Hace muchos años estudiar en el Instituto Matías Romero de formación diplomática era una ilusión. Tal cual, un sueño con un halo de verosimilitud pero sueño al fin. Pensar que algún día podría estar ahí desencadenaba mi obsesión por construir proyectos y castillos en el aire, costumbre que tengo muy arraigada en mis ratos de ocio. Este viernes que pasó (porque el otro "este viernes", el que viene, no me da todavía nada qué contar) fue el último día del curso que tomamos mis compañeros de generación y yo, como parte de una ambigua tercera etapa del concurso de ingreso al Servicio Exterior Mexicano.
Ya lo sabía yo desde antes que ése era el último día, pero no me había preparado. La nostalgia, como deben de saber los que leen este blog, es una de mis características definitorias. Hace algunos años ya lo había escrito: voy por la vida dejando pedacitos de corazón (y últimamente de hígado, cabe anotar). Volver a la escuelita me hizo una persona muy feliz. No que no tuviera de qué quejarme porque, vamos, la vida es bella pero no justa; pero ha sido una delicia volver a estar en un excelente grupo, compartiendo impresiones, decepciones, alusiones, cansancio y risas informales.
Digo que no me había preparado lo suficiente y lo noté desde que llegué a la primera clase del último día, porque mi atuendo no estaba a la altura de las circunstancias. Los compañeros iban elegantemente ataviados y yo con una camisa rosa-tornasol con la que al moverme me veía brillosito. Había querido aprovechar que se acababan los felices tiempos de vestimenta casual y que desde hoy empieza la formal, el mocasín, la corbata, el traje a rayas. Pero el viernes era un día para celebrar, habíamos ordenado unas tortas de la fonda de la Abuela para acompañar un vino de honor que nos ofrecía el Instituto. La torta no es, sin duda, ningún caviar beluga, pero eran muy especiales porque fueron preparadas por la Abuela, la encantadora señora de la colonia Guerrero que con su hermosa sonrisa de no muchos dientes nos ofrecía sus económicas delicias casi cada día.
Cuando nos tomamos la foto en las escalinatas del Instituto, hasta me pareció que nos veíamos guapos. Claro, era una especie de nostalgia anticipada que suele hacer mella de la severidad de los estándares estéticos tradicionales. Y ahí mismo se gestó el plan de festejar "the end of an era". Hubo por ahí alguna opción adicional a festejarlo en mi casa, pero se impuso el recorte presupuestal y la pertinencia de un esquema de convivencia de colisiones constantes, así que la colectividad decidió en medio del caos que era bueno meter a decenas de personas en el departamento que está enseguida del de mis molestos vecinos, o sea, en el mío.
Fue una fiesta muy divertida por muchas razones, la principal es que los ahí presentes estábamos auténticamente contentos. Otra poderosa razón: es prácticamente imposible que una reunión de más de sesenta personas en un espacio moderado, repleto de bebidas espirituosas y varios iPods con hartos GigaBytes de música, no sea garantía de éxito lúdico. Además, hubo premiaciones en distintas categorías y yo me hice acreedor a la de "mejor anfitrión", en la que era el único nominado. El premio mayor era el Ferrero Rocher de oro -el chocolate de los embajadores- pero no se habían definido con antelación las reglas para conseguirlo, así que se pospuso su entrega para cuando oficialmente tengamos el nombramiento como diplomáticos mexicanos -en unos tres meses, si Dios (y algunos otros nombres que prefiero no mencionar) no disponen otra cosa-.
Se acabó todo en perfectas condiciones, no se quebró ninguna copa, no mataron a ninguna de mis plantas -bueno, eso fue porque yo mismo lo hice hace varios meses- y el portero nunca llamó para callarnos. Un fin de semana tranquilo marcó el puente entre el Instituto Matías Romero de formación diplomática y una vuelta a la burocracia del Estado mexicano, a la cual voy con otras tantas ilusiones, proyectos y castillos en el aire.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
i love it !!! me encantó hermano muchas felicidadess! Espero nos presumas el ferrero Rocher dentro de 3 meses... muaaaah te extraño mucho =D
lil sis
Rafa, espero haber contribuido en algo a la destrucción de tu hígado y en la diversión en todas esas largas horas de encierro en el salón del Matías. Para mi fue tambien el regreso a una época que terminó para siempre!Esperaba no volver a ser estudiante, pero despúes del primer día revisando expedientes me hicieron sentir una súbita nostalgía por esa etapa que acaba de terminar! Fue un gusto enorme compartir esa etapa con el georgeous G4
orgullosa como siempre, feliz como nunca por uno mas de tus multiples logros. Gracias por compartirnos este momento a los alejados del bullicio y de la falsa sociedad, por motivos itinerantes mas no por falta de ganas, que quede claro. Un beso enorme mi buen Rafa!
Publicar un comentario