Lo que pasa con los recuerdos de la infancia es que se desdibujan tanto que no queda más remedio que idealizarlos. Uno de mis recuerdos más antiguos, como es bastante común, es llegar al Kinder, siendo apenas un niñito de menos de cuatro años y encontrar a la maestra Elia recibiendo al párvulo que era yo entonces. La recuerdo casi como si brillara, con una sonrisa amplísima y un regazo acogedor. La recuerdo regañándonos cariñosamente, en la ambigua misión que representa atraer a los niños durante su primera experiencia con el sistema escolarizado - que durará muchísimos años más -, pero a la vez formarlos desde el primer momento y educarlos en una disciplina que es ajena a la mayoría de los humanos en ciernes que llegan al jardín de niños sin haberse desprendido por completo de la más tierna infancia (pañales, chupones y biberones, incluidos).
La maestra Elia Durazo tenía un volkswagen sedán azul cielo, al que llamábamos "tortuguita" (y seguramente nos causaba gracia el nombre, porque uno de niño tiene un sentido del humor muy cuestionable y yo, aún de adulto, lo conservo). En ese tiempo mis hermanos y yo todavía no sabíamos que tenían el práctico apodo de "vochos" y más bien le encontramos forma de tortuga, no de escarabajo como el resto del mundo mundial. Ver llegar a la maestra Elia en su tortuguita azul me hacía ver el carro como un portento, el portador de mi nuevo personaje favorito, y no había en ese momento carro más bonito que la tortuguita.
Recuerdo a la maestra Elia enseñándonos canciones como la de "la mosca parada en la pared" que por jugar con las vocales se convertía en "una mesque perede en le pered" y así sucesivamente hasta ser "unu muscu purudu un lu purud". O me recuerdo a mí mismo batallando para colorear un dibujo "sin salirme de la rayita" lo cual nunca logré porque hay personas que simplemente no podemos vivir sin salirnos de la rayita. También me entusiasma acordarme de la ansiada hora en la que decían que ya era el receso, en el que aprovechábamos para comer el lonche que, por más sencillo que fuera, era mi momento favorito del día, mi picnic cotidiano. Menudas tareas simples y disfrutables que hacía uno en esa época en sus horas hábiles, ya las quisiera para ahora, pero de cualquier manera era un gusto cuando nos librábamos de tan "pesadas" actividades, como colorear sin salirnos de la rayita, y nos podíamos ir a jugar al patio con los hula-hulas o las llantas pintadas de colores que no sé bien cómo funcionaban, pero eran nuestros juguetes.
Si mi memoria no me está engañando, y frecuentemente lo hace, el jardín de niños de Huásabas, que tenía y sigue teniendo el muy decoroso nombre de Sor Juana Inés de la Cruz, tuvo dos locaciones. Por lo menos, yo estuve en dos locaciones. Primero fue la casa que ahora es de la Blanca de Dago y después nos trasladamos a la nuevas instalaciones recién construidas, si no mal recuerdo por el mismísimo Gobierno Federal, aunque tal vez fue el Gobierno Estatal. Cuando mi mamá llegó a inscribirme para el último año de Kinder, a las flamantes nuevas instalaciones, recuerdo que pasamos a la oficina de la maestra Elia, quien también era la directora. Yo tenía cinco años por lo que mi mamá no me quería inscribir aún en la Escuela Primaria, aunque ya supiera leer y escribir (o lo que entonces yo entendía como leer y escribir). Pero la maestra Elia me dio un papel y, aunque seguramente no tan bien como lo hacía sor Juana Inés de la Cruz a esa edad, lo pude leer sin mayor problema por lo que la recuerdo diciendo: "Tienes que meterlo ya a la Primaria, aquí se va a aburrir". Yo me sentí en ese momento muy emocionado por lo que inmediatamente identifiqué como un ascenso y también, la verdad, me sentí aliviado de no tener que pasar otro año tratando de colorear sin salirme de la rayita, lo cual a la fecha no logro. Ese mañana fue el fin de mis actividades preescolares. Mi siguiente recuerdo es cuando llegué a la Primaria y me sentaron en un mesabanco todo nuevecito junto con el Denis Siqueiros.
No tengo muy claro cuántas generaciones de niños huasabeños tuvimos la fortuna de tener a la maestra Elia como nuestra maestra de kinder, pero deben de ser muchas, porque mis hermanos mayores ya habían sido sus alumnos y también lo fueron mis sobrinos, en una generación completamente distinta. Ayer se fue la maestra Elia, falleció dejando en muchos esa profunda tristeza que causa la ausencia de la gente que se ganó tu cariño y el derecho de poblar rincones hermosos de tu memoria. Se va dejando un vacío en su familia pero llenando los bellos recuerdos de mucha gente de una etapa tan bonita, recuerdos sobre los que hoy quise escribir in memoriam para rendirle mis sencillos honores.
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3 comentarios:
muy lindo el relato tío, hoy la trajeron y la tuvieron un rato en el Kinder y ya sabes todo mundo comenzó a llorar en cuanto la bajaron de el carro en el que la traían :S yo preferí quedarme afuera para evitarme el llanto y en ya la tienen en su casa... saludos José Carlos :)
Asi es, le hicieron un merecido homenaje, donde el Maestro Martín expresó unas palabras gratificando su labor durante 30 años de servicio de la Maestra Elia, todos muy consternados. Saludos Maria Durazo :(
Hermosos recuerdos, Rafa. Es curioso, de mis años de "kinder" sólo recuerdo mi profunda inquietud por averiguar si las monjas tenían orejas (era un colegio de monjas, obviamente, tocadas con aquellos aparatosos velámenes almidonados en la cabeza que apenas dejaban libre el óvalo de la cara).
Un fuerte abrazo y felices fiestas.
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