miércoles, octubre 10, 2007

El niño de los callejones

La tarde se escucha calmada, sólo la perturba el delicado sonido del viento al acariciar las copas de los árboles. Esa hora del día es el único momento en que se puede percibir el aroma particular de esa hierba que se esconde en los matorrales y que nunca se muestra al mundo, sino a través de su fugaz olor a reposo, a ilusiones incomprendidas. A lo lejos se divisa una de esas enormes aves sombrías que se alimentan de carroña, pero que a sus ojos son tan majestuosas como el ave fénix, vuelan tan alto que le parecen emperadoras del mundo, teniendo a la vista todo lo que él quisiera contemplar. Sus pies van descalzos sintiendo la textura irregular de la arcilla que alguna vez fue lodo y que el paso de los demás esculpió con figuras imperceptibles. No hay nada en su boca pero saborea con entusiasmo un sueño, muchos sueños. Todos saben a gloria, todos le ensanchan el pecho, dibujándole una sonrisa sincera que todo lo abarca, que todo lo puede.

Su rostro retrata la ingenuidad feliz de la infancia, cuando sus ojitos claros se pierden contemplando el rítmico andar de las vacas que va arreando. No va fija la mirada en ninguna parte porque la imaginación vuela sin que nada la detenga hasta que no puede distinguir lo que ve de lo que sueña. Se inventa historias magníficas, inverosímiles, construye enormes puentes, cambia culturas, mueve los corazones. Una vaca se ha detenido, se acerca para palmearla suavemente cuando empieza a caer la pasta verde que triunfó su paso por cuatro estómagos, sólo se salpica un poco y sonríe otra vez para olvidar el asco. Continúa la campirana procesión con el mismo paso sosegado que empezó. Entonces escucha el sonido de las campanas y alcanza a distinguir la cruz que está sobre el campanario. Debe darse prisa si quiere llegar a tiempo al rezo del Rosario, donde continuará con ambiente sacro sus proyectos interminables, sus ilusiones sin desfalco. Llega a la milpa donde dejará pastando a las vacas que lo nutren diariamente y abre con dificultad la puerta cuya cerradura lo mismo tiene púas que espinas. Se quita con cuidado el sudor y el polvo que bañan su frente y sus pálidas mejillas, confundiéndose con sus curiosas pecas. Al cruzar el umbral pasa sus pies por la pequeña asequia de agua fresca y transparente que dobla las hojas de zacate que están en el fondo. Se sienta en el diminuto puente de piedras que surca el canalito y contempla con regocijo el tenaz instinto bovino de pasar la vida moviendo las mandíbulas. Se sume de nueva cuenta en las cavilaciones por las que su mente ha divagado toda la tarde y pasa de dar un discurso elocuente en la más alta tribuna del país a una predica en púlpitos rodeados de gente con intenciones de cambiar. Declama, proclama y reclama, usando las infalibles premisas de que todo cambia y que cuando cambia mejora.

Escucha la segunda campanada de la iglesia y se apura para cerrar otra vez con dificultad la puerta del mecanismo complicado. Corre con un cándido ímpetu, o mejor dicho, con una impetuosa candidez. Es el niño de los callejones. Cada tarde antes de que empiece a oscurecer regresa al pueblo y saluda con sonidos onomatopéyicos a todos los que encuentra. Y aunque es el mismo, cada día es otro porque él se inventa y se reinventa en los callejones, porque la soledad y la inmadurez todo lo pueden.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermano, que relato tan bello has narrado! me encanta como puedes dibujar en nuestras mentes todo aquello que aquél soñador niño pasaba, veía, imaginaba y soñaba... me encantó ver que aún a pesar de las experiencias vividas ese niño sigue vivo en ti y que aún puedes acordarte del montón de sensaciones que uno siente cuando se está en la infancia... ME ENCANTÓ! lo juro que esto superó a tantos escritores que he leído (uuuu siii taaaantos jaja :$)... mañana llegassssssssssss!!!!! =D... yeahh.. quiero abrazarte!...


atte: Little sister

CRISTINA dijo...

Muy, muy bonito.
Un beso, Rafael

Aristóteles dijo...

Una bella prosa literaria.

Saludos.

¡Arriba el norte!

Yayo Salva dijo...

Eres un narrador sensacional, de sensaciones. Ese niño no puede ser sólo imaginado aunque haya sido capaz de despertar y aguzar tu imaginación.
Un abrazo fuerte.

Anónimo dijo...

Y Claro...! llore de nostalgia!!
Te imaginas por que?

Tu admiradora!

Celinita Duran

Dalia dijo...

Precioso, Eres un narrador extraordinario.
(Y a ese niño que raro que no me lo hayan manadado a una de mis clases aún)
Un abrazo

Anónimo dijo...

rafa que bonito escribes t que manera tan maravillosa tienes de describir las horas felices de la infancia