A veces pienso que estoy soñando. Creo que a todos nos pasa o, al menos, muchas personas dicen que les pasa. También hay cuentos cortos, cuentos largos, libros enteros y películas consagrados a narrar cómo la línea entre la realidad y los sueños es sutil o, mejor dicho, confusa. Algunas enfermedades psiquiátricas incluso son el extremo de esa confusión. Yo a veces pienso que estoy soñando, pero luego luego me convenzo de que no. Cuando era chiquito lo que hacía era pellizcarme para cerciorarme de que no estaba dormido, de que si el pellizco dolía la realidad era ésa y punto. Era un truco que había aprendido por la televisión. Tenías dos opciones: pellizcarte o apretar fuerte los ojos y luego abrirlos como parpadeando. Así resolvían ese problema los niños que salían en la televisión. O si no todos, algunos que vi una vez y que se convirtieron en mis mentores en el tema. Claro, esos niños usaban esas poderosas técnicas cuando pasaban cosas absolutamente increíbles en sus vidas que los forzaban a cuestionarse si estaban soñando. Yo, en cambio, tuve una infancia en la que todo lo que pasaba era bastante creíble. Podías estar de acuerdo o no, gustarte o no, pero todo era digno de crédito para una mente común como la mía. Nunca me tocó viajar en el tiempo, o ver unicornios y mucho menos que me regalaran un auto convertible. Mis mascotas tampoco hablaron nunca... bueno, en realidad, ni siquiera tuve mascota.
Pero de niño seguido me pellizcaba para saber si estaba despierto, si lo que me estaba pasando (que eran cosas absolutamente normales, como ya expliqué) era una cuestión de realidad o resultado de las maquinaciones de mi subconciente (que de niño llamaba por su nombre, es decir, sueños). Terminó por llamarme la atención que siempre que me pellizqué estaba despierto. Era sospechoso, meditándolo con la cabeza fría, cómo era que nunca se me ocurría pellizcarme estando dormido para poder despertarme y comprobar que la técnica aprendida por televisión tenía un fundamento empírico o, simplemente, que funcionaba correctamente para despertar al dormido que se confundía con sus sueños.
Cuando crecí siguió presentándose, aunque en menos ocasiones, la molesta confusión ¿esto es un sueño?/es la realidad/es la vida misma/¿qué carajos es la vida misma?/¿quién soy?/tengo una crisis existencial. Pero los síntomas cambiaron un poco. Ahora cuando me pasa me viene un mareo que se desvanece rapidísimo. La propia confusión se desvanece rapidísimo. No me da pena confesar que sigo usando la técnica de aquellos niños de la televisión de apretar fuerte los ojos, luego abrirlos grandes y parpadear rápidamente. Los pellizcos los eliminé no tanto por su falta de eficacia cuanto porque no me gustan los moretones y, en general, el sufrimiento.
Llegó un momento en la vida en que me convencí de que todas esas patrañas de "la vida es sueño" (con las disculpas a Calderón de la Barca) o la versión más moderna de "la realidad es lo que está adentro de la Matrix", no era un asunto que me debía inquietar. No vaya nadie a creer que tengo razones de peso para sostener esa posición, si yo en algunos casos soy más afecto a los dogmas. Prácticamente me baso para decir que la vida es real en que sería de muy mal gusto enterarse de que después de todos estos años en los que uno se tomó a sí mismo tan en serio, todo era una cosa superflua, perteneciente a la mente o a la metafísica. Piénsenlo bien y se darán cuenta de que sería una broma muy pesada enterarse de que todos los días que nos hemos levantado temprano para ir a la escuela o el trabajo, eran inútiles. Si acaso fuera así, si fuéramos el sueño de alguien más o la creación de una computadora nefasta que estaba aburrida, mejor ni enterarnos. ¡Qué pereza!
Por eso cuando sueño que estoy despierto, mejor me vuelvo a dormir.
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1 comentario:
intrigante, no?? yo por eso, ya no traigo mi totem! prefiero vivir soniando y soniar viviendo...que en la mezcla de las dos se llena mi apachurrado corazoncito para volverlo a poner hampon ;)
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