Uno, la verdad, es que es muy egocentrista. Piensa que todo lo que le pasa, o es lo mejor, o es lo peor, o lo más intenso que hay en la vida. Yo, por ejemplo, ahora creo haber pasado por un proceso peor que el descrito en el libro de Franz Kafka, del mismo nombre (no del mismo nombre de Kafka, sino el mismo nombre del último sustantivo, o sea, el libro se llama El Proceso... auch... ya me hice bolas). Y tal vez ni se compare.
Creo que ya había comentado antes que apliqué para el concurso de ingreso al servicio exterior. Mi blog es, de hecho, tanto testigo como víctima de este proceso. Uno, porque he escrito menos que de costumbre (y eso que la costumbre es que escriba poco) y, dos, porque las últimas entradas fueron mis regurgitaciones mentales llamadas, para no ponerles tan feo, "opiniones no solicitadas", las cuales tenían la intención de irme preparando para una de las pruebas que iba a tener que pasar.
No entraré en detalles sobre lo que implica dicho concurso, pero hoy hice la octava prueba (novena, si contamos como prueba la integración del expediente para aplicar, que termina siendo tan laborioso que pareciera que examina tu tenacidad). Fue la última prueba de la segunda eliminatoria (la tercera eliminatoria es más un asunto de resistencia) y se supone que es la más determinante para el ingreso. Y me fue mal. Lo digo así con toda la poca modestia que aún me quedaba (debería darle mejores usos, considerando que me quedaba tan poquita, jeje). Me quedó muy claro que mi desempeño en la entrevista de hoy fue muy deficiente. Como dije que ya no me quedaba modestia, estoy asignándole la culpa no a mi falta de preparación, o de habilidades, God forbids!, sino a la mala fortuna.
Les decía que modestia ya no me queda, pero sí entiendo que debo explicar mejor este último punto para que no vayan a creer los cuatro lectores que soy sólo un arrogante sin razones (porque me gusta más pensar en mí mismo como un arrogante con razones). La mala fortuna se refiere a que me hayan hecho preguntas con una especificidad que requería que hubiera estudiado en particular ese tema. Y son tantos los temas posibles, que realmente nunca estuvo entre mis opciones ese nivel de especificidad. Otra mala pasada que me hizo la fortuna es que leyeran mi Currículum y de ahí desprendieran que mis intereses en la vida son los de un abogado internacionalista; en vez de haber visto el primer punto del CV, que dice que soy Analista de Políticas y que todos mis intereses profesionales van por ese lado. En fin, yo tan guapo que me veía con mi corbata nueva, comprada para la ocasión, pero me parece que no logré convencer a ninguno de los tres sinodales de que mi perfil puede aportar brillo, esperanza y caridad al servicio exterior.
La respuesta que seguro muchos me darán es que no me preocupe, que tal vez me fue mejor de lo que pienso. Dicha respuesta me sería reconfortante si no fuera porque uno de los sinodales de manera muy transparente me hizo saber que mejor fuera pensando qué iba a hacer de mi vida, pero que al servicio yo no entraba (agregue aquí un sonido onomatopéyico así como de golpe, tipo toinnnnng). Así que yo pensé "¿pues qué le vamos a hacer?" y sin quitar mi cara digna seguí pensando "ni que no tuviera yo mi plan B más que armado desde muy enantes -así con todo y palabra en desuso, para que me entiendan los espíritus de mis antepasados hispanoparlantes -".
Cuando salí de la entrevista, aliviado por haber concluido lo que estaba de mi parte en el proceso, todavía tuvo la vida el buen tino de informarme que me habían convocado a una entrevista para ampliar mi perfil psicológico. Al parecer después de cinco horas de exámenes psicométricos y psicológicos escritos, no les alcanzó la información para declararme clínicamente loco. Ya les podría ir ahorrando yo el trabajo, para empezar porque después de esa entrevista ni un estado de salud mental excelente creo que me salve. Pero, además, qué tanto es tantito, yo mismo me diagnostico en este momento como un obsesivo-compulsivo, con tedencia a lo hipocondriaco, católico pero posmoderno, panista pero liberal, preocupado por los derechos humanos y por las últimas tendencias de la moda masculina (aunque no lo parezca). En fin, una mente contrariada, tal vez, pero chistosona; buena onda a pesar del color vampiresco; simpaticón las más de las veces, aunque en otras ponga la abominable cara de what???.
Así que mi parte digna dice que hay que enfocarse en que hay plan B y, sobre todo, que lo traía yo trabajado desde enantes. Mi parte digna (lo que va quedando de ella) también dice que con la ayuda de los espíritus de mis antepasados hispanoparlantes algo se me irá ocurriendo para que, al final de mi vida, pueda ver con satisfacción que resultó mejor de lo esperado, con todo y mis desequilibrios mentales. Porque yo creo que todos esperamos algo así, unos desde el plan A, otros desde el B, y no faltarán los que lo logren hasta el plan Z, ¡pues faltaba más!
viernes, mayo 29, 2009
martes, mayo 19, 2009
Opinión no solicitada no. 3
El punto central con el que trata esta entrada es la viabilidad de incrementar considerablemente el nivel de integración regional de América del Norte. No se abordará de manera exhaustiva la argumentación a favor de consolidar la integración, sino que se asumirá que los beneficios para el subcontinente son mayores que los costos potenciales.
Sin entrar más a detalle, esta mayor integración supone un plan integral de apoyo a la economía mexicana, para llevarla a un estadio de desarrollo que sea compatible con Estados Unidos y Canadá. Visto fuera de contexto, ese plan de apoyo parece una idea descabellada, puesto que se trata de un país rico destinando el dinero de sus contribuyentes para beneficiar a su vecino pobre. Sin embargo, no hace falta más que un breve repaso a la historia del siglo XX para observar que hay, al menos, dos casos muy sobresalientes que lograron profundos beneficios para los países donantes. El primer caso es el llamado Plan Marshall que EE.UU. implementó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial para rescatar las economías destrozadas de las ex-potencias de Europa Occidental, entre ellas Francia, Reino Unido y Alemania. Este plan convirtió a Estados Unidos en la mayor autoridad moral del mundo libre, pero además le permitió exportarle sus bienes a estos países, que muy pronto se convirtieron en prósperas economías, perfectamente integradas con la estadounidense, pero con mejores estados de bienestar.
Un segundo caso muy relevante es el que aplicaron en el viejo continente con el fin de integrar a la actual Unión Europea, los países más ricos para apoyar a sus vecinos más pobres del sur: España, Portugal, Italia y Grecia. Bastaron un par de décadas para llevar a estas últimas naciones a niveles de desarrollo completamente aceptables y comparables con los más ricos del norte. Actualmente, esos fondos de apoyo se están canalizando a las antiguas economías socialistas de Europa Oriental, con un nivel de desarrollo muy por debajo de sus hermanos del Centro y de Occidente, tal vez con resultados menos contundentes, pero que sí han permitido un sólido nivel de integración en casi la totalidad de ese continente (descontando a Ucrania, Rusia, Georgia y otras repúblicas caucásicas y eslavas). Esto ha consolidado a Europa como una economía enorme y le ha permitido conservar un coto de influencia que les hubiera sido imposible conservar a sus decadentes naciones más poderosas por separado.
La única diferencia con el Plan Marshall o los apoyos a las economías menos desarrolladas de Europa es un sentido de fraternidad casi inexistente entre los norteamericanos ricos y su hermano pobre, que más bien es considerado sólo su vecino pobre.
De cualquier manera, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) dio la pauta principal para consolidar la integración. Dicho tratado comercial, firmado en 1994 convirtió a América del Norte en la economía regional más grande del planeta, considerando el valor de su producción. Sin embargo, el casi libre intercambio de mercancías entre Canadá, EE UU y Mëxico no se ha reflejado formalmente en la integración de su mercado laboral, como ha pasado en buena medida en Europa, a pesar de que la migración sí ha aumentado exponencialmente no sólo de mexicanos a EE UU, sino también de estadounidenses y canadienses retirados a comunidades ubicadas en las playas mexicanas, o en algunos de sus pueblos más tranquilos.
Desde el punto de vista formal, sin embargo, la política migratoria estadounidense se ha endurecido en contra del tráfico de mexicanos y este tema es una de las principales causas del ascenso de un nacionalismo en la Unión Americana.
No obstante, la hora cada vez está más cerca de que EE UU pierda su preeminencia en la comunidad internacional, frente al ascenso de las economías china e india. México es reconocido como una de las economías emergentes más prometedoras del mundo y un mayor nivel de desarrollo en nuestro país, reduciría la presión migratoria sobre las comunidades estadounidenses. Además, aumentaría considerablemente un atractivo mercado para los productos de consumo que produce aquél país, incrementando hacia nuestro país sus defictarias exportaciones. La población de México y su sano crecimiento (bono demográfico) es otra atractiva ventaja de integrar toda la región para fortalecer la decadente esfera de influencia de EE UU.
Para México los beneficios de esta integración son evidentes, pues lograr un apoyo estratégico para su mayor desarrollo será un factor clave para fortalecer su democracia e integrarse como un actor clave de la comunidad internacional. Pero si el país no logra esta integración estratégica, si la integración no le ofrece más ventajas que la unión comercial que inició hace ya quince años, tendrá que voltear a las otras economías emergentes (China, India, Rusia, Brasil o Sudáfrica) y separarse del clan norteamericano, caminando hacia rumbos que le resulten más prometedores.
Sin entrar más a detalle, esta mayor integración supone un plan integral de apoyo a la economía mexicana, para llevarla a un estadio de desarrollo que sea compatible con Estados Unidos y Canadá. Visto fuera de contexto, ese plan de apoyo parece una idea descabellada, puesto que se trata de un país rico destinando el dinero de sus contribuyentes para beneficiar a su vecino pobre. Sin embargo, no hace falta más que un breve repaso a la historia del siglo XX para observar que hay, al menos, dos casos muy sobresalientes que lograron profundos beneficios para los países donantes. El primer caso es el llamado Plan Marshall que EE.UU. implementó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial para rescatar las economías destrozadas de las ex-potencias de Europa Occidental, entre ellas Francia, Reino Unido y Alemania. Este plan convirtió a Estados Unidos en la mayor autoridad moral del mundo libre, pero además le permitió exportarle sus bienes a estos países, que muy pronto se convirtieron en prósperas economías, perfectamente integradas con la estadounidense, pero con mejores estados de bienestar.
Un segundo caso muy relevante es el que aplicaron en el viejo continente con el fin de integrar a la actual Unión Europea, los países más ricos para apoyar a sus vecinos más pobres del sur: España, Portugal, Italia y Grecia. Bastaron un par de décadas para llevar a estas últimas naciones a niveles de desarrollo completamente aceptables y comparables con los más ricos del norte. Actualmente, esos fondos de apoyo se están canalizando a las antiguas economías socialistas de Europa Oriental, con un nivel de desarrollo muy por debajo de sus hermanos del Centro y de Occidente, tal vez con resultados menos contundentes, pero que sí han permitido un sólido nivel de integración en casi la totalidad de ese continente (descontando a Ucrania, Rusia, Georgia y otras repúblicas caucásicas y eslavas). Esto ha consolidado a Europa como una economía enorme y le ha permitido conservar un coto de influencia que les hubiera sido imposible conservar a sus decadentes naciones más poderosas por separado.
La única diferencia con el Plan Marshall o los apoyos a las economías menos desarrolladas de Europa es un sentido de fraternidad casi inexistente entre los norteamericanos ricos y su hermano pobre, que más bien es considerado sólo su vecino pobre.
De cualquier manera, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) dio la pauta principal para consolidar la integración. Dicho tratado comercial, firmado en 1994 convirtió a América del Norte en la economía regional más grande del planeta, considerando el valor de su producción. Sin embargo, el casi libre intercambio de mercancías entre Canadá, EE UU y Mëxico no se ha reflejado formalmente en la integración de su mercado laboral, como ha pasado en buena medida en Europa, a pesar de que la migración sí ha aumentado exponencialmente no sólo de mexicanos a EE UU, sino también de estadounidenses y canadienses retirados a comunidades ubicadas en las playas mexicanas, o en algunos de sus pueblos más tranquilos.
Desde el punto de vista formal, sin embargo, la política migratoria estadounidense se ha endurecido en contra del tráfico de mexicanos y este tema es una de las principales causas del ascenso de un nacionalismo en la Unión Americana.
No obstante, la hora cada vez está más cerca de que EE UU pierda su preeminencia en la comunidad internacional, frente al ascenso de las economías china e india. México es reconocido como una de las economías emergentes más prometedoras del mundo y un mayor nivel de desarrollo en nuestro país, reduciría la presión migratoria sobre las comunidades estadounidenses. Además, aumentaría considerablemente un atractivo mercado para los productos de consumo que produce aquél país, incrementando hacia nuestro país sus defictarias exportaciones. La población de México y su sano crecimiento (bono demográfico) es otra atractiva ventaja de integrar toda la región para fortalecer la decadente esfera de influencia de EE UU.
Para México los beneficios de esta integración son evidentes, pues lograr un apoyo estratégico para su mayor desarrollo será un factor clave para fortalecer su democracia e integrarse como un actor clave de la comunidad internacional. Pero si el país no logra esta integración estratégica, si la integración no le ofrece más ventajas que la unión comercial que inició hace ya quince años, tendrá que voltear a las otras economías emergentes (China, India, Rusia, Brasil o Sudáfrica) y separarse del clan norteamericano, caminando hacia rumbos que le resulten más prometedores.
jueves, mayo 14, 2009
Opinión no solicitada no. 2
Una pregunta frecuente que se hace cuando hay cambio de gobierno en México es si en política exterior se dará preeminencia a la relación con Estados Unidos o a América Latina. Considero que plantearse la cuestión en estos términos es si no absurdo sí bastante inútil, ya que no se trata de un juego de suma cero, sino que el país puede diversificar su agenda, para simultáneamente fortalecer sus vínculos económicos con los países latinoamericanos, sin dañar las relaciones comerciales con América del Norte, pero a la vez debe consolidar los vínculos culturales y su liderazgo en la región latinoamericana.
El origen de este cuestionamiento es la singularidad de la posición geopolítica de México en el continente americano: el país está localizado geográficamente en América del Norte y somos vecinos de la economía más grande del mundo y una súper potencia desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero a la vez culturalmente somos parte integrante de Latinoamérica. De cualquier manera, esta singular posición debería ser apreciada no como fuente de conflicto sino como un beneficio que permite unir dos mundos diferentes y poder no sólo coexistir con cada uno, sino lograr mejores estadios de integración para lograr múltiples ventajas para el país.
El espacio económico en el que México está realmente incorporado es en América del Norte, puesto que la gran mayoría de las transacciones comerciales se realizan con Estados Unidos y Canadá, países que junto con el nuestro forman la integración regional (comercial) más importante del orbe, considerando el tamaño de su producción, que es el TLCAN -o NAFTA, por sus siglas en inglés-. El 80% de nuestras exportaciones están dirigida a EE.UU. y aunque las importaciones están ligeramente más diversificadas, también importamos una enorme cantidad de productos de ese país.
No obstante, México está formalmente integrado desde el punto de vista comercial con casi todo el planeta. Tiene tratados de libre comercio con un elevado número de países -Japón, Israel, la Unión Europea, Chile, y un largo etcétera- y es miembro observador de otras integraciones regionales latinoamericanas, como el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y la Comunidad Andina (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú). Sin embargo, este marco institucional que le permite al país diversificar sus exportaciones e importaciones no ha sido debidamente aprovechado y se comercia proporcionalmente muy poco con esas otras economías. Nuestra dependencia con el comercio estadounidense tiene severas desventajas que han sido particularmente evidentes con los efectos de la crisis económica que inició en EE.UU. Las posibilidades de recuperación para una economía dirigida a las exportaciones, como México, son mucho mayores cuando sus destinos están suficientemente diversificados.
Las compañías mexicanas son muy competitivas para el ámbito latinoamericano, pues están acostumbradas a competir con las sólidas empresas estadounidenses y canadienses. Esto les permitiría desplazarse a los países de Latinoamérica y fortalecer dichos mercados, a la vez que consolidarían la presencia de México en esos países y generarían mayores divisas para nuestro país. Sin embargo, no son muchas las empresas mexicanas que han invertido en LA, a pesar de que las que lo han hecho han sido generalmente muy exitosas, como Bimbo, Teléfonos de México o CEMEX.
Otro ámbito en el que México tiene mucho por hacer es la generación del llamado soft power. Ese poder "suave" lo da la presencia y difusión de las ideas y expresiones que convienen a un país (un excelente ejemplo es el cine y televisión producidos en Hollywood y que fomentan en el mundo un estilo de vida que promueve el consumo, situación muy favorable a la economía estadounidense). México ha tenido una difusión importante de su cine, su televisión y su literatura en el subcontinente latinoamericano. Fortalecer la presencia del Fondo de Cultura Económica (editorial pública mexicana) así como promover en el cine temas de interés común, sería un primer paso importante. Adicionalmente, el intercambio de estudiantes y científicos a los centros de estudio mexicanos (que suelen tener un excelente nivel comparativo), sobre todo si se dirige a temas de interés estratégico: como política social, economía, energía y medio ambiente, también fortalecería la presencia y liderazgo de México en la región. Esto en nada afectaría la buena relación con los EE.UU. sino que podría, incluso, mejorarla si se considera que un mayor poder de incidir de nuestro país en la región, daría más importancia a la ya de por sí estratégica relación Estados Unidos-México.
Recapitulando, México puede incluir en su agenda diplomática de manera simultánea el fortalecimiento del intercambio económico y cultural, tanto con América del Norte como con América Latina. De hecho, está en el mejor interés de nuestro país articular mejor las relaciones con las naciones hermanas de Latinoamérica, para no perder el liderazgo y prestigio del que una vez gozó en la región. Pero eso no implica dejar de estrechar una relación comercial y de intercambio de tecnologías tan importante como la que tenemos con nuestros aliados del TLCAN. Es preciso dejar de lado la creencia de que nuestra diplomacia tiene que ser monotemática, cuando las capacidades de nuestro país permiten diversificarla para poder tener una importancia internacional que no esté por debajo de nuestro potencial como nación, como desafortunadamente ocurre en la actualidad.
El origen de este cuestionamiento es la singularidad de la posición geopolítica de México en el continente americano: el país está localizado geográficamente en América del Norte y somos vecinos de la economía más grande del mundo y una súper potencia desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero a la vez culturalmente somos parte integrante de Latinoamérica. De cualquier manera, esta singular posición debería ser apreciada no como fuente de conflicto sino como un beneficio que permite unir dos mundos diferentes y poder no sólo coexistir con cada uno, sino lograr mejores estadios de integración para lograr múltiples ventajas para el país.
El espacio económico en el que México está realmente incorporado es en América del Norte, puesto que la gran mayoría de las transacciones comerciales se realizan con Estados Unidos y Canadá, países que junto con el nuestro forman la integración regional (comercial) más importante del orbe, considerando el tamaño de su producción, que es el TLCAN -o NAFTA, por sus siglas en inglés-. El 80% de nuestras exportaciones están dirigida a EE.UU. y aunque las importaciones están ligeramente más diversificadas, también importamos una enorme cantidad de productos de ese país.
No obstante, México está formalmente integrado desde el punto de vista comercial con casi todo el planeta. Tiene tratados de libre comercio con un elevado número de países -Japón, Israel, la Unión Europea, Chile, y un largo etcétera- y es miembro observador de otras integraciones regionales latinoamericanas, como el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y la Comunidad Andina (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú). Sin embargo, este marco institucional que le permite al país diversificar sus exportaciones e importaciones no ha sido debidamente aprovechado y se comercia proporcionalmente muy poco con esas otras economías. Nuestra dependencia con el comercio estadounidense tiene severas desventajas que han sido particularmente evidentes con los efectos de la crisis económica que inició en EE.UU. Las posibilidades de recuperación para una economía dirigida a las exportaciones, como México, son mucho mayores cuando sus destinos están suficientemente diversificados.
Las compañías mexicanas son muy competitivas para el ámbito latinoamericano, pues están acostumbradas a competir con las sólidas empresas estadounidenses y canadienses. Esto les permitiría desplazarse a los países de Latinoamérica y fortalecer dichos mercados, a la vez que consolidarían la presencia de México en esos países y generarían mayores divisas para nuestro país. Sin embargo, no son muchas las empresas mexicanas que han invertido en LA, a pesar de que las que lo han hecho han sido generalmente muy exitosas, como Bimbo, Teléfonos de México o CEMEX.
Otro ámbito en el que México tiene mucho por hacer es la generación del llamado soft power. Ese poder "suave" lo da la presencia y difusión de las ideas y expresiones que convienen a un país (un excelente ejemplo es el cine y televisión producidos en Hollywood y que fomentan en el mundo un estilo de vida que promueve el consumo, situación muy favorable a la economía estadounidense). México ha tenido una difusión importante de su cine, su televisión y su literatura en el subcontinente latinoamericano. Fortalecer la presencia del Fondo de Cultura Económica (editorial pública mexicana) así como promover en el cine temas de interés común, sería un primer paso importante. Adicionalmente, el intercambio de estudiantes y científicos a los centros de estudio mexicanos (que suelen tener un excelente nivel comparativo), sobre todo si se dirige a temas de interés estratégico: como política social, economía, energía y medio ambiente, también fortalecería la presencia y liderazgo de México en la región. Esto en nada afectaría la buena relación con los EE.UU. sino que podría, incluso, mejorarla si se considera que un mayor poder de incidir de nuestro país en la región, daría más importancia a la ya de por sí estratégica relación Estados Unidos-México.
Recapitulando, México puede incluir en su agenda diplomática de manera simultánea el fortalecimiento del intercambio económico y cultural, tanto con América del Norte como con América Latina. De hecho, está en el mejor interés de nuestro país articular mejor las relaciones con las naciones hermanas de Latinoamérica, para no perder el liderazgo y prestigio del que una vez gozó en la región. Pero eso no implica dejar de estrechar una relación comercial y de intercambio de tecnologías tan importante como la que tenemos con nuestros aliados del TLCAN. Es preciso dejar de lado la creencia de que nuestra diplomacia tiene que ser monotemática, cuando las capacidades de nuestro país permiten diversificarla para poder tener una importancia internacional que no esté por debajo de nuestro potencial como nación, como desafortunadamente ocurre en la actualidad.
miércoles, mayo 13, 2009
Opinión no solicitada no. 1
Estuve tentado a describir lo maravillosamente bien que la pasé en Acapulco el fin de semana, pero me detuvo el hecho de saber que por mejor que lo describa, no le haría justicia al paraíso que tuve la oportunidad de conocer y del cual tuve que devolverme por causas de fuerza mayor (o sea, continuar con mi vida). Y yo sé que van a decir que no fue justo el intercambio (pocas veces los intercambios son justos, de cualquier manera) pero he decidido escribir sobre algún tema que me rebase totalmente.
Esta última característica la cumple casi cualquier tema, así que traté de ser más específico y abordar algún asunto del que, además, tenga alguna idea u opinión, ya que de lo contrario sería un ejercicio más fútil que saludable. Que sea colectivamente interesante, bien saben los lectores de este blog, que no es precisamente mi prioridad bloguera. Y el tema elegido fue el ascenso de China como la nación más poderosa del orbe para las siguientes décadas (se escucha al fondo el coro de los marcianitos diciendo: oooohhhhh!!!).
De muy pequeño recuerdo la frase irónica de "te van a llevar los rusos" cuando alguien decía algo muy tonto, haciendo referencia a los poderosos científicos de la URSS, que era la otra súper potencia que hacía frente a los estadounidenses. Sin embargo, considerando que cuando cayó el Muro de Berlín (noviembre de 1989) yo tenía nueve años, básicamente mi vida ha transcurrido en un período en el que la súper potencia única e indiscutible ha sido Estados Unidos. Y hasta hace pocos años había pocos indicios de que fuera a cambiar radicalmente este balance de poder en la comunidad internacional.
La consolidación de la Unión Europea fue durante un tiempo una "esperanza" de que el casi monopolio del poder internacional no estuviera exclusivamente en las manos de EE.UU. Pero esa esperanza duró muy poco, cuando quedó manifiesto el hecho de que Europa no tiene una política exterior común y que muchos de sus gobiernos son siempre aliados o sometidos a la política exterior estadounidense. De la misma manera, Japón que era la segunda economía más importante del orbe, ni le hacía sombra a la gran potencia, ni parecía querer hacérsela.
Hace unos pocos años que va siendo claro que el poder de China en los ámbitos económico, científico, tecnológico y militar va en aumento de manera sostenida y que en un par de décadas será la economía más grande del mundo. Esto implicará grandes cambios en los equilibrios de poder que existen actualmente, porque si bien falta más tiempo para que le haga competencia al arrollador poder militar de la Unión Americana, "con dinero baila el chango" y donde esté el dinero está el mayor poder de negociación. Adicionalmente, China ha estado movilizando una importante actividad diplomática alrededor del mundo y se ha convertido en el principal aliado comercial de un buen número de países e, incluso, regiones o continentes, desplazando al país de las hamburguesas, la Coca-Cola y Microsoft. Además de haber convertido a África en su área de influencia, incluso está incidiendo en algunos países de América Latina como prestamista de proyectos o empresas públicas, como en Venezuela, Brasil y Argentina.
El crecimiento económico de China durante las últimas tres décadas ha sido impresionante (y devastador para el medio ambiente) logrando hacer crecer su Producto Interno Bruto por arriba del 10% anual, durante casi treinta años. En esta época de crisis, en la que muchas economías van a tener una contracción real de su producción, China se está jalando los cabellos porque "sólo" crecerá su PIB entre 6 y 7%. Pero, adicionalmente a este maravilloso crecimiento económico, esta nación se está consolidando como líder en áreas tan estratégicas como las tecnologías de la información, la producción de energía y la ciencia.
China es actualmente el gran exportador del mundo. La mayoría de los países tienen un déficit comercial con dicha nación porque aunque está naciendo una clase media china, la mayor parte de su población consume aún muy poco de los productos de otros países. Esto le ha permitido acumular unas reservas enormes con las cuales ahora está financiando a otros países, convirtiéndose en un poderoso acreedor (el más importante, por ejemplo, de los bonos del Tesoro de EE.UU.) y ganar amplios márgenes de influencia en el concierto de naciones.
Un crecimiento tan desproporcionado no ha estado privado de consecuencias negativas. Además de un terrible daño a sus propios ecosistemas, China se está convirtiendo en el principal generador de gases con efecto invernadero (que nos hacen el favor de calentar todo el planeta) y no ha aceptado ceñirse a las reglamentaciones del Protocolo de Kyoto, con la justificación de que tampoco EE.UU. lo ha hecho, aunque la razón real es que reducir las emisiones de gases contaminantes le implicaría bajar considerablemente el ritmo de crecimiento de su economía.
El ascenso de China nos presenta otro reto fundamental: se trata de un Estado no democrático, vamos, ni remotamente democrático. Es una economía capitalista, pero dirigida por un gobierno estatista, que ha dado en años recientes marcha atrás a las reformas liberalizadoras, para que el Estado o compañías controladas por el Estado dirijan la economía. Se trata también de un país en el que los ingresos se han dividido de manera muy desigual, en que ciertas familias y dirigentes gubernamentales han amasado grandes fortunas, mientras que el grueso de la población (que es ni más ni menos que un quinto de la población total del mundo) permanece viviendo en condiciones bastante deplorables si se les compara con el mundo desarrollado, e incluso con otras economías emergentes. Asimismo, las violaciones a los derechos humanos en ese país pueden llenar enciclopedias.
Si bien el liderazgo internacional de una nación democrática, como EE.UU., no ha sido ninguna garantía de que se persiga el bien común en el mundo o se logre la paz y la justicia en los principales conflictos internacionales, deberíamos preguntarnos qué podría significar en términos prácticos el liderazgo de un país autocrático y muy hermético, como ha probado ser el gobierno chino.
La capacidad de la Organización de Naciones Unidas para organizar a las naciones, que no están para nada unidas (juego de palabras intended), se ha venido erosionando de manera muy severa. Desafortunadamente, no hay ninguna otra institución internacional que juegue un papel similar a la ONU, por lo que siguen siendo las naciones poderosas las que llenan ese vacío de poder. El problema con esta situación es que, como es de esperarse, defienden sus intereses nacionales sobre los objetivos colectivos de la humanidad. Si no nos encargamos desde ahora de crear un marco institucional que funcione como un verdadero lugar de encuentro y resolución de conflictos entre todos los países del orbe, tendremos en poco tiempo nuevas luchas desgarradoras entre súper potencias, que tendrán como resultado previsible que toda la humanidad empeore sus condiciones de vida y bienestar. Y eso aplicará tanto para las nuevas generaciones como para las nuestras.
Esta última característica la cumple casi cualquier tema, así que traté de ser más específico y abordar algún asunto del que, además, tenga alguna idea u opinión, ya que de lo contrario sería un ejercicio más fútil que saludable. Que sea colectivamente interesante, bien saben los lectores de este blog, que no es precisamente mi prioridad bloguera. Y el tema elegido fue el ascenso de China como la nación más poderosa del orbe para las siguientes décadas (se escucha al fondo el coro de los marcianitos diciendo: oooohhhhh!!!).
De muy pequeño recuerdo la frase irónica de "te van a llevar los rusos" cuando alguien decía algo muy tonto, haciendo referencia a los poderosos científicos de la URSS, que era la otra súper potencia que hacía frente a los estadounidenses. Sin embargo, considerando que cuando cayó el Muro de Berlín (noviembre de 1989) yo tenía nueve años, básicamente mi vida ha transcurrido en un período en el que la súper potencia única e indiscutible ha sido Estados Unidos. Y hasta hace pocos años había pocos indicios de que fuera a cambiar radicalmente este balance de poder en la comunidad internacional.
La consolidación de la Unión Europea fue durante un tiempo una "esperanza" de que el casi monopolio del poder internacional no estuviera exclusivamente en las manos de EE.UU. Pero esa esperanza duró muy poco, cuando quedó manifiesto el hecho de que Europa no tiene una política exterior común y que muchos de sus gobiernos son siempre aliados o sometidos a la política exterior estadounidense. De la misma manera, Japón que era la segunda economía más importante del orbe, ni le hacía sombra a la gran potencia, ni parecía querer hacérsela.
Hace unos pocos años que va siendo claro que el poder de China en los ámbitos económico, científico, tecnológico y militar va en aumento de manera sostenida y que en un par de décadas será la economía más grande del mundo. Esto implicará grandes cambios en los equilibrios de poder que existen actualmente, porque si bien falta más tiempo para que le haga competencia al arrollador poder militar de la Unión Americana, "con dinero baila el chango" y donde esté el dinero está el mayor poder de negociación. Adicionalmente, China ha estado movilizando una importante actividad diplomática alrededor del mundo y se ha convertido en el principal aliado comercial de un buen número de países e, incluso, regiones o continentes, desplazando al país de las hamburguesas, la Coca-Cola y Microsoft. Además de haber convertido a África en su área de influencia, incluso está incidiendo en algunos países de América Latina como prestamista de proyectos o empresas públicas, como en Venezuela, Brasil y Argentina.
El crecimiento económico de China durante las últimas tres décadas ha sido impresionante (y devastador para el medio ambiente) logrando hacer crecer su Producto Interno Bruto por arriba del 10% anual, durante casi treinta años. En esta época de crisis, en la que muchas economías van a tener una contracción real de su producción, China se está jalando los cabellos porque "sólo" crecerá su PIB entre 6 y 7%. Pero, adicionalmente a este maravilloso crecimiento económico, esta nación se está consolidando como líder en áreas tan estratégicas como las tecnologías de la información, la producción de energía y la ciencia.
China es actualmente el gran exportador del mundo. La mayoría de los países tienen un déficit comercial con dicha nación porque aunque está naciendo una clase media china, la mayor parte de su población consume aún muy poco de los productos de otros países. Esto le ha permitido acumular unas reservas enormes con las cuales ahora está financiando a otros países, convirtiéndose en un poderoso acreedor (el más importante, por ejemplo, de los bonos del Tesoro de EE.UU.) y ganar amplios márgenes de influencia en el concierto de naciones.
Un crecimiento tan desproporcionado no ha estado privado de consecuencias negativas. Además de un terrible daño a sus propios ecosistemas, China se está convirtiendo en el principal generador de gases con efecto invernadero (que nos hacen el favor de calentar todo el planeta) y no ha aceptado ceñirse a las reglamentaciones del Protocolo de Kyoto, con la justificación de que tampoco EE.UU. lo ha hecho, aunque la razón real es que reducir las emisiones de gases contaminantes le implicaría bajar considerablemente el ritmo de crecimiento de su economía.
El ascenso de China nos presenta otro reto fundamental: se trata de un Estado no democrático, vamos, ni remotamente democrático. Es una economía capitalista, pero dirigida por un gobierno estatista, que ha dado en años recientes marcha atrás a las reformas liberalizadoras, para que el Estado o compañías controladas por el Estado dirijan la economía. Se trata también de un país en el que los ingresos se han dividido de manera muy desigual, en que ciertas familias y dirigentes gubernamentales han amasado grandes fortunas, mientras que el grueso de la población (que es ni más ni menos que un quinto de la población total del mundo) permanece viviendo en condiciones bastante deplorables si se les compara con el mundo desarrollado, e incluso con otras economías emergentes. Asimismo, las violaciones a los derechos humanos en ese país pueden llenar enciclopedias.
Si bien el liderazgo internacional de una nación democrática, como EE.UU., no ha sido ninguna garantía de que se persiga el bien común en el mundo o se logre la paz y la justicia en los principales conflictos internacionales, deberíamos preguntarnos qué podría significar en términos prácticos el liderazgo de un país autocrático y muy hermético, como ha probado ser el gobierno chino.
La capacidad de la Organización de Naciones Unidas para organizar a las naciones, que no están para nada unidas (juego de palabras intended), se ha venido erosionando de manera muy severa. Desafortunadamente, no hay ninguna otra institución internacional que juegue un papel similar a la ONU, por lo que siguen siendo las naciones poderosas las que llenan ese vacío de poder. El problema con esta situación es que, como es de esperarse, defienden sus intereses nacionales sobre los objetivos colectivos de la humanidad. Si no nos encargamos desde ahora de crear un marco institucional que funcione como un verdadero lugar de encuentro y resolución de conflictos entre todos los países del orbe, tendremos en poco tiempo nuevas luchas desgarradoras entre súper potencias, que tendrán como resultado previsible que toda la humanidad empeore sus condiciones de vida y bienestar. Y eso aplicará tanto para las nuevas generaciones como para las nuestras.
viernes, mayo 08, 2009
Back to normal....
Ya estuvo bueno con la influenza; entre el bombardeo informativo y dos entradas en mi blog, creo que el mundo ya tuvo suficiente. Además, ahora tenemos la firme instrucción de la autoridad de volver todos a la normalidad. Claro que eso va a estar difícil, porque ni este país ni esta ciudad han sido nunca normales y las personas que los habitamos, pues mucho menos. Además, ¡qué aburrido! Si "volviéramos" a la normalidad, qué podría yo publicar en este blog que ya de por sí batalla semanalmente por no morir de inanición de ideas, enfermedad muy letal y que representa una amenaza más severa que la influenza y la malaria juntas.
Yo, no es por presumir (bueno, sí, un poco), festejaré la normalidad yéndome a Acapulco a pasar el fin de semana. Allá invocaré los espíritus de María Félix y Agustín Lara y le compondré un bolero a las epidemias (ya hay cumbia, pero el género romántico no ha sido tomado en cuenta) y cantaré sobre El amor en tiempos de influenza, aunque no sepa muy bien si existan (ni el amor, ni la gripe porcina) o fueron sólo invenciones para entretener al vulgo.
A la sombra de un cocotero planeo ponerme nostálgico y le diré a alguna hipotética María Bonita que se acuerde de Acapulco. Y cuando la sombra ya no me alcance, me dedicaré a quitarme el color lechoso que tan mal combina con mi vanidad de mexicano trigueñito que soy (una vendedora de lentes dixit). Y esperaré el atardecer para decirle al Dios Sol que ya estuvo bueno de tanto infortunio y suplicarle de la manera más atenta que, en la medida de lo posible, nos mande más espaciadamente los temblores, las epidemias y las crisis económicas, porque así todo junto me mareo.
En La Quebrada, donde los acapulqueños se tiran en picada al mar en una angosta ensenada que se forma al fondo de un precipicio, me lanzaré metafóricamente al abismo, porque lo mío, lo mío, no es el deporte olímplco, sino sólo el exhibicionismo. Y mientras vaya en caída libre, sintiendo el viento en mi cara y el traje de baño volando de manera independiente, pensaré que el pudor ha sido sobrevalorado y lo dejaré volar de manera independiente (tanto al pudor como al traje de baño, en ese orden), tratando de que este último caiga en lugar seguro, porque me costó muy caro y no son tiempos éstos de andar perdiendo la ropa.
En las playas de Revolcadero, Dios quiera yo tenga la suerte de hacer lo mismo, porque bañarme en el mar me lo ha prohibido mi oftalmóloga y como ya me habré bronceado lo suficiente enseguida del cocotero antes mencionado, las opciones de divertimento serían verdaderamente reducidas. Y de recoger estrellas de mar en la playa, ni pensarlo, porque eso de andar teniendo contacto con animales termina por mutar los virus; ya tuvimos la gripe aviar y luego la porcina, como para que mi mala suerte haga que contraiga yo la "gripe estelar marina" (aunque el nombre, hay qué decirlo, me ha quedado fabuloso).
Al Pie de la Cuesta, donde las olas agresivamente juguetonas del Océano Pacífico rompen contra la fina arena sin que nada las detenga, esperaré de nuevo el atardecer y con los pies sumergidos en la Laguna de Coyuca pensaré muchas cosas, entre ellas que ya es hora de ir regresando, porque no podré engañar a la autoridad haciéndole creer que mi normalidad consiste en pasar un lunes por la mañana con los pies adentro de la Laguna de Coyuca.
Y el domingo por la tarde, cuando venga por la Autopista del Sol tal vez derrame una lágrima, que no sabré si la ha causado el ardor de la espalda, la irritación de los ojos o la melancolía. Aunque tal vez no derrame nada, porque después de la operación me ha quedado el lagrimal medio reseco. Así que tal vez opte por esbozar una sonrisa picarona y decirle a la vida, mientras le guiño el ojo, que ya iba siendo hora y que hay normalidades mejores y peores, y que yo, por alguna razón, prefiero a las primeras.
Yo, no es por presumir (bueno, sí, un poco), festejaré la normalidad yéndome a Acapulco a pasar el fin de semana. Allá invocaré los espíritus de María Félix y Agustín Lara y le compondré un bolero a las epidemias (ya hay cumbia, pero el género romántico no ha sido tomado en cuenta) y cantaré sobre El amor en tiempos de influenza, aunque no sepa muy bien si existan (ni el amor, ni la gripe porcina) o fueron sólo invenciones para entretener al vulgo.
A la sombra de un cocotero planeo ponerme nostálgico y le diré a alguna hipotética María Bonita que se acuerde de Acapulco. Y cuando la sombra ya no me alcance, me dedicaré a quitarme el color lechoso que tan mal combina con mi vanidad de mexicano trigueñito que soy (una vendedora de lentes dixit). Y esperaré el atardecer para decirle al Dios Sol que ya estuvo bueno de tanto infortunio y suplicarle de la manera más atenta que, en la medida de lo posible, nos mande más espaciadamente los temblores, las epidemias y las crisis económicas, porque así todo junto me mareo.
En La Quebrada, donde los acapulqueños se tiran en picada al mar en una angosta ensenada que se forma al fondo de un precipicio, me lanzaré metafóricamente al abismo, porque lo mío, lo mío, no es el deporte olímplco, sino sólo el exhibicionismo. Y mientras vaya en caída libre, sintiendo el viento en mi cara y el traje de baño volando de manera independiente, pensaré que el pudor ha sido sobrevalorado y lo dejaré volar de manera independiente (tanto al pudor como al traje de baño, en ese orden), tratando de que este último caiga en lugar seguro, porque me costó muy caro y no son tiempos éstos de andar perdiendo la ropa.
En las playas de Revolcadero, Dios quiera yo tenga la suerte de hacer lo mismo, porque bañarme en el mar me lo ha prohibido mi oftalmóloga y como ya me habré bronceado lo suficiente enseguida del cocotero antes mencionado, las opciones de divertimento serían verdaderamente reducidas. Y de recoger estrellas de mar en la playa, ni pensarlo, porque eso de andar teniendo contacto con animales termina por mutar los virus; ya tuvimos la gripe aviar y luego la porcina, como para que mi mala suerte haga que contraiga yo la "gripe estelar marina" (aunque el nombre, hay qué decirlo, me ha quedado fabuloso).
Al Pie de la Cuesta, donde las olas agresivamente juguetonas del Océano Pacífico rompen contra la fina arena sin que nada las detenga, esperaré de nuevo el atardecer y con los pies sumergidos en la Laguna de Coyuca pensaré muchas cosas, entre ellas que ya es hora de ir regresando, porque no podré engañar a la autoridad haciéndole creer que mi normalidad consiste en pasar un lunes por la mañana con los pies adentro de la Laguna de Coyuca.
Y el domingo por la tarde, cuando venga por la Autopista del Sol tal vez derrame una lágrima, que no sabré si la ha causado el ardor de la espalda, la irritación de los ojos o la melancolía. Aunque tal vez no derrame nada, porque después de la operación me ha quedado el lagrimal medio reseco. Así que tal vez opte por esbozar una sonrisa picarona y decirle a la vida, mientras le guiño el ojo, que ya iba siendo hora y que hay normalidades mejores y peores, y que yo, por alguna razón, prefiero a las primeras.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)