Sentir de vez en cuando las temperaturas invernales en esta ciudad de clima casi perfecto tiene algunas ventajas. No quiero mencionar las más superficiales como lo lucidores que son los abrigos y las bufandas o lo delicioso que sabe una taza de chocolate Abuelita, pero sí lo benéfico que resulta que a uno le apetezca más quedarse en casa que andar rolando la inquieta existencia por las frías calles de la ciudad. No es que esto sea bueno per se, al menos no para mí que nunca he sido fanático de lo doméstico, pero sí es una belleza que esta fría ociosidad me permite hacer algunas cosas que yo suelo ir posponiendo a una posteridad que termina por nunca llegar. Escribir en el blog, leer por placer u ordenar la ropa, los discos, las pertenencias - en el sentido más amplio posible -.
La actividad más particular que esta fría ociosidad me ha provocado es pensar qué bien me cae la gente arrogante. No, no nada más así. La gente mediocre que es soberbia y que se esconde en su arrogancia para ocultar todas sus falencias me da más bien mucha pereza, lo patético de sus performances de actitud mal ejecutados me hace querer voltear a otro lado. A mí la gente que me gusta es la que sabe ser arrogante, que lo es porque sabe que puede serlo, que decide poder serlo y lo logra.
Me puse a pensar en esto cuando capté cuán paradójico es seguir creyendo que la humildad es una virtud fundamental y procurarla, incluso, como uno de mis propósitos para este año, pero a la vez admirar tanto a personajes (no es trivial que personajes en vez de personas) que considero muy arrogantes. Y, claro, como hoy hacía frío me puse a buscar la causa de mi admiración. Una parte la encontré en sus trayectorias, sus amplios conocimientos, su culta personalidad. Sin embargo, noté que mi simpatía hacia ellos no la causaba nada de esto, sino que se trataba de la manera en la que se pavonean por la vida luciendo sus conocimientos, su estilo, su sofisticación. Este pavoneo obviamente no va exento de una sutil humillación a los que no son como ellos, a los que su subconsciente sabe que no les llegan ni a los talones, a aquéllos cuya simpleza ofende implícitamente su complejidad moral, estética y, en no pocas veces, psiquiátrica.
No sé si este tipo de arrogancia permita la felicidad más plena, que creo está reservada únicamente para los cándidos. Pero estos simpáticos arrogantes no la necesitan. Se tienen a sí mismos, tienen el gozo constante de contemplarse vanidosamente, nos tienen a sus fans para alimentar su ego y tienen su soberbia para refugiarse en ella a lamerse las heridas que se causan en el riesgoso mundo donde viven las divas.
Estas y otras cosas pensé en la fría ociosidad de esta noche invernal.
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3 comentarios:
Extraño el invierno pesado.
Saludos sonorenses cálidos.
Hola hermano, el mas sofisticado de mis hermanos, y creo que el unico,(no encontre los acentos) a quien te refieres? porque yo tengo una lista que que barbaro! besos desde la fria ociosidad de Huasabas no tan constructiva.
Hola, Anónimo, el invierno pesado tiene sin duda sus muchos encantos. Saludos para ti también.
Hermana, la fría ociosidad de Huásabas puede ser harto constructiva, sobre todo al lado de la estufa de leña.
Saludos,
Rafa
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