viernes, diciembre 21, 2007
Reportando desde el hemisferio sur
Les había yo preparado un fotoreportaje que iba a estar requetemono y requetesimpático y con toda la buena onda que traigo aquí en estas tan sureñas latitudes del orbe, pero resulta que mi recién estrenadísima cámara digital Samsung me fue hurtada de manera dolosa y alevosa y apestosa y muchos más adjetivos nefastos que combinan con mi estupidez y mi falta de precaución. Todo eso ocurrió en mi primer día de visita por Buenos Aires, en el que había tomado ya tantas fotos graciosas que empezaba a dudar que el blog las soportaría. Pues ya no tengo ese problema técnico porque como junto con la cámara iban todas mis memorias fotográficas (incluidas las de la boda de Marco que fue un día antes de venirme a Argentina y donde la había pasado tan bien... que eran fotos sin duda memorables). Las dos fotos que aquí incluyo las tomé con la cámara de mis amigos Laura y Pablo en Mar del Plata, con la única intención de que no me olviden tan fácilmente.
En fin, no puedo detenerme más a platicar porque cuando está uno de vacaciones cada segundo cuenta y pues mi blog me será muy entrañable pero mis vacaciones al máximo lo son más. Y... nada, estas líneas tenían ante todo la intención de comunicar que me la estoy pasando "muy macanudamente" (no piensen mal mexicanos, eh? en Argentina se usa esta expresión para indicar que me la he pasado muy simpáticamente). Bueno, en realidad, también quería mandar un saludo muy fuerte a todos por estas fechas navideñas, seguro de son una buena oportunidad de pasarla bien, acompañarse con los queridos y comer fantástico.
Ya tendré oportunidad al terminar el viaje de contarles las cien mil impresiones por día que he tenido desde que llegué (casi todas muuuy positivas!!!) y por lo pronto aquì suspendo para seguir pasándola bien, no sin antes enviar un abrazo enorme y una sonrisa con el Océano Atlántico de fondo que, por primera vez en mi vida, me mojó (los pies, nada más el condenado, porque estaba de frío como el alma de María Félix).
viernes, diciembre 14, 2007
Híjuela... (hijo de la ...)
Híjuela (expresión sonorense para expresar asombro... así :o ).
Pues me la he pasado diciendo "híjuela" desde que llegué a la oficina. Resulta que ayer por la tarde fue la fiesta navideña de la oficina. Era la primera vez que departía en ese contexto con los compañeros de trabajo (y los jefes... ooots). Uno sabe cómo es uno, pero el problema es que los demás no saben, en realidad, cómo es uno. De esta manera, te ven trabajando "arduamente" todos los días, usando un lenguaje seleccionado para expresarte, vestido de traje, corbata y mancuernillas y terminan haciéndose una idea de ti de persona seria y formal. Pero es que yo una vez que me monto en el espíritu festivo soy algo intenso. Me acojo a la consigna de la lógica de lo apropiado y si se trata de ir a comer, pues como mucho y si se trata de bailar, pues bailo mucho (prescindir de talento nunca ha sido un obstáculo, por lo que pongo a mover mis dos piernas izquierdas y sea lo que Dios quiera).
No debo abundar mucho en los detalles pero para darles una idea de los desfiguros de los que fui protagonista, les comento que solicité con voz potente que pusieran... reggaeton!!! sí, reggaeton!!! y como yo lo había pedido yo mismo me comedí a ser el primero en la pista. Siendo el promedio de edad de los compañeros muy superior al mío se dejó sentir la brecha generacional, por lo cual mis "curiositos" pasos de baile se convirtieron en el espectáculo de la tarde, ¡oh no! Y ya para tocar fondo una compañera acercó el tubo del micrófono y sólo se oía: "tubo tubo", ¡oh no! "tubo tubo"!!! Y pues ya comprometido con el ambiente accedí a la petición y "tubeé tubeé" (twice!!!). No puedo negar que la multitud enardecida se regocijaba con el espectáculo, jah! pero es que se me olvidó eso de que hay que cuidar las formas.
El resto de la tarde-noche fue una especie de espiral descendente en la que cada vez se despreciaban más las buenas costumbres y así el espíritu de Timbiriche nos poseyó y luego como era el único norteño de la fiesta, tuve que echarme todos los ritmos provenientes del Norte, y no hubo una canción de Banda, Norteño, Tex-Mex y hasta Pasito Duranguense!!! que se resistiera a mis encantos. Y terminé cantando a dueto (y con micrófono!!!) Mujeres Divinas. Cuando se anunció que la fiesta se acababa estaba el ambiente a tal punto que alguien sacó un sombrero y lo pasó por las mesas para cooperar para una hora más de música y de renta del salón. Y se juntó casi tanta lana como para la ayuda a Tabasco, pero el grupo musical nos desairó porque tenía que irse a otro evento (tal vez es que ya no soportaban más mis pasitos reggaetoneros y no se les ocurrió mejor pretexto).
El caso es que hoy que llego a la oficina con la misma cara digna de todos los días, todos me saludan efusivamente y con cara de sorprendidos preguntan ¿Y cómo amaneciste? ¿Y no estás muy cansado? ¡Qué manera de bailar! ¡La fiesta estuvo buenísima, ¿no?! ¡La jefa estaba impresionada! Y yo por dentro pienso ¡oh no, qué horror! y creo que ya nunca podré recuperar mi reputación de hombre serio y formal, porque la verdad es que los pasitos de reggaeton y las canciones de Timbiriche hacen un daño irreparable a la dignidad y la honorabilidad de las personas.
Pues me la he pasado diciendo "híjuela" desde que llegué a la oficina. Resulta que ayer por la tarde fue la fiesta navideña de la oficina. Era la primera vez que departía en ese contexto con los compañeros de trabajo (y los jefes... ooots). Uno sabe cómo es uno, pero el problema es que los demás no saben, en realidad, cómo es uno. De esta manera, te ven trabajando "arduamente" todos los días, usando un lenguaje seleccionado para expresarte, vestido de traje, corbata y mancuernillas y terminan haciéndose una idea de ti de persona seria y formal. Pero es que yo una vez que me monto en el espíritu festivo soy algo intenso. Me acojo a la consigna de la lógica de lo apropiado y si se trata de ir a comer, pues como mucho y si se trata de bailar, pues bailo mucho (prescindir de talento nunca ha sido un obstáculo, por lo que pongo a mover mis dos piernas izquierdas y sea lo que Dios quiera).
No debo abundar mucho en los detalles pero para darles una idea de los desfiguros de los que fui protagonista, les comento que solicité con voz potente que pusieran... reggaeton!!! sí, reggaeton!!! y como yo lo había pedido yo mismo me comedí a ser el primero en la pista. Siendo el promedio de edad de los compañeros muy superior al mío se dejó sentir la brecha generacional, por lo cual mis "curiositos" pasos de baile se convirtieron en el espectáculo de la tarde, ¡oh no! Y ya para tocar fondo una compañera acercó el tubo del micrófono y sólo se oía: "tubo tubo", ¡oh no! "tubo tubo"!!! Y pues ya comprometido con el ambiente accedí a la petición y "tubeé tubeé" (twice!!!). No puedo negar que la multitud enardecida se regocijaba con el espectáculo, jah! pero es que se me olvidó eso de que hay que cuidar las formas.
El resto de la tarde-noche fue una especie de espiral descendente en la que cada vez se despreciaban más las buenas costumbres y así el espíritu de Timbiriche nos poseyó y luego como era el único norteño de la fiesta, tuve que echarme todos los ritmos provenientes del Norte, y no hubo una canción de Banda, Norteño, Tex-Mex y hasta Pasito Duranguense!!! que se resistiera a mis encantos. Y terminé cantando a dueto (y con micrófono!!!) Mujeres Divinas. Cuando se anunció que la fiesta se acababa estaba el ambiente a tal punto que alguien sacó un sombrero y lo pasó por las mesas para cooperar para una hora más de música y de renta del salón. Y se juntó casi tanta lana como para la ayuda a Tabasco, pero el grupo musical nos desairó porque tenía que irse a otro evento (tal vez es que ya no soportaban más mis pasitos reggaetoneros y no se les ocurrió mejor pretexto).
El caso es que hoy que llego a la oficina con la misma cara digna de todos los días, todos me saludan efusivamente y con cara de sorprendidos preguntan ¿Y cómo amaneciste? ¿Y no estás muy cansado? ¡Qué manera de bailar! ¡La fiesta estuvo buenísima, ¿no?! ¡La jefa estaba impresionada! Y yo por dentro pienso ¡oh no, qué horror! y creo que ya nunca podré recuperar mi reputación de hombre serio y formal, porque la verdad es que los pasitos de reggaeton y las canciones de Timbiriche hacen un daño irreparable a la dignidad y la honorabilidad de las personas.
lunes, diciembre 10, 2007
News...
Una vez superados mis instintos dictatoriales, procedo a volver a ser el sencillo bloguero de siempre sin más ordenanzas que la (un tanto desgastada) carpe diem, que no sé si en español tenga una traducción oficial, pero que me parece sería algo como "aprovecha el momento". Para qué aprovecharlo no lo podría contestar yo, sería demasiado ardua la tarea y cada quién sabe si ver la tele, leer Condorito, trabajar... es una buena opción para, al final del día, tener la sonrisita de la Mona Lisa, o sea, cara de satisfacción por haber cumplido la misión cotidiana. Yo por mi parte, me conformo con hacer público que... ta-ta-tatán... ta-ta-tatán (al fondo se escucha el Réquiem de Mozart, para darle una fúnebre solemnidad al evento) en una semana salgo de vacaciones!!! Wow... son una chulada las vacaciones y aunque éstas no se anuncian como una oportunidad para descansar (porque la agenda la he apretado más de lo que debería) sí parece que van a ser muy divertidas...
Y, no estarán ustedes para saberlo ni yo para contarlo (mi principal problema de comunicación es que no me puedo incomunicar(r) Quino), pero en menos de una semana me voy a... ta-ta-tatán... (al fondo se escucha un tango de Gardel para amenizar la noticia)... les decía que me voy a... Argentina!!! (voces grabadas de marcianitos en coro diciendo Ooohhhhhh!!!).
Sí, por primera vez en la historia (mi Historia} cruzaré hacia el sur esa fabulosa línea imaginaria llamada Ecuador, justo donde la creación le ha dado al planeta Tierra su obesa figura. Por primera vez en la vida voy a celebrar Navidad siendo verano (voces grabadas de marcianitos en coro diciendo Eehhhhh???). Por primera vez en la vida voy a poder investigar la célebre duda de Bart Simpson sobre si en el hemisferio sur el agua del escusado al jalar la cadena da vueltas en sentido contrario al del hemisferio norte. Todas esas interrogantes geográfico/climáticas ocuparán las cavilaciones del viajero irredento que soy.
Así que por la proximidad del viaje ya ando de lunático como el mismísimo Pájaro Loco, tratando de arreglar los abrumadores e intrascendentes pendientitos que todavía falta afinar. Y como estoy iniciando la última semana de trabajo antes de que termine el acelerado 2007, aquí suspendo la perorata con la promesa de reportarme en este medio satelital de comunicación tan pronto como sea posible, no sin antes compartir mi alegría por tener una nueva sobrina, Sara, y extender mi felicitación a Luis y a Laura por la nueva cría (que suena fácil pero es, como lo somos todos, un proyecto de vida independiente!!!)
Y, no estarán ustedes para saberlo ni yo para contarlo (mi principal problema de comunicación es que no me puedo incomunicar(r) Quino), pero en menos de una semana me voy a... ta-ta-tatán... (al fondo se escucha un tango de Gardel para amenizar la noticia)... les decía que me voy a... Argentina!!! (voces grabadas de marcianitos en coro diciendo Ooohhhhhh!!!).
Sí, por primera vez en la historia (mi Historia} cruzaré hacia el sur esa fabulosa línea imaginaria llamada Ecuador, justo donde la creación le ha dado al planeta Tierra su obesa figura. Por primera vez en la vida voy a celebrar Navidad siendo verano (voces grabadas de marcianitos en coro diciendo Eehhhhh???). Por primera vez en la vida voy a poder investigar la célebre duda de Bart Simpson sobre si en el hemisferio sur el agua del escusado al jalar la cadena da vueltas en sentido contrario al del hemisferio norte. Todas esas interrogantes geográfico/climáticas ocuparán las cavilaciones del viajero irredento que soy.
Así que por la proximidad del viaje ya ando de lunático como el mismísimo Pájaro Loco, tratando de arreglar los abrumadores e intrascendentes pendientitos que todavía falta afinar. Y como estoy iniciando la última semana de trabajo antes de que termine el acelerado 2007, aquí suspendo la perorata con la promesa de reportarme en este medio satelital de comunicación tan pronto como sea posible, no sin antes compartir mi alegría por tener una nueva sobrina, Sara, y extender mi felicitación a Luis y a Laura por la nueva cría (que suena fácil pero es, como lo somos todos, un proyecto de vida independiente!!!)
jueves, diciembre 06, 2007
Prohibido visitar este blog y no dejar comentarios...
Quiero ser dictador y el único espacio (aunque virtual) en que creo poder serlo es mi blog. Por lo tanto, empezaré dictando mandamientos, ordenanzas, prohibiciones y ni por casualidad pienso recurrir a referendos, no me vaya a pasar lo que a mi colega en Venezuela que tuvo que hacer carita de puchero y generosamente "aceptar" sus resultados adversos. Así que o dejan comentarios o les mando a mis fuerzas secretas y especiales a hacerles ofertas que no podrán rechazar, if you know what I mean...
miércoles, diciembre 05, 2007
En sus marcas... listas... fuera...
A mí me gustan las listas, son claras, son esquemáticas y puedes palomear o tachar con mucha facilidad. Por esa razón, me he propuesto a hacer una lista en este mismo momento; bueno, en realidad son dos listas. Importantísimas para el buen desarrollo ético y estético del que esto escribe. La he titulado lo que está bien y lo que está mal en la vida (cuando digo 'la vida', interprétese evidentemente como 'mi vida' porque como soy medio egocéntrico, rayando en lo ególatra, piendo que la vida y mi vida es lo mismo). Tampoco esperen una profunda introspección porque no está el maiz para tamales, ni el cerdo para chorizo ni el petróleo para gasolina sin plomo. Lo mío, lo mío es el análisis superficial. Después de los siempre innecesarios preámbulos con los que agobio lo que escribo, procedamos a la relevantísima lista.
(Para que al final no quede el sabor tan amargo, primero enlisto lo malo y luego termino con lo bueno)
Lo malo:
1. No estoy inspirado (y yo que quería componer un poema romántico).
2. Mis intestinos se creen los muy muy... y todo el tiempo me traen a raya con la amenaza de un ataque nuclear de colitis.
3. Tomo taaaanta coca-cola (aguas negras de imperialismo yanquee... qué raro ¿por qué no la habrán inventado los bolivianos con tanta hoja de coca como tienen?... pero tan sabrosa... tan burbujeante... tan ácida y tan dulce a la vez... droga fabulosa, sangre de los nuevos dioses de Wall Street (ah! ya me inspiré y le compuse un romantiquísimo poema a la coca-cola!!!)
4. Como tantos cacahuates japoneses (no sé si sea algo malo, pero esa maldita frase de "nada con exceso todo con medida" me retumba en la cabeza sólo para provocarme remordimientos de conciencia.
5. Mi cuarto está muy desordenado (creo que porque no estoy inspirado, lo más romántico que hago es ordenar la ropa).
6. Son tan falto de modestia que casi no encuentro cosas malas para la lista (mientras mi subconsciente grita ¡pero si te faltan un montón!). Bueno, pero como no hago mucho caso a subniveles freudianos, aquí termino la lista.
Lo bueno:
1. En semana y media me voy a Argentina de vacaciones!!! (no tengo listos muchos detalles del viaje creo que eso podría ir en lo malo, oh no, qué horror!!!)
2. Me compré un megalibrote con toooodas las tiras de Mafalda, son taaaan buenas que me la he pasado riendo.
3. Estoy leyendo por gusto y con mucho gusto... right now, un libro de Fernando del Paso que se llama Noticias del Imperio, una novela basada en la intervención francesa en México, en la segunda mitad del XIX, con un excelente protagonismo de Carlota y Maximiliano de Habsburgo, emperadores de México (ja, los pobres... se la creyeron y no contaban con la astucia del peso de la Historia).
4. Comer... comer es tan bueno, cada día una sorpresa...
5. Trabajar... es raro pero la pasa uno bien, sobre todo cada quincena cuando aparece un nuevo saldo en tu cuenta de banco, ¿no es genial?
Y ahora supendo esta lista porque debo hacer algo que nadie más puede hacer por mí, no sin antes enviar un saludo afectuoso... blah-blah-blah a todos los potenciales lectores de esta oda a la intrascendencia.
(Para que al final no quede el sabor tan amargo, primero enlisto lo malo y luego termino con lo bueno)
Lo malo:
1. No estoy inspirado (y yo que quería componer un poema romántico).
2. Mis intestinos se creen los muy muy... y todo el tiempo me traen a raya con la amenaza de un ataque nuclear de colitis.
3. Tomo taaaanta coca-cola (aguas negras de imperialismo yanquee... qué raro ¿por qué no la habrán inventado los bolivianos con tanta hoja de coca como tienen?... pero tan sabrosa... tan burbujeante... tan ácida y tan dulce a la vez... droga fabulosa, sangre de los nuevos dioses de Wall Street (ah! ya me inspiré y le compuse un romantiquísimo poema a la coca-cola!!!)
4. Como tantos cacahuates japoneses (no sé si sea algo malo, pero esa maldita frase de "nada con exceso todo con medida" me retumba en la cabeza sólo para provocarme remordimientos de conciencia.
5. Mi cuarto está muy desordenado (creo que porque no estoy inspirado, lo más romántico que hago es ordenar la ropa).
6. Son tan falto de modestia que casi no encuentro cosas malas para la lista (mientras mi subconsciente grita ¡pero si te faltan un montón!). Bueno, pero como no hago mucho caso a subniveles freudianos, aquí termino la lista.
Lo bueno:
1. En semana y media me voy a Argentina de vacaciones!!! (no tengo listos muchos detalles del viaje creo que eso podría ir en lo malo, oh no, qué horror!!!)
2. Me compré un megalibrote con toooodas las tiras de Mafalda, son taaaan buenas que me la he pasado riendo.
3. Estoy leyendo por gusto y con mucho gusto... right now, un libro de Fernando del Paso que se llama Noticias del Imperio, una novela basada en la intervención francesa en México, en la segunda mitad del XIX, con un excelente protagonismo de Carlota y Maximiliano de Habsburgo, emperadores de México (ja, los pobres... se la creyeron y no contaban con la astucia del peso de la Historia).
4. Comer... comer es tan bueno, cada día una sorpresa...
5. Trabajar... es raro pero la pasa uno bien, sobre todo cada quincena cuando aparece un nuevo saldo en tu cuenta de banco, ¿no es genial?
Y ahora supendo esta lista porque debo hacer algo que nadie más puede hacer por mí, no sin antes enviar un saludo afectuoso... blah-blah-blah a todos los potenciales lectores de esta oda a la intrascendencia.
lunes, diciembre 03, 2007
Patina y patina... corazón de frente...
Acabo de recibir esta foto del entrañable amigo Basho. La foto es de hace un año (o casi) cuando estaba estudiando en Nueva York (pareciera que pasó hace más tiempo pero es sólo la sensación engañosa de la relatividad del tiempo). Recuerdo vívidamente esa tarde/noche: el nervio de nunca haber patinado sobre hielo y saberme naturalmente impedido para el buen desempeño en los deportes, a un año de haber fracasado escandalosamente en una pista de esquiar en Francia.
Por este mismo medio platiqué los avatares patinísticos que sufrí en esa pista helada de Central Park, que yo veía suspicazmente como el lugar de mi muerte inminente, para darme cuenta un poco después de que no era tan difícil patinar sobre hielo y saber al final de la noche que mi coxis seguía intacto y que la ínfima parte atlética de mi ser se había reivindicado y había terminado honrosa y dignamente uno de sus retos más espeluznantes. En la imagen pueden observar el enorme porcentaje de atención que me requería la invernal actividad, mientras platicaba con el tipo de al lado, Vincent, un gringo de izquierda intensa muy interesado en México, con el que trataba de argumentar en lengua extranjera (en esas horas tan angustiantes en las que mi cuerpo y mi alma estaban desvinculados) que el anarquismo no es una cosa linda. Finalmente, tuvimos muchas coincidencias, pero diferíamos en lo fundamental: ese momento no era adecuado para una plática con intentos de ser profunda, yo simplemente estaba debatiéndome entre la vida y la muerte y la supervivencia viene a ser prioritaria a las conversaciones intelectualmente provocadoras!!!
Pero ahora resulta que abrieron una pista de hielo (la más grande del mundo) en pleno Zócalo de la Ciudad de México y GRAAAAATIS!!! Así que ya estoy psicológicamente preparado para ir mañana a echar una patinada a la hora del receso para la comida y del tiempo para comer ya me ocuparé después... Si todo sale bien ya les estaré reportando las novedades del patinaje artístico chilango (con triple salto mortal que pienso aventarme, ja...) y si en algunas semanas no escribo nada ya pueden ir asumiendo que estoy in articulo mortis tratando de hacer soldar a mis huesos o recomponer mis articulaciones... pero, vamos, que sean el destino y la ley de la gravedad los que decidan.
miércoles, noviembre 28, 2007
Ser o no ser... feo
Pues quezque dijo un juez de baile argentino que trabaja para Televisa, de apellido algo así como Lefauci, que los mexicanos somos los más feos del mundo y que los lindos sólo están en la televisión. Así que ni cómo salvarse: soy mexicano y no salgo en la televisión. Entonces yo me puse a pensar, después de un veredicto de tal envergadura, si de plano estaremos tan feos. El primer pensamiento que cruzó por mi mente fue: yo creo que los filipinos están más feos que nosotros y los coreanos (ni cómo ayudarles), según yo, también nos ganan. Mi segundo pensamiento fue: pero, Rafa, es muy vituperable ceder a los cánones de belleza de evidente influencia europea y, por tanto muy exluyente, con el que se juzga frecuentemente lo bonito y lo feo. Pero, entonces, mi tercer pensamiento fue: si en el caso mexicano los bonitos están solamente en la televisión, quiere decir que el actor Miguel Galván, conocido como "el de la tartamuda" está más lindo que yo. Y entonces se aproximó una depresión severa, porque una cosa es estar responsablemente consciente de que uno no es un Adonis y, otra, muy diferente, es estar más feo que el de la Tartamuda, que es, eso sí, un crimen estético insondable. Y sumido en esas cavilaciones me acordé que tenía que ponerme a trabajar.
lunes, noviembre 26, 2007
Que esto y que l'otro
Mi espalda dijo que ella ya no aguantaba y empezó a doler. Me dijo: "el cuerpo también tiene memoria y yo, la verdad, no perdono". Y así diciendo, me hizo acordarme de hace tres años cuando cargué "apapuchi" (dialecto sonorense para decir, cargar sobre la espalda) a una española con el tobillo roto cuyo nombre no recuerdo, pero seguro se llamaba o Pilar o Inmaculada (o Penélope Cruz sugirió mi optimismo radical). Durante dos cuadras la cargué en la ciudad que alberga a la llantera Michellin, Clermont-Ferrand, en la región francesa de Auvernia. Y por si eso fuera poco, subí larga escalinata con la susodicha mujer a cuestas, que debo aclarar que traía consigo un ligero sobrepeso. Y ayer mientras destendía las sábanas que había lavado un día anterior, la contractura muscular no se hizo esperar y me dijo algo así como "booooh" (con ciertas reminiscencias a Gasparín) y no me ha dejado descansar desde entonces.
Y así, adolorido, me fui a comer carne asada y luego me fui a un concierto de Alejandro Fernández, también conocido como "El Potrillo" porque es hijo de Vicente Fernández que, infiero yo, viene a ser como "El Caballo". El tipo es algo así como la reinterpretación del macho mexicano, sólo que en onda más estética. En honor a la verdad, no soy yo muy fans del mencionado equino pero recibí una oferta que (a la manera de la mafia italiana) no pude rechazar. Básicamente, se trataba de un lugar bastante decente en el enorme Auditorio Nacional que era GRAAAATIS. Yo no sé ustedes, pero si algo me sale gratis difícilmente lo rechazo. La reseña es la siguiente: el tipo cantó tres horas, con tres vestimentas diferentes y tres géneros musicales: pop, mariachi y algo que yo apodo "guapachoso/tropical". Mi parte favorita con mucho fueron las rancheras, los clásicos de clásicos de José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel y Martín Urieta que canté como un verdadero poseído del folklore mexicano. La parte de la que hubiera podido prescindir fueron los millares infinitos de decibeles producidos por los gritos de las mujeres que idolatran al cantante y que perdían todo intento de ser racionales con sus movimientos sepsis y sus pantalones ajustados. El hormonómetro marcaba muy alto y se acercó peligrosamente al nivel HFC (Histeria Femenil Colectiva) que es, de todas, la histeria más peligrosa.
Un día antes habíamos decidido ir al Cirque du Soleil, al espectáculo Quidam. Pero se nos había olvidado que aunque nosotros seamos sonorenses de vida tranquila y apaciguada, vivimos en una ciudad en la que la única constante son las aglomeraciones humanas en todo lo que haya, se presente, se venda o se compre. Y tres horas antes del espectáculo se nos hizo buen tiempo de ir a comprar los boletos, sólo para enterarnos que las localidades estaban agotadas hasta el 13 de diciembre - "¿Gusta uno para esa fecha?". No, señorita, y ahora en la tarde con qué nos entretenemos. Entonces, se decidió que iríamos al teatro a ver una obra que se llama Defendiendo al Cavernícola. En ella, aparece (únicamente) un actor del cine mexicano ochentero, prosaico y desafortunado, que se llama César Bono. El actor no era para nada buena referencia, pero a varios nos habían recomendado la obra, así que pensé para mí "shit happens" y nos arrancamos al teatro a ver la dichosa obra. Baste decir que nos reímos todo lo que duró, que fueron dos horas. Es una serie de reflexiones graciosas sobre los roles y manera de ser de los hombres y de las mujeres al interior de la pareja, con base en la inercia histórica que traemos desde que éramos hombres (y mujeres) de las cavernas. Evidentemente, se sobreexplotaron los clichés pero como para nada son mejores los estereotipos que para hacernos reír, salí divertido y sin culpas.
El resto de la semana había sido andar del tingo al tango: trabajo, curso, gimnasio y todo combinado con cumplir con el buen amigo Marcos que estudia en Georgetown y vino a México, aprovechando sus días libres con motivo del Día del Pavo (como lo llaman los paisanos que viven en los EE.UU. y que los gringos más épicamente llaman El Día de Acción de Gracias). Todo esto sin haberme recuperado del viaje a Hermosillo que fue una acumulación explosiva de alegrías con felicidades y tan entrañable que la tarde antes de regresar la garganta se hacía nuditos, con ganas de que mágicamente yo no me tuviera que ir de mi tierra, o que todos se vinieran conmigo a estos chilangos lares que ahora habito. Y así va pasando la vida rimando con una prosa medio dispar y que se resume en la dispersa conversación unilateral de aquel borrachito que decía "y que esto y que l'otro y pa'allá y pa'acá y que fue y que vino, ¿me entiende compadre?"
Y así, adolorido, me fui a comer carne asada y luego me fui a un concierto de Alejandro Fernández, también conocido como "El Potrillo" porque es hijo de Vicente Fernández que, infiero yo, viene a ser como "El Caballo". El tipo es algo así como la reinterpretación del macho mexicano, sólo que en onda más estética. En honor a la verdad, no soy yo muy fans del mencionado equino pero recibí una oferta que (a la manera de la mafia italiana) no pude rechazar. Básicamente, se trataba de un lugar bastante decente en el enorme Auditorio Nacional que era GRAAAATIS. Yo no sé ustedes, pero si algo me sale gratis difícilmente lo rechazo. La reseña es la siguiente: el tipo cantó tres horas, con tres vestimentas diferentes y tres géneros musicales: pop, mariachi y algo que yo apodo "guapachoso/tropical". Mi parte favorita con mucho fueron las rancheras, los clásicos de clásicos de José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel y Martín Urieta que canté como un verdadero poseído del folklore mexicano. La parte de la que hubiera podido prescindir fueron los millares infinitos de decibeles producidos por los gritos de las mujeres que idolatran al cantante y que perdían todo intento de ser racionales con sus movimientos sepsis y sus pantalones ajustados. El hormonómetro marcaba muy alto y se acercó peligrosamente al nivel HFC (Histeria Femenil Colectiva) que es, de todas, la histeria más peligrosa.
Un día antes habíamos decidido ir al Cirque du Soleil, al espectáculo Quidam. Pero se nos había olvidado que aunque nosotros seamos sonorenses de vida tranquila y apaciguada, vivimos en una ciudad en la que la única constante son las aglomeraciones humanas en todo lo que haya, se presente, se venda o se compre. Y tres horas antes del espectáculo se nos hizo buen tiempo de ir a comprar los boletos, sólo para enterarnos que las localidades estaban agotadas hasta el 13 de diciembre - "¿Gusta uno para esa fecha?". No, señorita, y ahora en la tarde con qué nos entretenemos. Entonces, se decidió que iríamos al teatro a ver una obra que se llama Defendiendo al Cavernícola. En ella, aparece (únicamente) un actor del cine mexicano ochentero, prosaico y desafortunado, que se llama César Bono. El actor no era para nada buena referencia, pero a varios nos habían recomendado la obra, así que pensé para mí "shit happens" y nos arrancamos al teatro a ver la dichosa obra. Baste decir que nos reímos todo lo que duró, que fueron dos horas. Es una serie de reflexiones graciosas sobre los roles y manera de ser de los hombres y de las mujeres al interior de la pareja, con base en la inercia histórica que traemos desde que éramos hombres (y mujeres) de las cavernas. Evidentemente, se sobreexplotaron los clichés pero como para nada son mejores los estereotipos que para hacernos reír, salí divertido y sin culpas.
El resto de la semana había sido andar del tingo al tango: trabajo, curso, gimnasio y todo combinado con cumplir con el buen amigo Marcos que estudia en Georgetown y vino a México, aprovechando sus días libres con motivo del Día del Pavo (como lo llaman los paisanos que viven en los EE.UU. y que los gringos más épicamente llaman El Día de Acción de Gracias). Todo esto sin haberme recuperado del viaje a Hermosillo que fue una acumulación explosiva de alegrías con felicidades y tan entrañable que la tarde antes de regresar la garganta se hacía nuditos, con ganas de que mágicamente yo no me tuviera que ir de mi tierra, o que todos se vinieran conmigo a estos chilangos lares que ahora habito. Y así va pasando la vida rimando con una prosa medio dispar y que se resume en la dispersa conversación unilateral de aquel borrachito que decía "y que esto y que l'otro y pa'allá y pa'acá y que fue y que vino, ¿me entiende compadre?"
jueves, noviembre 22, 2007
Souvenirs d'enfance
Hoy me comí un dulce de limón con relleno de chocolate. Me supo a Navidad cuando era niño. A entusiasmo desbordante por comerme todos los dulces que había a disposición en esas fechas, contrastando con la austeridad de golosinas que distinguían al resto del año. Sabía a tener frío y a andar un poco mocoso. A tener la carita contenta por haber estrenado lo que Santa Clós te hubiera traído. A contestar con tanta alegría la pregunta ¿qué te amaneció? (para referirse al regalo que amanecía el 25 de diciembre abajo del árbol o enseguida del Nacimiento). A esa temporada invernal en que comíamos naranjas del huerto de mi nana, sentados en la banqueta de enfrente de la casa para calentarnos con los rayos del sol.
Sabía bonito, sabía feliz, sabía a túnel del tiempo (¿no que no existía?).
Sabía bonito, sabía feliz, sabía a túnel del tiempo (¿no que no existía?).
viernes, noviembre 16, 2007
Top 10
Para festejar que este fin de semana me voy a la mismísima antítesis del paraíso terrenal, o sea, Hermosillo (que tanto me gusta!!!), me dispongo a enunciar los frivolísimos y arbitrarios Top 10 de... ni más ni menos que... ta-ta-tatán... CARICATURAS!!! Porque ¿quién no fue un niño que se orinaba en la cama por miedo a ir al baño (y/o por frío) y no se deleitó en su cama con olor a amoníaco infantil viendo dibujos animados (eufemismo cursi para decir caricaturas)? Así, procedo a iniciar el conteo (regresivo para que la emoción vaya creciendo conforme se acerquen a mi clásico de clásicos caricaturesco).
En la posición número 10 se encuentra: (se escuchan a lo lejos las fanfárreas para el que apenas logró ingresar a tan distinguida lista): Los Súperamigos (o sea, shúper, shúper amigos)... también conocidos como La liga de la justicia. Sí, es que todo lo arreglaban en el mundo!!! Yo quería ser como ellos y varias fundas de almohada se convirtieron en capas, que era lo único que necesitaba para salvar a este universo de los feroces ataques con los que los superenemigos me ponían tan tenso, casi al punto de detonar colitis infantil.
En el 9° lugar y delatando mi nerdez existencia desde el inicio de los tiempos... El Show de Cantiiiiinflas. Quien se paseaba sin importarle los límites del espacio y del tiempo por antiguos imperios y civilizaciones de todo el planeta, con sus pantalones a la cadera (como el hombre avanzado para su tiempo que siempre fue) y sus simpáticos bigotitos.
En el no menos honroso 8° sitio encontramos a los clásicos Picapiedra, con los que junto a Los Supersónicos Hanna Barbera convenció al mundo de que no importa el tiempo: la humanidad es y seguirá siendo la misma, la única diferencia será lo rudimentario o lo moderno de los accesorios que nos rodean.
Y la 7° posición va para... (aguanten la respiración)... El Pájaro Loooooco. Ese simpático pajarraco demente, cuyo cinismo no ha sido jamás igualado en la pantalla chica ni en la mismísima vida real.
El 6° lugar (aunque no debería decirlo) se lo han ganado a pulso de cursilería los reales y verdaderos Ooooositos cariñositooooos. Sé que es muy peligroso para mi reputación reconocer que veía tan afeminadas caricaturas pero los esterotipos de género no habían permeado aún en el inocente niño mion que se regocijaba con los dibujos en las panzas óseas (de oso), que tan bien retrataban sus personalidades y que tan fluidamente se desenvolvían en su mundo de nubes.
En la posición número 5 encontramos a los mismísimo Pituuuufos, seres de un tono azulado en plan de comunidad hippie, en la que, al parecer, Pitufina era el recurso más compartido. Dicen ahora las malas lenguas que hasta el pitufo más anciano pudo echar mano de la promiscua pitufa cuya vanidad sólo era superada por Vanidoso, cuyo espejito no hacía sino delatar una preferencia que evidentemente no incluía a Pitufina.
El 4° sitio se lo lleva ni más ni menos que el desagradable pero de buen corazón ogro verde de Dreamworks.... Shreeeek. No sobra aclarar que para cuando adquirí su gusto ya no mojaba la cama, pero que me atrapó por sus escatológicas e impertinentes ocurrencias que desdecían todos los valores morales y estéticos que Walt Disney había logrado inculcarme a lo largo de miles de horas en cuentos de princesas, en los que todo era tan claro y acababa tan bien.
Y ya entrados en el cuadro de honor, el tercer lugar se va para una caricatura que nadie conoce (lo cual me hace pensar que sólo la imaginé, pero fueron tantos años que si alguien me convence de que así fue saco cita inmediatamente con el mejor psiquiatra del rancho para que exorcise de una visión tan nítida)... el tercer lugar, insisto, es para... Pheline (léase pe-li-ne). Era una niña que luchaba contra tormentas de nieve en tierras nórdicas, huérfana de su padre y después de su madre que murió de pobreza en el "carromato" (casi un personaje por propio derecho) en el que transportaba el equipo fotográfico que les daba para mal comer. El mejor amigo de Pheline era el burro que arrastraba el carromato, transportándola hasta encontrar a su millonario e industrial abuelo inglés que había desheredado a su padre por haberse casado con una pobretona (oh no! qué asco!). Pues con Pheline sufría yo mucho, pero de ese sufrimiento tan bonito que se puede acompañar con burritos de frijoles (que me preparaba rápidamente en los comerciales).
El 2° lugar de esta lista es también para un clásico de clásicos... Laaaa Paaaantera Roooosa... Tan graciosa, con sus ojotes desorbitados expresando profunda interrogación. Y ese andar, ese ritmo para mover su cola que tan bien combinaba con el turún turún turúuun turún-turún-turún turún-turúuuuuun-tururururún. Chapeau!
Y en primerísimo lugar... los inigualables... los emocionantes e intrépidos... Thuuuunder Caaats. Sí los Thunder Cats fueron un placer indescriptible durante toda mi niñez y vinieron a compensar las afrentas a mi virilidad que me inflingieron los Ositos Cariñositos. Mi consentido: Leono, a la par de Chitara que representaba la impresionante rapidez del animal terreste más veloz del planeta, la chita. Los felinos también ayudaban mucho a que el mundo (que yo pensaba que el suyo y el mío eran el mismo) no se viniera abajo por la maldad indecible del espantoso Moon-Ra.
Y así termina la primera y única edición de la ceremonia de premiación a las diez mejores caricaturas de mi historia, que tanta falta le estaba haciendo al mundo.
En la posición número 10 se encuentra: (se escuchan a lo lejos las fanfárreas para el que apenas logró ingresar a tan distinguida lista): Los Súperamigos (o sea, shúper, shúper amigos)... también conocidos como La liga de la justicia. Sí, es que todo lo arreglaban en el mundo!!! Yo quería ser como ellos y varias fundas de almohada se convirtieron en capas, que era lo único que necesitaba para salvar a este universo de los feroces ataques con los que los superenemigos me ponían tan tenso, casi al punto de detonar colitis infantil.
En el 9° lugar y delatando mi nerdez existencia desde el inicio de los tiempos... El Show de Cantiiiiinflas. Quien se paseaba sin importarle los límites del espacio y del tiempo por antiguos imperios y civilizaciones de todo el planeta, con sus pantalones a la cadera (como el hombre avanzado para su tiempo que siempre fue) y sus simpáticos bigotitos.
En el no menos honroso 8° sitio encontramos a los clásicos Picapiedra, con los que junto a Los Supersónicos Hanna Barbera convenció al mundo de que no importa el tiempo: la humanidad es y seguirá siendo la misma, la única diferencia será lo rudimentario o lo moderno de los accesorios que nos rodean.
Y la 7° posición va para... (aguanten la respiración)... El Pájaro Loooooco. Ese simpático pajarraco demente, cuyo cinismo no ha sido jamás igualado en la pantalla chica ni en la mismísima vida real.
El 6° lugar (aunque no debería decirlo) se lo han ganado a pulso de cursilería los reales y verdaderos Ooooositos cariñositooooos. Sé que es muy peligroso para mi reputación reconocer que veía tan afeminadas caricaturas pero los esterotipos de género no habían permeado aún en el inocente niño mion que se regocijaba con los dibujos en las panzas óseas (de oso), que tan bien retrataban sus personalidades y que tan fluidamente se desenvolvían en su mundo de nubes.
En la posición número 5 encontramos a los mismísimo Pituuuufos, seres de un tono azulado en plan de comunidad hippie, en la que, al parecer, Pitufina era el recurso más compartido. Dicen ahora las malas lenguas que hasta el pitufo más anciano pudo echar mano de la promiscua pitufa cuya vanidad sólo era superada por Vanidoso, cuyo espejito no hacía sino delatar una preferencia que evidentemente no incluía a Pitufina.
El 4° sitio se lo lleva ni más ni menos que el desagradable pero de buen corazón ogro verde de Dreamworks.... Shreeeek. No sobra aclarar que para cuando adquirí su gusto ya no mojaba la cama, pero que me atrapó por sus escatológicas e impertinentes ocurrencias que desdecían todos los valores morales y estéticos que Walt Disney había logrado inculcarme a lo largo de miles de horas en cuentos de princesas, en los que todo era tan claro y acababa tan bien.
Y ya entrados en el cuadro de honor, el tercer lugar se va para una caricatura que nadie conoce (lo cual me hace pensar que sólo la imaginé, pero fueron tantos años que si alguien me convence de que así fue saco cita inmediatamente con el mejor psiquiatra del rancho para que exorcise de una visión tan nítida)... el tercer lugar, insisto, es para... Pheline (léase pe-li-ne). Era una niña que luchaba contra tormentas de nieve en tierras nórdicas, huérfana de su padre y después de su madre que murió de pobreza en el "carromato" (casi un personaje por propio derecho) en el que transportaba el equipo fotográfico que les daba para mal comer. El mejor amigo de Pheline era el burro que arrastraba el carromato, transportándola hasta encontrar a su millonario e industrial abuelo inglés que había desheredado a su padre por haberse casado con una pobretona (oh no! qué asco!). Pues con Pheline sufría yo mucho, pero de ese sufrimiento tan bonito que se puede acompañar con burritos de frijoles (que me preparaba rápidamente en los comerciales).
El 2° lugar de esta lista es también para un clásico de clásicos... Laaaa Paaaantera Roooosa... Tan graciosa, con sus ojotes desorbitados expresando profunda interrogación. Y ese andar, ese ritmo para mover su cola que tan bien combinaba con el turún turún turúuun turún-turún-turún turún-turúuuuuun-tururururún. Chapeau!
Y en primerísimo lugar... los inigualables... los emocionantes e intrépidos... Thuuuunder Caaats. Sí los Thunder Cats fueron un placer indescriptible durante toda mi niñez y vinieron a compensar las afrentas a mi virilidad que me inflingieron los Ositos Cariñositos. Mi consentido: Leono, a la par de Chitara que representaba la impresionante rapidez del animal terreste más veloz del planeta, la chita. Los felinos también ayudaban mucho a que el mundo (que yo pensaba que el suyo y el mío eran el mismo) no se viniera abajo por la maldad indecible del espantoso Moon-Ra.
Y así termina la primera y única edición de la ceremonia de premiación a las diez mejores caricaturas de mi historia, que tanta falta le estaba haciendo al mundo.
miércoles, noviembre 14, 2007
Sí, sí... que se case la gente
Este fin de semana nos fuimos al estado de Hidalgo a la boda de una estimadísima amiga y compañera de la maestría. Yo tenía hasta cierto punto reserva sobre las bodas porque me da la impresión de que asistir a los matrimonios de tus amigos te inicia en el rito y luego te exige que tú mismo te sientas presionado para pertenecer al selecto grupo que sigue armando sus respectivas familias a través del matrimonio. Pero, nah!!! Cuál presión? a la hora de la hora te la pasas padrísimo, comiendo, bailando, bebiendo y todo a expensas de los estimados novios. Deseo aclarar que esta foto no tiene que ver con la idea expresada en el popular dicho "se le está yendo el tren" para referirse a las últimas oportunidades para conseguir pareja para matrimoniarse, sino solamente a que, frente al tranquilo hotel/hacienda en el que nos hospedamos, pasaba el tren y no dejé pasar la oportunidad para fotografiarme con él.
Como les decía la boda no era en la ciudad de México, sino que había que transladarse al estado de Hidalgo, que no está lejos del Distrito Federal, por el contrario, uno de sus municipios forma parte de la zona metropolitana de la ciudad de México. Pero al lugar al que íbamos sí implicaba alejarse de la mega urbe, para fortuna de nuestros estreses. Hidalgo está ubicado también en el altiplano central (creo) y traigo este dato a colación porque efectivamente el paisaje se regalaba bastante plano con algunas colinas muy tersas plantadas con terrazas de un cactus de nombre maguey y de apariencia muy estética, cuya savia se usa para la elaboración de una bebida alcohólica muy tradicional (y viscosa) del centro de la República: el pulque. Los paisajes son suaves y de colores mate, semejando ciertas imagenes de la Toscana, en Italia. El viaje mismo, entonces, fue un lujo, sobre todo porque en un par de ocasiones me bajé a algún puesto carretero a comprar una delicia de la gastronomía local que se llama "paste", que son unos panes hecho de hojaldre (mil hojas) con muy diversos rellenos, dulces o salados: papas con chorizo, pollo con queso, rajas de chile, mole, cajeta, largo etc. Como lo sugiere la palabra altiplano, los terrenos son, además, muy altos, lo que ocasiona que la temperatura baje muchísimo (y así sucedió, como ya les contaré más adelante).
Un problema frecuente conmigo es la obsesión con llegar temprano a todos lados. Esta vez no pudo ser la excepción, por lo que sugerí (sin que nadie prudente me lo desaconsejara) que partiéramos temprano, a las diez de la mañana para desasosiego de mi intento de desvelarme el viernes. Y así fue, algunas horas antes de la fijada para la boda ya estábamos en el lugar en el que habría de ser la unión civil: la ex-hacienda de Xala, hacienda que lo fue, real y verdadera, desde el siglo XVI (e insisto, en México, excepto por los vestigios prehispánicos, una construcción de esa época es realmente muy antigua, pues fue apenas posterior a La Conquista). La actividad que nos pareció más adecuada para pasar es rato fue montar bicicleta, pero no nos fue posible porque todas las que nos podían rentar en el hotel se encontraban en terrible estado de ponchamiento. Así, tuvimos que urgar a los alrededores de la apartada ex-hacienda (que está como en las inmediaciones del monte absoluto). Lo que encontramos fue suficiente: un lago, supongo, artificial con níveos patos y todo, que estaba enfrente de un área de juegos. Entonces, nos inventamos que no habíamos tenido infancia y decidimos retar los estereotipos relacionados con la edad, el nivel académico y la madurez, subiéndonos a todos y cada uno de los juegos infantiles (por así decirlo). Si bien lo dice la gente, lo de que la ociosidad es la madre de todos los vicios (y la televisión el vicio de todas las madres).
De cualquier manera, la sensación fue extremamente reconfortante, estábamos en un lugar completamente solo, parecía incluso desolado. Los ruidos a los que, en aras de la civilización y el progreso, nos hemos habituado son realmente molestos cuando los comparas con lo que yo llamo el sonido del silencio. Esa especie de estado de tranquilidad absoluta, aderezada con el susurro que provoca el viento cuando frota las copas de los árboles (tan diferente del ruido metálico que está haciendo una secretaria a mi lado tratando de acomodar un cajón). En fin, fue contemplar el ritmo de un mundo que te resulta ajeno, pero te atrapa fácilmente en sus cómodos brazos, tanto la plática cómoda de los locales, el silente nado de los patos hasta, eventualmente, el romántico ruido que hace el tren al acercarse a los pueblos ferrocarrileros. Todos esos pequeños detalles llegan a constituir un nuevo hábitat, que no sé si por ser yo un retrógrado consumado, lo considero más humano que el paso injustificadamente veloz de las grandes ciudadas atrofiadas por la acumulación de vicios de sus abundantes pobladores.
Puntuales como habíamos sido para llegar al lugar lo fuimos para establecernos en el jardín en el que se oficiaría la ceremonia civil, a pesar de las dificultades para caminar que experimentaron Gaby, Tere y Jimena, que con sus tacones altos batallaban para moverse en los empedrados y el césped, cual Bambi recién nacido. Sólo para enterarnos por las propias circunstancias que habíamos llegado una hora antes de lo indicado. En fin, hacía un sol resplandeciente que, en mi optimismo, aproveché para "broncearme", a pesar de saber que mi piel no es muy afecta a los tonos interesantes y le encanta ser de tono fúnebre. La ceremonia fue muy bonita, con estentórea contradicción del oficial del Registro Civil del estado de Hidalgo incluida, quien dijo algo así como: "el matrimonio es el único medio de formar a la familia" lo cual por ser empíricamente tan falso tuvo que matizar con un "aunque existen otros medios válidos de formar la familia" (ora, pues, que sí o que no, porque yo ya no entendí).
Fuera de cualquier discusión sobre la relación social del matrimonio y la familia estábamos muy contentos por Marco y Judith que se veían radiantes de felicidad (oh no! redacto igual que la prensa rosa). Y nada mejor para compartir la felicidad que acudir (tan temprano como siempre) a la fiesta que con baile y una deliciosa cena, obra también de la gastronomía local, nos tuvo toda la noche y hasta la madrugada muy retecontentos. Yo estaba, para empezar, fascinado con la entrada que fueron unos impresionantes tlacoyos de haba, con una salsa que de tan buena daba miedo (sobre todo cuando tienes el tracto digestivo un tanto cuanto hecho pedazos). Después un consomé que, por ser de borrego, tuve a bien dejar para la próxima, porque creía no ser muy afecto a comerme a tan tierno animal. Aunque después los tacos de barbacoa (también preparada con el tierno animal) terminaron encantando a mi paladar, que todo el tiempo difiere con mi estómago (y las revistas saludables) sobre lo que se debe comer. Afortunadamente, estuvo el baile muy largo para poder quemar el posible exceso de grasa, en el que habíamos incurrido.
Resulta que ya no me acordaba, pero bailar es muy divertido. Así, mis piernitas desincronizadas tuvieron a bien moverse a ritmo de cumbia, de banda, de salsa y hasta country y reggaeton (género que, a pesar de toda su abominable misoginia, frivolidad y bajo nivel intelectual, es indudablemente un signo de nuestros tiempos... y, siendo así, cómo negarse a imitar los simpáticos pasos de cantantes sin talento que, por alguna extraña razón, se tocan los genitales en público y lo hacen, además, con una antiestética vestimenta a base de pantalones tan sueltos que sin la ayuda de un cinto estarían en los tobillos, gorras que de tan mal puestas seguro les deforman el cráneo y grandes cadenas [quiero pensar que de algún metal barato] cuyo peso es indirectamente proporcional al de sus cerebros). Bueno, la idea central es que bailamos hasta sudar a chorros, a pesar de que la temperatura en el exterior del salón era de -1°C. Pero el éxito mayor fue que prácticamente tuvieron que corrernos porque había estado tan buena la fiesta, que los ex-nerds que somos los compañeros de la maestría, no queríamos irnos sino hasta que nos tocaran algo de pop, que fue el género que brilló por su ausencia toda la noche y cuya frugalidad no negarán que también se extraña.
Y todo habría sido perfecto, si no es porque un imberbe asistente a la boda, que estaba más perdido que nosotros por esos lares hidalguenses, se le ocurrió la brillante idea de seguirnos para llegar al apartado hotel que alberga la ya mencionada ex-hacienda de Xala. No hubiera habido mayor problema si no fuera porque, sin saber cómo, de pronto nos internamos en un camino de terracería adyacente a la ex-hacienda. Cuando nos percatamos del desaguisado, nos dispusimos a dar reversa, pero en una pirueta que dio nuestro fiel seguidor en su pesado Ford Mustang cayó en un hoyo, en el que se siguió hundiendo por su tenaz intento de aplastar el pedal de la gasolina con la idea (absurda si sabes un poco cómo funcionan los atascones) de salir del hoyo. Así, nos bajamos los ahí presentes de los tres carros que componían la desafortunada caravana, que en total éramos como doce, a tratar de levantar en peso el carro que yo calculo pesa al menos una tonelada. Al no funcionar esa idea se idearon diversos estrategemas, todos de muy absurdos diseños si se toma en cuenta que la física se rige por ciertas leyes que unos cuantos desvelados en Hidalgo no pueden hacer cambiar. Cabe recordar que estábamos bajo cero, lo cual nos era constantemente recordado por el ardor que causa el frío, que no te deja ni moverte ni pensar adecuadamente cómo sacar a un Mustang atascado en despoblado, y por el hielo que se había formado en los carros. Lo más triste fue que después de tanto sacrificio humano terminamos fracasando en el intento. Una vez que casi atascábamos un segundo carro y que las llantas del Mustang ya estaban volando y era la carrocería la que se sostenía en el suelo, optamos por lo más razonable: esperar al día de mañana para que un carruaje adecuado sacara a nuestro amigo recién hecho de su atoramiento.
El domingo siguiente despertamos descansados después de haber podido calentar los témpanos de hielo en los que se habían convertido nuestros cuerpos por la experiencia de la madrugada anterior. Y nos disponíamos a partir de regreso a la ciudad, cuando en la recepción nos informaron que teníamos una invitación a "desayunar" de parte de los novios. En realidad era lo que en Sonora llamamos post-boda y, por aquí, torna-boda, que es la celebración del día después de la boda, en plan más cómodo e informal. La comida hidalguense estuvo otra vez de lujo y hasta terminé tomando pulque (muy tradicional en Hidalgo, con todo y su viscosidad) y hasta cantando canciones de Paquita la del Barrio y Vicente Fernández con karaoke, a pesar de los malos tonos y ronca voz que fueron causados por los estragos de la noche anterior (no de mi falta de talento musical).
Por esta razón, yo le pido a la gente que sí, que se case y, en la medida de lo posible, que me invite y es que soy una monada bailando regaetton!!!
viernes, noviembre 09, 2007
Mi única patria es la lengua
Con motivo de la gira conjunta de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, que dieron su concierto en la ciudad de México a finales de octubre (¡hasta el presidente Calderón se presentó a la cita! Y yo no y no sé bien porqué, tengo un par de semanas tratando de saberlo y no estoy ni cerca de conseguirlo). El caso es que con ese motivo, estarán saliendo a la venta semanalmente en los puestos de revistas, a manera de fascículos (no sé si vaya con 'sc' y tengo flojera de ir al diccionario a revisarlo), doce libritos, con su respectivo disco compacto, de estos cantautores. O sea, veinticuatro discos. De tal manera que estoy estoicamente emocionado (sin brincos ni lloriqueos, pues). El primer tomo me costó 50 pesos y es el álbum física y química de Sabina. Los libritos están monos y son como estuches de los discos, así que se verán lindos una vez que termine mi colección. Aunque inicialmente consideré que todos iban a costar 50 pesos, después mi parte más racional me informó que ése debe ser el precio de introducción para que te engranes con la colección y ya los últimos calculo que me los terminarán vendiendo a unos 548 millones de pesos, cuando sea demasiado tarde para dar marcha atrás a la complexión de mi colección. Y como estoy más resuelto y enfermo mental que cualquier consagrado filatelista, ya me hice el propósito inamovible de que la terminaré.
Me gustan mucho las canciones de Sabina y Serrat, la música y la letra. Y con la impertinencia que me caracteriza, declaro que no pienso tratar de disculparme por que me gusten o disculparlos por que se hayan auto-copiado sus esquemas, por ya no estar en su período creativo, por ser tan clichés, o cualquier otra razón por la que he escuchado a muchos denostarlos. Me gustan y punto, no los idolatro. Y como soy autocomplaciente, admiro y ¿quiero? a cualquier artista (o artisto) que desate en mí cualquier tipo de placer, reflexión o pensamiento trascendente (los muy pocos que tengo). La verdad, me llegan hasta a caer mal las opiniones de los que con una ceja levantada desaprueban toda la obra de alguien por alguno de sus defectos. Pues ¿pa' qué sirve el perfeccionismo si cada obra artística puede establecer una relación casi autónoma con el que la ve o la disfruta?
A pesar de todas sus inconveniencias, Sabina me saca la carcajada cada rato al poner oído a lo que dice en sus canciones, como una que oí ayer que dice algo como "amor es el nombre del juego en el que dos ciegos juegan a hacerse daño". O me encantó lo que contestó en una entrevista y que da título a esta entrada: "me di cuenta al volver (de Buenos Aires y de México, D.F.) que la lengua es la única Patria". Este punto me encantaría explorarlo en una entrada independiente, ahora que la red de blogueros de la que formo parte prescinde completamente del concepto de nacionalidad (mandando al diablo cualquier soberanía). Y cada vez que canta "Peor para el Sol, que se mete a las siete a la cuna del mar a roncar, mientras su servidor le levanta la falda la Luna", la canto con él con mucha pasión (y fea voz), aunque no le esté levantado la falda a ninguna luna en ese momento... ¡Larga vida a Sabina y a Serrat, y a los 24 discos que se supone que voy a comprar!
Me gustan mucho las canciones de Sabina y Serrat, la música y la letra. Y con la impertinencia que me caracteriza, declaro que no pienso tratar de disculparme por que me gusten o disculparlos por que se hayan auto-copiado sus esquemas, por ya no estar en su período creativo, por ser tan clichés, o cualquier otra razón por la que he escuchado a muchos denostarlos. Me gustan y punto, no los idolatro. Y como soy autocomplaciente, admiro y ¿quiero? a cualquier artista (o artisto) que desate en mí cualquier tipo de placer, reflexión o pensamiento trascendente (los muy pocos que tengo). La verdad, me llegan hasta a caer mal las opiniones de los que con una ceja levantada desaprueban toda la obra de alguien por alguno de sus defectos. Pues ¿pa' qué sirve el perfeccionismo si cada obra artística puede establecer una relación casi autónoma con el que la ve o la disfruta?
A pesar de todas sus inconveniencias, Sabina me saca la carcajada cada rato al poner oído a lo que dice en sus canciones, como una que oí ayer que dice algo como "amor es el nombre del juego en el que dos ciegos juegan a hacerse daño". O me encantó lo que contestó en una entrevista y que da título a esta entrada: "me di cuenta al volver (de Buenos Aires y de México, D.F.) que la lengua es la única Patria". Este punto me encantaría explorarlo en una entrada independiente, ahora que la red de blogueros de la que formo parte prescinde completamente del concepto de nacionalidad (mandando al diablo cualquier soberanía). Y cada vez que canta "Peor para el Sol, que se mete a las siete a la cuna del mar a roncar, mientras su servidor le levanta la falda la Luna", la canto con él con mucha pasión (y fea voz), aunque no le esté levantado la falda a ninguna luna en ese momento... ¡Larga vida a Sabina y a Serrat, y a los 24 discos que se supone que voy a comprar!
jueves, noviembre 08, 2007
Brevedad leve
He estado dilucidando la cuestión de si debo ser más breve. Hablar menos. Escribir más conciso. La principal razón que favorece esta postura es la expresada en los populares refranes "en boca cerrada no entran moscas", "el pez por su boca muere", "blog extenso pierde lectores" (ja, este último lo acabo de acuñar con el fin de hacer más sólida mi argumentación). Así que si esta entrada resulta corta, será que se ha impuesto esta postura, si no lo logro y sigo haciendo entradas más largas de lo que sugiere el buen decoro, diremos que soy un extenso irreprimible y que, asumido como tal, seguiré hablando más de la cuenta y cantinfleando ideas al momento de escribir.
No es la primera vez que el fantasma de la seriedad y de la concisión se dispone a atacarme. Particularmente en la preparatoria, varios días al momento de levantarme (o al cepillarme los dientes, qué sé yo) hacía el propósito de ser más serio. Me disponía a hablar sólo lo necesario (o sea, muy poco) durante todo el día. Al momento de llegar al camión escolar saludaba sólo con alguna tímida sonrisa, el trayecto hacia la escuela lo ocupaba en mirar el paisaje de una carretera que ya me sabía de memoria y que no cambiaba lo suficiente a lo largo del año como para darme una razón válida para entretenerme. Evitaba iniciar cualquier conversación matutina, de ésas en las que se comentan los pormenores de la tarde anterior y que tan sabrosas resultan como preámbulo para el resto de las conversaciones del día, antes de que el profesor de la aborrecida clase de las siete entrara y ordenara silencio.
Debo decir, con toda la pena que me provoca, que nunca llegué siquiera a las diez de la mañana cumpliendo mi propósito, ya sea porque terminaba olvidándoseme o porque de plano alguien había iniciado algún tema cuya comenta no pudiera resistir. Y, así, sin esperanzas de rehabilitación volvía a constituirme como el payaso de la clase, a hablar tonterías sin descaro y, como siempre, a extenderme sin misericordia del aburrimiento ajeno en las participaciones en clase (es que jamás aprendí a ser sujeto pasivo en ninguna discusión, por eso las conferencias nunca me han agradado mucho).
Habiendo dicho esto, me comprometo a mí mismo a hacer entradas más cortas y evitar todas las digresiones innecesarias (y pocas pasarían la prueba). Sé bien que a las diez de la mañana de hoy mi férreo compromiso habrá languidencido y lo echaré al saco del olvido, tal y como hice siempre en la preparatoria, pero si la intención en algo cuenta... si en algo contara... ya tendría ganado el paraíso.
No es la primera vez que el fantasma de la seriedad y de la concisión se dispone a atacarme. Particularmente en la preparatoria, varios días al momento de levantarme (o al cepillarme los dientes, qué sé yo) hacía el propósito de ser más serio. Me disponía a hablar sólo lo necesario (o sea, muy poco) durante todo el día. Al momento de llegar al camión escolar saludaba sólo con alguna tímida sonrisa, el trayecto hacia la escuela lo ocupaba en mirar el paisaje de una carretera que ya me sabía de memoria y que no cambiaba lo suficiente a lo largo del año como para darme una razón válida para entretenerme. Evitaba iniciar cualquier conversación matutina, de ésas en las que se comentan los pormenores de la tarde anterior y que tan sabrosas resultan como preámbulo para el resto de las conversaciones del día, antes de que el profesor de la aborrecida clase de las siete entrara y ordenara silencio.
Debo decir, con toda la pena que me provoca, que nunca llegué siquiera a las diez de la mañana cumpliendo mi propósito, ya sea porque terminaba olvidándoseme o porque de plano alguien había iniciado algún tema cuya comenta no pudiera resistir. Y, así, sin esperanzas de rehabilitación volvía a constituirme como el payaso de la clase, a hablar tonterías sin descaro y, como siempre, a extenderme sin misericordia del aburrimiento ajeno en las participaciones en clase (es que jamás aprendí a ser sujeto pasivo en ninguna discusión, por eso las conferencias nunca me han agradado mucho).
Habiendo dicho esto, me comprometo a mí mismo a hacer entradas más cortas y evitar todas las digresiones innecesarias (y pocas pasarían la prueba). Sé bien que a las diez de la mañana de hoy mi férreo compromiso habrá languidencido y lo echaré al saco del olvido, tal y como hice siempre en la preparatoria, pero si la intención en algo cuenta... si en algo contara... ya tendría ganado el paraíso.
lunes, noviembre 05, 2007
De puente
Este fin de semana tuvo la brillante idea de ser el doble de largo de los normales. Resulta que por el día de muertos y la proclividad de los mexicanos a los días feriados, tuve un maravilloso puente de cuatro días, el cual evidentemente tenía que disfrutar para salir de la capital y procurarme alguna ruta de escape. El destino seleccionado fue el estado de Michoacán, que está ubicado en donde la sirena recarga su cadera, si consideramos que el mapa de México es como una sirena en pose sexy con la cadera doblada, siendo el brazo de apoyo la península de la Baja California y la aleta de pescado (que tan útil les resulta a las sirenas para nadar), la mismísima península de Yucatán. La cabeza la tiene la pobre sirena undida en el mapa de Estados Unidos, lo cual le impide salir en la foto. En fin... una vez desahogado mi delirio geográfico-mítico procedo a relatar lo que fue este viaje de tan bien aprovechado puente.
Nuestra base de operaciones fue una ciudad de Michoacán que se llama Uruapan (como Europa, pero en purépecha, jeje). Hasta ahí llegamos el mismo jueves no sin antes pararnos en la carretera a un restaurante de tradición carretera. La primera recomendación para un restaurante es que la carta no esté en inglés u otro idioma extranjero. Eso más o menos garantizará que no esté dirigido a turistas, lo cual no es porque sea yo xenófobo, sino porque el incentivo del restaurantero a esforzarse al máximo se reducen cuando los comensales no son los locales, que podrían hacer exitoso el lugar si aprueban con su regreso el sazón de la comida. También permite que todo sea más genuino y que los precios sean más moderados. La segunda forma de un lugar de auto-recomendarse es que esté muy concurrido, por obvias razones. Pues este restaurante cumplía con ambas dos características y una tercera, aunque inverosímil, fue estar enseguida de una gasolinera. Omitiré detallar lo excelsamente exquisito que estaba lo que comimos, para no despertar a mis glándulas salivales que ahora mismo están batallando con un insignificante chicle de yerbabuena de la marca Clorets que me costó 10 pesos, por razones que prefiero no mencionar so pena de soltarme llorando por causas diversas, siendo una de ellas tener un corazón de pollo.
Una vez llegados a Uruapan nos dispusimos para irnos a pasear por algunos pueblos rivereños del lago de Pátzcuaro (uno de los más grandes y emblemáticos del país), en donde se celebra el día de muertos de manera muy tradicional, tradiciones que posteriormente intentaré describir. Cabe anotar que ya era de noche, cabe anotar que estábamos a muchísimos metros sobre el nivel del mar (muchísimos, pero no me acuerdo tanto, sólo de que eran muchísimos) y cabe anotar que cerca del agua con las dos condiciones anteriores hace un frío que te ..., que te ..., que te ... (no me decido a ser procaz para esta entrada, pero el caso es que hacía un frío que podrías llorar con él o por él, sobre todo si, como yo, tienes un corazón de pollo).
Antes de continuar debo decir a quienes no lo sepan que Michoacán (en especial Pátzcuaro) es muy conocido por su fiesta de muertos (fiesta en el sentido literal de la palabra, que fue de lo que me vine a enterar hasta que estuve ahí). De tal manera que estaba aquello abarrotado de individuos de todas condiciones y niveles de soportariedad (palabra que acabo de acuñar para referirme a los diversos grados en los que una persona puede ser soportable para otra). En vez de ir al pueblo de Pátzcuaro, nos dirigimos a uno cuyo nombre parece salido de la mismísima dinastía Ming, pero que es tan michoacano como Lázaro Cárdenas. Se llama el lindo pueblito Tzintzuntzan (si les da gracia, pues no los culpo porque, por vida de Dios, el nombre es raro). Ahí llegamos, después de caminar bajo el desamparo de la temperatura al cementerio que es, como ustedes de podrán imaginar, el lugar más propicio para celebrar a los muertos. La idea de la fiesta de muertos es que los "ídem" bajan a la tierra (o suben, agrego yo, porque uno nunca sabe a dónde fueron a parar) durante esa noche (del primero al dos de noviembre) para volver a degustar sus placeres gastronómicos favoritos. Así que, dada la colectiva visita de individuos del más allá, los familiares se congregan alrededor de la tumba de sus seres queridos (por así decirlo queridos, porque las relaciones familiares son más complejas que eso). Encienden retehartas velas y adornan las tumbas con unas decoraciones padrísimas a base de una flor muy bonita que es como un clavel pero más grande y de un color anaranjado potentísimo. El resultado es visualmente impresionante. El cementerio de Tzintzuntzan (si les sigue dando gracia, todo bien, yo apenas lo voy superando) se ve increíble, es bastante grande porque sé de buena fuente que mucha gente se ha muerto antes que nosotros. Pero la sensación es increíble, a la luz de los muchos miles de velas que iluminan las anaranjadas flores de ortografía complicada, algo así como Cempasúchitl, pareciera que todo está en llamas bajo la niebla que se forma por la cercanía del frío lago. Además la gente está quemando copal (que no sé qué sea pero hace las veces de incienso) y sobre las tumbas ponen la comida favorita de su fiel difunto. Así que los olores son impresionantes, casi indescifrables, huelen las canastas de las frutas, huelen la cera y la madera de las fogatas que se están quemando a los alrededores o adentro mismo del panteón, huele el copal a inmolación y también huele a alma de muertos felices de volver a ver al cónyuge, a los hijos, al compadre o de ver por primera vez a un turista sonorense que con cara de satisfecho asombro admira lo artístico de las ornamentaciones mortuorias (¡con el gusto que les ha de dar!).
Nuestra base de operaciones fue una ciudad de Michoacán que se llama Uruapan (como Europa, pero en purépecha, jeje). Hasta ahí llegamos el mismo jueves no sin antes pararnos en la carretera a un restaurante de tradición carretera. La primera recomendación para un restaurante es que la carta no esté en inglés u otro idioma extranjero. Eso más o menos garantizará que no esté dirigido a turistas, lo cual no es porque sea yo xenófobo, sino porque el incentivo del restaurantero a esforzarse al máximo se reducen cuando los comensales no son los locales, que podrían hacer exitoso el lugar si aprueban con su regreso el sazón de la comida. También permite que todo sea más genuino y que los precios sean más moderados. La segunda forma de un lugar de auto-recomendarse es que esté muy concurrido, por obvias razones. Pues este restaurante cumplía con ambas dos características y una tercera, aunque inverosímil, fue estar enseguida de una gasolinera. Omitiré detallar lo excelsamente exquisito que estaba lo que comimos, para no despertar a mis glándulas salivales que ahora mismo están batallando con un insignificante chicle de yerbabuena de la marca Clorets que me costó 10 pesos, por razones que prefiero no mencionar so pena de soltarme llorando por causas diversas, siendo una de ellas tener un corazón de pollo.
Una vez llegados a Uruapan nos dispusimos para irnos a pasear por algunos pueblos rivereños del lago de Pátzcuaro (uno de los más grandes y emblemáticos del país), en donde se celebra el día de muertos de manera muy tradicional, tradiciones que posteriormente intentaré describir. Cabe anotar que ya era de noche, cabe anotar que estábamos a muchísimos metros sobre el nivel del mar (muchísimos, pero no me acuerdo tanto, sólo de que eran muchísimos) y cabe anotar que cerca del agua con las dos condiciones anteriores hace un frío que te ..., que te ..., que te ... (no me decido a ser procaz para esta entrada, pero el caso es que hacía un frío que podrías llorar con él o por él, sobre todo si, como yo, tienes un corazón de pollo).
Antes de continuar debo decir a quienes no lo sepan que Michoacán (en especial Pátzcuaro) es muy conocido por su fiesta de muertos (fiesta en el sentido literal de la palabra, que fue de lo que me vine a enterar hasta que estuve ahí). De tal manera que estaba aquello abarrotado de individuos de todas condiciones y niveles de soportariedad (palabra que acabo de acuñar para referirme a los diversos grados en los que una persona puede ser soportable para otra). En vez de ir al pueblo de Pátzcuaro, nos dirigimos a uno cuyo nombre parece salido de la mismísima dinastía Ming, pero que es tan michoacano como Lázaro Cárdenas. Se llama el lindo pueblito Tzintzuntzan (si les da gracia, pues no los culpo porque, por vida de Dios, el nombre es raro). Ahí llegamos, después de caminar bajo el desamparo de la temperatura al cementerio que es, como ustedes de podrán imaginar, el lugar más propicio para celebrar a los muertos. La idea de la fiesta de muertos es que los "ídem" bajan a la tierra (o suben, agrego yo, porque uno nunca sabe a dónde fueron a parar) durante esa noche (del primero al dos de noviembre) para volver a degustar sus placeres gastronómicos favoritos. Así que, dada la colectiva visita de individuos del más allá, los familiares se congregan alrededor de la tumba de sus seres queridos (por así decirlo queridos, porque las relaciones familiares son más complejas que eso). Encienden retehartas velas y adornan las tumbas con unas decoraciones padrísimas a base de una flor muy bonita que es como un clavel pero más grande y de un color anaranjado potentísimo. El resultado es visualmente impresionante. El cementerio de Tzintzuntzan (si les sigue dando gracia, todo bien, yo apenas lo voy superando) se ve increíble, es bastante grande porque sé de buena fuente que mucha gente se ha muerto antes que nosotros. Pero la sensación es increíble, a la luz de los muchos miles de velas que iluminan las anaranjadas flores de ortografía complicada, algo así como Cempasúchitl, pareciera que todo está en llamas bajo la niebla que se forma por la cercanía del frío lago. Además la gente está quemando copal (que no sé qué sea pero hace las veces de incienso) y sobre las tumbas ponen la comida favorita de su fiel difunto. Así que los olores son impresionantes, casi indescifrables, huelen las canastas de las frutas, huelen la cera y la madera de las fogatas que se están quemando a los alrededores o adentro mismo del panteón, huele el copal a inmolación y también huele a alma de muertos felices de volver a ver al cónyuge, a los hijos, al compadre o de ver por primera vez a un turista sonorense que con cara de satisfecho asombro admira lo artístico de las ornamentaciones mortuorias (¡con el gusto que les ha de dar!).
Pero no es todo lo que había que ver en este pueblo que preferimos por sacarle la vuelta a la isla de Janitzio, que está en frente del Pueblo de Pátzcuaro y cuyo único acceso es por lancha. Las lanchas te acercan a ese lugar misterioso que, por ser insular y diferente, ha tenido mucho éxito en atrapar a una abundante colectividad de turistas nacionales y extranjeros que supongo se regocijan de salir de su mundo y entrar a otro diverso, al menos en la noche en que los muertos de la rivera del Pátzcuaro vuelven también a regocijarse, abandonando los avernos para ver de nuevo la vida que dejaron en manos de la muerte. Pero la lógica no cuadró mucho, porque Tzintzuntzan, por su parte, siendo un pequeño pueblo de dos mil habitantes atrae a decenas de miles de visitantes para esa noche que, aunque gélida, le da al alma un poco de lo que necesita, a través de la magia y la tradición. Entre las muchedumbres perdidas en el espacio y las almas alcoholizadas (sólo me refiero a los vivos) avanzamos para ver un monasterio impresionante, del siglo XVI, con un atrio gigante y aislado que fue sembrado con unos olivos regalo directo del Rey de España (de ese tiempo) y que se conservan como testigos centenarios de la Colonia, la Independencia, la Reforma, la Revolución y hasta el triunfo de Fox sobre la "dictadura" priísta. La oscuridad de las inmensas dimensiones del atrio, sólo perturbada por velas que revelaban los senderos para llegar a una tétrica (supongo) representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla, tradicional para esta noche por lo bien que combina su tema (que trata, entre otras cosas, de muertos que visitan nuestro normalmente imperturbado mundo). Los troncos de los olivos son tan anchos y tan tumultuosos que estuve tentado a pensar que eran los olivos donde el mismísimo Jesucristo lloró sangre, pero la poca coherencia que me queda y una noción vaga de la distancia que media entre Michoacán y Jerusalén, me trajo de vuelta a la cuenta de que, aunque bonita, mi idea era absurda.
También hizo su aparición en el pueblo la afición mexicanísima de poner tianguis y venta de frituras en todo lugar en el que "dos o más se reúnan en mi nombre" y había artesanías, bailables típicos, productos made in China con pintura de plomo y todo, unos panes de colores radioactivos que Roberto y Azuvia se atrevieron a probar, sólo para confirmar lo que visualmente era obvio: que sabían muy desagradables. Subimos también a unas pirámides de base redondas (lo que geométricamente las convertiría en conos, pero como que se oye feo) y que al parecer sólo tenían la función de monumentos mortuorios, pero con una vista preciosa al lago (que me tuve que imaginar porque era de noche y porque había una cantidad de borrachos que no me dejaban inspirarme).
De ahí, nos fuimos a visitar otro cementerio en otro pueblo que está aún más cerca del agua (con esto leáse 'donde hace maaaás frío'). Fue genial porque en este pueblito que se llama Ihuatzio casi no había visitantes foráneos, sólo locales sentados alrededor de las tumbas de sus muertos y que pasarían la noche entera bajo las inclementes condiciones climáticas que ya les describí, como hacen cada año. La vibra era aún más intensa, las mujeres mayores estaban arrodilladas en el suelo cubiertas con sus rebozos, mientras rezaban y convivían con su familia al lado de ollas de comida preparadas para alimentar la fiesta de los vivos y que olían delicioso. El frío era tanto y se colaba hasta por los pies, que decidimos dar por satisfecha nuestra ansía de tradiciones de día de muertos y buscar el calor de un restaurante (que estuviera abierto en la madrugada) y nos protegiera del frío y, por si acaso, de algún muerto que en desacuerdo con la canción de Mecano, No es serio este cementerio, decidiera acompañarnos más lejos de lo que mi nerviosismo aconsejara.
Después de un día tan ajetreado, el día siguiente fue mucho más placentero, nos fuimos de paseo al pueblo de Pátzcuaro, el cual yo no me canso de repetir es uno de los lugares más bonitos de México. Detuvo el tiempo en sus casas y calles, en las gruesas maderas de sus vigas, en el ocre de sus casas y el ladrillo de sus tejas. Y sigue siendo un dignísimo representante del México profundo, rural, bienvivido, tranquilo y amable que las ciudades tienen en riesgo de extinción. También fuimos a un pueblo cercano, aún más tradicional, que se llama Santa Clara del Cobre y que, honrando su nombre, tiene como especialidad un amplísimo número de artesanías hechas de cobre. Pero lo que más disfruté es que, a diferencia de Pátzcuaro que es de vocación turística y que también estaba abarrotado, Santa Clara era un pueblo que vive a ritmo de pueblo. Los locales eran los únicos que llenaban la plaza, entregados a las actividades lúdicas que monopolizan los viernes por la tarde. Las muchachas sentadas en las bancas sonreían picaronas buscando con la mirada a algún apuesto paseante. Los perros movían la cola, buscando que las señoras que cocinaban la comida típica les arrojaran cualquier pedazo que mitigara su hambre, los señores platicaban en las esquinas con la parsimonia exclusiva de quien sabe que el tiempo no es, en realidad, un recurso escaso.
Al día siguiente conocimos un parque natural que se encuentra en el puro centro de Uruapan (que es ya una ciudad mediana) y que hay que verlo para creerlo, se llama Cupatitzio. La exhuberancia de la vegetación sólo es opacada por la casi divina claridad del agua que mana en ese mismo lugar para convertirse en un río que da de beber a la ciudad. Es un paseo agradabilísimo, con cascadas abundantes, fuentes a los lados alimentadas por la misma agua del manantial (que es tan caudaloso que te hace perder la noción de que esa barbaridad de agua esté naciendo en ese punto). En esa región de Michoacán la evangelización fue lidereada por un fraile visionario, Vasco de Quiroga, que no se detuvo para averiguar si los "naturales" (supongo que los colonizadores serían artificiales) tenían alma o no, y emprendió un ambicioso proyecto civilizatorio, basado en el modelo de ciudad propuesto por Santo Tomás Moro, en su clásico libro Utopía, que tenía entre otras características su humanismo como premisa principal del desarrollo económico y urbano. Para más información sobre este punto ver http://en.wikipedia.org/wiki/Vasco_de_quiroga. [Tomás Moro (Thomas More) fue un mártir inglés que fue condenado a muerte bajo el reinado de Enrique VIII por prestarle fidelidad a la Iglesia Católica y que, habiendo sido canciller del reino, organizó su propia defensa, bellísima, pero imposible de antemano porque la orden era hacerlo matar. Es el santo patrón de los abogados.]
Fue un viaje genial: de comer y de beber, una inmensa variedad de opciones; para comprar, un sinnúmero de artesanías de materiales diversos, que hacen de Michoacán uno de los estados más tradicionales del país. El regreso fue igualmente satisfactorio, contemplar los paisajes es una verdadera delicia, ver los campos alternar el dorado, el ocre y el amarillo que bañan de otoño la vista, o ver a las vacas pastar tranquilas, mientras que a lo lejos se alcanzan a ver todavía algunos caballos que trotan en relativa libertad, reafirman el compromiso interno de continuar viajando para ver todo lo que parece que ya no existe, pero que para mi placer se sigue sabiendo revelar, cuando sé ir a buscarlo.
lunes, octubre 29, 2007
El Jalogüín y la Party of the Dead
No sé qué me propongo yo al intentar escribir sobre las tradiciones. Si no tengo nada de asceta ni de purista de la cultura. Es sólo que por vivir en sociedad se la pasa uno pensando no lo que quisiera sino en el tema que inunda la conciencia colectiva. Y hoy le toca a Halloween y a la fiesta del día de muertos... ya pasó afortunadamente mi cumpleaños (que tanto mortificó a la opinión pública!!!), también el mes patrio y en unas semanas la navidad será todo en lo que podamos pensar (con breves lapsos guadalupanos, alrededor de la Basílica).
Comercialmente, los mercachifles se dieron a la tarea de rescatar ambas "tradiciones", una importada y la otra prehispánica (y cristiana). Entonces, puede uno solazarse en las tiendas departamentales, comederos de franquicia y boutiques, con una nueva propuesta estética medio mal lograda entre los folklóricos colores que adornaban anteriormente los altares de muerto, con el negro-naranja jalogüinesco, panes de muerto aderezados con telarañas (artificiales, quiero pensar), o unas tumbas multicolor adornadas con sonrientes calabazas desdentadas en vez de flores de Cempasúchitl (o como quiera el dios Huitzilopotztli que se escriba Cempasúchitl). Pero, por sobre todas las cosas, resolvieron los comerciantes (tan acomedidos ellos) el problema de si celebrar Halloween en demérito de la fiesta de muertos te hace menos mexicano o peor católico. Así, mostrando un admirable sincretismo que todo lo arregla, decidieron fabricar calabacitas de azúcar, lo leyó usted bien, no calaveritas de azúcar como disponía la estricta tradición azteca (o maya, olmeca, purépecha, qué sé yo), de cuya morbidez no me interesa ocuparme, sino que recurrieron a la diabética escultura de la sonriente calabaza desdentada (más acorde con la frugalidad de nuestros tiempos). Ahora, omnipresentes en cualquier lugar que acepte tarjetas de débito o crédito, están las calabacitas de azucar (con ciertas reminiscencias a las calaveritas, como los dibujos florales de colores afeminados en tonalidades pastel y azul cielo).
A mí me pareció muy buena manera de solucionar la aburrida discusión anual de si los niños mexicanos se están contaminando con las oscuras tradiciones de esos países nórdicos y celtas que tanto mal hacen a la infancia, en vez de celebrar las gloriosas tradiciones de nuestro país. Comer calabacitas de azúcar en vez de calaveritas no le hace mal a nadie (excepto a las madres de los hiperactivos chamacos en plan de ataque intergaláctico por el exceso de carbohidratos).
Y es que la mano invisible (expresión de Adam Smith para referirse al mecanismo del mercado que todo lo arregla pero que, ahora que lo pienso, combina muy bien con estas fechas de ultratumba) da para todo: fue capaz de proponer una solución para este dolor de cabeza cultural de tantas abuelas mexicanas (todas con cara y peinado de Sara García, tan bien fotografíada por el espumoso chocolate Abuelita) desde la década de los ochenta. Ahora pueden ir sus encantadores nietecitos felices de la vida solicitando calabacitas de azúcar en vez de entonar la original canción que sin sutileza alguna expresaba: "queremos dulces de Halloween para las fiestas de Halloween". Así honran al mismísimo Moctezuma y a La Malinche por igual y nos evitan la sempiterna discusión de qué fiesta se debe celebrar, que se ha estado prolongando más que la de si fue primero el huevo o la gallina.
Y pues, como las del Rey Salomón, la decisión fue impecable, pues celébrense las dos con la misma intensidad y, para festejarlas al mismo tiempo, colóquense sonrientes calabazas desdentadas sobre las tumbas de sus muertos y ya no haga calaveritas de azucar (porque, además, qué asco!!! comerte una calavera para recordar a tu bizcabuela, la pobre!!! qué poco tacto!!!) sino hermosas y sonrientes calabazas desdentadas de azúcar, que a nadie molestarían y que se ven tan lindas ellas, tan blancas y con flores putanescas...
Comercialmente, los mercachifles se dieron a la tarea de rescatar ambas "tradiciones", una importada y la otra prehispánica (y cristiana). Entonces, puede uno solazarse en las tiendas departamentales, comederos de franquicia y boutiques, con una nueva propuesta estética medio mal lograda entre los folklóricos colores que adornaban anteriormente los altares de muerto, con el negro-naranja jalogüinesco, panes de muerto aderezados con telarañas (artificiales, quiero pensar), o unas tumbas multicolor adornadas con sonrientes calabazas desdentadas en vez de flores de Cempasúchitl (o como quiera el dios Huitzilopotztli que se escriba Cempasúchitl). Pero, por sobre todas las cosas, resolvieron los comerciantes (tan acomedidos ellos) el problema de si celebrar Halloween en demérito de la fiesta de muertos te hace menos mexicano o peor católico. Así, mostrando un admirable sincretismo que todo lo arregla, decidieron fabricar calabacitas de azúcar, lo leyó usted bien, no calaveritas de azúcar como disponía la estricta tradición azteca (o maya, olmeca, purépecha, qué sé yo), de cuya morbidez no me interesa ocuparme, sino que recurrieron a la diabética escultura de la sonriente calabaza desdentada (más acorde con la frugalidad de nuestros tiempos). Ahora, omnipresentes en cualquier lugar que acepte tarjetas de débito o crédito, están las calabacitas de azucar (con ciertas reminiscencias a las calaveritas, como los dibujos florales de colores afeminados en tonalidades pastel y azul cielo).
A mí me pareció muy buena manera de solucionar la aburrida discusión anual de si los niños mexicanos se están contaminando con las oscuras tradiciones de esos países nórdicos y celtas que tanto mal hacen a la infancia, en vez de celebrar las gloriosas tradiciones de nuestro país. Comer calabacitas de azúcar en vez de calaveritas no le hace mal a nadie (excepto a las madres de los hiperactivos chamacos en plan de ataque intergaláctico por el exceso de carbohidratos).
Y es que la mano invisible (expresión de Adam Smith para referirse al mecanismo del mercado que todo lo arregla pero que, ahora que lo pienso, combina muy bien con estas fechas de ultratumba) da para todo: fue capaz de proponer una solución para este dolor de cabeza cultural de tantas abuelas mexicanas (todas con cara y peinado de Sara García, tan bien fotografíada por el espumoso chocolate Abuelita) desde la década de los ochenta. Ahora pueden ir sus encantadores nietecitos felices de la vida solicitando calabacitas de azúcar en vez de entonar la original canción que sin sutileza alguna expresaba: "queremos dulces de Halloween para las fiestas de Halloween". Así honran al mismísimo Moctezuma y a La Malinche por igual y nos evitan la sempiterna discusión de qué fiesta se debe celebrar, que se ha estado prolongando más que la de si fue primero el huevo o la gallina.
Y pues, como las del Rey Salomón, la decisión fue impecable, pues celébrense las dos con la misma intensidad y, para festejarlas al mismo tiempo, colóquense sonrientes calabazas desdentadas sobre las tumbas de sus muertos y ya no haga calaveritas de azucar (porque, además, qué asco!!! comerte una calavera para recordar a tu bizcabuela, la pobre!!! qué poco tacto!!!) sino hermosas y sonrientes calabazas desdentadas de azúcar, que a nadie molestarían y que se ven tan lindas ellas, tan blancas y con flores putanescas...
viernes, octubre 26, 2007
Crónica de una fecha anunciada (2)
"Mis veintiséis años iniciaban con un día lleno de experiencias novedosas y me quedé con la curiosidad de saber cómo será mi vida dentro de un año, si Dios me la concede, y qué circunstancias rodearán a este yo, que cada día le tiene menos fe al libre albedrío"
Así terminaba hace exactamente un año la entrada en la que describía los extraños avatares de mi aniversario número XXVI, al mismo tiempo que ponía sobre la mesa una reflexión filosófica (chafa) sobre la vida, la influencia de lo fortuito en mi vida y la decisión como concepto bastante cuestionable de la modernidad (dahh!!! hablo tanto y digo tan poco!!! Pero es que me acojo a la herencia de mi antihéroe favorito: Cantinflas).
Retomando mi punto, como sé que hace un año tenía la curiosidad de saber cómo sería el día de hoy, me dio mucho gusto enterarme de que ahora sí estoy en condiciones de contestarme. Para justificar el punto de mi curiosidad debo alertar a los que no lo sepan (que seguramente coinciden con 'a los que no les interesa') que hace un año estaba viviendo en Nueva York, haciendo un intercambio de un semestre en Columbia University en el máster de asuntos internacionales. Era el tercer semestre de mi maestría, así que todavía me quedaba un semestre más en el CIDE por lo que tenía que regresar a la Ciudad de México, después de vacaciones navideñas en mi sonorense tierra. Estando cercano el final de la maestría estaba empezando a ser hora de preguntarme qué hacer con mi vida, sin tener para nada claro dónde estaría después y qué estaría haciendo. Las posibilidades eran casi infinitas (como lo son casi siempre) : probablemente no hubiera sobrevivido el proceso de la tesina y estuviera limpiando vidrios en la esquina de Eje Central e Izazaga; tal vez la Academia Sueca se hubiera vuelto anormal y me hubiera dado el premio Nóbel de Literatura 2007 al leer mi discurso de graduación de Primaria y mi blog, por lo que me hubiera ido a gastar el millón de dólares a Bora Bora, a algún lugar sin Internet para no leer las justificadas críticas del mundo intelectual, que sin duda se estuviera rasgando las vestiduras por el sinsentido; quizá estaría trabajando incansablemente por recomponer las injusticias del mundo en algún país del África Subsahariana; o bien, me hubiera vuelto misionero y estaría gritando ¡Viva Cristo Rey! en una hogera de leña verde de alguna tribu de antropófagos en el Pacífico Sur, después de haber conseguido tras una vida de esfuerzos que la barba me saliera pareja, para parecerme a Robert De Niro en La Misión.
En fin, larga era la lista de opciones de diversos contextos en los que hubiera estado celebrando mi aniversario número XXVII. Pero no, amante como soy de la normalidad y de nunca salirme mucho de la media (suplico a los que están convencidos de que soy raro, que me den el beneficio de la duda en esta última cuestión, sobre todo porque bien decía mi mamá que "lo raro es pariente de lo feo" y a mí la fealdad de verdad que no me gusta, sea ajena o sea propia) decidí que lo mejor era buscar un trabajo que terminara la austera vida de estudiante que me consumió durante casi tres décadas. Y, gracias a _____ (yo pondría aquí Dios, pero autorizo a los ateos a que pongan en la rayita lo que mejor les parezca), conseguí rápidamente un trabajo que no busqué, sino que me encontró, en el momento preciso. También sé, por una exhaustiva visión retrospectiva, que hace un año luchando contra una ola de frío que se cernió sobre NY a la altura de mi cumpleaños, no imaginaba siquiera que estaría trabajando donde estoy ahora, ni que estaría luchando contra la chilanga ola de frío que se cernió sobre México, en el que debería ser un tórrido cumpleaños. Y, coherente con mi reciente escepticismo sobre el libre albedrío, mi capacidad de decisión parece seguir reduciéndose, aun contra todos mis impulsos por ser yo el que determine qué pasa en el mundo de Rafa.
Y, last but not least, terminaré tratando de hacer un recuento, hasta donde la memoria sirva (que siendo tan poco selectiva termina grabando puras cosas que no me sirven para ninguna entrada del blog, la perra...) para recordar dónde estuve celebrando mis cumpleaños anteriores. Regresivamente así han sido mis 24's de octubre's:
2006: Nueva York, cenando con Germán y Paty, que estaban de luna de miel en Manhattan, en el Hard Rock Café de Times Square.
2005: Ciudad de México, en la azotea del edificio de la colonia del Valle donde vivía, en riquísima carne asada con los compañeros de la maestría y otros amigos.
2004: Nîmes, sur de Francia, con mi buen amigo Rafa Vargas (que en ese tiempo acababa de conocer y no era mi buen amigo), donde tomaríamos un vuelo de muy bajo presupuesto a Londres, en las insólitas vacaciones de "Todos los Santos" de las escuelas francesas. Vestía una camisa que decía SE HABLA ESPAÑOL (si el dato sirve para mostrar mi desubicación en el mundo).
2003: Hermosillo, acababa de terminar la carrera de Abogángster y lo celebré en la casa de Marcos, por alguna extraña razón había de botana tomates cherry y baby carrots (zanahorias bebés, prrrttt) bañadas de aceite de oliva y pimienta (si el dato sirve para mostrar la desarticulación de mis ideas). Vestía una camisa que yo sostengo es anaranjada pero muchos me alegan que es rosa (oh no! my eyes, my eyes!!!!)
2002: Hermosillo, carne asada en casa del Peralta en la que nos festejábamos todos los cumpleañeros de octubre del grupo de la universidad (que éramos muchos). Yo no la organicé, así que todo salió bien.
2001: Hermosillo, mi casa, de comer hubo tacos de pescado al disco hechos por Cristóbal, mi hermano, (que por primera vez cocinaba algo).
2000: Hermosillo, mi casa, último que pasé acompañado de mi mamá, su recuerdo cantándome las mañanitas nunca se desvanecerá.
1999: No me acuerdo, probablemente hasta estaba oyendo "Ooops I did it again" de Britney Spears o "Livin' la vida loca" de Ricky Martin. También los años noventa tienen una deuda terrible con la humanidad (pero los ochenta, de plano se pasaron).
1998: Hermosillo, había cumplido mis 18 años!!! ya era un ciudadano mexicano en posesión de todos sus derechos políticos. Ya podía entrar a los antros (ya lo había hecho) y ya podía beber alcohol (aunque no bebía), pero la emoción era muy fuerte. Me compré una camisa en Mazón (tienda departamental que ya no existe) y fuimos a cenar para festejar en el Henry's (restaurante que ya no existe): ¿será un signo de estarse haciendo viejo? oh no!!!
1997: Huásabas, festejo típico de esos bellos tiempos de la preparatoria que tanta melancolía me acarrean. Ese año vivíamos solos en la casa mis dos hermanos y yo, ideal para bacanales... pero era yo tan santo!!! Bebimos entre muchos una copa de cognac (si el dato sirve para mostrar mi austero esnobismo precoz).
Si ya llegó hasta aquí algún lector, lo siento mucho por él, porque ya caí en la cuenta de que me prolongué más allá de lo que recomiendan la moral y las buenas costumbres, por lo que en solidaridad con el tiempo ajeno, detendré esta larguísima perorata antes de hipnotizar de agobio al potencial lector.
Así terminaba hace exactamente un año la entrada en la que describía los extraños avatares de mi aniversario número XXVI, al mismo tiempo que ponía sobre la mesa una reflexión filosófica (chafa) sobre la vida, la influencia de lo fortuito en mi vida y la decisión como concepto bastante cuestionable de la modernidad (dahh!!! hablo tanto y digo tan poco!!! Pero es que me acojo a la herencia de mi antihéroe favorito: Cantinflas).
Retomando mi punto, como sé que hace un año tenía la curiosidad de saber cómo sería el día de hoy, me dio mucho gusto enterarme de que ahora sí estoy en condiciones de contestarme. Para justificar el punto de mi curiosidad debo alertar a los que no lo sepan (que seguramente coinciden con 'a los que no les interesa') que hace un año estaba viviendo en Nueva York, haciendo un intercambio de un semestre en Columbia University en el máster de asuntos internacionales. Era el tercer semestre de mi maestría, así que todavía me quedaba un semestre más en el CIDE por lo que tenía que regresar a la Ciudad de México, después de vacaciones navideñas en mi sonorense tierra. Estando cercano el final de la maestría estaba empezando a ser hora de preguntarme qué hacer con mi vida, sin tener para nada claro dónde estaría después y qué estaría haciendo. Las posibilidades eran casi infinitas (como lo son casi siempre) : probablemente no hubiera sobrevivido el proceso de la tesina y estuviera limpiando vidrios en la esquina de Eje Central e Izazaga; tal vez la Academia Sueca se hubiera vuelto anormal y me hubiera dado el premio Nóbel de Literatura 2007 al leer mi discurso de graduación de Primaria y mi blog, por lo que me hubiera ido a gastar el millón de dólares a Bora Bora, a algún lugar sin Internet para no leer las justificadas críticas del mundo intelectual, que sin duda se estuviera rasgando las vestiduras por el sinsentido; quizá estaría trabajando incansablemente por recomponer las injusticias del mundo en algún país del África Subsahariana; o bien, me hubiera vuelto misionero y estaría gritando ¡Viva Cristo Rey! en una hogera de leña verde de alguna tribu de antropófagos en el Pacífico Sur, después de haber conseguido tras una vida de esfuerzos que la barba me saliera pareja, para parecerme a Robert De Niro en La Misión.
En fin, larga era la lista de opciones de diversos contextos en los que hubiera estado celebrando mi aniversario número XXVII. Pero no, amante como soy de la normalidad y de nunca salirme mucho de la media (suplico a los que están convencidos de que soy raro, que me den el beneficio de la duda en esta última cuestión, sobre todo porque bien decía mi mamá que "lo raro es pariente de lo feo" y a mí la fealdad de verdad que no me gusta, sea ajena o sea propia) decidí que lo mejor era buscar un trabajo que terminara la austera vida de estudiante que me consumió durante casi tres décadas. Y, gracias a _____ (yo pondría aquí Dios, pero autorizo a los ateos a que pongan en la rayita lo que mejor les parezca), conseguí rápidamente un trabajo que no busqué, sino que me encontró, en el momento preciso. También sé, por una exhaustiva visión retrospectiva, que hace un año luchando contra una ola de frío que se cernió sobre NY a la altura de mi cumpleaños, no imaginaba siquiera que estaría trabajando donde estoy ahora, ni que estaría luchando contra la chilanga ola de frío que se cernió sobre México, en el que debería ser un tórrido cumpleaños. Y, coherente con mi reciente escepticismo sobre el libre albedrío, mi capacidad de decisión parece seguir reduciéndose, aun contra todos mis impulsos por ser yo el que determine qué pasa en el mundo de Rafa.
Y, last but not least, terminaré tratando de hacer un recuento, hasta donde la memoria sirva (que siendo tan poco selectiva termina grabando puras cosas que no me sirven para ninguna entrada del blog, la perra...) para recordar dónde estuve celebrando mis cumpleaños anteriores. Regresivamente así han sido mis 24's de octubre's:
2006: Nueva York, cenando con Germán y Paty, que estaban de luna de miel en Manhattan, en el Hard Rock Café de Times Square.
2005: Ciudad de México, en la azotea del edificio de la colonia del Valle donde vivía, en riquísima carne asada con los compañeros de la maestría y otros amigos.
2004: Nîmes, sur de Francia, con mi buen amigo Rafa Vargas (que en ese tiempo acababa de conocer y no era mi buen amigo), donde tomaríamos un vuelo de muy bajo presupuesto a Londres, en las insólitas vacaciones de "Todos los Santos" de las escuelas francesas. Vestía una camisa que decía SE HABLA ESPAÑOL (si el dato sirve para mostrar mi desubicación en el mundo).
2003: Hermosillo, acababa de terminar la carrera de Abogángster y lo celebré en la casa de Marcos, por alguna extraña razón había de botana tomates cherry y baby carrots (zanahorias bebés, prrrttt) bañadas de aceite de oliva y pimienta (si el dato sirve para mostrar la desarticulación de mis ideas). Vestía una camisa que yo sostengo es anaranjada pero muchos me alegan que es rosa (oh no! my eyes, my eyes!!!!)
2002: Hermosillo, carne asada en casa del Peralta en la que nos festejábamos todos los cumpleañeros de octubre del grupo de la universidad (que éramos muchos). Yo no la organicé, así que todo salió bien.
2001: Hermosillo, mi casa, de comer hubo tacos de pescado al disco hechos por Cristóbal, mi hermano, (que por primera vez cocinaba algo).
2000: Hermosillo, mi casa, último que pasé acompañado de mi mamá, su recuerdo cantándome las mañanitas nunca se desvanecerá.
1999: No me acuerdo, probablemente hasta estaba oyendo "Ooops I did it again" de Britney Spears o "Livin' la vida loca" de Ricky Martin. También los años noventa tienen una deuda terrible con la humanidad (pero los ochenta, de plano se pasaron).
1998: Hermosillo, había cumplido mis 18 años!!! ya era un ciudadano mexicano en posesión de todos sus derechos políticos. Ya podía entrar a los antros (ya lo había hecho) y ya podía beber alcohol (aunque no bebía), pero la emoción era muy fuerte. Me compré una camisa en Mazón (tienda departamental que ya no existe) y fuimos a cenar para festejar en el Henry's (restaurante que ya no existe): ¿será un signo de estarse haciendo viejo? oh no!!!
1997: Huásabas, festejo típico de esos bellos tiempos de la preparatoria que tanta melancolía me acarrean. Ese año vivíamos solos en la casa mis dos hermanos y yo, ideal para bacanales... pero era yo tan santo!!! Bebimos entre muchos una copa de cognac (si el dato sirve para mostrar mi austero esnobismo precoz).
Si ya llegó hasta aquí algún lector, lo siento mucho por él, porque ya caí en la cuenta de que me prolongué más allá de lo que recomiendan la moral y las buenas costumbres, por lo que en solidaridad con el tiempo ajeno, detendré esta larguísima perorata antes de hipnotizar de agobio al potencial lector.
lunes, octubre 22, 2007
Coming soon...
Tengo la patética costumbre de avisar con la mayor publicidad posible la cercanía de mi cumpleaños. He llegado, incluso, a enviar la notificación de mi aniversario a través de cadena de correo electrónico (en mi defensa, no contenían ni amenazas de que se te caerán las protuberancias si no lo reenvías al menos a cinco de tus contactos, ni promesas de que te pasará algo muy bueno si haces lo que en él se te indica, excepto mi sincera sonrisa impresentable en anuncio de Colgate/Signal). Probablemente tan cuestionable acción tenga el subconsciente objetivo de evitar sentirme olvidado de la mano de Dios y de los próximos, pero propongo evitar el innecesario psicoanálisis y otorgarme un voto de confianza más benévolo.
Una vez desahogada mi justificación o, mejor dicho, hecha evidente mi viciosa conducta, procedo a anunciaros (con el acompañamiento musical de trompetas de castillos medievales y hurras de enanos y bufones) que en tan solo dos días... ta-ta-tatán... cumplo años!!! Sí, el 24 de octubre, además de celebrarse otro aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (con todo y el poco caso que le han hecho últimamente), la comunidad internacional también celebra mi cumpleaños (también solicito de la manera más atenta evitar el diagnóstico de "megalomanía" por el anterior comentario y rescatar sólo su cándida ironía).
Por razones logísticas, ya inicié su celebración el pasado fin de semana y el saldo fue muy positivo: hasta tengo una linda cafetera manual para preparar café espresso, con su juego de tasas muy requetemonas, que me están haciendo reconsiderar mi terrible política imperialista yanqui de no tomar café para guardarle la acidez estomacal a mi irrenunciable coca-cola(s) diaria(s) (con el acompañamiento del sonido de recriminadores abucheos de una turba de globalifóbicos, ecologistas y vegetarianos).
Por último, hago el political statement de que nunca me ha quedado muy clara la idea de festejar que uno cumple un año más, pero que paso por alto mi cuestionamiento porque me encantan los regalitos, jijiji... (léase con acento picarón)
Una vez desahogada mi justificación o, mejor dicho, hecha evidente mi viciosa conducta, procedo a anunciaros (con el acompañamiento musical de trompetas de castillos medievales y hurras de enanos y bufones) que en tan solo dos días... ta-ta-tatán... cumplo años!!! Sí, el 24 de octubre, además de celebrarse otro aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (con todo y el poco caso que le han hecho últimamente), la comunidad internacional también celebra mi cumpleaños (también solicito de la manera más atenta evitar el diagnóstico de "megalomanía" por el anterior comentario y rescatar sólo su cándida ironía).
Por razones logísticas, ya inicié su celebración el pasado fin de semana y el saldo fue muy positivo: hasta tengo una linda cafetera manual para preparar café espresso, con su juego de tasas muy requetemonas, que me están haciendo reconsiderar mi terrible política imperialista yanqui de no tomar café para guardarle la acidez estomacal a mi irrenunciable coca-cola(s) diaria(s) (con el acompañamiento del sonido de recriminadores abucheos de una turba de globalifóbicos, ecologistas y vegetarianos).
Por último, hago el political statement de que nunca me ha quedado muy clara la idea de festejar que uno cumple un año más, pero que paso por alto mi cuestionamiento porque me encantan los regalitos, jijiji... (léase con acento picarón)
lunes, octubre 15, 2007
Must-nots (cosas que nuuuunca debes hacer):
1. Nuuuuunca debes usar una peluca afro-albina.
Nota 1: que sea fiesta de disfraces no justifica la acción.
Nota 2: si no es fiesta de disfraces, será requerida una campaña global para sacarte del hoyo.
2. Nuuuunca debes sonreír con la boca tan abierta.
Nota 1: que te hayas tomado muchos apple martinis no justifica la acción.
Nota 2: se debe tener cuidado con las bebidas alcohólicas cuando saben demasiado a otra cosa que disfraza el alcohol.
3. Nuuuunca debes usar, aparte de tus lentes para ver, lentes de sol que tendrás que subirte a tu peluca afro-albina.
Nota 1: lo hago todo el tiempo.
Nota 2: está mal que lo haga.
4. Nuuuunca debes traer la camisa desabrochada hasta el ombligo.
Nota 1: Si eres Hank Rohn tampoco se justifica (tampoco querer ser gobernador de un estado cuando eres tan mafioso).
Nota 2: Si eres Hank Rohn, púdrete.
5. Nuuuunca dejes de tener al menos una fiesta en tu vida en la que, a pesar de verte tan ridículo (y hacer cosas tan ridículas como el pasito de John Travolta en Fiebre de sábado por la noche), te la pases a todo dar.
Nota 1: esta regla no amite excepciones.
Nota 2: si eres Mario Marín, también púdrete.
miércoles, octubre 10, 2007
El niño de los callejones
La tarde se escucha calmada, sólo la perturba el delicado sonido del viento al acariciar las copas de los árboles. Esa hora del día es el único momento en que se puede percibir el aroma particular de esa hierba que se esconde en los matorrales y que nunca se muestra al mundo, sino a través de su fugaz olor a reposo, a ilusiones incomprendidas. A lo lejos se divisa una de esas enormes aves sombrías que se alimentan de carroña, pero que a sus ojos son tan majestuosas como el ave fénix, vuelan tan alto que le parecen emperadoras del mundo, teniendo a la vista todo lo que él quisiera contemplar. Sus pies van descalzos sintiendo la textura irregular de la arcilla que alguna vez fue lodo y que el paso de los demás esculpió con figuras imperceptibles. No hay nada en su boca pero saborea con entusiasmo un sueño, muchos sueños. Todos saben a gloria, todos le ensanchan el pecho, dibujándole una sonrisa sincera que todo lo abarca, que todo lo puede.
Su rostro retrata la ingenuidad feliz de la infancia, cuando sus ojitos claros se pierden contemplando el rítmico andar de las vacas que va arreando. No va fija la mirada en ninguna parte porque la imaginación vuela sin que nada la detenga hasta que no puede distinguir lo que ve de lo que sueña. Se inventa historias magníficas, inverosímiles, construye enormes puentes, cambia culturas, mueve los corazones. Una vaca se ha detenido, se acerca para palmearla suavemente cuando empieza a caer la pasta verde que triunfó su paso por cuatro estómagos, sólo se salpica un poco y sonríe otra vez para olvidar el asco. Continúa la campirana procesión con el mismo paso sosegado que empezó. Entonces escucha el sonido de las campanas y alcanza a distinguir la cruz que está sobre el campanario. Debe darse prisa si quiere llegar a tiempo al rezo del Rosario, donde continuará con ambiente sacro sus proyectos interminables, sus ilusiones sin desfalco. Llega a la milpa donde dejará pastando a las vacas que lo nutren diariamente y abre con dificultad la puerta cuya cerradura lo mismo tiene púas que espinas. Se quita con cuidado el sudor y el polvo que bañan su frente y sus pálidas mejillas, confundiéndose con sus curiosas pecas. Al cruzar el umbral pasa sus pies por la pequeña asequia de agua fresca y transparente que dobla las hojas de zacate que están en el fondo. Se sienta en el diminuto puente de piedras que surca el canalito y contempla con regocijo el tenaz instinto bovino de pasar la vida moviendo las mandíbulas. Se sume de nueva cuenta en las cavilaciones por las que su mente ha divagado toda la tarde y pasa de dar un discurso elocuente en la más alta tribuna del país a una predica en púlpitos rodeados de gente con intenciones de cambiar. Declama, proclama y reclama, usando las infalibles premisas de que todo cambia y que cuando cambia mejora.
Escucha la segunda campanada de la iglesia y se apura para cerrar otra vez con dificultad la puerta del mecanismo complicado. Corre con un cándido ímpetu, o mejor dicho, con una impetuosa candidez. Es el niño de los callejones. Cada tarde antes de que empiece a oscurecer regresa al pueblo y saluda con sonidos onomatopéyicos a todos los que encuentra. Y aunque es el mismo, cada día es otro porque él se inventa y se reinventa en los callejones, porque la soledad y la inmadurez todo lo pueden.
Su rostro retrata la ingenuidad feliz de la infancia, cuando sus ojitos claros se pierden contemplando el rítmico andar de las vacas que va arreando. No va fija la mirada en ninguna parte porque la imaginación vuela sin que nada la detenga hasta que no puede distinguir lo que ve de lo que sueña. Se inventa historias magníficas, inverosímiles, construye enormes puentes, cambia culturas, mueve los corazones. Una vaca se ha detenido, se acerca para palmearla suavemente cuando empieza a caer la pasta verde que triunfó su paso por cuatro estómagos, sólo se salpica un poco y sonríe otra vez para olvidar el asco. Continúa la campirana procesión con el mismo paso sosegado que empezó. Entonces escucha el sonido de las campanas y alcanza a distinguir la cruz que está sobre el campanario. Debe darse prisa si quiere llegar a tiempo al rezo del Rosario, donde continuará con ambiente sacro sus proyectos interminables, sus ilusiones sin desfalco. Llega a la milpa donde dejará pastando a las vacas que lo nutren diariamente y abre con dificultad la puerta cuya cerradura lo mismo tiene púas que espinas. Se quita con cuidado el sudor y el polvo que bañan su frente y sus pálidas mejillas, confundiéndose con sus curiosas pecas. Al cruzar el umbral pasa sus pies por la pequeña asequia de agua fresca y transparente que dobla las hojas de zacate que están en el fondo. Se sienta en el diminuto puente de piedras que surca el canalito y contempla con regocijo el tenaz instinto bovino de pasar la vida moviendo las mandíbulas. Se sume de nueva cuenta en las cavilaciones por las que su mente ha divagado toda la tarde y pasa de dar un discurso elocuente en la más alta tribuna del país a una predica en púlpitos rodeados de gente con intenciones de cambiar. Declama, proclama y reclama, usando las infalibles premisas de que todo cambia y que cuando cambia mejora.
Escucha la segunda campanada de la iglesia y se apura para cerrar otra vez con dificultad la puerta del mecanismo complicado. Corre con un cándido ímpetu, o mejor dicho, con una impetuosa candidez. Es el niño de los callejones. Cada tarde antes de que empiece a oscurecer regresa al pueblo y saluda con sonidos onomatopéyicos a todos los que encuentra. Y aunque es el mismo, cada día es otro porque él se inventa y se reinventa en los callejones, porque la soledad y la inmadurez todo lo pueden.
lunes, octubre 08, 2007
De porqué los jueves deben ser el inicio de los fines de semana
No tengo muchas razones de peso (al menos de interés general para la sociedad) para sostener la afirmación que hago en el título de esta entrada, pero tengo para mí que por alguna lúdica/báquica razón, los fines de semana no son suficientes si se empiezan el sábado y se terminan el domingo. Si anduviera más inspirado mandaría senda misiva a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (con copia para la Secretaría de Educación Pública) exponiendo mis razones para impulsar una reforma en este sentido (ahora que las reformas, aunque mutiladas, están saliendo en este país tan rejego a reformarse). Sé que algunas madres y esposas no estarían tan contentas con la noticia por tener que lidiar tanto tiempo a sus críos y soportar a los "amigotes" del cónyuge o concubino (en estas épocas críticas de la familia nuclear). Pero, como pasa siempre con las paradojas del contrato social, a algunos les toca perder para el mayor bienestar colectivo.
Y, para dar el ejemplo de que así debe ser la semana pasada me dispuse a iniciar el elongamiento finsemanero desde el mismísimo jueves, en que se organizó tremenda carne asada, con ingredientes todos (casi) llevados desde la tierra misma que honra a la carne asada con más recalcitrante orgullo: Sonora. Aprovecho el espacio para denostar con el más vil de mis desprecios lo que en cualquier parte en el D.F. te ofrecen como carne asada. Primero, en realidad no está asada, sino que está cocinada a la plancha que ¡por vida de Dios! no es en lo absoluto lo mismo, ni en términos del proceso, ni la tradición, pero sobre todo ¡¡¡del sabor!!! Segundo, todavía de que la cocinan sobre la plancha se atreven a ponerle aceite, oh my goodness!!! en realidad, están sirviendo carne freída, tan distante de la carne asada que el uso del eufemismo resulta ofensivo. Y, tercero, qué carne más espantosa la que se usa por aquí, se puede comer miles de delicias de variadísimos ingredientes, pero no llegues a la carne de res porque como dice la canción... todo se derrumbóooo dentro de míii, dentro de míii. A menos que conozcas lugares bien específicos donde vendan carne o de Sonora, o de Argentina, o cortes estadounidenses, que también son buenos, desaconsejo con toda la severidad de un Consejo de Ancianos la ingesta de carne de res en estos céntricos lares de la República, y los insto a mejor preferir huitlacoche, escamoles, o cualquier otro platillo con nombre en náhuatl, que su paladar se los agradecerá. En fin... una vez desahogadas mis frustraciones gastronómicas procedo a continuar con mi perorata de la conveniencia de los fines de semana largos.
Resulta que en sí haber organizado una carne asada no era razón suficiente para un desvelo en plena semana de trabajo, pero hemos tenido un lamentable desencuentro cercano del tercer tipo con el carbón. Para no hacerles el cuento largo (como dice mi tía Celina después de haber hecho el cuento bastante largo) tardamos literalmente dos horas en prender el carajo carbón, que bien se ganó el mote de cabrón carbón. Y no solamente dos horas fueron suficientes, también se requirió la fuerza bruta de cuatro hombres adultos, el tiraje diario de uno de los periódicos de mayor circulación, una caja completa de fósforos (cerillos) para chimenea y una especie de abanico/fuete que terminó pasando a mejor vida una vez que la lumbre pudo agarrar su vuelo. Lo más terrible de este hecho, es que es innegable que el rol que la sociedad le concede al varón está en buena parte basado en poder prender un asador, cuando es requerido. Así que fue ignominioso para nuestros egos tener que hacer hasta la danza de la lluvia invocando al fregado Dios del fuego que se negaba a concedernos su gracia. Y por si esto fuera poco nuestro propio sonorensez se puso en duda, porque si eres sonorense y no sabes prender el asador pues básicamente estás sumido en el más fétido hoyo. Queda uno deslegitimado como hijo de Sonora si es incapaz de desempeñar la única función que tiene monopolizada el macho sonorense. Pues, fueron dos horas pero después de soplar en total como tres globos aerostáticos logramos encender el dichoso asador. Y el resultado, como era de esperarse fue genial, una maravilla de carne, servida en tortillas de harina (de trigo) y aderezada con chiles verdes tatemados que eran una delicia.
Pues el punto en realidad es que por tanta trifulca se me llegó la madrugada y ya no era prudente regresar a la casa a tan altas horas de la noche y encontrándome a unas cuadras de mi trabajo. Por lo que quedéme a dormir en casa de Roberto, quien tuvo a bien prestarme una camisa, para que nada más fueran mi pelo y mis pantalones los que olieran a humo de asador necio. Afortunadamente, era viernes de business casual así le di un giro a mi indumentaria y casi ni parecía que estaba vistiendo la misma ropa del día anterior. El viernes todavía había actividades planeadas, como comida con los compañeros de trabajo y en la noche... ni más ni menos que... ta-ta-tatán... LUCHA LIBRE!!! Así como lo oyen (ven), en cuanto cayó el velo nocturno nos apersonamos en la mismísima Arena México, en la colonia Doctores, de reputación harto dudosa.
La lucha libre es todo un espectáculo en el más literal de sus sentidos. Solamente comparable con una danza o el teatro. De lucha tiene muy poco, porque todo se hace en una especie de coreografía en la que abundan las piruetas, los colores llamativos en los desafortunados calzones de los luchadores, el brillo de sus máscaras y lo abundante de sus melenas. Los golpes, aunque presentes de vez en vez, creo que son más debidos al azar o a un error en los ensayos, porque en general los combatientes parecieran pelean en esta especie de arreglo de no maltratar sus caritas ni sus casi obesas figuras (en el caso de los más tradicionales, los más jóvenes ya se notan más producto de los esteroides que de doce huevos diarios en el desayuno). Pero hay de todo: enanos, luchas de mujeres, una afición apasionada y muchísimos disfraces del Santo, o de Místico, Averno, Mephisto y una larga serie de nombres espeluznantes. La lucha libre fue seguida por viaje a una cantina en el que la comida se veía riquísima, aunque no pude cerciorarme de que también así supiera porque la colitis estaba haciendo su aparición y me porté muy decente para retrasar su presencia.
El sábado hubo fiesta de mi roomie en el depa, seguido de fugaz visita a apestoso antro (todos sin excepción son apestosos y mientras se siga fumando en su interior lo seguirán siendo, espero que ya pronto entre en vigor la ley que prohibirá fumar en ellos que a tantos asusta, pero que a mí me emociona reteharto). Y el domingo fue ir al bosque a hacer ejercicio (no mucho, eso sí, no se me fueran a bajar las defensas y me atacara otro bicho) y sacar el trabajo que mi mala costumbre me hace llevarme a la casa. Y listo el fin de semana se había acabado y yo ni siquiera tuve tiempo de descansar, lo cual me trae con mucho desasosiego, porque este fin de semana también me voy desde el jueves en la tarde hasta Hermosillo a reunirme con el Consejo Intergaláctico Barceló Durazo y órganos subsidiarios, que seguro tampoco me darán tregua para una anhelada terapia de recuperación con jornadas completas de sueño.
Y, para dar el ejemplo de que así debe ser la semana pasada me dispuse a iniciar el elongamiento finsemanero desde el mismísimo jueves, en que se organizó tremenda carne asada, con ingredientes todos (casi) llevados desde la tierra misma que honra a la carne asada con más recalcitrante orgullo: Sonora. Aprovecho el espacio para denostar con el más vil de mis desprecios lo que en cualquier parte en el D.F. te ofrecen como carne asada. Primero, en realidad no está asada, sino que está cocinada a la plancha que ¡por vida de Dios! no es en lo absoluto lo mismo, ni en términos del proceso, ni la tradición, pero sobre todo ¡¡¡del sabor!!! Segundo, todavía de que la cocinan sobre la plancha se atreven a ponerle aceite, oh my goodness!!! en realidad, están sirviendo carne freída, tan distante de la carne asada que el uso del eufemismo resulta ofensivo. Y, tercero, qué carne más espantosa la que se usa por aquí, se puede comer miles de delicias de variadísimos ingredientes, pero no llegues a la carne de res porque como dice la canción... todo se derrumbóooo dentro de míii, dentro de míii. A menos que conozcas lugares bien específicos donde vendan carne o de Sonora, o de Argentina, o cortes estadounidenses, que también son buenos, desaconsejo con toda la severidad de un Consejo de Ancianos la ingesta de carne de res en estos céntricos lares de la República, y los insto a mejor preferir huitlacoche, escamoles, o cualquier otro platillo con nombre en náhuatl, que su paladar se los agradecerá. En fin... una vez desahogadas mis frustraciones gastronómicas procedo a continuar con mi perorata de la conveniencia de los fines de semana largos.
Resulta que en sí haber organizado una carne asada no era razón suficiente para un desvelo en plena semana de trabajo, pero hemos tenido un lamentable desencuentro cercano del tercer tipo con el carbón. Para no hacerles el cuento largo (como dice mi tía Celina después de haber hecho el cuento bastante largo) tardamos literalmente dos horas en prender el carajo carbón, que bien se ganó el mote de cabrón carbón. Y no solamente dos horas fueron suficientes, también se requirió la fuerza bruta de cuatro hombres adultos, el tiraje diario de uno de los periódicos de mayor circulación, una caja completa de fósforos (cerillos) para chimenea y una especie de abanico/fuete que terminó pasando a mejor vida una vez que la lumbre pudo agarrar su vuelo. Lo más terrible de este hecho, es que es innegable que el rol que la sociedad le concede al varón está en buena parte basado en poder prender un asador, cuando es requerido. Así que fue ignominioso para nuestros egos tener que hacer hasta la danza de la lluvia invocando al fregado Dios del fuego que se negaba a concedernos su gracia. Y por si esto fuera poco nuestro propio sonorensez se puso en duda, porque si eres sonorense y no sabes prender el asador pues básicamente estás sumido en el más fétido hoyo. Queda uno deslegitimado como hijo de Sonora si es incapaz de desempeñar la única función que tiene monopolizada el macho sonorense. Pues, fueron dos horas pero después de soplar en total como tres globos aerostáticos logramos encender el dichoso asador. Y el resultado, como era de esperarse fue genial, una maravilla de carne, servida en tortillas de harina (de trigo) y aderezada con chiles verdes tatemados que eran una delicia.
Pues el punto en realidad es que por tanta trifulca se me llegó la madrugada y ya no era prudente regresar a la casa a tan altas horas de la noche y encontrándome a unas cuadras de mi trabajo. Por lo que quedéme a dormir en casa de Roberto, quien tuvo a bien prestarme una camisa, para que nada más fueran mi pelo y mis pantalones los que olieran a humo de asador necio. Afortunadamente, era viernes de business casual así le di un giro a mi indumentaria y casi ni parecía que estaba vistiendo la misma ropa del día anterior. El viernes todavía había actividades planeadas, como comida con los compañeros de trabajo y en la noche... ni más ni menos que... ta-ta-tatán... LUCHA LIBRE!!! Así como lo oyen (ven), en cuanto cayó el velo nocturno nos apersonamos en la mismísima Arena México, en la colonia Doctores, de reputación harto dudosa.
La lucha libre es todo un espectáculo en el más literal de sus sentidos. Solamente comparable con una danza o el teatro. De lucha tiene muy poco, porque todo se hace en una especie de coreografía en la que abundan las piruetas, los colores llamativos en los desafortunados calzones de los luchadores, el brillo de sus máscaras y lo abundante de sus melenas. Los golpes, aunque presentes de vez en vez, creo que son más debidos al azar o a un error en los ensayos, porque en general los combatientes parecieran pelean en esta especie de arreglo de no maltratar sus caritas ni sus casi obesas figuras (en el caso de los más tradicionales, los más jóvenes ya se notan más producto de los esteroides que de doce huevos diarios en el desayuno). Pero hay de todo: enanos, luchas de mujeres, una afición apasionada y muchísimos disfraces del Santo, o de Místico, Averno, Mephisto y una larga serie de nombres espeluznantes. La lucha libre fue seguida por viaje a una cantina en el que la comida se veía riquísima, aunque no pude cerciorarme de que también así supiera porque la colitis estaba haciendo su aparición y me porté muy decente para retrasar su presencia.
El sábado hubo fiesta de mi roomie en el depa, seguido de fugaz visita a apestoso antro (todos sin excepción son apestosos y mientras se siga fumando en su interior lo seguirán siendo, espero que ya pronto entre en vigor la ley que prohibirá fumar en ellos que a tantos asusta, pero que a mí me emociona reteharto). Y el domingo fue ir al bosque a hacer ejercicio (no mucho, eso sí, no se me fueran a bajar las defensas y me atacara otro bicho) y sacar el trabajo que mi mala costumbre me hace llevarme a la casa. Y listo el fin de semana se había acabado y yo ni siquiera tuve tiempo de descansar, lo cual me trae con mucho desasosiego, porque este fin de semana también me voy desde el jueves en la tarde hasta Hermosillo a reunirme con el Consejo Intergaláctico Barceló Durazo y órganos subsidiarios, que seguro tampoco me darán tregua para una anhelada terapia de recuperación con jornadas completas de sueño.
jueves, octubre 04, 2007
Mole, conventos y plata
El pasado fin de semana la pasé genial, como debe pasarla uno en los fines de semana... al menos... Había venido cuajándose el plan de ir a visitar algunos monasterios de principios del siglo XVI (o sea, rete-antiquísimos, si justamente la conquista de México-Tenochtitlan es en la segunda década del siglo XVI). Todos estos monasterios están regados por pueblos pequeños que están relativamente cerca del volcán Popocatépetl, en los estados de Morelos y Puebla, así como en otros lugares más conocidos como Cuernavaca (capital de Morelos y resort-city de la ciudad de México) o Cholula (que la leyenda urbana dice que tiene 365 templos, a pesar de ser un pueblo pequeño, pero mejor conocida por tener una pirámide que fue enterrada por los propios indígenas antes de que llegaran los españoles, por ser un lugar ceremonial y en la cima de lo que ahora parece una colina se construyó un templo católico, con impresionante vista al volcán Popocatépetl). En fin, todos estos monasterios fueron declarados hace unos años Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Pero, además del evidente atractivo cultural, queríamos agregarle un toque de aventura al road trip. Así que no averiguamos muy bien ni por dónde se iba, ni mapas, ni horarios, ni nada. Todo lo que conociéramos sería resultado de andar preguntando por aquí y por allá. Y si nos perdíamos, pues no problemo. Con ese espíritu emprendedor salimos de la ciudad de México, no sin antes revisar las llantas y los niveles del carro, porque una cosa es ser aventurero y otra es estar estúpido. Además, el portero del edificio tuvo a bien descubrir que la falla que traía mi parabrisas (bueno, en el D.F. le dicen limpiadores o limpiaparabrisas, porque es al vidrio a lo que llaman parabrisas, en fin...) no era mega falla mecánica, como yo asumí, sino que le faltaba apretarle un tornillo y listo, volvió a servir. Y, ¡alabado sea el Señor y también el señor portero! porque aquí nunca se cansa de llover y, obvio, en el camino nos llovió en repetidas ocasiones.Nos acompañaron unos amigos recién hechos de Roberto y Azuvia, ni más ni menos que artistas, divertidísimos. Dos de ellos holandeses, una belga (sin albur) y una española/colombiana, así que el crowd se puso bastante internacional.
Adicionalmente al atractivo cultural y de aventura, se añadió otro que celebro sobremanera: el interés gastronómico. Y es que este país mío no me deja de sorprender con su comida!!! Y nos enteramos que más o menos de camino en un pueblito de la región rural del Distrito Federal que se llama Atocpan, empezaba ni más ni menos que un festival del moooooleeee!!! Como un Oktoberfest pero de diferentes tipos de moles, hechos con todo el procedimiento e ingredientes tradicionales y otros más exóticos, como mole de tamarindo. De verdad que fue un festín de dimensiones epicúreas, estaban los moles de tal manera deliciosos, que con gusto hubiera ido a regurgitar, con tal de poder comer más cuando se rebasó la capacidad de almacenamiento de mi pancita. Y alrededor de los restaurantes, puestos típicos de feria, con un carrusel de ponis de verdad, y puestos de más comida, frutas de temporada, tortillas de diferentes colores, chocolates y mil tragaderas más. Toda una experiencia del México profundo, a unos minutos de la enorme ciudad.
Después de una lluvia que me pareció diluvio por mi previa formación desértica, partimos rumbo a Morelos por una carretera libre (sin casetas de cobro) que por sí misma debería ser un atractivo turístico, la carretera Xochimilco-Oaxtepec. Los paisajes eran grandiosos, con una vegetación de un verde que te llena los ojos, colinas cubiertas de flores amarillas, terrazas plantadas de nopales (cactus aplanado y altamente comestible en estas tierras tenochcas), bosques de pino, de encinos, de todo. Después de menos de una hora llegamos al primer pueblo, que se llama Tlayacapan (ni comiendo kilos de mole puedo recordar con facilidad la intrincada sintaxis de los nombre en náhuatl, así que si me equivoco por sílabas o letras, pido disculpas). En este lugar el convento era de agustinos y fue una verdadera experiencia, un lugar hecho en el pasado, pero que se quedó en el pasado. Esas máquinas del tiempo, en las que sólo hace falta cruzar un umbral para transportarte a otras épocas distantes que se te revelan y un poco te asombran y otro poco te asustan. Tenía el monasterio un pequeño museo con iconografía de los inicios de la época colonial y además una colección de... ta-ta-tátán... de momias!!! muertas y verdaderas. Fueron descubiertas por accidente a los alrededores de la iglesia, que tradicionalmente eran considerados campos santos para enterrar a sus muertos (en Huásabas, al cementerio todavía hay gente que le llama el camposanto). Y fue una experiencia, a la vez de espeluznante, muy vívida (dicho sin ironía). Y lo genial de Tlayacapan, a diferencia de otro pueblo con un convento similar que se llama Tepoztlán es que no había turistas. Sólo la gente del pueblo haciendo sus actividades vespertinas de sábado, en el gran atrio de la Iglesia, poblado de enormes árboles. Alrededor de la placita principal había unos pequeños puentes empedrados encantadores que surcaban canales. De ahí nos fuimos a otro monasterio en un lugar que se llama Oaxtepec (que también es un lugar resort en el que es común que los chilangos tengan su casa con alberca, porque el clima es cálido y casi tropical, con una vegetación padrísima. El monasterio ya estaba cerrado, así que sólo conocimos la iglesia y los exhuberantes jardines, que por sí mismos ameritaban visita.
Y una vez saciado nuestro espíritu cultural y aventurero, se impuso el burgués que todos llevamos dentro (unos más aplacado que otros, por fortuna) y nos fuimos a Cuernavaca a la casa de la mamá de Roberto, a tomar mezcal y tequila en el fabuloso jardín y a dormir en lugar cómodo. Sacamos mesas y sillas y a la luz de la luna y las velas platicamos de ya no me acuerdo qué tantas cosas, muchas, el nuevo sentido de la identidad individual, viajes, China, México, Europa, Estados Unidos, la globalización (tema que ningún altermundista puede evadir, ¡Dios nos libre!). Cenamos quesadillas a la sonorense (o sea, con tortillas de harina y queso asadero, al comal no fritas, porque en el centro de México comen quesadilla de cuanta cosa, mientras que en Sonora la quesadilla puede ser únicamente de queso y nunca frita). La compañía y atención de Piwi son completamente encantadoras, la tentación de llegar a su casa es que nunca quieres salir de ella, menos que para el desayuno nos preparó huevos con carne machaca, también de Sonora. Pero ya habíamos tomado la determinación de irnos temprano el domingo al pueblo de Taxco, en el estado de Guerrero.
Taxco fue un pueblo minero desde la Colonia y está escarpado entre montañas que hacen sus callejones y callejuelas, empedradas y ornamentadas una vista formidable, inolvidable. Lo más tradicional es la venta de cosas de plata, a precios relativamente accesibles. Pero en sí el lugar es increíble y ha sido excelentemente preservado, a pesar de la gran cantidad de turistas que lo inundan y solamente hay casas blancas, con líneas de ocre y techos de teja, colgadas de los cerros de manera, la verdad, muy ingeniosa. Ahí también el apetito hizo de las suyas y nos devoramos un enorme plato de pozole (muy tradicional de ese estado) y chalupas y tostadas. Cuando empezó a caer la tarde, nos cayó también el recordatorio de que los lunes temprano no perdonan, así que teníamos que emprender la ruta rumbo a la ciudad de México. Tomamos la autopista, pero antes de llegar a la última caseta también nos fuimos por carretera libre que resultó ser mucho más rápida, por el terrible tráfico que se hace ese día y hora para entrar a la ciudad, después de las fugas colectivas que se escapan de la urbe, aunque sea el domingo. Y terminó un fin de semana entrañable, lleno de carcajadas, comida mexicana de diferentes regiones, bonita música, lugares harto interesantes y charlas intelectualmente provocadoras.
Pero, además del evidente atractivo cultural, queríamos agregarle un toque de aventura al road trip. Así que no averiguamos muy bien ni por dónde se iba, ni mapas, ni horarios, ni nada. Todo lo que conociéramos sería resultado de andar preguntando por aquí y por allá. Y si nos perdíamos, pues no problemo. Con ese espíritu emprendedor salimos de la ciudad de México, no sin antes revisar las llantas y los niveles del carro, porque una cosa es ser aventurero y otra es estar estúpido. Además, el portero del edificio tuvo a bien descubrir que la falla que traía mi parabrisas (bueno, en el D.F. le dicen limpiadores o limpiaparabrisas, porque es al vidrio a lo que llaman parabrisas, en fin...) no era mega falla mecánica, como yo asumí, sino que le faltaba apretarle un tornillo y listo, volvió a servir. Y, ¡alabado sea el Señor y también el señor portero! porque aquí nunca se cansa de llover y, obvio, en el camino nos llovió en repetidas ocasiones.Nos acompañaron unos amigos recién hechos de Roberto y Azuvia, ni más ni menos que artistas, divertidísimos. Dos de ellos holandeses, una belga (sin albur) y una española/colombiana, así que el crowd se puso bastante internacional.
Adicionalmente al atractivo cultural y de aventura, se añadió otro que celebro sobremanera: el interés gastronómico. Y es que este país mío no me deja de sorprender con su comida!!! Y nos enteramos que más o menos de camino en un pueblito de la región rural del Distrito Federal que se llama Atocpan, empezaba ni más ni menos que un festival del moooooleeee!!! Como un Oktoberfest pero de diferentes tipos de moles, hechos con todo el procedimiento e ingredientes tradicionales y otros más exóticos, como mole de tamarindo. De verdad que fue un festín de dimensiones epicúreas, estaban los moles de tal manera deliciosos, que con gusto hubiera ido a regurgitar, con tal de poder comer más cuando se rebasó la capacidad de almacenamiento de mi pancita. Y alrededor de los restaurantes, puestos típicos de feria, con un carrusel de ponis de verdad, y puestos de más comida, frutas de temporada, tortillas de diferentes colores, chocolates y mil tragaderas más. Toda una experiencia del México profundo, a unos minutos de la enorme ciudad.
Después de una lluvia que me pareció diluvio por mi previa formación desértica, partimos rumbo a Morelos por una carretera libre (sin casetas de cobro) que por sí misma debería ser un atractivo turístico, la carretera Xochimilco-Oaxtepec. Los paisajes eran grandiosos, con una vegetación de un verde que te llena los ojos, colinas cubiertas de flores amarillas, terrazas plantadas de nopales (cactus aplanado y altamente comestible en estas tierras tenochcas), bosques de pino, de encinos, de todo. Después de menos de una hora llegamos al primer pueblo, que se llama Tlayacapan (ni comiendo kilos de mole puedo recordar con facilidad la intrincada sintaxis de los nombre en náhuatl, así que si me equivoco por sílabas o letras, pido disculpas). En este lugar el convento era de agustinos y fue una verdadera experiencia, un lugar hecho en el pasado, pero que se quedó en el pasado. Esas máquinas del tiempo, en las que sólo hace falta cruzar un umbral para transportarte a otras épocas distantes que se te revelan y un poco te asombran y otro poco te asustan. Tenía el monasterio un pequeño museo con iconografía de los inicios de la época colonial y además una colección de... ta-ta-tátán... de momias!!! muertas y verdaderas. Fueron descubiertas por accidente a los alrededores de la iglesia, que tradicionalmente eran considerados campos santos para enterrar a sus muertos (en Huásabas, al cementerio todavía hay gente que le llama el camposanto). Y fue una experiencia, a la vez de espeluznante, muy vívida (dicho sin ironía). Y lo genial de Tlayacapan, a diferencia de otro pueblo con un convento similar que se llama Tepoztlán es que no había turistas. Sólo la gente del pueblo haciendo sus actividades vespertinas de sábado, en el gran atrio de la Iglesia, poblado de enormes árboles. Alrededor de la placita principal había unos pequeños puentes empedrados encantadores que surcaban canales. De ahí nos fuimos a otro monasterio en un lugar que se llama Oaxtepec (que también es un lugar resort en el que es común que los chilangos tengan su casa con alberca, porque el clima es cálido y casi tropical, con una vegetación padrísima. El monasterio ya estaba cerrado, así que sólo conocimos la iglesia y los exhuberantes jardines, que por sí mismos ameritaban visita.
Y una vez saciado nuestro espíritu cultural y aventurero, se impuso el burgués que todos llevamos dentro (unos más aplacado que otros, por fortuna) y nos fuimos a Cuernavaca a la casa de la mamá de Roberto, a tomar mezcal y tequila en el fabuloso jardín y a dormir en lugar cómodo. Sacamos mesas y sillas y a la luz de la luna y las velas platicamos de ya no me acuerdo qué tantas cosas, muchas, el nuevo sentido de la identidad individual, viajes, China, México, Europa, Estados Unidos, la globalización (tema que ningún altermundista puede evadir, ¡Dios nos libre!). Cenamos quesadillas a la sonorense (o sea, con tortillas de harina y queso asadero, al comal no fritas, porque en el centro de México comen quesadilla de cuanta cosa, mientras que en Sonora la quesadilla puede ser únicamente de queso y nunca frita). La compañía y atención de Piwi son completamente encantadoras, la tentación de llegar a su casa es que nunca quieres salir de ella, menos que para el desayuno nos preparó huevos con carne machaca, también de Sonora. Pero ya habíamos tomado la determinación de irnos temprano el domingo al pueblo de Taxco, en el estado de Guerrero.
Taxco fue un pueblo minero desde la Colonia y está escarpado entre montañas que hacen sus callejones y callejuelas, empedradas y ornamentadas una vista formidable, inolvidable. Lo más tradicional es la venta de cosas de plata, a precios relativamente accesibles. Pero en sí el lugar es increíble y ha sido excelentemente preservado, a pesar de la gran cantidad de turistas que lo inundan y solamente hay casas blancas, con líneas de ocre y techos de teja, colgadas de los cerros de manera, la verdad, muy ingeniosa. Ahí también el apetito hizo de las suyas y nos devoramos un enorme plato de pozole (muy tradicional de ese estado) y chalupas y tostadas. Cuando empezó a caer la tarde, nos cayó también el recordatorio de que los lunes temprano no perdonan, así que teníamos que emprender la ruta rumbo a la ciudad de México. Tomamos la autopista, pero antes de llegar a la última caseta también nos fuimos por carretera libre que resultó ser mucho más rápida, por el terrible tráfico que se hace ese día y hora para entrar a la ciudad, después de las fugas colectivas que se escapan de la urbe, aunque sea el domingo. Y terminó un fin de semana entrañable, lleno de carcajadas, comida mexicana de diferentes regiones, bonita música, lugares harto interesantes y charlas intelectualmente provocadoras.
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