jueves, septiembre 23, 2010

Va de nuez

Una parte fundamental del egocentrismo es darle una importancia casi sagrada a nuestro nombre. Si el yo es el centro de uno mismo, la manera en la que se nombra al yo no puede ser considerada algo trivial o sin importancia. Ya les había compartido cómo a mí, de buenas a primeras, en mi lugar de trabajo me convirtieron en Rafael Marcelo Valenzuela y ahora muchos de mis amigos me dicen simplemente Marcelo (que mal suena a la versión masculina de la telenovela Simplemente María).

El día de hoy mi nombre sufrió otro severo descalabro. En los papeles de registro de mi automóvil acabo de descubir que ahora ya no soy Marcelo, ahora soy Rafael Barceló DuraZNo. ¡Durazno! ¡Durazno, por vida de Dios! ¡Como si fuera una vil fruta peluda! ¿qué egocentrismo va a ser posible con ese apellido?

Tratando de consolarme a mí mismo, me dije que menos mal que lo escribieron con Z porque hubiera sido mucho peor que me dijeran DurASNO. Y ahora más tranquilo sólo me queda esperar que, además de las crisis de identidad que me causan mis súbitos cambios de nombre, no me provoque dolores de cabeza burocráticos interminables cuando quiera vender el carro, o cobrar un seguro, y una señora con voz molesta se niegue a recibirme el trámite porque yo no soy quien digo ser, porque en mis documentos oficiales ni soy Marcelo, ni soy Durazno. ¡Grrrr!

miércoles, septiembre 22, 2010

Volver a la patria bicentenaria

Después de casi una semana de ausencia más que justificada, regreso para publicar en el blog que acabo de regresar de México. Con este viaje reafirmé que "volver" es un verbo mucho mejor que "ir", al igual que "reconocer" es un proceso mucho más significativo y profundo que "conocer". Si no fuera porque las lenguas nos gustan complicadas, en vez del verbo "volver" tendríamos el verbo "re ir" que no por coincidencia suena igual que "reír".

A los que somos de un lado pero vivimos en otro, se nos presenta de una manera más evidente el molesto (pero entretenido) dilema de la identidad. El típico ¿quién soy yo? o ¿por qué estoy aquí? pero con matices geográficos y culturales que todo lo enredan. Y cuando "re vamos" al lugar del que somos se siente como si fuéramos la pieza de un rompecabezas que se había quedado atorada en alguna esquinita y que finalmente puede volver a caer en su lugar y sentir que embonamos perfectamente. En esos momentos recupero hasta el acento perdido por las mudanzas y empiezo a arrastrar el sonido de la ch para pronunciarla como sh (fonema que existía en latín y que desapareció entre casi todos los hispanoparlantes, excepto los del noroeste de México). Bueno, y a gritar en vez de hablar, como solemos hacerlo los sonorenses.

El motivo de mi fugaz regreso fue, además, de lo más alegre: la boda de mi hermano menor (¡ouch!) pero se prestó la ocasión para vengar el apetito de tacos, de carne asada, de tortillas de harina y hasta para saciar las ganas que tenía de volver a ver las banquetas llenas de gente de la ciudad de México. Hablar con los amigos, abrazar a mis hermanas, jugar con mis sobrinos, reír con mis primos, platicar con mi padre e, incluso, bailar al ritmo de una orquesta sonorense tradicional. Todas estas actividades que de manera natural me informan (como si pudiera ovlidarlo) que el sentido de la vida me lo dan las personas que quiero; actividades que se atreven, incluso, a indicarme con toda exactitud a dónde pertenezco, a pesar de la distancia, aunque pasen los años y sin importar que me siga construyendo con las experiencias que todos los días se acumulan y con toda la gente valiosa que no me canso de conocer ni de aprender a querer, unas veces más, unas veces diferente.

jueves, septiembre 16, 2010

¡Feliz cumpleaños México!

¡Feliz bicentenario, México!

La ocasión es excelente para repensarnos como país, como sociedad, para mejorar su gobierno, nuestros modos y nuestro destino compartido.

Que de ahora en adelante la pregunta que todos nos hagamos sea ¿como puedo YO mejorar esto?

¡Felices doscientos años de independencia!

¡Felicidades México!

¡Felicidades mexicanos!

lunes, septiembre 13, 2010

¿De qué país se trata?

Volver a tener carro propio (lo cual acaba de pasar para mí la semana pasada) me trajo de vuelta algunas lamentables costumbres, como la de oír una y otra vez los mismos discos gastados que me gustan. Uno de ellos fue un regalo que hace dos años me hizo una amiga francesa, de un cantante también francés de nombre Francis Cabrel. Una de las canciones de ese disco, les cardinaux en costume, habla del doloroso proceso de la migración, las deportaciones, la xenofobia. Del drama más humano de todos, pero que las sociedades receptoras siguen tratando como si se tratara de un fenómeno nuevo, unidireccional, perjudicial. El estribillo de la canción es en español y dice así:

¡Qué vida! ¡Qué triste!
¿De qué país se trata?
¿Del mío? ¡No!
¡Del mío no se puede!

La indignación contenida en estas palabras retumba en mi cabeza al pensar en la masacre brutal, barbárica, sin nombre, de 72 migrantes centro y sudamericanos en mi país a manos de un grupo de delincuentes sanguinarios, despiadados con el caído, para despojarlos hasta de lo que no tenían, aprovechándose de la manera más ruin de su vulnerabilidad. ¡Menudo valor matar a sangre fría al que no puede defenderse! Se requiere haber perdido hasta lo último de humanidad que quedaba en su endeble código moral para poder ser tan cobardes, para sacar ventaja del marginal, del que nada reclama porque no puede defenderse quien vive en los márgenes, el sistema lo excluye hasta casi negar su existencia.

Hago mías las palabras de Cabrel para expresar el dolor que se siente tomar conciencia de que al mismo tiempo que celebramos 200 años de vida independiente ocurren en México hechos tan despreciables como el ocurrido en Tamaulipas: ¿De qué país se trata? ¿Del mío? ¡No!

Descansen en paz todos los que han muerto víctimas de los procesos irregulares de migración que les ha impuesto la miseria. Y los que hemos tenido el privilegio de poder cambiar las cosas que jamás nos venzan el miedo ni la desidia para despreciar la maldad, para reprobar el odio, para luchar por la dignidad de los demás.

viernes, septiembre 10, 2010

Huelga

Mis neuronas me avisaron ayer que están en una huelga muy formal de escritura en este blog. En un comunicado que me hicieron llegar por la vía neurálgica me informaron que se reúsan a aceptar los términos patronales que les he querido imponer, expresando que el modelo de estado de bienestar que se había logrado después de la posguerra se los quiero ir retirando poco a poco, en aras de la competitividad y el crecimiento económicos. Que ellas no están de acuerdo con mi proceder y que mientras no seamos capaces de renegociar las condiciones de mantenimiento cerebral, no cejarán en sus propósitos de recuperar los beneficios neurológicos con los que contaban, que yo desconozco cuáles sean porque esa información sólo la tienen mis neuronas y no me la desean compartir (así que estamos ante lo que en economía llaman el problema del agente-principal).

Yo seguiré pendiente de la negociación, tratando de satisfacer todos los puntos de su pliego petitorio para poder recobrar cuanto antes las actividades blogueras y minimizar las pérdidas sociales que ocasionaría una ausencia tan costosa (me gritan a coro las huelguistas neuronas, que esa pérdida es incalculable, pero la verdad es que de esas cosas ellas saben poco).

martes, septiembre 07, 2010

Culebrón de madrugada

Es curioso cómo uno va por la vida pensando que las telenovelas o culebrones, como le llaman en otros países, son una cosa irreal o poco verosímil. Es claro que, por fortuna, no existen close ups que duran veinte segundos retratando la forzada expresión (una sola expresión durante los veinte segundos) de algún actor o actriz que de actuación sabe lo que yo de futbol. Eso no lo hay, ni tampoco abundan galanes con nombres como Eusebio Roderico, o cuando los hay, sus allegados normalmente prefieren ahorrárselos y los llaman con apodos más cortos como el pollo, el güero, el chanfles, etc. Sin embargo, los grandes dramas de las telenovelas sí existen y no dan tregua, como bien puede documentarse con una visita al archivo de los juzgados familiares, o simplemente a la oficina de cualquier ministerio público.

El día de hoy a las seis de la mañana, por ejemplo, en mi edificio se vivió lo que parecía una grabación de la peor telenovela de Televisa. Y todo sucedió (más o menos) así: yo estaba durmiendo de lo más plácidamente, como tengo la costumbre de hacer a las seis de la mañana, cuando empiezo a oír unos golpes que yo pensé que, o estaban demoliendo el edificio y no me había enterado, o bien, acababan de abrir una estación del metro en el vestíbulo. Hice lo que cualquier persona haría en esas circunstancias, o sea, me puse la almohada sobre la cabeza. Pero los golpes no paraban sino que pasaban los minutos y el ruidajo continuaba. No sabía si actuar en consecuencia o ponerme una tercer almohada sobre la cabeza, pero empecé a oír los gritos de una mujer furiosa y tuve a mal asumir que se trataba de una vecina que había bajado a arreglar el asunto con el peor de los modos. Como los gritos de la mujer/bestia furiosa continuaron y también continuaron los golpes llegué a la conclusión de que estaba manejando una hipótesis incorrecta. La fuente de aquel escándalo no era ni un Caterpillar ni una estación del metro, era una mujer herida.

Quiero dejar claro que para esta hora eran ya las 6:30 a.m. y todo mundo sabe que esa hora es la más sagrada de todas las horas de sueño. Yo llevaba media hora del tiempo sagrado en vela, asfixiándome con tres almohadas y pensando en que no me gusta cómo se me ven las ojeras que me provocan esas desmañanadas. Este último pensamiento me puso los pelos de punta. Hablando metafóricamente, porque después de dormir es una situación absolutamente normal tener los pelos de punta. Entonces renegué insultos que no puedo repetir en público, me vestí con pijama, camiseta y gorra (para ocultar la inflamación capilar) y salí al pasillo a gritonear algo así como "¿que no tienen consideración de los demás?" (pero con voz de tía gorda angustiada). Cuando salí pude ver de qué vecinos se trataba el zafarrancho.

Este párrafo estará dedicado a explicar porqué me pude imaginar de qué vecinos hablaba, aunque prácticamente no he entablado conversación con ninguno. Lo supe desde que hace poco más de un mes vi el carro estacionado. No los vi a ellos, sólo vi el carro. No hace falta explicar que cada quién carga con una caja de prejuicios y con ella arma y desarma las nociones que tiene de los demás. En mi caja de prejuicios tengo las siguientes nociones preconcebidas (por tanto, algunas veces falsas): tipo musculoso = tonto que solamente habla de esteroides; tipo gordito = simpático (¡me he dado unas equivocadas con ésta!); carro deportivo con rines extra grandes y del mismo color que el carro (¡guíuc!) = vecino que va a dar problemas. Lo juro, el carro que estaba a dos espacios del mío me lo dijo claramente, este tipo va a dar problemas. Esta vez no me equivoqué. A la semana siguiente de su arribo hizo una fiesta en el área común y los invitados gritaban como enajenados, en la alberca había gente con camisetas y bailaban ritmos que pueden ser descritos como guapachosos tropicales (del género muy molestos). Luego vi en persona al vecino (de lejitos) y anunciaba a kilómetros un aumento de ingresos súbito y no bien procesado. Mi caja de prejuicios fue rápida para seguir sacando conclusiones.

Me asomé al piso de abajo, que era donde se estaban desarrollando los acontecimientos, y vi a la mujer del vecino. La tipa no dejó ni un solo rasgo del estereotipo ausente: vestido de leopardo súper ajustado, minifaldita, escote pronunciado, rubia contra la voluntad de Dios, zapatos de tacón altísimos a las seis de la mañana. ¡Vestido de leopardo, por lo que más quieran! Ella era la fuente de todo el escándalo, ese curvilíneo cuerpecito con aspecto de Laura León era capaz de provocar todo ese ruido. Esa mujer estaba más herida que Lupita D'Alessio y tenía peor gusto que Irma Serrano (pero esto no viene el caso ahora, es sólo animadversión por robarme el sueño).

La situación era la siguiente: ella descubrió que su hombre (desconozco la naturaleza de su relación) estaba ahí, en el departamento que ella había alquilado, con la otra. ¡La otra! Y los golpes eran en la puerta para que le abrieran. Ahora sabemos que su hombre sería lo que ustedes quieran, pero muy valiente no. Se agazapó dos horas dentro del departamento (con la otra) hasta que llegó la policía, muchísimo tiempo después, a sacarlo. Como el hombre nomás no la dejaba pasar, los guardias de seguridad no podían lograr que la señora se calmara y la policía no llegaba, doña Ruidos bajó a donde estaba el carro del susodicho y empezó a darle zapatazos hasta que rompió una ventana. Todo esto, como ya me era imposible dormir, decidí verlo con mis propios ojos, porque tenía una vista privilegiada desde el balconcito. Primero rompió una ventana y tuvo a mal encontrar los zapatos de la otra (a la cual ya había nombrado con diferentes calificativos que prefiero no repetir), entonces se enojó aún más, lo que yo creí que ya no era posible, y le rompió absolutamente todas las ventanas al carro deportivo pero ahora con los zapatos de la otra, que yo me imagino que quedaron en un estado execrable. El vidrio del frente no lo pudo romper, se ve que los hacen muy sólidos, ¡bien por Toyota!, se ve que sí mejoraron la seguridad de sus autos. También le quebró los dos espejos y colgaban así con sus cablecitos, pobrecillos. Las abolladeras de ese automóvil ahora le hacen honor a su nombre y quedaron efectivamente muy abolladas.

Todo esto del carro, los ruidos que hacían sus ahora inexistentes ventanas al quebrarse y demás, lo pudieron también contemplar el hombre (ex hombre ahora, supongo) y "la otra" (agregue close ups a discreción) desde la ventana de su casa, que asimismo tenía vista privilegiada al estacionamiento (de visitas, por cierto, pero el nuevo rico siempre lo dejaba ahí, pero ésa es otra historia que también salió a colación por mi animadversión por el sueño robado).

Yo decidí que era hora de seguir con mi vida, dejé a los policías sacar al tipo del departamento rentado por su herida mujer, la cual pudo apoderarse de él (el departamento, no del hombre) y me empecé a alistar una hora antes de lo que tenía previsto. No supe qué pasó con "la otra", supongo que se fue en taxi y derramó lágrimas que mancharon de maquillaje su rostro. La mujer leopardo (lo digo por su vestido) espero que también decida seguir con su vida, pero espero en Dios que considere hacerlo en otro lugar, porque no me gustaría convertirme de pronto en testigo protegido de sus nuevas fechorías, solo por estar en el balconcito para contemplar otro culebrón de madrugada.

lunes, septiembre 06, 2010

Improvisando

Uno de los métodos para divertirme que mejor me ha funcionado, es el que está basado en la improvisación. No digo que la falta de planeación no tenga sus desventajas, pero la espontaneidad tiene un encanto particular, un no sé qué, un qué sé yo. Las fiestas que me traen recuerdos más entrañables son normalmente aquéllas que sé dónde empiezan, pero que no tengo idea de dónde terminaron ni, sobre todo, por qué terminaron ahí.

Cómo olvidar, por ejemplo, aquel cumpleaños que empezó con una paella y terminó a las cinco y media de la madrugada en el mercado municipal de Hermosillo cada quien con un plato de pozole, excepto Rómulo al lado desayunándose (a esa hora, en esas circunstancias) unos chiles rellenos, mientras era aconsejado que en ese lugar no se comiera nada que no estuviera hirviendo mientras se lo servían. O la fiesta al comenzar la universidad que terminó cuando a las siete de la mañana la religión era comparable a una botella de XX Lager y Dios a la cerveza (con mis padres llamando a Locatel después de estar toda la noche en vela por mi no anunciada ausencia). Tampoco es fácil olvidar las noches de farra de aquel año nuevo en Puerto Vallarta que terminaban siempre en la banqueta del hotel a las diez de la mañana, maldiciendo el molesto sol tropical. Ni cuando al caer algunas tardes nos veíamos los compañeros del Servicio en la cantina Covadonga, a esa hora repleta de respetables viejecitos del exilio español jugando dominó, y salíamos en la madrugada, a esa hora repleta de alternativos habitantes de la cultura que venían de ver la lucha libre en la Arena México. Ahí era más fácil saber dónde terminaríamos, porque los tacos son un destino ineludible en las desmañanadas del Distrito Federal.

Ya quisiera yo ser un verdadero bohemio y tener muchos más ejemplos para dar, pero la verdad es que en mí han tenido que convivir el santurrón, el nerd y el riguroso que se obliga a dormir sus buenas horas. Eso, por fortuna, limitó las posibilidades de que me entregara a la vida epicúrea, de la que soy naturalmente afecto. De cualquier manera, cuento con una buena muestra de ocasiones festivas (a razón de una por fin de semana) para saber que la improvisación es una inversión que sí paga en divertimento. Y este viernes fue otra ocasión que tuve para comprobarlo. Todo empezó en el concierto de Lila Downs (¡fabuloso!) y siguió en las cantinas del centro de San José. Cantinas antiguas con un cantinero antiguo, con humo de cigarros, con música de fondo, literalmente como fondo a la conversación, con canciones de José Alfredo y algunas cumbias genéricas de triste memoria. Y cerveza, mucha cerveza, demasiada cerveza, demasiada improvisación.

viernes, septiembre 03, 2010

Para la casa de piedra y flores

Uno sabe que ya se le está juntando la Historia (es decir, los años) cuando se le empiezan a morir los escritores favoritos. Este año, en ese sentido, me ha caído fatal. Tal vez no sea casualidad que en menos de dos meses estaré abandonando la década de los veinte y cumpliré treinta años, en el mismo 2010 que se llevó a Saramago, a Monsivás y, ayer, como si esas pérdidas hubieran sido pocas, a Germán Dehesa.

Yo ni en el gimnasio ni en la lectura me he caracterizado por el rigor o la disciplina, por lo que no puedo decir, como muchos, que leía diariamente a Dehesa. Pero cuando leía las columnas de los periódicos, la suya era, de lejos, mi favorita. En honor a la verdad, debo confesar que lo único de él que me aburría era cuando hablaba de futbol, que era muy seguido, básicamente porque no entendía sus comentarios por falta de información estratégica. Ahora bien, estoy seguro que en ese tema debe también de haber sido divertidísimo y que de haber sido yo un iniciado en la materia, me hubiera arrebatado carcajadas similares a, por ejemplo, cuando hablaba de Elba Esther Gordillo, de Montiel, de Beatriz Paredes, o de Jimmy Neutrón (Peña Nieto).

Lo que más me gustaba de Dehesa era su humor como herramienta para analizar los problemas de la vida real. Es una mezcla difícil combinar el humor con el compromiso social. Sin embargo, lo divertido de sus crónicas políticas o urbanas no le quitaba ni un ápice de profundidad a la seriedad con la que tomaba sus causas.

Había algo muy particular de él que admiraba: era un activista motivado por el amor a las cosas, no por el desprecio a lo que no le gustaba. Esta distinción que puede parecer sólo una sutileza, no lo es tanto, porque el amor por la gente, por tu ciudad, por la naturaleza te llevan a construir para que todo esto sea mejor, mientras que el desprecio por el sistema, por los políticos, por los cerdos capitalistas o por los sucios comunistas, implican revoluciones cuyos resultados nunca se saben si serán contraproducentes.

Desde ya estoy extrañando su columna. Después de leer en las noticias que a su funeral irá el presidente Calderón, el secretario de Educación, la directora del organismo encargado de la cultura y una larga lista de celebridades de distintos medios, me encantaría poder leer cómo hubiera relatado su propio funeral, con esa chispa que hacia parecer divertido hasta un encuentro interministerial para evitar la evasión fiscal (intentando una reducción al absurdo). Tal vez hablaría del suyo como el funeral Bicentenario, o quizás se autonombraría Dulcísimo Padre de la Patria y del Bucles. Ya no podremos leerlo, ahora sólo nos quedará imaginar sobre tantos temas qué hubiera dicho... pero, sobre todo, cómo lo hubiera dicho.

jueves, septiembre 02, 2010

De política y otras mortificaciones

La información que obtengo de los medios masivos de comunicación suele tener el efecto de dejarme muy intranquilo. Tantas explosiones, terremotos, lluvias, sequías, balaceras, me causan una especie de desasosiego, por no hablar de la estupefacción con que me dejan las declaraciones de los gobernantes, particularmente los latinamericanos que parece que la mayoría saliera directamente de Macondo. Por mi trabajo actual, sin embargo, no tengo la opción de retirarme y voltear a otro lado. Mala sea la hora, con desasosiego o sin él, me los tengo que reventar y rogarle al santo patrono de las crisis nerviosas que haga las veces de té de tila y me relaje yo un poco.

Esa situación me hizo recordar a mi tío Rafay (que no era mi tío de la vida real pero, según mi hermana, de niño yo tenía un complejo de Angelina Jolie e iba adoptando parientes al por mayor). Entre una de sus muchas características, mi tío Rafay tenía la de ser un panista muy convencido (con panista quiero decir afecto al partido político mexicano cuya comestible sigla es PAN y que es ahora el partido del presidente de la República). Como para darles más contexto, conviene aclarar que en aquellos tiempos (no tan lejanos, me interesa subrayar) en que yo era niño, México tenía un sistema político de partido si no único, sí muy requete dominante y no era el PAN, sino el PRI. Los así llamados partidos de oposición jugaban un rol prácticamente marginal y no era infrecuente que algunas personas consideraran la pertenencia a la oposición como una especie de inmoralidad revuelta con traición a la Patria. Ser panista, o sea, no priísta, era casi como ser protestante, o sea, no católico, y eso la sociedad no siempre lo digería de la mejor manera. Aunque el ejemplo es bastante confuso, porque justamente ser católico y panista era la combinación más coherente. El caso es que los fervientes seguidores de la oposición política eran una cosa minoritaria y todos sabemos que hay gente que dice "fuchi las minorías" (y lo usan para muy distintas situaciones).

El tío Rafay era, como les iba diciendo, un comprometido panista en tiempos en los que esto era una situación socialmente irregular. En los tiempos de los que les hablo, los medios de comunicación solían seguir una línea editorial (por llamarla de alguna manera) bastante acorde con el resto del sistema. Los canales de televisión públicos, como es previsible por las jerarquías y esa suerte de cosas, solían ser muy proclives a ensalzar los logros de los altos funcionarios priístas en turno y de denostar ya sea a los líderes de la oposición o a los logros de las muy pocas autoridades emanadas de ella (siendo justos con los comunicadores de ese entonces, a los seguidores de la oposición, como mi tío Rafay, rara vez los maltrataban verbalmente).

Pues resulta de todo esto, que un día mi tío Rafay tuvo que ir con el cardiólogo, por síntomas relacionados, yo supongo, o mejor dicho, yo infiero, que con el corazón. Para no hacerles la historia más larga y volver a trabajar - porque yo me gano el pan que me como con el sudor de la frente, o mejor dicho, con otros sudores que me causa el nada fresco asiento en el que paso una cantidad indecible de horas - el cardiólogo dio con un diagnóstico tan original como los que saca de repente el Dr. House. No le dijo no coma grasas saturadas o grasas trans (que aún no estaban de moda, es decir, que no estaba de moda la obligación moral de evitarlas); tampoco le dijo que hiciera ejercicio (o tal vez sí, porque a los médicos les gusta mucho que uno haga ejercicio); ni siquiera sacó el cardiólogo una receta para anotar costosos medicamentos. El galeno, que algo habrá tenido de psicólogo, simplemente le dijo que dejara de ver el noticiero de Sergio Romano que tanto acongojaba su corazón por el tipo de línea editorial priísta que ya expliqué en el párrafo anterior.

Así me siento a veces, como mi tío Rafay, con ganas de salir corriendo en busca de algún cardiólogo brillante como el que lo atendió a él, que por prescripción médica me prohiba seguir leyendo la prensa o viendo noticieros y así poder devolverle la paz a mi atribulado corazón, que antes se dedicaba casi exclusivamente a la adopción de parientes y que ahora deambula en un torbellino de malas noticias, como si no las hubiera buenas.

miércoles, septiembre 01, 2010

Mis universos

Aunque a mí me gustaría ser un cronista social, no creo que sería uno muy bueno. Para empezar, porque me entero de las notas interesantes con un retraso que bien se podría calificar de injustificado porque estoy todo el día pegado a la computadora (y esto significa en palabras claras muy cerca de las redes sociales) y, además, cargo todo el día cerca de mi corazón un aparato llamado Blackberry, que es una nueva forma de esclavitud muy particular del siglo XXI y se supone que te conecta con el mundo. El caso es que ni así me entero rápido de las cosas, cómo decirlo, de las cosas que tienen profundidad social.

Pero hoy intentaré comentar una nota, no digamos interesante porque no lo es, llamémosle simplemente una nota. Resulta que a principios de la semana pasada (y aquí ya vamos notando el retraso de mi crónica) México ganó el concurso denominado Miss Universo. Siempre me ha parecido bastante injusto que no se llame con mayor precisión Miss Mundo, o mejor Miss Planeta Tierra, porque yo nunca he visto que vengan concursantes de otros sistemas solares o de otras galaxias. A ver que alguien me diga cuándo han visto desfilar a la novia de Chewbacca o a la hija de Jabba the Hut (que sinceramente tendrían muy pocas posibilidades en un concurso que no valora ni el pelaje ni la piel viscosa).

El caso es que este concurso organizado por el mismísimo Donald Trump, que cada vez lo veo más rosa y ni tanto dinero le ha granjeado ni un poquito así (tengo los dedos pulgar e índice muy cerca el uno de otro) de belleza. Decía que el señor está cada vez más feo, sus pelos más anaranjados y sus dientes más salidos de su cachetona sonrisa. Comete, además, el señor Trump el error estratégico de rodearse de las mujeres más bellas del universo (aunque ya aclaramos que se trata únicamente de terrícolas) lo cual lo hace a él verse más feíto, el pobre. Lo de pobre no es necesario aclarar que es nada más una expresión y no describe su situación financiera, que es hecho conocido que es más bien bastante holgada. Pero volviendo al tema, ya lo dijo alguien que seguramente era muy sabio, que la belleza está en los ojos del que la ve, pero alguien que era aún más sabio acotó con mucha acusiosidad que la belleza está enseguida de alguien que es más feo que tú. Bueno, pues esto el señor Trump o no lo sabe, o no le importa, porque él sigue organizando el concurso del que estamos hablando.

Decía que el certamen lo ganó la representante de México. Obsérvese que cuando digo "representante" no quiero decir que llevara una carta poder de parte de los mexicanos, ni mucho menos que tuviera una representación de tipo estadístico, que es fácil saber que no es el caso, sino que es una forma que tienen para llamar a las concursantes. Es una chica muy hermosa, tomando en consideración, claro está, que estoy usando estándares terrícolas y que me arriesgo a que tanto Chewbacca como Jabba the Hut la consideren más bien demasiado lampiña y una flacucha sin gracia. Tal vez Jabba the Hut la valore un poco más porque él tuvo tratos con la princesa Leia y no parece hacerle mala cara a las mujeres de este planeta. Hasta este punto aún no he entrado en materia y todo lo anterior era para dar un poco de contexto, además de las típicas digresiones que agrego a cualquier conversación, lo cual, dicho sea de paso, algunos consideran molesto y otros digno de elogio.

El punto central es que la directora del Instituto de la Mujer, que es un organismo público del gobierno federal mexicano, dijo con un sentido de la oportunidad un tanto debatible que en ese concurso a las mujeres las tratan como a reses. Si algún lector se inclina a utilizar la palabra latina "res" que significa "cosa", le aclaro que no quería decir la señora directora que las trataran como cosas, sino más bien como a vacas, que es el significado común de res en lengua española, por lo menos en México.

Es ampliamente conocido que el feminismo y los concursos de belleza suelen ir por caminos separados en la búsqueda de sus objetivos. Ambos son un asunto primordialmente de las mujeres pero no faltará el malintencionado que diga que de distintos tipos de mujeres. El caso es que se entiende que a la directora de un Instituto público no le gusten los concursos de belleza y que los considere un obstáculo social para lograr la igualdad entre ambos sexos, argumentos al respecto hay varios y son buenos, pero de ahí a tratar de res a una de sus agremiadas (que es también sólo una expresión, porque a todas luces se sabe que ser mujer no es un gremio) no es algo que se espere de una funcionaria de ese nivel. Tampoco se espera de un presidente - por más rancherote que éste sea - que hable de lavadoras de dos patas, para decir no sé qué cosa de no sé qué mujeres.

Según la nota que yo leí, la directora del Inmujeres, cuyo nombre aún no he mencionado pero que se llama Malú Micher, ya había salido a decir perdón a la señorita Navarrete (que así se apellida Miss Planeta Tierra). Pero no fue un perdón así de "¡Ooops! Se me barrió" sino que tenía un tufillo intelectualoide y un tono de lo que se podría llamar arrepentimiento a fuerzas (que es todo lo contrario a lo que en el catolicismo llamamos tener el corazón contrito). Sus palabras tomadas de la prensa (lo cual significa que ya fueron sacadas de su contexto y que tal vez significan exactamente lo contrario de lo que quiso decir quien las pronunción) fueron: "si usé un mal término para referirme a estos certámenes y si debo pedir una disculpa pública, así será".

A mí me parece muy bien el disenso, el análisis y la crítica de los concursos de belleza como los que organiza el señor rosa, de pelo naranja y apellido Trump. Pero deseo agregar que si diriges una institución pública lo mejor es no calificar como res a nadie, ni en abstracto ni en concreto, a menos que efectivamente te refieras a una res, a las que no cree que les moleste más ese término que ser llamadas vacas. Así que mis veredictos ya fueron dictados y los recapitulo en las siguientes líneas:

1. Miss Universo se debería llamar Miss Planeta Tierra, para ser más respetuosos de la vida extraterrestre,
2. Donald Trump debe empezar a frecuentar a gente más fea que él, cosa difícil mas no imposible, y
3. La señora directora del Inmujeres tiene que limitar el uso de expresiones fuertes (por más que tal vez en su cabeza se oigan bien) para lo que se recomienda consultar a los asesores del ex presidente Fox, que algo de experiencia tienen en el asunto.