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Sus zapatillas de ballet ya no recuerdan los días en que eran nuevas, el polvo ha cubierto su brillo y apenas se alcanza a ver que alguna vez fueron rosas. Mientras la pieza se sigue oyendo al piano, es evidente que la coreografía está tan ausente de técnica como llena de espontaneidad. Un par de meses de ensayos en la escuela rural a la que asiste, instruida por un profesor que no tiene más en su currículum que sus buenas intenciones, son suficientes. Ella está feliz con lo que presenta, con el público de medio pelo que la ve expectante. Su felicidad junto con la cándida ignorancia de que hay un mundo mucho más grande que el suyo son una lección abrumadora.
En la tarde lluviosa que siguió a su presentación, en el kiosko del parque contiguo a su casa Raquel rio un largo rato con sus amigas al abrigo de una copiosa borrasca. Algo en su interior la hacía sentirse eufórica y alimentaba sus carcajadas a la menor provocación. El mundo estaba presenciando el espectáculo formidable de la felicidad auténtica, la que es autónoma de toda consideración externa, de la crítica autorizada, de sus estándares estrictos. Esa tarde, en ese pequeño lugar del mundo, la humanidad presenció en su sonrisa el clímax estético del arte.
1 comentario:
no tengo palabras, me hiciste llorar. (lo lei en voz alta a German y estas son sus palabras: impecable, sintaxis perfecta, al estilo de la vieja escuela literaria) - gracias!!!!!1
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