martes, junio 26, 2007

Mi códice

Hace dos años y medio que escribo en este blog. Ha sido lo más cercano que he tenido de un diario de mi vida, aunque sólo abarque el 10% de la misma. En él he plasmado algunos aspectos relevantes de las etapas que he ido viviendo durante su existencia. Ha atestiguado mi vida en cuatro diferentes ciudades en tres países en dos continentes, en las que he vivido en siete diferentes casas. Aunque algunas de esas etapas están bastante cercanas en el tiempo, las veo como parte de mi historia, como si hubieran pasado hace mucho, cuando yo era otro yo. Ahora constan solamente en las vivencias que describí en alguna entrada, en ciertas fotografías o memorias y en amistades que fueron el resultado de las mismas. Y la vida cotidiana absorbe mis atenciones y no me deja ver que lo que soy es el resultado de lo que he sido, que el presente no es más que la acumulación del pasado. Cambian las realidades inmediatas y parece que cambiara todo, porque es difícil darse el tiempo de traer continuamente a colación lo que hacías cuando los escenarios eran radicalemente diferentes y tus compañeros de escena eran otros. Cuáles eran los olores, las imágenes, los dolores molestos, las ilusiones y las satisfacciones de otros tiempos. Y es difícil, sobre todo, porque la nostalgia duele... arde muy adentro del alma y también del cuerpo. Es difícil hacerte consciente cada vez, que los que estuvieron contigo ya no están presentes sino en eventuales correos electrónicos, llamadas o mensajes. Que ahora comes otras cosas en mesas distintas. Que tus actuales interlocutores sostienen contigo otro tipo de conversaciones. Que tus hábitos han cambiado.

Y aunque las memorias no deben ser lastres que te amarren a lo que fue y ya no es, porque la vida es dinamismo constante, tampoco deben tirarse a la basura y mirar siempre adelante negándote a voltear hacia atrás. Y este blog esto ha hecho para mí... de vez en cuando me pongo a leer entradas muy antiguas y hago el esfuerzo mental de reconocerme detrás de esas palabras que, en ocasiones, podría pensar fueron escritas por alguien más. Mi blog se ha vuelto mi códice y ha hecho algo más para mí con su indiscreta función: ha reproducido mis memorias más allá de mis posibilidades orales, ha comunicado mis cosas a gente que nunca conocí y que tal vez no conoceré (personalmente). Y se ha vuelto la materialización (digitalización, para ser exacto) de una buena parte de mi vida, que de tan fugaz pareciera que está en constante desvanecimiento, desapareciendo conforme se vive.

jueves, junio 21, 2007

Solitos

Soledad (loneliness) es definido en Wikipedia como un estado emocional en el que una persona experimenta un poderoso sentimiento de vacío y aislamiento. La soledad es más que el deseo de tener compañía o querer hacer algo con otra persona. La soledad es un sentimiento de estar separado, desconectado y alienado de las demás personas. Quien es solitario puede encontrar difícil o, incluso, imposible tener cualquier contacto significativo con otros humanos. Las personas que padecen soledad frecuentemente experimentan una sensación de vacuidad o vacío interior, con sentimientos de separación o aislamiento del mundo.

Traigo a colación el término y sus implicaciones personales, que están más allá de la falta de compañía, porque las referencias culturales a este sentimiento terrible son varias.

El laberinto de la soledad, ensayo del escritor mexicano Octavio Paz.

Cien años de soledad, novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez.

La soledad, canción del cantante griego-francés Georges Moustaki.

¡Oh soledad! Canción del grupo español Oreja de Van Gogh. Usha-la la, usha-la la.

¿Acaso nos sentimos tan solos los humanos? ¿Acaso es la soledad un sentimiento que se desprende forzosamente de nuestra individualidad? ¿O ser solitario es una situación que se puede decidir con libre arbitrio y, por tanto, abandonar?
No lo sé, son interrogantes que no intento resolver.

lunes, junio 18, 2007

México contra la Real Academia

El insurgente título de esta entrada es menos incendiario de lo que su primera lectura sugiere. Sólo trataré de hacer en este espacio un par de correcciones a las definiciones que se proponen para dos términos usados de manera muy extensa y frecuente en la sociedad mexicana. Ambos términos son relativos a dos categorías socio-culturales, cuyo uso en México es referencia obligada para cualquiera que desee entender conversaciones típicas entre los mexicanos. Me refiero a las palabras "naco" y "fresa". Con los matices que mencionaré posteriormente, una es antónimo de la otra. Su uso es tan extendido, sobre todo entre la población joven, que definir todos sus significados sería una hazaña quijotesca, por lo que me conformaré con informar las connotaciones más comunes y las implicaciones culturales que les dieron origen. Lo anterior, con el objeto de contribuir a una mejor descripción de palabras que, seguramente, se repiten más en las conversaciones ordinarias que otras, que a pesar de su hermoso cuño no escuchamos muy seguido en comunicación oral, dígase 'concomitante', 'inverosímil', o 'inexpugnable'. Sobre todo, considerando que México es, por mucho, el país hispanoparlante más poblado y, además, su influencia lingüística es considerable en la población hispana que reside en Estados Unidos, por el gran porcentaje de mexicanos entre los migrantes hispanos y en otras partes del orbe por las tristemente célebres telenovelas mexicanas.

La Real Academia define naco como:
1. adj. Méx. indio (indígena), señalando su posible origen en el gentilicio de una tribu: totonaco.

En realidad, el término naco es peyorativo en varios sentidos más que para denotar algo indígena. Se utiliza para designar lo vulgar, lo anticool e, inclusive, la expresión ¡qué naco! se usa para cualquier cosa que implique un dejo de desprecio. Puede ser, también, sinónimo de pobre o de corriente.

Fresa, en cambio, es definida como sigue:

1. f. Planta de la familia de las Rosáceas, con tallos rastreros, nudosos y con estolones, hojas pecioladas, vellosas, blanquecinas por el envés, divididas en tres segmentos aovados y con dientes gruesos en el margen; flores pedunculadas, blancas o amarillentas, solitarias o en corimbos poco nutridos, y fruto casi redondo, algo apuntado, de un centímetro de largo, rojo, suculento y fragante.

En ausencia de una referencia a la connotación común de fresa en la sociedad mexicana utilizaré el concepto expresado anteriormente para hacer una caracterización de fresa. Efectivamente pueden ser rastreros y peciolados (lo que sea que signifique) y también son blanquecinos porque se asume que ser fresita completo implica tener la piel blanca. Sus atributos suelen parecer de flores pedunculadas (lo que sea que signifique), pero no son solitarias, sino que se actúa más fresa cuando se está en grupo, así de auténticos. Sus corimbos son poco nutridos sólo cuando se trata de anoréxicas(cos), porque normalmente suelen pasarse de café en restaurante, habiendo sucumbido a una ofensiva vida de consumismo; sus frutos y retoños suelen ser de más de un centímetro de largo y normalmente más fresas que los padres; suculentos sí, porque tratan de ser emulados por los integrantes de la clase media en versiones a veces muy patéticas de wannabeismo, ya que socioeconómicamente están en lo más alto de la pirámide, aunque culturalmente suelen ocupar los segmentos más bajos, por más viajes a París y a Nueva York que hagan al año. Y también son fragantes porque siempre usan el perfume de moda y visten con marcas estadounidenses que tal vez oculten el complejo de inferioridad ante el cual las clases burguesas mexicanas responden con imitaciones de otras naciones, dígase Francia en la primera mitad del siglo XX o Estados Unidos, en la segunda y principios del XXI, de acuerdo a Samuel Ramos o a Octavio Paz.

Ambos términos son relativos, la misma persona puede ser considerada naca por alguien más fresa, o ser tomada por fresa por alguien más "naco". Y estos términos son, en ocasiones, la vara con la que se miden muchas personas. Ser más culto, más íntegro, más amable se hacen a un lado como las categorías deseables por enormes segmentos de la población, y esto sí abarca tanto a jóvenes como adultos casados y con hijos. Vivir en cierta colonia tiene su valor intrínseco en tanto te ubique automáticamente como fresa o naco. Lo mismo aplica a la hora de decidir qué carro comprar y qué ropa vestir.

Respecto a la definición que propone la Real Academia de naco como sinónimo de indio se puede decir que efectiva y desafortunadamente, cinco siglos después de la Conquista española de los territorios habitados por múltiples naciones indígenas en lo que ahora es México, se sigue discriminando lo indígena. Se discrimina de distintas maneras: económicamente: las comunidades indígenas son, con mucho, las más pobres y marginadas en todo el país, los estados del sureste del país como Chiapas, Oaxaca y Guerrero,son los que cuentan con el mayor porcentaje de población indígena y, al mismo tiempo, los estados que indefectiblemente tienen los peores índices socioeconómicos; se discrimina socialmente: decirle a alguien indio quiere decir lo mismo que atrasado, ajeno al progreso, se asocia la piel clara y el cabello rubio con mayor belleza y es difícil encontrarte gente con evidente fisionomía indígena en los centros comerciales más lujosos o en las universidades privadas.

Pero la peor discriminación, por ser la más sutil, es la cultural, y ahí es donde la palabra naco es peyorativa porque refiere originalmente lo indígena. México debe ser uno de los pocos lugares en los que no sólo se discrimina a las minorías vulnerables, también se discrimina culturalmente a la mayoría. Los estereotipos de belleza y distinción en la televisión mexicana y la publicidad son siempre personas de muy acentuada apariencia "occidental". En cambio, la fisionomía más popular en las calles de la ciudad de México y de la mayoría de las ciudades y pueblos mexicanos no aparece en los medios masivos de comunicación. Como si no existiera, a pesar de que el 29% de la población es indígena y 55% mestiza, de grupos europeos e indios; los "europeos" criollos representan sólo el 15% de la población. Si discriminar a las minorías es algo incivilizado y terrible, hacerlo contra las mayorías me resulta aún más absurdo.

En una reciente encuenta de alcance nacional que se realizó a los jóvenes mexicanos, uno de los "problemas personales" que más señalaron tener los jóvenes mexicanos es "ser moreno(a)" y "ser chaparrito(a)". ¿Por qué diablos eso tendría que ser un problema personal? Muy claro, porque la poderosa influencia mediática te hace creer que para ser bonito-feliz-exitoso hay que lucir como los modelos que publicitan los productos que significan que tu vida es exitosa y tiene sentido. Esos mercachifles embaucadores crean conexiones de sentido que excluyen mentalmente de la felicidad a los que no luzcan como sus pósters. Y, oh sorpresa, en México nadie dice nada al respecto. A pesar de lo obvio de la exclusión en televisión, revistas o publicidad de ciertos estándares fisionómicos, típicamente mexicanos, nadie parece darse cuenta ni decirlo. Tal vez sea por una corrección política lamentable, pero el resultado de esa encuesta debería ser prueba suficiente del grave daño cultural que ha ocasionado esa situación y que tanto al gobierno como a la sociedad nos toca resolverla.

Los mexicanos solemos estar felices y contentos con nuestra identidad. Sin embargo, hay varias cuestiones que debemos sacar más a la luz de la discusión pública e informada. Los comunes términos de "naco" y "fresa" deberían ser discutidos con seriedad en las escuelas, para que sean los adolescentes y jóvenes quienes determinen sus connotaciones y reflexionen lo bueno y malo que ellos contienen. Siguiendo a Wittgenstein, el lenguaje es mucho más para la vida que un medio de comunicación, nos forma, pensamos con el y por él y, por esa razón, ciertas palabras de uso común son más determinantes para la cultura que algunos de nuestros pensamientos más políticamente correctos.

viernes, junio 15, 2007

Asuntos varios

1. La semana pasada googleé mis apellidos para entrar directo a mi blog y me encontré con una página del Tribunal Federal Electoral que me permitió saber que la casilla de la que fui funcionario presidente en las pasadas elecciones federales del 2006 fue impugnada por el PAN. La razón de la impugnación es que me hubieran nombrado presidente a mí (un simple elector formado en la fila para votar) en vez de al funcionario secretario que es, de acuerdo a las disposiciones electorales quien debe ocupar ese puesto si el presidente no se presentara. Pero como ya se había hecho el registro informático de todos los funcionarios con sus anteriores puestos, el presidente fue nombrado de los electores que voluntariamente se ofrecieran para tal efecto. Y dado que soy acomedido pues la primera (y única) mano que se alzó fue la mía. Así que me detuve a leer la sentencia que dictó el Tribunal Federal Electoral, cuyo conocimiento me fue posible sólo por azares del destino. Para mi gran solaz y descansada sonrisa constaté que el Tribunal Electoral desestimó la impugnación, por lo que los votos que los ciudadanos emitieron en dicha casilla sí fueron a dar al conteo oficial, lo cual me alegró sobremanera porque fue una "ching%" monumental la que nos dimos ese día, tanto los electores como los funcionarios de casilla para que procediera una impugnación de tan poca monta. Creo que de haberse declarado fundada la demanda yo mismo me hubiera ido a tomar el Paseo de la Reforma y hasta el segundo piso del Periférico, si hubiera sido necesario, porque una cosa es que los partidos estén hambrientos de poder y otra que traten de impugnar todas aquellas casillas donde los resultados no les favorezcan por las más insignificantes minucias. En fin... todo resultó bien y yo, con sus matices, sigo creyendo en las instituciones...

2. Ayer por la noche los niveles de frustración subieron a niveles nunca antes alcanzados porque estaba viendo el final de la segunda temporada de la serie Prison Break y el maldito disco pirata se atoró como se atoran las mulas cuando no quieren cruzar un arroyo. Y casi arrollo hasta la computadora del coraje porque me he quedado con la terrible duda de lo que pasará en el destino de mis personajes. Les recomiendo mucho esta serie, pero vista en DVD porque verla a cuenta gotas en la TV debe ser lo más parecido a tortura medieval que se pueda concebir en este siglo XXI. Lo anterior, a pesar de que estoy muy molesto por los superadísimos (yo pensé) clichés con los que retratan a México que están para soltarse llorando de rabia. Por Dios, si parece que se va a levantar de estar echado a la sombra de un cactus Pedro Infante borracho cantándole a una Adelita que se va en un buque de vapor. Se supone que es la época contemporáneo pero como no quisieron o pudieron venir a grabar a México decidieron que todos los carros que se usan en este país son de modelos previos a 1960, que la gente todavía se atavía con ropa típica de la revolución y que hablamos con diferentes acentos de Univisión o Telemundo, ninguno de ellos auténticamente mexicano. Además, la gente en sus patios tiene llamas y alpacas de los Andes, claro, si viven solamente a cinco mil kilómetros del país, seguramente es el animal doméstico más acostumbrado en los corrales; la gente viaja en camiones con gallinas adentro y sin refrigeración ni, cuándo pensarlo, televisión y las autopistas no son de cuatro carriles sino de escaso uno y medio y, obvio, de terracería. Es cierto, México está atrasado en infraestructura y nivel de vida comparado con Estados Unidos, pero que no vengan a fregarnos con una imagen del mexicano como el siempre atrasado, pobre, bueno... eso sí, pero incapaz de ser moderno. En fin, afortunadamente "México" sólo sale en unos tres capítulos, así que el resto de la serie la disfruto sobremanera, hasta que la piratería me hizo la mala jugada de no dejarme ver el final, justo cuando estaba en lo más interesante, y el protagonista estaba atrapado, sin saberlo, con un abominable enemigo producto de la más elaborada teoría de la conspiración.

3. Hoy me comí deliciosas enchiladas de mole poblano. Como en Sonora, mi desértico hogar, no se come ni mole ni garnachas, como en el centro y sur del país, y el mole es una delicia difícil de superar, yo me la paso pidiendo ese platillo cual turista que acaba de descubrir un tesoro inesperado.

Pues fueron tres cosas con nada en común pero que consideré dignas de mención en este irrelevante y caótico blog.

miércoles, junio 13, 2007

8 cosas sobre mí

Me ha enviado una compañera bloguera una invitación para participar en una actividad en red consistente en compartir un tema. Éste será escribir ocho cosas sobre mí. Ignoro porqué sean ocho cosas y no siete como las nuevas maravillas del mundo, los pecados capitales o el número de enanitos de Blanca Nieves; o diez como los mandamientos o los números de un sólo dígito. Pero, no importa, me parece buena la idea. Sobra pedir disculpas por lo ególatra de hablar de la vida de uno en público, porque básicamente el ejercicio de tener un blog es de un egocentrismo notable. Hasta el nombre de mi blog refiere el lugar prioritario que le concedo a mi vapuleado ego, así que me eximo de toda responsabilidad si mis relatos resultan más personales que lo que quisiera el que esto lea. Inicio el conteo:

1. Varón soltero sin compromiso de 26 años que mide 1.85 m. y pesa 75 kg.

2. Ahora estoy tratando de renegar de mi herencia nerd, pero creo que no podré lograrlo; sobre todo porque no ayuda traer lentes desde que me levanto hasta un segundo antes de cerrar los ojos para dormir.

3. Adicto a la coca-cola y ningún pensamiento sobre sus efectos sobre la salud o el imperialismo gringo han servido para dejar mi relación... la más larga y estable, por cierto.

4. Me gustan mucho los Ruffles sabor crema y especias y los cacahuates estilo japonés (valga aclarar que son invención mexicana y en Japón ni los conocen).

5. Me gusta ir a restaurantes bonitos y caros, pero está fuera de duda que prefiero comerme unos tacos de carne asada o unos dogos en Hermosillo.

6. Quisiera que Huásabas fuera mi pueblo natal, pero por azares del destino nací en la capital... de Sonora.

7. Hablo todo el tiempo solo y en voz alta (muy alta). Pero para no aburrirme lo hago siempre en diálogos en el que una parte de mí está siempre en desacuerdo con la otra parte de mí.

8. De niño quería ser actor infantil y protagonizar una telenovela (tipo Carrusel) de una escuela federalista, en el que cada alumno fuera de un estado de la República. Como la trama iba a complejizarse con treinta y dos personajes, decidí que sólo dieciséis seríamos importantes, la otra mitad básicamente estaría de relleno. (Creo que la idea de excluir del foco a la mitad de los representantes de los estados no era de un espíritu muy federalista que digamos, pero fue la única manera en la que pude solucionar problemas técnicos con el guión). En fin, esto me da pie para hablar del controvertido tema de los estados X de la República. Se aceptan sugerencias.

martes, junio 12, 2007

Mi vida en Huásabas, capítulo 10

Hace ya cinco meses que salí del valle escondido entre montañas, cual Tesoro de la Sierra Madre, donde está enclavado Huásabas. Cuando salí del pueblo por última vez y recorría el tramo recto que conduce a la entrada del pueblo, uno de los pocos que no está saturado de voluptuosas y nauseogénicas curvas, volteé hacia atrás y me despedí del majestuoso cerro de Huásabas, materialización de la nostalgia huasabeña. La vista desde ese punto es fabulosa, se puede ver toda la inmensidad de la montaña que inicia justo donde termina la línea de álamos verde intenso que rodean el río cuando es verano, y amarilla o blanco tronco cuando es otoño o invierno, respectivamente. Pareciera que el cerro te da un abrazo del firmamento pues da la impresión de abarcar todo el horizonte. Así que, después de tantos meses en que la distancia y los pendientes se encargaron de mantenernos separados, la melancolía anda severa y por eso decidí que sería buen remedio ponerme a escribir algo sobre mi vida en Huásabas, cual escapada mental a las mieles de mis recuerdos de infancia.

Algo que quedó particularmente grabado en mi memoria son las tardes en el pueblo, justo antes de que terminara la hora de la siesta, cuando el sol aún era muy fuerte pero empezaba a mostrar signos de debilidad y te regalaba sombras más grandes bajo los árboles y al lado de las tapias que cercaban los corrales. Resulta que tenía yo la mala costumbre de no dormir la siesta y aprovechar para dar rienda suelta a mis "creativas" iniciativas de diversión. Lo anterior, para el absoluto desasosiego de mi mamá que anhelaba la hora de descansar de la dura faena que representaba la crianza de siete sanotes hijos. La siesta es, en realidad, una manifestación cultural de adaptación geográfica muy racional. En los lugares en los que hace tanto calor, como en Sonora, después de comer entre doce y una de la tarde, porque los vaqueros a esa hora comen, no hay razón para estar fuera de casa muriendo de deshidratación bajo los rayos de un sol inclemente. Se aprovecha la fresca madrugada para trabajar y se sale de casa hasta que el sol empieza a ponerse, regándose la banqueta para ayudar a que refresque la temperatura y se sienta uno en la poltrona sobre la acera para socializar al caer la tarde y empezar la noche. Entre esos dos puntos el calor de los exteriores debe ser evitado, por lo que la gente entra a sus refugios y se tira en la cama a dormir una larga siesta, de preferencia en el lugar justo en el que el cooler lanza su "frío" y húmedo viento. La siesta es una institución en los pueblos sonorenses, tanto que se dice que la gente del pueblo de al lado de Huásabas, Granados, se ponía pijama, metía el bacín y se persignaba antes de acostarse a dormirla.

Pero tan racional adaptación geográfica cultural no la entendía yo y aprovechaba esa hora en la que el pueblo era todo silencio y calor, para mojarme con mi hermano con el agua de la manguera del patio, para hacer lo que yo llamaba "trabajos manuales" en una versión sin talento de Cosas y cositas que se proponía destruir todo aquello en lo que yo viera potencial para ser utilizado como material de mis nada artísticas obras, o directamente para hacer lo que todo niño sabe hacer en exceso: mucho ruido. Los amenazadores gritos de mi mamá ordenándonos que nos calláramos eran proseguidos por una chancla volando que con relativo buen tino solía sacarme un chillido de indignación más que de dolor. Pero una vez fue tanta la desobediencia a la orden de silencio que hicimos que se levantara mi mamá de la cama con iracundo cinto de vaqueta en la mano. Cristóbal y yo salimos en fuga hasta lo que llamábamos el "último cuarto" porque estaba al final del pasillo, creyendo que eso sería suficiente para evitar la amonestación máxima que representaba el cintarazo. Desafortunadamente, nuestra fuga no fue suficiente pues el enojo había alcanzado su tope, por lo que nos siguió hasta nuestro lejano refugio. En un arranque de desesperación nos metimos debajo de la cama, pero como Cristóbal fue siempre más ágil que yo él logró meterse al principio y yo quedé en la nada cómoda posición de escudo de cintarazos. Mi hermano se moría de la risa de la situación, mientras yo entre pujidos trataba de esquivar los certeros cintarazos que aleatóriamente mi mamá lanzaba a tientas hacia sus desobedientes hijos. Pero, además, lamentaba yo la injusticia de que me hubiera tocado a mí ser el escudo cuando Cristóbal traía pantalones de mezclilla que amortiguaban mejor los golpes y yo vestía un pequeño shorts que dejaba expuestas mis pálidas y flacuchas piernitas. Todavía nos reímos seguido de esa ocasión en la que se vulneró mi infantil sentido de justicia.

En otra ocasión de solitaria ociosidad a la hora de la siesta se me ocurrió hablar por teléfono a varios números en Estados Unidos, que yo creí que eran gratis pero que no. Me puse a practicar las escasas tres palabras que debo haber sabido en inglés a esa edad y me entretuve bastante en conversaciones cortas con mis gringos interlocutores que, seguramente con cara de interrogación, contestaban preguntas del tipo how are you? que supongo pronunciaba como jau ar iu? Cuando llegó el recibo de teléfono el que no estaba nada contento era mi papá que bien se hubiera ido a pelar con Carlos Slim si hubiera sido necesario por tan onerosos e ilógicos cargos, si no es porque terminé confesando que había sido yo el autor intelectual y material de una travesura tan costosa. Y todo por unas cuantas lecciones de inglés... hice más de diez llamadas... Le debe haber causado ternura mi hambre de conocimientos lingüísticos, porque no hubo ningún castigo. Cuando sí se enojó fue cuando, en ocasión posterior, se me ocurrió marcar a España de manera aleatoria. Me contestó una señora en Málaga con un acento que me pareció muy divertido, quien me informó que la había despertado porque en su natal Málaga eran las cinco de la mañana. Pero como estaba en un mood bastante sociable para esas horas me quedé platicando buen rato con la señora que apodé "malagueña salerosa" como dice la canción.

Así pasaron algunas de mis tardes y en cuanto empezaba a reanimarse la vida del pueblo, cuando de las casas salían los aromas a café recién colado para despejar la modorra de las señores, yo consideraba que ya era hora de volver a ser gregario y volaba en cuanto podía a buscar amigos que quisieran jugar a la bebeleche, a saltar la cuerda, o cualquier otro juego que estuviera de moda en la temporada...

viernes, junio 08, 2007

Atravezando círculos

En estos momentos acabo de entregar el último trabajo de toda la maestría. Después de lo que hice hoy mis labores académicas han concluido definitivamente. Me resulta increíble pensar que los dos años intensos de mi vida que pasé estudiando para ser Maestro en Administración y Políticas Públicas ya terminaron. Fue una inversión en tiempo larga, en realidad. Pero sobre todo fueron una enorme cantidad de fines de semana que no eran sino oportunidades para tener más tiempo para leer, estudiar, escribir, trabajar en equipo, en fin, cientos de noches tirado en mi cama o recargado en algún escritorio tratando de avanzar en mis pendientes escolares. Y lo voy a repetir: ya se acabó. Sí, se acabo hoy y lo reiterativo de mi comentario tiene que ver con que no quiero que me pase de noche el día que tanto anhelé cuando el agotamiento o el agobio sólo me hacían desear terminar con todo esto. Sin embargo, la nostalgia es mi mal irremediable y en el espacio de corazón que no está ocupado por la felicidad de terminar y por el nerviosismo de hacer bien las cosas en mi recién estrenado trabajo, en ese espacio está alojada una inmensa nostalgia de lo que fue y que ya no será. Las charlas cotidianas con mis compañeros de la maestría que la mayoría ya son amigos entrañables. Extrañaré esas conversaciones tribiales tanto como las más acuciosas sobre algún tema público de México o del mundo. Echaré de menos el alivio que se sentía cuando terminabas un examen o entregabas un trabajo; o la satisfacción de enterarte que te fue bien o de una sentida felicitación de parte de un maestro. Recordaré con envida los días en los que el aprendizaje era tan intenso que hasta tu vocabulario cotidiano cambiaba y sólo hablabas con la terminología que ibas aprendiendo. Y me pondré triste de pensar que ya no podré hacer mis chistes sosos y terriblemente nerdosos que utilizaban los términos, argumentos o autores que estuvieron más presentes en la maestría y, peor aún, no podré escucharlos de mis compañeros excepto cuando nos reúnamos en distintos contextos, en diferentes escenarios y no afuera de los escalones de la biblioteca, en frente del asta bandera o sentados en el comedor después de haberle pedido una chapata con un Boing a Doña Felis (gracias Doña Felis, jeje). U organizar un viaje en los fines de semana que no estuvieran ni cerca de los parciales ni de los finales, o sea, muy pocos. También extrañaré no tener credencial de estudiante y poder obtener algún descuento significativo para los ingresos de una beca Conacyt que era, a la vez, tan buen sustento. Supongo que tanta nostalgia ya sabrá a cursi, pero he decidido que la disfruto tanto como las alegrías que me da lo nuevo.

De regreso de Santa Fe, cuando fui hoy a entregar la versión impresa de mi tesis a mi supervisor, el tráfico de tan célebre zona se despidió con broche de oro, a vuelta de rueda desde que salí del CIDE hasta que llegué a la estación de metro. Tantas horas de mi vida pasadas en esa ruta con tráficos estancados deben tener su significado especial. Y como el día era lluvioso también decidí hacer algo que hago muy poco y solté dos o tres lagrimitas celebrando el fin de una era (para mi vida, claro está, pero puesto en términos paleontológicos se escucha más rimbombante) y el inicio de otra. Mandé algunos mensajes de texto a quienes estuvieron presentes de manera especial en esta etapa y le di vuelo al carrusel de las sensaciones. Debo confesar que lo disfruté sobremanera.

Ahora estoy en la oficina y en la mañana me enteré que mi anhelado sueño de tener fines de semana para mí se ha esfumado, por lo menos para este fin que yo planeaba soltar mi cabellera. El trabajo se acumuló y hay que sacarlo. No será difícil resignarme, hace dos años que mis fines de semana no significan mucho para mí. Ya llegarán los gloriosos tiempos en los que pueda dormir hasta que el ombligo se me hinche y que sea el amo absoluto de mi tiempo libre. Por lo pronto, sigo con la sonrisa perenne en los labios porque una vez más me puedo decir a mí mismo con conocimiento de causa que los sacrificios tienen recompensas.

lunes, junio 04, 2007

Mariscos, soundtrack y un poco de sueño en los párpados

Los tres componentes de este título hacen referencia a los tres elementos que hacen su presencia más fuerte mientras esto escribo. Vamos con el primero: mariscos. Pues resulta que dando vueltas por el centro histórico tratando de encontrar cada vez más lugares, di con un edificio de muy ornamentada arquitectura que me llamó la atención porque se podía ver desde afuera que había una exposición de pinturas en su interior. Me acerqué al guardia que cuidaba la entrada con una cara de evidente indiferencia para preguntarle que si qué era ese edificio. Me respondió que era el Casino Español. Ya había escuchado bastante sobre su restaurante, por lo que me dije a mí mismo que comer ahí, aunque fuera con las soledades de mi hora de comida, podría ser una buena y gastronómica manera de conocer el lugar. Así que me dirigí al restaurante que estaba en el primer piso, no sin antes contemplar la belleza del lugar que es mucho mayor que lo que se puede ver desde afuera. Tiene esas escaleras de las que parece bajará corriendo en un ataque de histeria Carlota de Bélgica (aunque cuando fui a Bruselas le llamaron, para mi desasosiego, Carlota Emperatiz de México, jah!) sosteniendo sus abultadas faldas llenas de crinolina, molesta por haber descubierto que Maximiliano de Habsburgo tenía de fiel lo que ella de cuerda. Aparte de esas escaleras majestuosas tiene un bonito vitral en el techo, unos arcos decorados de cantera muy garigoleada y un salón de fiestas con piso de duela de muy abundantes dimensiones, rematado por un techo tan churrigueresco que parece se te caerá encima y al fondo el retrato de sus majestades los reyes de España, que por algo llevará el nombre de casino español. Pues el caso es que ahí me comí una comida corrida que en todos sus tiempo llevaba algún (o algunos) mariscos, excepto en el flan que me dieron de postre que ya hubiera sido un abuso. Pues debo haberme comido a un integrante de cada especie marina porque tengo el estómago que parece que va a explotar (un poco de gozo y otro poco por la falta de espacio).

El segundo elemento del título hace referencia a la padrísima banda sonora de la película The Royal Tennenbaum que tuve a bien conocer hace un par de días y que pedí prestado con la intención de nunca jamás regresarlo, porque es encantador, mucho más que la película que tanto me gusta. La música se parece un poco a mi vida, un poco de todo: comedia, dramas de sutil complicación, tragedias inexistentes, gestos melosos, qué sé yo, embonó perfecto con lo que andaba buscando lo que me queda de sensibilidad artística.

Finalmente, el tercer elemento, o sea, el sueño en los párpados es resultado de la combinación de un fin de semana excelente con actividades varias que incluyó hermoso concierto de Luis Eduardo Auté en el no menos bello Teatro de la Ciudad. No conocía personalmente en persona a ninguno de los dos, aunque la música del primero me ha acompañado a lo largo de muchos momentos de mi vida y es código compartido con amigos entrañables. También recibí la digna presencia de Su Majestad la Petra, reina soberana de los territorios de Durango, en México, y de Cholet, en Francia que me hizo reír todo el fin de semana. Pero como tenía que terminar un trabajo que es el penúltimo pendiente de la maestría, mis horas de sueño no fueron adecuadas y después de comer te das cuenta de manera fehaciente que los Barceló podemos perdonar a todos excepto a un buen sueño.

Y como dicen comúnmente los corridos en su último verso: "ya con esta me despido..."