela de Televisa. Y todo sucedió (más o menos) así: yo estaba durmiendo de lo más plácidamente, como tengo la costumbre de hacer a las seis de la mañana, cuando empiezo a oír unos golpes que yo pensé que, o estaban demoliendo el edificio y no me había enterado, o bien, acababan de abrir una estación del metro en el vestíbulo. Hice lo que cualquier persona haría en esas circunstancias, o sea, me puse la almohada sobre la cabeza. Pero los golpes no paraban sino que pasaban los minutos y el ruidajo continuaba. No sabía si actuar en consecuencia o ponerme una tercer almohada sobre la cabeza, pero empecé a oír los gritos de una mujer furiosa y tuve a mal asumir que se trataba de una vecina que había bajado a arreglar el asunto con el peor de los modos. Como los gritos de la mujer/bestia furiosa continuaron y también continuaron los golpes llegué a la conclusión de que estaba manejando una hipótesis incorrecta. La fuente de aquel escándalo no era ni un Caterpillar ni una estación del metro, era una mujer herida.
Quiero dejar claro que para esta hora eran ya las 6:30 a.m. y todo mundo sabe que esa hora es la más sagrada de todas las horas de sueño. Yo llevaba media hora del tiempo sagrado en vela, asfixiándome con tres almohadas y pensando en que no me gusta cómo se me ven las ojeras que me provocan esas desmañanadas. Este último pensamiento me puso los pelos de punta. Hablando metafóricamente, porque después de dormir es una situación absolutamente normal tener los pelos de punta. Entonces renegué insultos que no puedo repetir en público, me vestí con pijama, camiseta y gorra (para ocultar la inflamación capilar) y salí al pasillo a gritonear algo así como "¿que no tienen consideración de los demás?" (pero con voz de tía gorda angustiada). Cuando salí pude ver de qué vecinos se trataba el zafarrancho.
Este párrafo estará dedicado a explicar porqué me pude imaginar de qué vecinos hablaba, aunque prácticamente no he entablado conversación con ninguno. Lo supe desde que hace poco más de un mes vi el carro estacionado. No los vi a ellos, sólo vi el carro. No hace falta explicar que cada quién carga con una caja de prejuicios y con ella arma y desarma las nociones que tiene de los demás. En mi caja de prejuicios tengo las siguientes nociones preconcebidas (por tanto, algunas veces falsas): tipo musculoso = tonto que solamente habla de esteroides; tipo gordito = simpático (¡me he dado unas equivocadas con ésta!); carro deportivo con rines extra grandes y del mismo color que el carro (¡guíuc!) = vecino que va a dar problemas. Lo juro, el carro que estaba a dos espacios del mío me lo dijo claramente, este tipo va a dar problemas. Esta vez no me equivoqué. A la semana siguiente de su arribo hizo una fiesta en el área común y los invitados gritaban como enajenados, en la alberca había gente con camisetas y bailaban ritmos que pueden ser descritos como guapachosos tropicales (del género muy molestos). Luego vi en persona al vecino (de lejitos) y anunciaba a kilómetros un aumento de ingresos súbito y no bien procesado. Mi caja de prejuicios fue rápida para seguir sacando conclusiones.
Me asomé al piso de abajo, que era donde se estaban desarrollando los acontecimientos, y vi a la mujer del vecino. La tipa no dejó ni un solo rasgo del estereotipo ausente: vestido de leopardo súper ajustado, minifaldita, escote pronunciado, rubia contra la voluntad de Dios, zapatos de tacón altísimos a las seis de la mañana. ¡Vestido de leopardo, por lo que más quieran! Ella era la fuente de todo el escándalo, ese curvilíneo cuerpecito con aspecto de Laura León era capaz de provocar todo ese ruido. Esa mujer estaba más herida que Lupita D'Alessio y tenía peor gusto que Irma Serrano (pero esto no viene el caso ahora, es sólo animadversión por robarme el sueño).
La situación era la siguiente: ella descubrió que su hombre (desconozco la naturaleza de su relación) estaba ahí, en el departamento que ella había alquilado, con la otra. ¡La otra! Y los golpes eran en la puerta para que le abrieran. Ahora sabemos que su hombre sería lo que ustedes quieran, pero muy valiente no. Se agazapó dos horas dentro del departamento (con la otra) hasta que llegó la policía, muchísimo tiempo después, a sacarlo. Como el hombre nomás no la dejaba pasar, los guardias de seguridad no podían lograr que la señora se calmara y la policía no llegaba, doña Ruidos bajó a donde estaba el carro del susodicho y empezó a darle zapatazos hasta que rompió una ventana. Todo esto, como ya me era imposible dormir, decidí verlo con mis propios ojos, porque tenía una vista privilegiada desde el balconcito. Primero rompió una ventana y tuvo a mal encontrar los zapatos de la otra (a la cual ya había nombrado con diferentes calificativos que prefiero no repetir), entonces se enojó aún más, lo que yo creí que ya no era posible, y le rompió absolutamente todas las ventanas al carro deportivo pero ahora con los zapatos de la otra, que yo me imagino que quedaron en un estado execrable. El vidrio del frente no lo pudo romper, se ve que los hacen muy sólidos, ¡bien por Toyota!, se ve que sí mejoraron la seguridad de sus autos. También le quebró los dos espejos y colgaban así con sus cablecitos, pobrecillos. Las abolladeras de ese automóvil ahora le hacen honor a su nombre y quedaron efectivamente muy abolladas.
Todo esto del carro, los ruidos que hacían sus ahora inexistentes ventanas al quebrarse y demás, lo pudieron también contemplar el hombre (ex hombre ahora, supongo) y "la otra" (agregue close ups a discreción) desde la ventana de su casa, que asimismo tenía vista privilegiada al estacionamiento (de visitas, por cierto, pero el nuevo rico siempre lo dejaba ahí, pero ésa es otra historia que también salió a colación por mi animadversión por el sueño robado).
Yo decidí que era hora de seguir con mi vida, dejé a los policías sacar al tipo del departamento rentado por su herida mujer, la cual pudo apoderarse de él (el departamento, no del hombre) y me empecé a alistar una hora antes de lo que tenía previsto. No supe qué pasó con "la otra", supongo que se fue en taxi y derramó lágrimas que mancharon de maquillaje su rostro. La mujer leopardo (lo digo por su vestido) espero que también decida seguir con su vida, pero espero en Dios que considere hacerlo en otro lugar, porque no me gustaría convertirme de pronto en testigo protegido de sus nuevas fechorías, solo por estar en el balconcito para contemplar otro culebrón de madrugada.
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2 comentarios:
y ella era del cluuub de mujeres enganiaaadas....ay Rafa, que maravilla de narracion!! te deberia contratar Emilio Larosa o Juan Osorio - que tal te caeria Niurka en el papel de la leoparda??
Jajaja, Niurka se explicaría sola, no haría falta mi papel de narrador, jajaja.
Me encantó lo del cluuuuub de mujeres engañiadas, jajaja, me la imaginé perfectoooo...
Un abrazote,
Rafa
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