El error humano yo lo tengo muy bien admitido. Pero otra cosa es la imbecilidad humana, aunque parezca únicamente una diferencia de grado. Traigo esta distinción a cuento, por mi anécdota tragi-cómica de ayer. Ayer parecía un día como cualquiera (y lo era) y entre algunos otros pendientes tenía el de ir a recoger mi carro a la agencia porque le había dado un golpe que lo dejó tremendamente marcado (y a mí tremendamente malhumorado). Consciente no sólo del error humano, sino también de la ineficiencia de algunos, decidí antes de lanzarme por el auto, llamar al taller para que me confirmarar (en el mejor de los casos) que ya podía pasar por mi batimóvil. Después de una larguísima auscultación telefónica, en la que me pareció que hablé hasta con el accionista mayoritario de la armadora japonesa, tuvieron a bien confirmarme que efectivamente: el trabajo estaba completo y yo podría pasar por mi flamante recién arreglado carro.
Y me dirigí directamente del trabajo al taller en un metro más caluroso que de costumbre (por la ola de "calor" que se cierne sobre la ciudad de México, que ni es para tanto, pero aquí se andan asando por lo malacostumbrados que los tiene el clima siempre templado del altiplano). Al llegar me informaron que tenía que pagar (paso que nunca pierde su amargo sentimiento, por más que lo va repitiendo uno todos los días) y así lo hice, me dirigí a la caja y aún pagué cargos que ni me habían informado con anterioridad, lo cual me pareció una falta de cortesía (y a nadie le importó). Una vez hecho el pago, me invitaron a que me acomodara en la cómoda sala de espera, con todo y pantalla gigante y plana en la que exhibían series, no sin antes llenar la respectiva encuesta de 1567 reactivos para la "mejora constante" de la empresa. ¡Ach las encuestas, las empresas y su nada auténtica parafernalia de "para nosotros usted es lo más importante" que en los momentos cruciales siempre te demuestran que es falso!
Después de una larga espera, tantas veces interrumpida por mí con la necia pregunta de "¿Ya está?¿Ya está?". Seguida de un siempre falso "ya casi, cinco minutos más...". Pero digo yo, qué necesidad de mentirte, si te podrían decir "no lo sé" o "35 minutos como mínimo". Pero en esta ciudad la palabra vale tan poco, nadie se inmuta siquiera en decir cosas que sabe que no son ciertas, ya el remordimiento desapareció casi por completo de incumplir lo que se promete. Escuchr un "Yo te llamo", "mañana te pago", "en cinco minutos te veo", "ya voy para allá" es como para no hacerle el mínimo caso, porque casi nadie lo cumple. Lo dicen pero no les crea la obligación moral de cumplirlo. Y esto trasciende políticos, oficinas gubernamentales, empresas de servicios, hasta las relaciones románticas y las amistades. La palabra ya no obliga nadie, y eso a mí me pone de un humor muy poco soportable.
Pero ése resultó ser un problema menor, con lo que estaban a punto de informarme. Después de una espera muuuucho más larga de la que me habían anunciado, me llamaron. Me dijeron lo siguiente: "Señor, tenemos un problema con su coche" (yo no digo coche, no sólo porque no se use en Sonora, sino porque me recuerda cochi -puerco- y aunque casi nunca lo lavo me parece una palabra demasiado ofensiva". Dijeron "tenemos un problema" y esas palabras fueron casi físicamente dolorosas para mi tímpano, porque lo que yo estaba esperando no era "un problema", sino únicamente "aquí tiene su auto".
El problema era sencillo: "no hemos arreglado su auto". Yo puse una cara como de o_o seguida de un ¿Cómo dice? -Es que se equivocaron con el número de placa y le arreglaron la facia trasera a otro carro (que no lo había solicitado), con lo cual sabemos que un cliente tiene facia nueva gratis, pero lamentamos informarle que la suya sigue tan chocada como el día que nos lo trajo, ni siquiera ha salido del almacén. Yo, ante la indignación de cliente no digamos insatisfecho, no molesto, sino absolutamente desilusionado de la vida y de los talleres mecánicos, no supe cómo reaccionar. Me prometieron un ambiguo descuento que no me podían decir en cuánto consistirá y yo tuve que regresar a mi casa en taxi, que para colmo iba conducido por un tipo que pensaba que me podían interesar sus relaciones extramaritales (dos, simultáneamente), mientras pensaba que la mala suerte tenía considerado molestarme por algún rato más...
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4 comentarios:
Ya lo decía Marguerite Duras, que era muy sabia (aparte de otras cosas): Il n´y a pas de erreurs, il n´y a que d´actes bizarres...Porque mira que es raro que le arreglen la parte trasera a otro en vez de a ti.
De todas maneras, te digo dos cosas:
a) A mí lo que me suena raro es "carro" (misterios de la lengua castellana). El carro es en la península el carruaje basto tirado por dos caballos; y el carrito, curiosamente, el trasto con ruedas en el que se echan cosas en los supermercados.
b)Lo tuyo con los taxistas es como para escribir un libro: tuviste aquel que te alegró la mañana con sus necesidades fisiológicas, y ahora va y te toca un atleta sexual jejeje.
Yo acabo de llegar de una auténticamente tipische spanische bodega en la que he comido raciones minusculérrimas de productos típicos españoles a un precio astronómico.
(Y aún así, he disfrutado).
Saludetes,
P.
Debe ser frustrante y sospechoso, como dijo Paco, que le arreglen lo tuyo a otro… Al menos fue a tu “coche” y no a ti… si de algún consuelo te sirve.
Isa
Lamento lo de tu auto. La verdad es que en México, aunque nos la damos de muy hospitalarios, la frase "atención al cliente" no vale ni un soberano pepino. Eso es algo que no extraño de mi querido México. En cambio si extraño mucho las Carnitas de mi tierra. Pero muy pronto voy a ir a visitar a mi familia y a comer Carnitas.
Se me olvidaba...Saludos para ti Rafa. Cuidate.
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