Una pregunta frecuente que se hace cuando hay cambio de gobierno en México es si en política exterior se dará preeminencia a la relación con Estados Unidos o a América Latina. Considero que plantearse la cuestión en estos términos es si no absurdo sí bastante inútil, ya que no se trata de un juego de suma cero, sino que el país puede diversificar su agenda, para simultáneamente fortalecer sus vínculos económicos con los países latinoamericanos, sin dañar las relaciones comerciales con América del Norte, pero a la vez debe consolidar los vínculos culturales y su liderazgo en la región latinoamericana.
El origen de este cuestionamiento es la singularidad de la posición geopolítica de México en el continente americano: el país está localizado geográficamente en América del Norte y somos vecinos de la economía más grande del mundo y una súper potencia desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero a la vez culturalmente somos parte integrante de Latinoamérica. De cualquier manera, esta singular posición debería ser apreciada no como fuente de conflicto sino como un beneficio que permite unir dos mundos diferentes y poder no sólo coexistir con cada uno, sino lograr mejores estadios de integración para lograr múltiples ventajas para el país.
El espacio económico en el que México está realmente incorporado es en América del Norte, puesto que la gran mayoría de las transacciones comerciales se realizan con Estados Unidos y Canadá, países que junto con el nuestro forman la integración regional (comercial) más importante del orbe, considerando el tamaño de su producción, que es el TLCAN -o NAFTA, por sus siglas en inglés-. El 80% de nuestras exportaciones están dirigida a EE.UU. y aunque las importaciones están ligeramente más diversificadas, también importamos una enorme cantidad de productos de ese país.
No obstante, México está formalmente integrado desde el punto de vista comercial con casi todo el planeta. Tiene tratados de libre comercio con un elevado número de países -Japón, Israel, la Unión Europea, Chile, y un largo etcétera- y es miembro observador de otras integraciones regionales latinoamericanas, como el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y la Comunidad Andina (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú). Sin embargo, este marco institucional que le permite al país diversificar sus exportaciones e importaciones no ha sido debidamente aprovechado y se comercia proporcionalmente muy poco con esas otras economías. Nuestra dependencia con el comercio estadounidense tiene severas desventajas que han sido particularmente evidentes con los efectos de la crisis económica que inició en EE.UU. Las posibilidades de recuperación para una economía dirigida a las exportaciones, como México, son mucho mayores cuando sus destinos están suficientemente diversificados.
Las compañías mexicanas son muy competitivas para el ámbito latinoamericano, pues están acostumbradas a competir con las sólidas empresas estadounidenses y canadienses. Esto les permitiría desplazarse a los países de Latinoamérica y fortalecer dichos mercados, a la vez que consolidarían la presencia de México en esos países y generarían mayores divisas para nuestro país. Sin embargo, no son muchas las empresas mexicanas que han invertido en LA, a pesar de que las que lo han hecho han sido generalmente muy exitosas, como Bimbo, Teléfonos de México o CEMEX.
Otro ámbito en el que México tiene mucho por hacer es la generación del llamado soft power. Ese poder "suave" lo da la presencia y difusión de las ideas y expresiones que convienen a un país (un excelente ejemplo es el cine y televisión producidos en Hollywood y que fomentan en el mundo un estilo de vida que promueve el consumo, situación muy favorable a la economía estadounidense). México ha tenido una difusión importante de su cine, su televisión y su literatura en el subcontinente latinoamericano. Fortalecer la presencia del Fondo de Cultura Económica (editorial pública mexicana) así como promover en el cine temas de interés común, sería un primer paso importante. Adicionalmente, el intercambio de estudiantes y científicos a los centros de estudio mexicanos (que suelen tener un excelente nivel comparativo), sobre todo si se dirige a temas de interés estratégico: como política social, economía, energía y medio ambiente, también fortalecería la presencia y liderazgo de México en la región. Esto en nada afectaría la buena relación con los EE.UU. sino que podría, incluso, mejorarla si se considera que un mayor poder de incidir de nuestro país en la región, daría más importancia a la ya de por sí estratégica relación Estados Unidos-México.
Recapitulando, México puede incluir en su agenda diplomática de manera simultánea el fortalecimiento del intercambio económico y cultural, tanto con América del Norte como con América Latina. De hecho, está en el mejor interés de nuestro país articular mejor las relaciones con las naciones hermanas de Latinoamérica, para no perder el liderazgo y prestigio del que una vez gozó en la región. Pero eso no implica dejar de estrechar una relación comercial y de intercambio de tecnologías tan importante como la que tenemos con nuestros aliados del TLCAN. Es preciso dejar de lado la creencia de que nuestra diplomacia tiene que ser monotemática, cuando las capacidades de nuestro país permiten diversificarla para poder tener una importancia internacional que no esté por debajo de nuestro potencial como nación, como desafortunadamente ocurre en la actualidad.
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