sábado, octubre 24, 2009

El primer día del año vigésimo noveno de Nuestro Señor

Tengo yo la desafortunada costumbre de publicar con la mayor resonancia posible el advenimiento de mis aniversarios. Resulta que como hay gente que es buena para las matemáticas, para la oratoria, para las relaciones públicas, también los hay -en abundancia- quienes son malos para estos u otros menesteres. Yo confieso que hay un menester en el que soy malísimo: el de recordar fechas. No es que no pueda memorizar cuándo cumple años alguien, es simplemente que nunca veo el calendario como para recordar "ah, hoy es cumple de fulanito", entonces luego la gente se me siente, pero sólo por desconocer mi handicap. El caso es que hoy es mi cumpleaños y estoy muy contento por recibir felicitaciones y deseoso de recibir más porque, aunque nunca he entendido cuál es el mérito real de cumplir años si lo único que hace falta es seguir viviendo, pues como que se siente bonito.

El ejercicio que haré hoy en el blog será simplemente describir cómo fue el último día del año vigésimo octavo de Nuestro Señor, porque yo no quiero ir por la vida haciendo puntos complejos en mi blog -Dios me guarde- cuando las descripciones son tan simples, tan sencillas.

Sonó el despertador a las seis y media, pero mi mano derecha que está bastante mal conectada con mi cerebro, decidió autónomamente que sería buena idea apagar la alarma antes de que se me despertara el resto del cuerpo. El resto de mi cuerpo sabe mejor que a las siete y media yo debo estar saliendo de la cochera para poder llegar tranquilamente a mi curso de formación en el Instituto. Sabe bien el resto de mi cuerpo que no estoy para tener ninguna falta ni retardo sin inquietar a mi súper ego (que no es que sea un ego que esté muy súper, es sólo por meterle una categoría freudiana). Pues dada la iniciativa de mi mano derecha, eran las siete y media y apenas se estaba despertando mi ojo izquierdo y veo el reloj y tuvo que despertar súbitamente al resto de las partes del cuerpo del monstruo que dormían tranquilamente a horas en las que ya tenía que estar bañadas, perfumadas y vestidas.

Corría de un lado al otro del clóset, tratando de pensar qué debía ponerme para ese día, pero era como una pesadilla porque no había camisa que estuviera siquiera remotamente planchada. ¿Debía ser traje porque tendríamos ese día la visita de un Subsecretario o podría ir con alguna polo, escondida bajo un saco casual porque era viernes? Seguía corriendo y no lograba mi cerebro poner orden en esa madeja de ideas contradictorias. Al final ganó lo del viernes casual que es algo más rápido de vestir y no necesito de plancha. No hubo tiempo ni de bañarse, ni de rasurarse, ni de desayunar, así que tomé corriendo un yogur y otra cosa fermentada que estaba en mi refrigerador y durante el camino, entre gritos, cantos y desesperación por el tráfico que es peor los viernes, me los fui tomando para regocijo de mi pancita.

La razón de mi despertar tardío fue sin duda, haber ido la noche anterior a festejar a un buen amigo que cumplió también años y como púsose la conversación sabrosa, era la una de la madrugada y yo iba llegando a casa a dormir. Para haber estado así de cansado el día transcurrió muy tranquilo y pude escuchar sin mucho problema temas sobre multilateralismo, promoción económica, comercial y turística del país en el extranjero, y hasta para dar un tour por la bóveda de tratados del país, con todas las medidas de seguridad para conservar esos viejos papeles, sellados con elegantes lacres y escritos con unas letras preciosas que yo jamás podré dibujar, porque el teclado de la computadora ya me descompuso los genes que hacen letras bonitas.

Como sabía que a cualquiera de mis festejos de cumpleaños vienen aparejados los excesos, decidí para calmar un poco a mi conciencia que tenía que ir un rato aunque fuera al gimnasio. Hice lo que había de hacerse y salí corriendo a buscar el hielo para los cocteles de más al rato en la casa. Fue una misión mucho más difícil de lo que esperaba, pero al final lo logré. Al rato, empezaron a llegar los más puntuales y durante toda la noche unos fueron, otros vinieron, el portero me llamó varias veces para que nos calláramos, los vecinos seguramente me insultaron calladamente, los invitados departían sin callarse. Pero al final, la cosa terminó sin mayor inconveniente, mi casa oliendo a vicios y yo, tirado en la cama, contestando los mensajes de felicitación de los que sí son buenos para recordar fechas y escribiendo en el blog una entrada en lo que viene a ser el primer día del año vigésimo noveno de Nuestro Señor.

2 comentarios:

Paco Bernal dijo...

Felicidades Rafa! Que cumplas muchos. Perdona por no haberte felicitado a tiempo.

Un abrazo fuerte,

Paco

Yayo Salva dijo...

Con retraso, pero Felicidades, Rafa. Eres una persona querida, y por tanto afortunada.
Una barzo.